Davidmor
27/03/2014, 08:14
“Mira que a Jehová tu Dios le pertenecen los cielos, aun los cielos de los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella.”—Deu. 10:14.
“EN EL principio creó Dios los cielos y la tierra.” (Gén. 1:1) Estas palabras de apertura de la Santa Biblia suministran evidencia directa en cuanto a la tenencia de Dios de los cielos y la Tierra. Él los creó, es decir, los produjo y los hizo existir. Él es su Hacedor. Eran y son posesión suya, su propiedad, y él tiene el derecho exclusivo y absoluto a su tenencia. Dios posee el título de toda esta propiedad, y la Santa Biblia constituye la evidencia legal de esto. Es su título. Esto se reitera a través de la Palabra de Dios hasta su último libro, Revelación.—Rev. 4:11; 10:6; 14:7. El primer capítulo de Génesis continúa apoyando lo susodicho en términos inequívocos. En cada paso de la creación fue Dios quien dio la palabra en cuanto a lo que debía hacerse. Vez tras vez leemos que Dios ‘procedió a hacer’ esto y aquello, en el cielo y en la Tierra, animado e inanimado. También les dio nombre. “Empezó Dios a llamar la luz Día, pero a la oscuridad llamó Noche.” Finalmente, “vio Dios todo lo que había hecho y, ¡mire! era muy bueno.” Tenía su sello de aprobación. Todas las cosas le pertenecían a él, el único Dios verdadero, “en el tiempo de ser creados, en el día que hizo Jehová Dios tierra y cielo.” (Gén. 1:5, 31; 2:4) Más tarde, Moisés fue inspirado a confirmar esto, cuando dijo a Israel: “Mira que a Jehová tu Dios le pertenecen los cielos, aun los cielos de los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella. Porque Jehová su Dios es el Dios de dioses y el Señor de señores, el Dios grande, poderoso e inspirador de temor.”—Deu. 10:14, 17.
La creación del hombre fue el acto coronador de la creación terrestre, y esto merece nuestra atención especial. El hablar de esto inmediatamente indica un desenvolvimiento, un ensanchamiento del tema de tenencia. Se mencionan aspectos diferentes, como sujeción, indicando tenencia relativa o limitada en varios grados y responsabilidad a ella. Note lo que se dice en conexión con esto.
Por primera vez en el registro, se invita a alguien a cooperar en la creación. “Y pasó Dios a decir: ‘Hagamos un hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza, y tengan ellos en sujeción los peces del mar y las criaturas volátiles de los cielos y los animales domésticos y toda la tierra y todo animal moviente que se mueve sobre la tierra.’” ¿Entraña esta cooperación una renuncia de tenencia por Dios a cierto grado, o un condominio? No. La iniciativa, responsabilidad y control estaban enteramente en manos de Dios, como leemos enseguida: “Y procedió Dios a crear al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó.” (Gén. 1:26, 27) De otros textos aprendemos que fue el que ahora se llama Jesucristo quien, en su existencia prehumana, fue el que Jehová usó como su agente creativo especial. Él, como la Sabiduría personificada, fue “el más temprano de sus logros [de Jehová],” el “obrero maestro” de Jehová. Fue “la Palabra,” por medio de quien “todas las [otras] cosas vinieron a existir.” Él “es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación,” por consiguiente estuvo envuelto apropiadamente en la creación del hombre, puesto que el hombre también fue creado a la imagen de Dios. Es verdad que se hace referencia a Jesucristo como “nuestro único Dueño [o, Amo] y Señor,” pero, como consideraremos después, este título le fue dado en virtud de una compra que efectuó, no debido a su papel como agente creativo de Dios.—Pro. 8:22, 30; Juan 1:1-3; Col. 1:15, 16; Jud. 4.
Sin embargo, surge la pregunta en cuanto a si el hombre recibió un grado considerable de tenencia cuando fue creado y recibió la comisión: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas volátiles de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra.” (Gén. 1:28 ) De esto pudiera argüirse que así fue. ¿No incluyó la habilidad de ejercer tenencia el ser creado el hombre a la imagen de Dios? Se pudieran recordar otros textos que apoyan esto. Después del diluvio, tocante a “toda criatura viviente,” Dios le dijo a Noé: “En mano de ustedes ahora se han dado.” Por otra parte, también, recordamos las palabras de David cuando le dijo a Jehová: “Lo haces [al hombre mortal] dominar sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto debajo de sus pies.” Nuevamente, se recuerda la bien conocida expresión del salmista: “En cuanto a los cielos, a Jehová pertenecen los cielos, pero la tierra se la ha dado a los hijos de los hombres.”—Gén. 9:2; Sal. 8:6; 115:16.
