Eburnea
29/10/2013, 20:30
Finalizando el Siglo XV, y en los albores del XVI, la Historia cambia de EDAD. Pasa a llamarse Edad Moderna. Uno de sus elementos constituyentes es el movimiento llamado Humanista que gira la vista hacia el HOMBRE, medida de todas las cosas y con atributos de racionalidad que debe utilizar; ya no le sirve sólo la fe ni el criterio de autoridad incuestionable. Recuerda y quiere resucitar el espiritu de las épocas clásicas y por ello le llamamos también Renacimiento. La curiosidad por todo es inmensa, por ello los hombres del Renacimiento suelen ser expertos en muchos ( casi todos ) los saberes. Surge la Ciencia. Galileo nos dice que su lenguaje es el de las matemáticas. Copérnico ha comprobado que la teoría Geocéntrica es imposible y postula la Heliocéntrica a la que se adherirán otros, como el mencionado Galileo Galilei.
Ello no gusta a los que monopolizaban el saber tradicional (El poder de la sabiuría), muchos, filósofos, que pronto se encargarán de encizañar para que la Iglesia, que no ve lo que tiene ante sus narices, porque quizá no sabe ni qué es un telescopio, ponga en marcha su maquinaria de castigar. Se llama Santo Oficio o Santa Inquisición.
Juzga a Galileo, como juzgó a Giordano Bruno que entró en debates teológicos. A este último se le añadió como agravante su gran memoria, obra del diablo, sin duda, y su pecado fue ser “OBSTINADO Y CONTUMAZ” pues no abjuró, ya que no le dieron razones más válidas que las suyas.
La Iglesia no mataba. Admitía delaciones anónimas y confesiones bajo tortura. Pero no mataba. Para eso estaba el “brazo secular” a quien se entregaba al reo. Así nadie podría decir que incumplía el 5º mandamiento.
Bruno ardió en Piazza di campo di Fiori en Roma JUNTO CON SUS ESCRITOS. Pero alguno se salvó; siempre se salva alguno y por eso la Historia ha podido levantar las cortinas. Galileo tuvo miedo y abjuró. Salvó la vida, pero también se quemó su obra y jamás pudo publicar. Murió casi ciego y en medio de una terrible depresión.
¡GALILEO GALILEI!, joya de la Humanidad terminó así, y como Bruno el principal motivo fue la envidia de quienes eran mucho más ignorantes que ellos, tanto que no les llegaban a la suela de los zapatos. Pero también alguien salvó algún libro: Siempre se salva alguno, para que la verdad no esté tras el velo.
De esta época es también el aragonés MIGUEL SERVET: Este hombre fue un genio en todas las ciencias: Botánica, Medicina, Astronomía, Metodología, Jurisprudencias, Filosofía, Teología… Descubridor de la Circulación menor o pulmonar de la sangre, no se entiende que no tenga el homenaje y lugar que merece. Quizá era un hombre demasiado libre y solitario. Y tan inteligente que entró en polémicas filosóficas y teológicas con Calvino ( el que sería gran “reformador en Ginebra”). Se encontraban ambos en los foros centroeuropeos – París, Estrasburgo… Los debates con público eran frecuentes, los ponentes dominaban la oratoria. Calvino no ganó ninguno jamás y la envidia lo corroyó.
Servet, en medio de sus múltiples investigaciones razonó algo sobre la TRINIDAD. El Hijo, por definición no es eterno ( ningún hijo puede serlo) y lo gritaría camino del patíbulo. Lo buscó la Inquisición católica que lo quemó en efigie junto a todos sus libros, salvo alguno que un amigo guardó: Siempre se salva alguno. Escribió también Servet Christianismi Restitutio (La restitución del Cristianismo) y como era natural se consideró herético. Servet estaba en Ginebra cuando la Inquisición católica envió a Calvino un ejemplar con notas manuscritas en el margen sobre la Trinidad
que lo comprometían. Y Calvino, que quería silenciar a Servet, para que nadie le dijera sus equivocaciones, ni le discutiera en los debates, donde quería ser ganador ante sus muchos seguidores reformados, lo mandó a la hoguera. Lejos de tener la suplicada piedad del hacha, mandó que la hoguera fuera con leña verde. Para que durase más y la diversión fuera mayor. La envidia, visto está, potencia la imaginación.
