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Ver la versión completa : Me voy a la argentina ( parte 2)



Eburnea
23/07/2013, 19:45
2.- Lo habían hablado mucho. Carlos, después de una temporada en la que estuvo serio, callado y poco cariñoso con los niños, después de varias evasivas se decidió a hablar con Narcisa:
- No estoy bien, me empieza a matar la tristeza. No resisto más esta humillación.
Ella no se hizo la ignorante; sabía perfectamente de qué hablaba. La situación era insostenible. No faltaba el trabajo y no había penurias, pero en la práctica, estaban condenados al ostracismo. En esas condiciones, el dinero que mantenía a la familia era humillante, dada su procedencia: La empresa del padre de Narcisa.

¿Qué piensas hacer, así no podemos continuar.
Le he dado muchas vueltas, muchas
Sí, ya lo sé; llevas tiempo que no nos haces apenas caso
Perdonadme todos, pero estoy sobrepasado.
Pero los niños lo notan; están tristes, todos lo estamos.
Lo sé, por eso pienso en alguna solución.
Tú sabes que yo estoy contigo. Desde que nos casamos, mi familia eres tú y nuestros hijos; somos una piña y lo sabes
¿Y si tuviéramos que separarnos?
¿Cómo?
No, no digo que quiera dejaros. No quiero abandonarte, ni a los niños. Os quiero, sois mi apoyo, lo que me hace estar cada día en pie. Me refiero a una separación temporal, irme una temporada a otro lugar para abrir un nuevo camino. Nuevo trabajo, nueva vida, nuevas esperanzas. Pero tengo que irme yo solo para encontrar trabajo, buscar casa, hacer ese camino. Después vendréis vosotros. Comenzaremos de nuevo y ya no dependeremos de nadie.
Narcisa quedó callada unos instantes. Estaba pálida y con los ojos entreabiertos. Era su gesto cuando pensaba a toda prisa. Miró fijamente a Carlos y le dijo que no se anduviera con rodeos. Él la conocía y ya sabía que era el momento de la verdad.

¿Dónde has pensado irte?
A la Argentina.
Silencio. Narcisa no movió ni una pestaña. Quizá palideció un poco, pero no hizo gesto alguno. Llevaba el cabello rubio recogido en un moño bajo, como correspondía a una mujer casada y sus ojos eran azul celeste, muy claros. Era una característica familiar, bastante extraña, por cierto, en el pueblo, pues no es lo propio de los caracteres latinos, que allí predominaban. Su familia tenía el apodo de “Los Rubitos”, desde hacía varias generaciones. Narcisa, además tenía los rasgos muy agraciados, más alta de lo que era común: Parecía extranjera.
Durante unos momentos, que se hicieron eternos, Carlos la miró, expectante. Pensaba a la vez lo guapa que era, pero también lo inteligente y lo decidida; ya había demostrado su fuerte personalidad con la boda. Un ligero temblor en las manos delataba su nerviosismo.

¿En qué trabajarás?. ¿Con quién te vas?. ¿Y nosotros? ¿Qué pasa con nosotros?.
Lo dijo todo de golpe, dando por sentado el viaje, sin cuestionarlo. Él lo había decidido, bien decidido estaba, pero quería saber, entender, cuál era el futuro que les esperaba a todos.

Me voy con mi primo Arturo y con Manuel. Vamos a Córdoba, que es una ciudad muy importante de Argentina. Es la 2ª más grande, después de Buenos Aires. Está en el centro del país, junto a un río, que se llama Suquía. Allí viven muchos españoles y hay mucho movimiento económico; hay porvenir porque hay mucha industria, por ejemplo lechera y aceitera.
Fíjate, lo contento que me puse al enterarme que hacía falta gente que se manejara bien con las máquinas. Ya sabes que yo soy habilidoso y trabajador. Si controlo la maquinaria de destilación de alcohol, no creo que necesite muchas horas para aprender con el aceite o la leche.
Narcisa no intervenía en la conversación. Pensaba que podía haberlo consultado con ella y no dárselo a cosa hecha, pero los hombres son así; dicen que quieren a sus mujeres, pero no cuentan con ellas para tomar sus decisiones. Siguió escuchando. Él cada vez estaba más animado.