Sí, concordamos en que los textos susodichos hablan de tenencia, pero a lo más es a un grado relativo o limitado. Esto se hace patente cuando en cada caso consideramos el contexto, lo cual siempre es importante al buscar un entendimiento apropiado de la Palabra de Dios sobre cualquier tema.
En cuanto a la posición original del hombre, no hay duda de quién era el verdadero Dueño cuando leemos que “procedió Jehová Dios a tomar al hombre establecerlo en el jardín de Edén para que lo cultivase y lo cuidase.” Luego leemos: “Y también le impuso Jehová Dios este mandato al hombre: ‘De todo árbol del jardín puedes comer hasta quedar satisfecho. Pero en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo no debes comer de él, porque en el día que comas de él positivamente morirás.’” (Gén. 2:15-17) Ciertamente ese hombre no tenía razón o excusa para olvidar a quién pertenecía, cuando su mismísima vida dependía de su obediencia a su Creador y Dueño. De modo similar, cuando Dios entregó todas las criaturas vivientes en la mano de Noé, inmediatamente leemos de la prohibición estricta en cuanto a comer sangre y derramar la sangre del hombre. Nuevamente esto enfatiza quién era el Dueño primario de la vida representada en la sangre de todas las criaturas vivientes. (Gén. 9:3-6) Dirigiéndonos al Salmo 8, observamos que, más bien que alguna sugerencia de que la tenencia de la Tierra se haya entregado al hombre, todo el tema refleja el crédito y alabanza de Aquel que posee y controla todas las cosas: “¡Oh Jehová Señor [Amo, Dueño] nuestro, cuán majestuoso es tu nombre en toda la tierra!” (Vs. 1, 9) Observamos un tema similar cuando consideramos el Salmo 115. Note especialmente las palabras de apertura: “A nosotros no nos pertenece nada, oh Jehová, a nosotros no nos pertenece nada, sino a tu nombre da gloria conforme a tu bondad amorosa, conforme a tu apego a la verdad.” Esto recalca que Jehová no solo es el Dueño de hecho, sino un Dueño bueno y digno. No podría haber ninguno mejor.
De los textos ya considerados, nos damos cuenta de que al hombre se le dio originalmente una posición de gran confianza y responsabilidad. Creado a la imagen de Dios como agente con libre albedrío, tenía toda la habilidad necesaria para satisfacer todo requisito. Jehová era el Terrateniente. El hombre era el agricultor rentero, comisionado para llegar a ser el cuidador global. Recibió un depósito y mayordomía sagrados. Eso es evidente. Pero es igualmente evidente que hoy el hombre, por lo general, no reconoce obligación alguna a ese respecto. De hecho se ve diametralmente lo contrario. ¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo llegó a ser punto en disputa el asunto de tenencia, y cómo se resolverá? Además, como individuos, ¿cómo estamos envueltos, y con qué consecuencias para nosotros mismos? Realmente estamos interesados en obtener las respuestas correctas a estas preguntas.
SURGE CUESTIÓN SOBRE TENENCIA
Cuando Satanás el Diablo tentó a Eva a comer del fruto prohibido, no se hizo mención directa en cuanto a su tenencia. Pero considere por un momento lo que sucede cuando usted come algo. Una vez que está en su mano o en su plato, usted ha tomado posesión de ello, sea que tenga el derecho a ello o no. Sin embargo, después de haberlo comido usted realmente lo ha hecho parte de usted mismo. Lo ha hecho suyo, sin importar lo que diga a modo de excusa o confesión. Así sucedió con Eva. Aunque acababa de repetir el mandato de Dios: “No deben comer de él, no, no deben tocarlo para que no mueran,” enseguida leemos que “empezó a tomar de su fruto y a comerlo. Después dio de él también a su esposo cuando él estuvo con ella y él empezó a comerlo.” (Gén. 3:1-6) El argumento de Satanás que impelió la acción de ellos fue en el sentido de que el derecho para comer de ese fruto les pertenecía. En consecuencia, por acción deliberada y desafiante, que habla más fuerte que las palabras, tanto Adán como Eva clasificaron ese árbol prohibido como idéntico a todos los otros árboles para los cuales se les había dado el derecho de comer. Pero inmediatamente después que ambos habían comido del fruto prohibido, ¿se sintieron justificados en su clasificación judicial de los árboles? El hecho de que les remordiera la conciencia dice ¡No! Cierto, no podían restaurar al árbol las piezas de fruto que habían comido de él, pero el haber asimilado en su cuerpo el fruto comido no les produjo la sensación de ser dueños con derecho justo de comer del fruto prohibido. Las hojas con las cuales se hicieron cubiertas para ocultar su desnudez, de la cual ahora se dieron cuenta, no fueron tomadas del árbol prohibido, sino que fueron tomadas de la higuera. El resultado de todo el asunto era como si hubieran comido agraz.—Eze. 18:2.