Siglos después, en el XX, concretamente en 1933 en la Alemania nazi se hacía una pira de libros en la mejor tradición de cerrar la boca con el recurso de la censura, el fanatismo y la estulticia. Ardieron todas las obras de autores judíos y quienes no estaban de acuerdo también. Así:Max Brod, Heinri Mann (posteriormente su hermano Thomas sufriría destierro), Stefan Zweig, el gran biógrafo Emil Ludwig, Joseph Roth…hasta 105 autores, si no he contado mal.
A frente de aquel grupo de verdugos de la cultura había un “guía”, que eso es lo que significa FÜRER en alemán. Este hombre había escrito un solo libro, que no se quemó: “MEIN KAMPF”. Quienes lo hemos leído sabemos de sus absurdos argumentos desde el punto de vista intelectual , y de su pésimo estilo, y eso que tuvo un “negro” que le ayudó a perfilar aquel odio instilado en párrafos algo legibles, porque nuestro hombre es dudoso que supiese escribir dos páginas con sentido.
Pero muchos hados, que no nos es dado analizar aquí, le permitieron gran audiencia, mientras los otros ardían. Pero de todos se salvaron ejemplares. Y hoy leemos “El ángel azul” de Heinri Mann y “La Cripta de los capuchinos” de J. Roth y “Tres maestros” de Stefan Zweig y todos, todos Porque alguno, siempre se salva.
Si queremos leemos todos y podemos compararlos con “MEIN KAMPF” o aquellos de Servet con los escritos de Calvino o la obra de Galileo con las vergüenzas escritas por la inquisición.
Comparamos en todos los casos el raciocinio contra el dogmatismo. La cultura contra la ignorancia o los conocimientos de quiero y no puedo. Y nos damos cuenta que la envidia siempre motivó a eliminar a quienes hacen sombra, cerciorándose que no quedan palabras, porque si llevan verdad y están bien dichas y no podemos contra ellas, son peligrosas.
Estas historias han sucedido y son sólo botón de muestra, pues se han dado y se dan y darán, si algo no lo remedia, en todos los ámbitos, también los sencillos y cotidianos.
Pero también sabemos que por mucho que se queme, real o simbólicamente, por mucho que se amordace, NADA ni NADIE hará nunca desaparecer de la Historia las palabras que pretendieron secuestrar o asesinar. Si son honestas, fundamentadas, valiosas, honorables, inteligentes, resurgirán como rayo de luz que tapará las del envidioso verdugo. Sencillamente aquellas quedarán invisibles e inservibles en su vulgaridad al ser deslumbradas.
Ebúrnea
Ello no gusta a los que monopolizaban el saber tradicional (El poder de la sabiuría), muchos, filósofos, que pronto se encargarán de encizañar para que la Iglesia, que no ve lo que tiene ante sus narices, porque quizá no sabe ni qué es un telescopio, ponga en marcha su maquinaria de castigar. Se llama Santo Oficio o Santa Inquisición.
Juzga a Galileo, como juzgó a Giordano Bruno que entró en debates teológicos. A este último se le añadió como agravante su gran memoria, obra del diablo, sin duda, y su pecado fue ser “OBSTINADO Y CONTUMAZ” pues no abjuró, ya que no le dieron razones más válidas que las suyas.
La Iglesia no mataba. Admitía delaciones anónimas y confesiones bajo tortura. Pero no mataba. Para eso estaba el “brazo secular” a quien se entregaba al reo. Así nadie podría decir que incumplía el 5º mandamiento.
Bruno ardió en Piazza di campo di Fiori en Roma JUNTO CON SUS ESCRITOS. Pero alguno se salvó; siempre se salva alguno y por eso la Historia ha podido levantar las cortinas. Galileo tuvo miedo y abjuró. Salvó la vida, pero también se quemó su obra y jamás pudo publicar. Murió casi ciego y en medio de una terrible depresión.
¡GALILEO GALILEI!, joya de la Humanidad terminó así, y como Bruno el principal motivo fue la envidia de quienes eran mucho más ignorantes que ellos, tanto que no les llegaban a la suela de los zapatos. Pero también alguien salvó algún libro: Siempre se salva alguno, para que la verdad no esté tras el velo.
