buholobo
14/04/2013, 11:23
LEER PARTE 1
EL LAMENTO DE LUCIFER Advertencia: Este relato contiene fragmentos y pasajes que pueden herir la susceptibilidad del lector creyente. Esta es una obra de ficción, y de ninguna manera, el autor pretende emitir un juicio de valor ni agraviar signos o creencias religiosas cimentadas y sustentadas por la fe de cada persona.
I- UN LIBRO DESCONOCIDO Y SORPRENDENTE
Soy Lucifer. Y para casi todos los seres humanos soy el Demonio, Satanás, Belcebú, Luzbel, Mefistófeles ó cualquiera de los nombres con el que suelen llamarme neciamente al asociarme con criaturas mitológicas creadas por sus ********s creencias, y es mi historia tan lejana, tan distinta de como la han contado los hombres en sus libros religiosos, en sus textos bíblicos, en sus pergaminos sagrados, y en cada una de las leyendas diseminadas por la tierra desde la misma creación de la humanidad, en las que me idealizan como a un ser abominable, el origen de toda perversión y me denominan como el Malo, el que trae tormentos y aflicciones, crueldad y miseria, el culpable por el pecado, la lujuria, el daño, las enfermedades, la crueldad, la envidia, el dolor, las guerras e interminables calamidades de las que los hombres necesitan un responsable de sus propias culpas, y se estremecen de pavor no sólo al oír mi nombre, sino ante las figuras extrañas, grotescas y absurdas con las que me representan en efigies, estampas, grabados y en cualquier medio en los que me asocian con la fealdad más repulsiva, y así como he dicho que me idealizan, yo, uno de los reyes del universo, debo soportar los delirios y calumnias que hacen de mí, un ser maligno y aterrador, cuando la raza humana en realidad no conoce ni siquiera un ápice de la verdad, esa que dan por acreditada en exclusividad y a favor de Jehová, Dios, Padre Celestial y cuanto otro nombre con el que los piadosos le invocan, y es realmente curioso que para ambos tienen siempre una cantidad de patronímicos y formas nominativas, cuanto también no es menos cierto que para mí son todas execraciones y anatemas, y para el que llaman el Bueno, por el contrario está colmado de alabanzas y agradecimientos y su nombre es bendito hasta el último suspiro de sus vidas terrenales, cuanta injusticia, cuanta desigualdad para con uno de los seres más extraordinarios del infinito cosmos, cuanta calumnia para con aquel que en un tiempo fue el más grande espíritu celestial de la Creación, un ángel de belleza sin igual y poderoso cuando nada existía, llamado a encender los primeros fulgores del universo, y me fue dado por nombre Lucifer o “ el que trae la luz” y que lanzado de su sitial de origen, expulsado como apóstata aborrecible, hoy reina en paralelo con el que llaman Dios y adoran y entronizan como el único, cuanta torpeza e ignorancia, y bien claro está que han sido sus iglesias y religiones quien los ha llevado a creencias confusas, destinadas a estigmatizar a un príncipe de la Creación, cuyos dominios circunscriben a las tinieblas a las cuales creen que ha sido arrojado de los cielos eternos por desobediencia y no a raíz de una contienda por la supremacía del mundo, pero ¡hay de ustedes!, hombres, que aunque pudieran vivir una eternidad completa, serían incapaces de conocer el origen del bien y del mal, parte indivisible de vuestra condición humana cuyos fundamentos usan tanto para su beneficio como para su perdición, que cuando aquellas bienaventuranzas acontecen es voluntad divina que los reconforta, pero cuando los desploma el infortunio es maldición que viene por el demonio de los infiernos de fuego, y por ello asocian mi lugar de residencia con el fuego sin comprender al menos su esencia, vital como el aire o el agua, que despertó reverencia desde los tiempos remotos y que la sabiduría natural de los vuestros primeros congéneres de la tierra nunca relacionó conmigo, y que por causas de las supercherías, mitos y religiones que se extendieron a lo largo de los tiempos en necio discurrir de bárbaro oscurantismo, pasó a representar un elemento de tortura y de castigo para las almas pecadoras, guardando para aquellas que tomaron el camino del temor y la obediencia a un Dios todopoderoso y celestial, y otros a un conjunto de dioses fantásticos, el paraíso que solo existe en vuestra especulación, un edén en resarcimiento de las privaciones, flagelos y dolores terrenales que ustedes mismos se provocan, y no saben, en la creencia que ése es el camino hacia una eternidad colmada de venturas, que la eternidad no es lugar de dichas ni aflicciones, ella es sólo eso, eternidad.....
