Escriba
19/10/2013, 16:06
Estoy recordando al Escriba Sentado del museo de El Cairo. Dos veces estuve atentamente ante él, inquiriéndole la clave de sus secretos. Esos secretos que poseía con el arte de la escritura y que anticipaban desde hace 2500 años, en el Imperio Antiguo, que aunque llegaran tiempos oscuros, la luz se abriría, como así fue con Champollión y la piedra de Rosseta.
Nadie sabe quién lo esculpió, quién, con caliza polícroma, hizo tal tesoro, que para quienes lo saben apreciar no lo ven oscurecido por las joyas valiosísimas como las halladas en la tumba de Tutankamón. Son sólo tesoros distintos.
El Escriba Sentado del museo de El Cairo tiene un gesto en el rostro de cierto orgullo, el que le proporciona su alto rango, pues posee el arte de dibujar los signos y descifrarlos: sabe leer y escribir y lo sabe hacer con maestría, y por ello ocupa un puesto de honor y él se muestra honrado, sin poder ni querer disimularlo. Sus ojos parecen llevar un enigma en su fondo, sabedor de que subyugará por los siglos de los siglos. Por ello nos mira relajado, con las piernas cruzadas, escribiendo sobre el papiro que descansa en su rodilla izquierda, mientras que el agujero de la mano derecha indica que allí estuvo el cálamo con el que escribía.
El artista anónimo que lo esculpió no quiso darse a conocer, quiso que conociéramos al escriba y a él a través del escriba. Por eso se esmeró en que cada detalle destacara en delicadeza, serenidad y ese punto de sabiduría que sin duda poseyó alguien que ocupando tan sólo 51 cm. llena no sólo el Museo, sino también la Historia de Egipto.
Es a ese Escriba Sentado a quien este escribiente (bibliotecario, bibliófilo y de deseada filiación intelectual con él), tomo prestado el nombre para utilizarlo respetuosamente como pseudónimo.
Y en respeto a lo que representa la figura del ESCRIBA, nunca este humilde escribidor y lector debe utilizar ni admitir el debate del intelecto y de la palabra más que como herramienta del debate mismo, donde oponente y Escriba – SUJETOS – no somos lo importante. Lo que importa es el objeto de nuestro debate y que éste tenga el esmero y la atención y la fidelidad que los signos maravillosos que llamamos LENGUA se merecen y que la verdad a la que aspiran resplandezca, si ello es posible.
Y no caben proclamas bélicas, como “!Adelante mis fieles seguidores!”, dejando en el aire aquello de ¡LA VICTORIA ES NUESTRA!”, mientras de tapadillo escondemos nuestros errores. ¡NO!. El Escriba sereno del Museo de EL CAIRO, que permaneció tranquilo, y tranquilo permanece, pese a lo convulso de los tiempos, sabe desde su alma de caliza polícroma que los tumultos pasan, la arrogancia pasa, el error cuando es horror saltará a la vista, si no es pronto, después, y que hay que tener clase y paciencia.
El ESCRIBA SENTADO, a quien desearía volver a ver y que me transmitiera mucho más de lo que creo y que tan sólo intuyo, con sus enigmáticos ojos, con su gesto de escribir nos dice :
-”Schsss, ¡Silencio!, todos los días sale el Sol e ilumina a quien está esperando, como yo, al descubierto. Pero nos insinúa también que la LUZ pasa por encima, sin rozar siquiera, a quienes siempre vistieron, visten y vestirán con escafandra”.
Con mis mejores deseos Escriba
Nadie sabe quién lo esculpió, quién, con caliza polícroma, hizo tal tesoro, que para quienes lo saben apreciar no lo ven oscurecido por las joyas valiosísimas como las halladas en la tumba de Tutankamón. Son sólo tesoros distintos.
El Escriba Sentado del museo de El Cairo tiene un gesto en el rostro de cierto orgullo, el que le proporciona su alto rango, pues posee el arte de dibujar los signos y descifrarlos: sabe leer y escribir y lo sabe hacer con maestría, y por ello ocupa un puesto de honor y él se muestra honrado, sin poder ni querer disimularlo. Sus ojos parecen llevar un enigma en su fondo, sabedor de que subyugará por los siglos de los siglos. Por ello nos mira relajado, con las piernas cruzadas, escribiendo sobre el papiro que descansa en su rodilla izquierda, mientras que el agujero de la mano derecha indica que allí estuvo el cálamo con el que escribía.
El artista anónimo que lo esculpió no quiso darse a conocer, quiso que conociéramos al escriba y a él a través del escriba. Por eso se esmeró en que cada detalle destacara en delicadeza, serenidad y ese punto de sabiduría que sin duda poseyó alguien que ocupando tan sólo 51 cm. llena no sólo el Museo, sino también la Historia de Egipto.
Es a ese Escriba Sentado a quien este escribiente (bibliotecario, bibliófilo y de deseada filiación intelectual con él), tomo prestado el nombre para utilizarlo respetuosamente como pseudónimo.
Y en respeto a lo que representa la figura del ESCRIBA, nunca este humilde escribidor y lector debe utilizar ni admitir el debate del intelecto y de la palabra más que como herramienta del debate mismo, donde oponente y Escriba – SUJETOS – no somos lo importante. Lo que importa es el objeto de nuestro debate y que éste tenga el esmero y la atención y la fidelidad que los signos maravillosos que llamamos LENGUA se merecen y que la verdad a la que aspiran resplandezca, si ello es posible.
Y no caben proclamas bélicas, como “!Adelante mis fieles seguidores!”, dejando en el aire aquello de ¡LA VICTORIA ES NUESTRA!”, mientras de tapadillo escondemos nuestros errores. ¡NO!. El Escriba sereno del Museo de EL CAIRO, que permaneció tranquilo, y tranquilo permanece, pese a lo convulso de los tiempos, sabe desde su alma de caliza polícroma que los tumultos pasan, la arrogancia pasa, el error cuando es horror saltará a la vista, si no es pronto, después, y que hay que tener clase y paciencia.
El ESCRIBA SENTADO, a quien desearía volver a ver y que me transmitiera mucho más de lo que creo y que tan sólo intuyo, con sus enigmáticos ojos, con su gesto de escribir nos dice :
-”Schsss, ¡Silencio!, todos los días sale el Sol e ilumina a quien está esperando, como yo, al descubierto. Pero nos insinúa también que la LUZ pasa por encima, sin rozar siquiera, a quienes siempre vistieron, visten y vestirán con escafandra”.
Con mis mejores deseos Escriba