Sin embargo, la cuestión que surgió tuvo que ver con la tenencia legítima de Dios. Sírvase notar que la cuestión de ninguna manera estuvo limitada a algo material, al fruto de cierto árbol. ¿Qué se puede decir acerca del hombre mismo, no solo su vida, sino también las excelentes cualidades morales de lealtad y devoción y aprecio? ¿No se deberían ejercer todas estas cualidades a todo tiempo para crédito y alabanza de Jehová, siendo demostradas por un derrotero de obediencia y sujeción anuentes a él? ¿No depende el hombre completamente de Dios para la vida y todas sus posibilidades y bendiciones? ¿No es el reconocimiento constante de tal dependencia algo que apropiadamente pertenece a Dios como una posesión legítima suya?
Pablo usó razonamiento similar a éste cuando escribió a los cristianos de Corinto: “Tengo miedo de que de algún modo, así como la serpiente sedujo a Eva por su astucia, las mentes de ustedes sean corrompidas y alejadas de la sinceridad y castidad que se le deben al Cristo.” Tal derrotero de sinceridad y castidad de parte de estos cristianos pertenecía legítimamente al Cristo, porque, como Pablo explicó: “Yo personalmente los prometí en matrimonio a un solo esposo para presentarlos cual virgen casta al Cristo.” Un correcto entendimiento bíblico del asunto de relación nos ayudará a ver de modo correcto el asunto de la tenencia, para que evitemos el ser seducidos por sofistería astuta.—2 Cor. 11:2, 3.
Nuestros primeros padres escogieron voluntariosamente un derrotero de desobediencia e independencia, un derrotero de corrupción. De hecho, repudiaron la tenencia de Dios de ellos. Adoptaron el modo de ver de que se pertenecían a sí mismos y mutuamente, pero no a Dios. Rompieron su buena relación con él. ¿Cuál fue la reacción de Dios a este desafío? ¿Renunció a su tenencia de ellos y del hogar edénico de ellos? De ninguna manera. Era su Legislador y Juez, y ahora actuó en esta capacidad. Después de dictar sentencia, protegió su propiedad echando al hombre del jardín de Edén y haciendo imposible su regreso a él, guardando especialmente “el camino al árbol de la vida.”—Gén. 3:24.
Aunque pudiéramos decir que Dios después de eso abandonó a Adán y Eva enteramente a sus propios recursos, no trató de esa manera a la prole de ellos. Cuando dictó sentencia sobre la serpiente, Dios proféticamente habló de una venidera “descendencia” de la mujer que magullaría a la serpiente en la cabeza. (Gén. 3:15) No se revelaron detalles en cuanto a cuándo y cómo se efectuaría esto, pero se dio una promesa definitiva de que Dios suministraría una respuesta satisfactoria al desafío que la rebelión del hombre había hecho surgir. Por consiguiente, también se señaló a la continua tenencia de Dios de la Tierra así como del cielo, incluyendo a todos sus habitantes, a pesar de permitir temporalmente el mal y los malhechores.
En apoyo de esto, note lo que se dice de tres hombres de fe que Pablo mencionó: Abel, Enoc y Noé. ‘Anduvieron con el Dios verdadero,’ y Pablo confirmó esto en Hebreos 11:1-7. (Gén. 5:24; 6:9) Reconocieron que Dios era su Dueño y lo demostraron al mantener un derrotero de obediencia fiel en el espíritu de devoción y sujeción leales. Ante fuerte presión adversa dieron a Dios lo que le correspondía con toda sinceridad y castidad.
