Eburnea
23/03/2014, 20:25
Todavía quedan seis minutos del día en que don Adolfo Suárez González nos ha dejado, tiempo todavía para decir algo, que ojalá le llegara a él.
Todos glosan hoy su persona y su personalidad, incluso quienes le hicieron sufrir. Y sufrir mucho.
Es irrelevante que yo comunique que con él voté por primera vez y que aún recuerdo la emoción. Mis padres, que sí sabían lo que es votar, no lo habían hecho en más de 40 años. Algo tan imborrable, mi madre lo borró en la nebulosa de la maldita enfermedad.
Me gustó siempre lo que veía en el fondo de los ojos de Adolfo Suárez, como me gustaba lo que veía en el fondo de los ojos de mi madre. A la gente se la conoce por su mirada y la de él fue siempre sin rencor; limpia y valiente: Era un hombre que brillaba sin humillar. Nunca fue alto porque otros fueran bajos y, además, no se dejo ni engañar ni intimidar por ningún tipo de bravata, ni siquiera la de los tiros del Golpe de Estado. Ni engaña el villano, ni engaña el noble; los ojos no engañan.
No engañan ni cuando el cerebro es niebla. Él no recordaba nada, pero dice su hijo y yo lo creo, porque he visto también ojos lúcidos en la despedida, que nunca dejó de existir la memoria de la bondad. Suárez guardaba en el fondo de sus ojos su nobleza personal, esa que muchos quisieran aparentar y no pueden, pero que algunos conservan toda su vida, aunque se hallen donde habite el olvido.
Le entrego con mi reconocimiento, ya que mis palabras siempre serían cortas, las del poeta Luis Cernuda: Donde habita el olvido vivió Adolfo Suárez sus últimos años. Este lugar es, sin embargo, el de nuestra memoria.
DONDE HABITE EL OLVIDO: Para ADOLFO SUÁREZ
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
http://www.poesi.as/firma0lc.gif
Todos glosan hoy su persona y su personalidad, incluso quienes le hicieron sufrir. Y sufrir mucho.
Es irrelevante que yo comunique que con él voté por primera vez y que aún recuerdo la emoción. Mis padres, que sí sabían lo que es votar, no lo habían hecho en más de 40 años. Algo tan imborrable, mi madre lo borró en la nebulosa de la maldita enfermedad.
Me gustó siempre lo que veía en el fondo de los ojos de Adolfo Suárez, como me gustaba lo que veía en el fondo de los ojos de mi madre. A la gente se la conoce por su mirada y la de él fue siempre sin rencor; limpia y valiente: Era un hombre que brillaba sin humillar. Nunca fue alto porque otros fueran bajos y, además, no se dejo ni engañar ni intimidar por ningún tipo de bravata, ni siquiera la de los tiros del Golpe de Estado. Ni engaña el villano, ni engaña el noble; los ojos no engañan.
No engañan ni cuando el cerebro es niebla. Él no recordaba nada, pero dice su hijo y yo lo creo, porque he visto también ojos lúcidos en la despedida, que nunca dejó de existir la memoria de la bondad. Suárez guardaba en el fondo de sus ojos su nobleza personal, esa que muchos quisieran aparentar y no pueden, pero que algunos conservan toda su vida, aunque se hallen donde habite el olvido.
Le entrego con mi reconocimiento, ya que mis palabras siempre serían cortas, las del poeta Luis Cernuda: Donde habita el olvido vivió Adolfo Suárez sus últimos años. Este lugar es, sin embargo, el de nuestra memoria.
DONDE HABITE EL OLVIDO: Para ADOLFO SUÁREZ
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
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