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Ver la versión completa : La canícula.- 1



Eburnea
07/08/2013, 14:17
En el borde de la piscina, después de una hora ininterrumpida de natación, Susana se dejó caer sobre la tumbona. Eran aproximadamente las cinco de la tarde y el termómetro marcaba 40º a la sombra. No se oía más ruido que el canto de las cigarras, que, sin cesar, entablan ese diálogo monótono y envolvente tan propio del verano.
El sol caía a plomo en un día de agosto en que ni una nube, ni un soplo de aire se advertía. Susana entreabrió los ojos y vio algo de azul a través de las enormes hojas de la morera que le daban sombra. Pensó que le gustaba el contrate. Estaba rodeada de vegetación. El chalet, propiedad de su padre, se hallaba en un lugar privilegiado de la montaña, algo alejado de las urbanizaciones y semiescondido, dada las especiales condiciones del paisaje. La vista que se divisaba era espectacular, como si fuera un nido de águilas. Se había construido cuando ella era pequeña, porque sus padres, aficionados al senderismo, lo habían descubierto en una de sus escapadas y se habían quedado prendados. Desde ese momento comenzaron a soñar en tener allí un pequeño refugio, una casa donde escaparse para disfrutar de la naturaleza e iniciar a la niña en las caminatas por el monte.
En aquel tiempo las leyes no eran tan estrictas como ahora con la protección medioambiental, muchos montes tenían dueño y hacerse una casa en la sierra no era tarea difícil. Así que hicieron una oferta al dueño del terreno, que no tuvo inconveniente en vender unas anegadas por buen precio. Así cumplió su ilusión. Primero fue una casita con un pequeño porche, pero con el paso del tiempo, conforme iban mejorando de posición, fueron ampliando, hasta convertirlo en el chalet “LA MORERA”.
La joya de la casa era la buhardilla, en el que se situaron unos telescopios, en una especie de observatorio astronómico, desde donde, en las noches limpias, Susana había aprendido a mirar los cielos, a distinguir estrellas y constelaciones y a orientarse con los astros. Allí junto al fuego, en invierno su madre le contaba cuentos y en todo tiempo los tres realizaban largas caminatas. Los mejores momentos de su vida se escondían allí.
Pero la vida había cambiado mucho cuando Susana tenía 17 años: Un cáncer se llevó a su madre con tan sólo 48 y el durísimo golpe la había acercado enormemente a su padre, que había reaccionado bien dentro del dolor. Ambos eran una piña.
Vivían en un piso céntrico en la capital en un edificio familiar. Allí tenía la consulta médica el padre, único que había continuado la tradición. Tradición conocida en la ciudad; su padre era médico de renombre y su abuelo incluso tenía una calle dedicada. Había sido el primer cardiólogo y ahora ella era la tercera. Su padre tenía fama por sus investigaciones en cirugía de cardiología pediátrica, simplificando la técnica quirúrgica en los niños con comunicación interauricular. Ahora la operación era menos traumática y Susana, bajo la dirección de su padre, acababa de presentar un trabajo en el máster de postgrado, que acababa de realizar en Alemania, donde su padre era ampliamente conocido, por haber realizado allí su doctorado.
Ahora, en los primeros días de Agosto, Susana, recién llegada de Hamburgo, estaba cansada, algo hipotensa y con gran necesidad de desconexión. Había llegado con la ilusión de subir con su padre a la montaña 15 días, pero él todavía tenía compromisos y quirófanos previstos para una semana. Aunque tenía 70 años no había cesado ni un día de trabajar intensamente.

Susana, necesitas vacaciones; estás demacrada
Descansando unos días estaré bien. Iré al cine, me veré con amigas… Como vio la incredulidad en los ojos del padre le dijo: - La verdad es que el final del curso ha sido agotador y no tengo ganas de nada.
¿Por qué no haces un crucero?. Las islas griegas, por ejemplo.
Ni pensarlo, papi; no es el mejor momento para eso. No tengo ganas de jaleos y fiestas. Además, me siento rara, algo decaída y me apetece estar sola ;… bueno, no del todo,ya me entiendes: quiero estar contigo, algún amigo, poco más.
El padre la miró preocupado. Susana siempre andaba en la cuerda floja de la depresión. La salvaba su curiosidad, sus ganas de trabajar, su afán por la investigación. Pero era muy joven y él quería que disfrutara algo más de la vida.