“EN EL principio creó Dios los cielos y la tierra.” (Gén. 1:1) Estas palabras de apertura de la Santa Biblia suministran evidencia directa en cuanto a la tenencia de Dios de los cielos y la Tierra. Él los creó, es decir, los produjo y los hizo existir. Él es su Hacedor. Eran y son posesión suya, su propiedad, y él tiene el derecho exclusivo y absoluto a su tenencia. Dios posee el título de toda esta propiedad, y la Santa Biblia constituye la evidencia legal de esto. Es su título. Esto se reitera a través de la Palabra de Dios hasta su último libro, Revelación.—Rev. 4:11; 10:6; 14:7. El primer capítulo de Génesis continúa apoyando lo susodicho en términos inequívocos. En cada paso de la creación fue Dios quien dio la palabra en cuanto a lo que debía hacerse. Vez tras vez leemos que Dios ‘procedió a hacer’ esto y aquello, en el cielo y en la Tierra, animado e inanimado. También les dio nombre. “Empezó Dios a llamar la luz Día, pero a la oscuridad llamó Noche.” Finalmente, “vio Dios todo lo que había hecho y, ¡mire! era muy bueno.” Tenía su sello de aprobación. Todas las cosas le pertenecían a él, el único Dios verdadero, “en el tiempo de ser creados, en el día que hizo Jehová Dios tierra y cielo.” (Gén. 1:5, 31; 2:4) Más tarde, Moisés fue inspirado a confirmar esto, cuando dijo a Israel: “Mira que a Jehová tu Dios le pertenecen los cielos, aun los cielos de los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella. Porque Jehová su Dios es el Dios de dioses y el Señor de señores, el Dios grande, poderoso e inspirador de temor.”—Deu. 10:14, 17.
La creación del hombre fue el acto coronador de la creación terrestre, y esto merece nuestra atención especial. El hablar de esto inmediatamente indica un desenvolvimiento, un ensanchamiento del tema de tenencia. Se mencionan aspectos diferentes, como sujeción, indicando tenencia relativa o limitada en varios grados y responsabilidad a ella. Note lo que se dice en conexión con esto.
Por primera vez en el registro, se invita a alguien a cooperar en la creación. “Y pasó Dios a decir: ‘Hagamos un hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza, y tengan ellos en sujeción los peces del mar y las criaturas volátiles de los cielos y los animales domésticos y toda la tierra y todo animal moviente que se mueve sobre la tierra.’” ¿Entraña esta cooperación una renuncia de tenencia por Dios a cierto grado, o un condominio? No. La iniciativa, responsabilidad y control estaban enteramente en manos de Dios, como leemos enseguida: “Y procedió Dios a crear al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó.” (Gén. 1:26, 27) De otros textos aprendemos que fue el que ahora se llama Jesucristo quien, en su existencia prehumana, fue el que Jehová usó como su agente creativo especial. Él, como la Sabiduría personificada, fue “el más temprano de sus logros [de Jehová],” el “obrero maestro” de Jehová. Fue “la Palabra,” por medio de quien “todas las [otras] cosas vinieron a existir.” Él “es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación,” por consiguiente estuvo envuelto apropiadamente en la creación del hombre, puesto que el hombre también fue creado a la imagen de Dios. Es verdad que se hace referencia a Jesucristo como “nuestro único Dueño [o, Amo] y Señor,” pero, como consideraremos después, este título le fue dado en virtud de una compra que efectuó, no debido a su papel como agente creativo de Dios.—Pro. 8:22, 30; Juan 1:1-3; Col. 1:15, 16; Jud. 4.
Sin embargo, surge la pregunta en cuanto a si el hombre recibió un grado considerable de tenencia cuando fue creado y recibió la comisión: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas volátiles de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra.” (Gén. 1:28 ) De esto pudiera argüirse que así fue. ¿No incluyó la habilidad de ejercer tenencia el ser creado el hombre a la imagen de Dios? Se pudieran recordar otros textos que apoyan esto. Después del diluvio, tocante a “toda criatura viviente,” Dios le dijo a Noé: “En mano de ustedes ahora se han dado.” Por otra parte, también, recordamos las palabras de David cuando le dijo a Jehová: “Lo haces [al hombre mortal] dominar sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto debajo de sus pies.” Nuevamente, se recuerda la bien conocida expresión del salmista: “En cuanto a los cielos, a Jehová pertenecen los cielos, pero la tierra se la ha dado a los hijos de los hombres.”—Gén. 9:2; Sal. 8:6; 115:16.