De esta época es también el aragonés MIGUEL SERVET: Este hombre fue un genio en todas las ciencias: Botánica, Medicina, Astronomía, Metodología, Jurisprudencias, Filosofía, Teología… Descubridor de la Circulación menor o pulmonar de la sangre, no se entiende que no tenga el homenaje y lugar que merece. Quizá era un hombre demasiado libre y solitario. Y tan inteligente que entró en polémicas filosóficas y teológicas con Calvino ( el que sería gran “reformador en Ginebra”). Se encontraban ambos en los foros centroeuropeos – París, Estrasburgo… Los debates con público eran frecuentes, los ponentes dominaban la oratoria. Calvino no ganó ninguno jamás y la envidia lo corroyó.
Servet, en medio de sus múltiples investigaciones razonó algo sobre la TRINIDAD. El Hijo, por definición no es eterno ( ningún hijo puede serlo) y lo gritaría camino del patíbulo. Lo buscó la Inquisición católica que lo quemó en efigie junto a todos sus libros, salvo alguno que un amigo guardó: Siempre se salva alguno. Escribió también Servet Christianismi Restitutio (La restitución del Cristianismo) y como era natural se consideró herético. Servet estaba en Ginebra cuando la Inquisición católica envió a Calvino un ejemplar con notas manuscritas en el margen sobre la Trinidad
que lo comprometían. Y Calvino, que quería silenciar a Servet, para que nadie le dijera sus equivocaciones, ni le discutiera en los debates, donde quería ser ganador ante sus muchos seguidores reformados, lo mandó a la hoguera. Lejos de tener la suplicada piedad del hacha, mandó que la hoguera fuera con leña verde. Para que durase más y la diversión fuera mayor. La envidia, visto está, potencia la imaginación.
Siglos después, en el XX, concretamente en 1933 en la Alemania nazi se hacía una pira de libros en la mejor tradición de cerrar la boca con el recurso de la censura, el fanatismo y la estulticia. Ardieron todas las obras de autores judíos y quienes no estaban de acuerdo también. Así:Max Brod, Heinri Mann (posteriormente su hermano Thomas sufriría destierro), Stefan Zweig, el gran biógrafo Emil Ludwig, Joseph Roth…hasta 105 autores, si no he contado mal.
A frente de aquel grupo de verdugos de la cultura había un “guía”, que eso es lo que significa FÜRER en alemán. Este hombre había escrito un solo libro, que no se quemó: “MEIN KAMPF”. Quienes lo hemos leído sabemos de sus absurdos argumentos desde el punto de vista intelectual , y de su pésimo estilo, y eso que tuvo un “negro” que le ayudó a perfilar aquel odio instilado en párrafos algo legibles, porque nuestro hombre es dudoso que supiese escribir dos páginas con sentido.
Pero muchos hados, que no nos es dado analizar aquí, le permitieron gran audiencia, mientras los otros ardían. Pero de todos se salvaron ejemplares. Y hoy leemos “El ángel azul” de Heinri Mann y “La Cripta de los capuchinos” de J. Roth y “Tres maestros” de Stefan Zweig y todos, todos Porque alguno, siempre se salva.
Si queremos leemos todos y podemos compararlos con “MEIN KAMPF” o aquellos de Servet con los escritos de Calvino o la obra de Galileo con las vergüenzas escritas por la inquisición.
Comparamos en todos los casos el raciocinio contra el dogmatismo. La cultura contra la ignorancia o los conocimientos de quiero y no puedo. Y nos damos cuenta que la envidia siempre motivó a eliminar a quienes hacen sombra, cerciorándose que no quedan palabras, porque si llevan verdad y están bien dichas y no podemos contra ellas, son peligrosas.
Estas historias han sucedido y son sólo botón de muestra, pues se han dado y se dan y darán, si algo no lo remedia, en todos los ámbitos, también los sencillos y cotidianos.
Pero también sabemos que por mucho que se queme, real o simbólicamente, por mucho que se amordace, NADA ni NADIE hará nunca desaparecer de la Historia las palabras que pretendieron secuestrar o asesinar. Si son honestas, fundamentadas, valiosas, honorables, inteligentes, resurgirán como rayo de luz que tapará las del envidioso verdugo. Sencillamente aquellas quedarán invisibles e inservibles en su vulgaridad al ser deslumbradas.
Ebúrnea