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LEER PARTE 2
II TODOS SON MIS ENEMIGOS
La noche se cierne sobre la cárcel levantada en las afueras de Greenvalley, y en el pabellón de neuropsiquiatría para presidiarios con facultades mentales alteradas, la interna número diecinueve, Lucy Pikerson, deja caer sobre la mesa de noche el libro que ha comenzado a leer; “El lamento de Lucifer”, un vetusto anónimo de tapas revestidas en cuero rojo desgastado por el tiempo, que llegó a sus manos en uno de los paquetes de golosinas, cigarrillos, galletas, cosméticos y especialmente libros, los que desde hace algún tiempo recibe de un ignoto admirador, tal como él se proclama en las cartas que acompañan a estas remesas. Lucy, una obesa enfermera que de un día para el otro comenzó a enloquecer mientras trabajaba en el hospital público de una ciudad en el Estado de Nuevo Méjico pudo disimular la alteración y trastornos que estaba padeciendo su cerebro. Durante ese lapso, su mente desquiciada la llevó a provocar la muerte, al menos a una docena de pacientes de ambos sexos afectados por dolorosas enfermedades, en la seguridad de que así las libraría de sus prolongados sufrimientos. La inquietud de las autoridades por los decesos sin explicación médica, dio motivo a la intervención de la policía y agentes de investigación federal, más nunca se llegó a pruebas que pudiesen incriminar a personas relacionadas con el establecimiento hospitalario, estando por el momento estos casos, tipificados como “muertes enigmáticas”, envueltas en una total nebulosa y con el riesgo de terminar ingresando a la leyenda de los crímenes y misterios nunca esclarecidos. Unos meses después del último asesinato, producto del caos hospitalario que se creó al tomar conocimiento público la prensa, se inició una corrida de pacientes que se auto derivaban a otras clínicas, lo que hizo que el establecimiento colapsara económicamente y fuese necesario reducir personal. Lucy fue la primera despedida. Las extrañas muertes cesaron repentinamente y ello encendió en los agentes de la investigación una luz de esperanza que comenzara a disolver la nebulosa en la que estaban envueltos estos casos, y la búsqueda tomó otros rumbos. Mientras tanto, Lucy, poco amiga de gastos innecesarios y superfluos, con sus ahorros y la indemnización recibida, compró una cabaña en las montañas de Colorado, donde se retiró a vivir casi como una ermitaña. Su último crimen fue producto del azar. Ocurrió en oportunidad de un accidente en el cual atropelló con su automóvil al vehículo de un hombre que circulaba en sentido contrario por la nevada carretera. Lucy baja de su automóvil y comprueba que la persona se encuentra viva, pero en estado grave, necesitando atención médica con urgencia. Las lesiones ocurren a causas del impacto de su cabeza que destruyó el parabrisas, casi cercenándole el cuello.Una llamada a emergencias del área, podía quizás salvar la vida del desdichado conductor.
La terrible enfermera ni se inmuta por lo ocurrido. Logra poner en marcha el vehículo del hombre y con absoluta muestra de habilidad, lo arroja al precipicio que corre al costado de la carretera; el fondo del desfiladero se traga prontamente auto y el cuerpo, y gradualmente va siendo cubierto por la copiosa nevada que cae sin pausa en la zona. Finalmente, Lucy sin ningún tipo de inquietudes prosigue la marcha a su casa de la montaña. La búsqueda frenética de la esposa de este hombre, con más la ayuda de la policía estatal llega su fin con el escurrir de la nieve en los primeros días de primavera, momento en que es hallado el automóvil y el cadáver del conductor, y los pasos de la policía que ha ido atando cabos sueltos desde tiempo atrás, se dirigen hacia la casa de la enfermera. La mujer niega conocer algo del tema por el cual se le viene a interrogar. No obstante en un momento se quiebra y con la naturalidad de la demencia ahora totalmente expuesta, cuenta la verdad de los hechos y confiesa lo ocurrido y lo que hizo con el cuerpo del infortunado automovilista. Luego insiste en hacer notar que fue un accidente; que se asustó por la “muerte” del hombre y que por ello lo arrojó al vacío para no verse involucrada en el siniestro. Pero todo es en vano. Ya la policía había investigado sobre el pasado de Lucy; la arresta y conduce a la estación de policía del pueblo vecino, y luego de una hora de intenso interrogatorio en los que surgen contradicciones de todo tipo, Lucy se desmorona y confiesa los crímenes perpetrados en el hospital de Nuevo Méjico.