Sí, concordamos en que los textos susodichos hablan de tenencia, pero a lo más es a un grado relativo o limitado. Esto se hace patente cuando en cada caso consideramos el contexto, lo cual siempre es importante al buscar un entendimiento apropiado de la Palabra de Dios sobre cualquier tema.
En cuanto a la posición original del hombre, no hay duda de quién era el verdadero Dueño cuando leemos que “procedió Jehová Dios a tomar al hombre establecerlo en el jardín de Edén para que lo cultivase y lo cuidase.” Luego leemos: “Y también le impuso Jehová Dios este mandato al hombre: ‘De todo árbol del jardín puedes comer hasta quedar satisfecho. Pero en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo no debes comer de él, porque en el día que comas de él positivamente morirás.’” (Gén. 2:15-17) Ciertamente ese hombre no tenía razón o excusa para olvidar a quién pertenecía, cuando su mismísima vida dependía de su obediencia a su Creador y Dueño. De modo similar, cuando Dios entregó todas las criaturas vivientes en la mano de Noé, inmediatamente leemos de la prohibición estricta en cuanto a comer sangre y derramar la sangre del hombre. Nuevamente esto enfatiza quién era el Dueño primario de la vida representada en la sangre de todas las criaturas vivientes. (Gén. 9:3-6) Dirigiéndonos al Salmo 8, observamos que, más bien que alguna sugerencia de que la tenencia de la Tierra se haya entregado al hombre, todo el tema refleja el crédito y alabanza de Aquel que posee y controla todas las cosas: “¡Oh Jehová Señor [Amo, Dueño] nuestro, cuán majestuoso es tu nombre en toda la tierra!” (Vs. 1, 9) Observamos un tema similar cuando consideramos el Salmo 115. Note especialmente las palabras de apertura: “A nosotros no nos pertenece nada, oh Jehová, a nosotros no nos pertenece nada, sino a tu nombre da gloria conforme a tu bondad amorosa, conforme a tu apego a la verdad.” Esto recalca que Jehová no solo es el Dueño de hecho, sino un Dueño bueno y digno. No podría haber ninguno mejor.
De los textos ya considerados, nos damos cuenta de que al hombre se le dio originalmente una posición de gran confianza y responsabilidad. Creado a la imagen de Dios como agente con libre albedrío, tenía toda la habilidad necesaria para satisfacer todo requisito. Jehová era el Terrateniente. El hombre era el agricultor rentero, comisionado para llegar a ser el cuidador global. Recibió un depósito y mayordomía sagrados. Eso es evidente. Pero es igualmente evidente que hoy el hombre, por lo general, no reconoce obligación alguna a ese respecto. De hecho se ve diametralmente lo contrario. ¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo llegó a ser punto en disputa el asunto de tenencia, y cómo se resolverá? Además, como individuos, ¿cómo estamos envueltos, y con qué consecuencias para nosotros mismos? Realmente estamos interesados en obtener las respuestas correctas a estas preguntas.
SURGE CUESTIÓN SOBRE TENENCIA
Cuando Satanás el Diablo tentó a Eva a comer del fruto prohibido, no se hizo mención directa en cuanto a su tenencia. Pero considere por un momento lo que sucede cuando usted come algo. Una vez que está en su mano o en su plato, usted ha tomado posesión de ello, sea que tenga el derecho a ello o no. Sin embargo, después de haberlo comido usted realmente lo ha hecho parte de usted mismo. Lo ha hecho suyo, sin importar lo que diga a modo de excusa o confesión. Así sucedió con Eva. Aunque acababa de repetir el mandato de Dios: “No deben comer de él, no, no deben tocarlo para que no mueran,” enseguida leemos que “empezó a tomar de su fruto y a comerlo. Después dio de él también a su esposo cuando él estuvo con ella y él empezó a comerlo.” (Gén. 3:1-6) El argumento de Satanás que impelió la acción de ellos fue en el sentido de que el derecho para comer de ese fruto les pertenecía. En consecuencia, por acción deliberada y desafiante, que habla más fuerte que las palabras, tanto Adán como Eva clasificaron ese árbol prohibido como idéntico a todos los otros árboles para los cuales se les había dado el derecho de comer. Pero inmediatamente después que ambos habían comido del fruto prohibido, ¿se sintieron justificados en su clasificación judicial de los árboles? El hecho de que les remordiera la conciencia dice ¡No! Cierto, no podían restaurar al árbol las piezas de fruto que habían comido de él, pero el haber asimilado en su cuerpo el fruto comido no les produjo la sensación de ser dueños con derecho justo de comer del fruto prohibido. Las hojas con las cuales se hicieron cubiertas para ocultar su desnudez, de la cual ahora se dieron cuenta, no fueron tomadas del árbol prohibido, sino que fueron tomadas de la higuera. El resultado de todo el asunto era como si hubieran comido agraz.—Eze. 18:2.
