tutifruti
08/03/2014, 12:51
EL RECUENTO
Ya era una rutina diaria, nos reuníamos tres madres para ir a re***** a los niños a la escuela, hoy le han puesto otro nombre, “Guardería o Parvulario” Empezaban a ir desde muy pequeños.
Nuestros hijos tenían entre seis y tres años, salían del centro a medida que eran llamados por su nombre, por la profesora de turno, y en la puerta estábamos las madres esperando para re*****los.
Entre las tres madres sumábamos nueve niños, que salían en tropel, gritando, jugando e incluso peleándose entre ellos, por querer ser los primeros en llegar a darnos un beso. Todo esto formaba parte como si de un ritual se tratara. Para calmarlos un poco, ya teníamos decidido llevarlos al parque cercano, donde había columpios de todo tipo, y ruedas para montarse y que ellos mismos las hacían girar dándose impulso con los pies. Se lo pasaban divertido, y sobre todo se cansaban que era lo que pretendíamos, y que cayeran rendidos a la hora de acostarse.
Las mamás nos quedábamos en un banco vigilándoles para que no hicieran demasiadas barbaridades. Allí les estaba permitido gritar y alborotar todo cuanto quisieran, y ellos lo aprovechaban al máximo, sabiendo que en cuanto pusieran los pies dentro de casa, todo aquello se acabaría.
Terminó aquel momento de juego sin restricciones de ningún tipo, y los llamamos, teníamos que cruzar una calle hasta llegar a nuestros respectivos portales, que no distaban más que unos pocos metros entre sí.
Todas en cuanto cruzáramos el dintel del hogar sabíamos que nos esperaba el trabajo rutinario del día a día. El baño, ponerles el pijama y la cena. Después llegaba nuestro merecido descanso.
Cuando llegamos al primer portal, donde se despedía la primera de nosotras, nos dimos cuenta que faltaba un niño. Retrocedimos hasta el parque en su busca, y cuál no sería nuestro asombro al ver que allí no quedaba ninguno. Nos miramos alarmadas.
¿Dónde lo habíamos perdido?
A toda prisa regresamos a la “Guardería”
Allí en las escaleras, de la entrada estaba el pequeño lloroso, y a su lado la cuidadora, que al vernos le cambió el rostro. De preocupación pasó a una alegría verdadera.
Todas las mamás, dejamos escapar un suspiro de alivio.
¿Cómo se nos pudo olvidar re*****lo?
Muy sencillo, cuando los llamaron por sus nombres, el crío se despistó y no salió junto con sus hermanos y amigos. Se quedó dentro de la clase, hasta que el recinto se quedó vacío. Fue entonces cuando le entró el pánico.
La cuidadora también se quedó sorprendida al ver que no podía cerrar la escuela, porque allí quedaba un retoño sin re*****.
En aquel tiempo no había teléfonos móviles. Llamaron al domicilio del “abandonado” pero estaba vacío, puesto que todas estábamos en el parque.
Por suerte todo quedó en un susto.
Pero desde entonces, yo particularmente los he ido numerando, y mentalmente paso lista uno por uno para saber si están todos presentes.
Incluso estando en casa, repaso numéricamente si los veo a todos.
Ya me ha quedado como una regla a cumplir.
http://lh4.googleusercontent.com/-83R3q2_cJ8Q/UwzBob18sGI/AAAAAAAAAd8/M0mcq3S_LX0/w270-h187-no/family+numerosa.jpg
Ya era una rutina diaria, nos reuníamos tres madres para ir a re***** a los niños a la escuela, hoy le han puesto otro nombre, “Guardería o Parvulario” Empezaban a ir desde muy pequeños.
Nuestros hijos tenían entre seis y tres años, salían del centro a medida que eran llamados por su nombre, por la profesora de turno, y en la puerta estábamos las madres esperando para re*****los.
Entre las tres madres sumábamos nueve niños, que salían en tropel, gritando, jugando e incluso peleándose entre ellos, por querer ser los primeros en llegar a darnos un beso. Todo esto formaba parte como si de un ritual se tratara. Para calmarlos un poco, ya teníamos decidido llevarlos al parque cercano, donde había columpios de todo tipo, y ruedas para montarse y que ellos mismos las hacían girar dándose impulso con los pies. Se lo pasaban divertido, y sobre todo se cansaban que era lo que pretendíamos, y que cayeran rendidos a la hora de acostarse.
Las mamás nos quedábamos en un banco vigilándoles para que no hicieran demasiadas barbaridades. Allí les estaba permitido gritar y alborotar todo cuanto quisieran, y ellos lo aprovechaban al máximo, sabiendo que en cuanto pusieran los pies dentro de casa, todo aquello se acabaría.
Terminó aquel momento de juego sin restricciones de ningún tipo, y los llamamos, teníamos que cruzar una calle hasta llegar a nuestros respectivos portales, que no distaban más que unos pocos metros entre sí.
Todas en cuanto cruzáramos el dintel del hogar sabíamos que nos esperaba el trabajo rutinario del día a día. El baño, ponerles el pijama y la cena. Después llegaba nuestro merecido descanso.
Cuando llegamos al primer portal, donde se despedía la primera de nosotras, nos dimos cuenta que faltaba un niño. Retrocedimos hasta el parque en su busca, y cuál no sería nuestro asombro al ver que allí no quedaba ninguno. Nos miramos alarmadas.
¿Dónde lo habíamos perdido?
A toda prisa regresamos a la “Guardería”
Allí en las escaleras, de la entrada estaba el pequeño lloroso, y a su lado la cuidadora, que al vernos le cambió el rostro. De preocupación pasó a una alegría verdadera.
Todas las mamás, dejamos escapar un suspiro de alivio.
¿Cómo se nos pudo olvidar re*****lo?
Muy sencillo, cuando los llamaron por sus nombres, el crío se despistó y no salió junto con sus hermanos y amigos. Se quedó dentro de la clase, hasta que el recinto se quedó vacío. Fue entonces cuando le entró el pánico.
La cuidadora también se quedó sorprendida al ver que no podía cerrar la escuela, porque allí quedaba un retoño sin re*****.
En aquel tiempo no había teléfonos móviles. Llamaron al domicilio del “abandonado” pero estaba vacío, puesto que todas estábamos en el parque.
Por suerte todo quedó en un susto.
Pero desde entonces, yo particularmente los he ido numerando, y mentalmente paso lista uno por uno para saber si están todos presentes.
Incluso estando en casa, repaso numéricamente si los veo a todos.
Ya me ha quedado como una regla a cumplir.
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