Lo tenemos todo mirado. Manuel tiene allí un amigo de Cuenca que trabaja en el aceite y que ya se ha comprado una casa y está a punto de llevarse a la familia. Es el que le ha dicho que en su empresa ( y en otras) necesitan hombres preparados y trabajadores. Nosotros damos el perfil. Ha hablado de nosotros y ya tenemos un puesto provisional. Si gustamos al jefe nos darán el trabajo definitivo.
¿Cómo vas a vivir?
Bueno, de momento cuando lleguemos compartiremos los tres unas habitaciones que la empresa tiene para los trabajadores. Al principio va a ser un poco duro, porque nos tenemos que separar. Yo giraré dinero, pero tendremos que apretarnos el cinturón, hasta que el trabajo sea fijo y yo tenga una vivienda digna. Entonces os mandaré los pasajes y junto con mi hermano, a quien le voy a intentar colocar, vendréis y ya nadie nos separará.
Tendremos que vivir en un continente distinto. Nuestros hijos nunca más verán a sus primos, sus abuelos…
Narcisa, interrumpió Carlos: Viviremos una vida propia, NUESTRA, con dignidad. No quiero que mis hijos piensen que su padre es un pelele.
No lo eres.
Pero aquí me siento así. Me voy. ¿Vendréis tú y los niños?
Iremos, Carlos. Tu destino es el nuestro. Aquí, allí, donde sea, mi familia somos NOSOTROS , sólo NOSOTROS.
Comenzaron los papeleos y los preparativos. La fecha se acercaba y Narcisa aún no lo había comunicado ni a sus padres y hermanos ni a sus hijos.
Una semana antes, en una cena especial, los dos hablaron con los niños. Quedaron perplejos. Algunos no dijeron nada. Carlos, el mayor preguntó por el Colegio donde iría y se le contestó que Córdoba era una ciudad importantísima para hacer estudios. Con seguridad sacaría una carrera. Lucía habló de los abuelos y las primas, así como las amigas. Se le dijo que habría cartas, fotos y postales, pero que la verdad es que ese era el gran sacrificio. Rompió a llorar y Pedro la estrechó entre sus brazos. Su madre le dio ánimos: No te preocupes, fíjate en mí, Vamos a tener un gran futuro; además nosotros todavía no nos vamos.
Jaime, el pequeño dijo: Papá, ¿Qué seremos españoles o argentinos?. Su padre le contestó rápido: Nosotros siempre seremos españoles que viven en Argentina.
Tres días antes de que Pedro se marchara, Narcisa, muy seria, dio la noticia a sus padres. La madre se echó a llorar.

No pensaste que perderías a tu hija cuando me lo hiciste tan difícil para vivir con el hombre que quería. Un hombre honrado, trabajador al que habéis humillado y no aguanta más. Se marcha y yo soy su mujer; mi obligación es ir donde esté mi marido. Me iré con él cuando me llame.
La madre sollozó. Su hija le dio un beso y un abrazo distante y se separó de ella
El padre intervino y dijo que no se preocupara que no les faltaría de nada, en la espera de marchar con sus hijos. Narcisa lo miró con ternura, pero fue solo un momento. Luego dio las gracias, un beso y se fue a casa.

El día de la marcha de Carlos, Narcisa madrugó mucho. Habían hecho el amor como si fuera la primera vez… o la última. Preparó los desayunos. Llamó a los niños y les hizo vestir con su mejor ropa para despedir al padre. Ella se puso el traje mejor que tenía. Sobre los hombros, una toquilla de encaje de bolillos que ella misma había hecho. Se peinó con el pelo suelto.La luz que se filtraba por la ventana le daba un brillo especial a su rubio ceniza claro. Sobre la mesa un mantel bordado, perteneciente a su ajuar y un desayuno extraordinario. Situó unas flores en el centro de la mesa y alrededor una nota de cada niño dedicada a su padre. Otra de ella también, en sobre cerrado, para abrirla en la travesía. Avisó a Carlos a desayunar cuando todos ya esperaban. Se emocionó. Los besó y los bendijo. Guardó las notas y salió al patio, acompañado por su familia. La tartana con la jaca estaba preparada para llevarlo a la estación. Narcisa y él subieron y se pusieron en camino. Poco después al volver un recodo, su casa, sus hijos, su pasado, su vida, quedaba fuera de su vista. Ante élse hallaba el futuro, que aguardaba.