Sin embargo, la cuestión que surgió tuvo que ver con la tenencia legítima de Dios. Sírvase notar que la cuestión de ninguna manera estuvo limitada a algo material, al fruto de cierto árbol. ¿Qué se puede decir acerca del hombre mismo, no solo su vida, sino también las excelentes cualidades morales de lealtad y devoción y aprecio? ¿No se deberían ejercer todas estas cualidades a todo tiempo para crédito y alabanza de Jehová, siendo demostradas por un derrotero de obediencia y sujeción anuentes a él? ¿No depende el hombre completamente de Dios para la vida y todas sus posibilidades y bendiciones? ¿No es el reconocimiento constante de tal dependencia algo que apropiadamente pertenece a Dios como una posesión legítima suya?
Pablo usó razonamiento similar a éste cuando escribió a los cristianos de Corinto: “Tengo miedo de que de algún modo, así como la serpiente sedujo a Eva por su astucia, las mentes de ustedes sean corrompidas y alejadas de la sinceridad y castidad que se le deben al Cristo.” Tal derrotero de sinceridad y castidad de parte de estos cristianos pertenecía legítimamente al Cristo, porque, como Pablo explicó: “Yo personalmente los prometí en matrimonio a un solo esposo para presentarlos cual virgen casta al Cristo.” Un correcto entendimiento bíblico del asunto de relación nos ayudará a ver de modo correcto el asunto de la tenencia, para que evitemos el ser seducidos por sofistería astuta.—2 Cor. 11:2, 3.
Nuestros primeros padres escogieron voluntariosamente un derrotero de desobediencia e independencia, un derrotero de corrupción. De hecho, repudiaron la tenencia de Dios de ellos. Adoptaron el modo de ver de que se pertenecían a sí mismos y mutuamente, pero no a Dios. Rompieron su buena relación con él. ¿Cuál fue la reacción de Dios a este desafío? ¿Renunció a su tenencia de ellos y del hogar edénico de ellos? De ninguna manera. Era su Legislador y Juez, y ahora actuó en esta capacidad. Después de dictar sentencia, protegió su propiedad echando al hombre del jardín de Edén y haciendo imposible su regreso a él, guardando especialmente “el camino al árbol de la vida.”—Gén. 3:24.
Aunque pudiéramos decir que Dios después de eso abandonó a Adán y Eva enteramente a sus propios recursos, no trató de esa manera a la prole de ellos. Cuando dictó sentencia sobre la serpiente, Dios proféticamente habló de una venidera “descendencia” de la mujer que magullaría a la serpiente en la cabeza. (Gén. 3:15) No se revelaron detalles en cuanto a cuándo y cómo se efectuaría esto, pero se dio una promesa definitiva de que Dios suministraría una respuesta satisfactoria al desafío que la rebelión del hombre había hecho surgir. Por consiguiente, también se señaló a la continua tenencia de Dios de la Tierra así como del cielo, incluyendo a todos sus habitantes, a pesar de permitir temporalmente el mal y los malhechores.
En apoyo de esto, note lo que se dice de tres hombres de fe que Pablo mencionó: Abel, Enoc y Noé. ‘Anduvieron con el Dios verdadero,’ y Pablo confirmó esto en Hebreos 11:1-7. (Gén. 5:24; 6:9) Reconocieron que Dios era su Dueño y lo demostraron al mantener un derrotero de obediencia fiel en el espíritu de devoción y sujeción leales. Ante fuerte presión adversa dieron a Dios lo que le correspondía con toda sinceridad y castidad.