¿Qué te apetece realmente hija?
Descansar, papá, sólo descansar y desconectar unos días y luego incorporarme contigo para ayudarte en el quirófano.
Ni hablar. En Septiembre vas a tener tu propia consulta. Poco a poco iré pasándote pacientes hasta que me retire. Todo se hará despacito, pero ahora quiero que descanses. Recuerda, no sólo soy tu padre, soy tu médico.
A sus órdenes doctor. Pero haremos una cosa; yo me subo al monte. El fin de semana vienes y lo pasamos juntos. El lunes te vuelves y terminas tus compromisos en la clínica y después regresas y pasamos lo que queda de mes en LA MORERA. Seguro que cuando termine Agosto estoy tan fuerte y tan morena que no me vas a conocer.
¿Tú sola?. ¿Vas a subir tú sola?
No pasa nada, hombre, que no soy una niña. Sólo son cinco días. Arriba tengo todas las comodidades. Además, dispongo de coche.
Bueno. Ve y disfrútalo mucho, que a lo mejor éste es el último año. Me han enviado una notificación del Ayuntamiento: Según la actual Ley del Suelo, debemos demoler “LA MORERA”. He recurrido, pero tengo pocas esperanzas. Hay que aprovechar, por si acaso.
Se le nublaron los ojos y Susana advirtió un gesto que no había visto nunca en su padre. Realmente los años se le echaban encima y sabía lo que estaba pensando: - “!otro adiós, ¡NO!”. Fue un momento fugaz, como una nube pasajera; un instante tan sólo, que pronto se desvaneció

Anda, acuéstate, que mañana tú te vas y yo tengo quirófano. Se dieron las buenas noches y un besito. Siempre había sido igual: Besito al acostarse, porque cuando se levantara él ya se habría marchado a trabajar.
Recuerda, el sábado te espero.
Sí señorita, allí estaré
Hizo un pequeño equipaje y se acostó. A la mañana siguiente, antes de que el calor apretara con fuerza subió a su coche; papá ya se había ido. Inició el camino. Puso la radio. Las noticias hablaban sin cesar de la ola de calor.
“!Menos mal, que tengo la piscina”!,. ¡Vaya calor que está haciendo!. Pero bueno, en el monte refresca por las noches; voy a pasar unos días de relax, relax. Se hablaba a sí misma para convencerse, porque la verdad es que mucha gracia no le hacía estar completamente sola. Desechó los pensamientos negativos y puso música para animar el camino. ¡Rancheras!: “Ándale, ja, ja… ¿Por qué me gustará tanto la música mejicana?
Cuando ya estaba llegando, se percató de que se había dejado el móvil. Tampoco llevaba su ordenador y no podría comunicarse por internet. “!Vaya… si que voy a estar sola hasta que llegue papá”. Bueno, cinco días pasan pronto, leeré y me bañaré en la piscina. Por las noches miraré el cielo.
Aparcó y entró en la casa. Abrió las ventanas de par en par y de pronto el cielo y el monte se presentaron ante ella como cuadros colgados de las paredes, sobre todo el gran ventanal del salón. Miró un rato. ¡!Esto es vida!, se dijo. Comió cualquier cosa y se dirigió a la piscina. Se lanzó de cabeza y comenzó a nadar sin cesar. Se sentía en la gloria. Cuando salió miró el reloj. Eran las cinco en punto. Se tendió en la tumbona que estaba ubicada bajo la gran morera, la que daba nombre a la casa. Colocó los brazos bajo la cabeza y cerró los ojos. Luego los entreabrió un instante para volverlos a cerrar. Quedó totalmente dormida. Antes, le pareció oír el canto del jilguero, pero muy difuso; era la hora de la siesta y el mundo que la rodeaba se convirtió primero en nebulosa, luego en la nada. // CONTINÚA EN "LA CANÍCULA 2" Ebúrnea