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LEER PARTE 3
Juzgada y condenada a reclusión perpetua en la cárcel de seguridad especial de Greenvalley, en estos momentos pasa revista a las burdas calumnias que sobre ella y su enigmática personalidad, han escrito las revistas y periódicos.
Una espectral luminosidad sobre la lobreguez de la prisión, derraman las estrellas que rodean como collares de luciérnagas, la luna macilenta y azafranada, inerte sobre el marco del cielo. Fantasmales horas se abalanzan desgranadas segundos tras segundos sobre la horda de pensamientos azorados que produce la razón subvertida de Lucy la loca, tendida sobre su camastro de reclusión eterna. Miles de cielos e infiernos a lo largo de su vida restante tendrán que transitar por las distancias infinitas de su minúsculo cuarto de pesares, de agobios y de sabores de perpetuidad, y aún así no le preocupa el vacío de su presencia en un mundo atormentado, irritado e hinchado de aflicciones. Levanta la vista hacia el cielo protegido del techo de su celda, mira unos instantes y luego entrecierra los ojos. Un brusco estremecimiento que hace vibrar el lecho, le saca de su ominosa abstracción. Enciende un cigarrillo y el humo parece formar grises espectros que rápidamente se deshacen y escapan por los imperceptibles recovecos de su celda. Lucy fuma y fuma, y con cada bocanada brotan de sus trémulos labios, espasmódicas palabras que musita por lo bajo, casi como en silenciosa oración desasosegada que alguien pudiera oír en su reino de soledad. ¿Por qué yo, por qué Señor, Dios mío, debo pagar con este cruel encierro, todo lo que he hecho por mis semejantes? Yo, que conozco los favores de la piedad y he aliviado los dolores infinitos de quienes sufrían sin compasión y esperaban la muerte misericordiosa que los alejara de su mundo de padecimiento. ¡Ay de mí, Señor!, que sólo recibo castigos y dolores de Tu mano... ¿Es que acaso me reservas para Tu servicio, a Tu lado, en Tu Reino Celestial?.. Pero ahora, reconfórtame y ayúdame a soportar esta iniquidad... Apiádate de mí, no ves acaso que apenas soy una débil mujer... ¡Señor ¡ ¿ Estás ahí?.. ¿Me escuchas? ¡Golpea con tu puño poderoso y haz polvo a esos infelices profetas de la calumnia y la infamia! ¡Señor, me oyes!, ¿ Estás allí?. ¿Señor?-... Lucy aplasta con violencia el resto insignificante del cigarrillo, e intenta una vez más cerrar los ojos velados por un mar de lágrimas, pero el engranaje constante de su razón hace girar la rueda de los sueños, y todo vuelve a comenzar. ¡Señor ¡ayúdame, por favor!,...... Y, como en una letanía siguen los sollozos ahogados, hasta que por fin, luego de horas interminables, la paz victoriosa sobre una de las diarias y enigmática contiendas desencadenadas en aquella celda de pesadumbre, lenta y gradual se interna en los recónditos meandros del trastornado encéfalo de la desdichada, que ahora duerme. Con el anuncio de la aurora, la luna se espanta y retrocede a la visión del ojo humano. La mujer se recuesta y estira uno de sus brazos hacia la mesa de noche donde parece esperar impaciente el libro extraño, entre cuyas hojas sobresale un trozo de papel a modo de indicador en la hoja en la cual había interrumpido su lectura, y Lucy lee:
EL LAMENTO DE LUCIFER Advertencia: Este relato contiene fragmentos y pasajes que pueden herir la susceptibilidad del lector creyente. Esta es una obra de ficción, y de ninguna manera, el autor pretende emitir un juicio de valor ni agraviar signos o creencias religiosas cimentadas y sustentadas por la fe de cada persona.
I- UN LIBRO DESCONOCIDO Y SORPRENDENTE
Soy Lucifer. Y para casi todos los seres humanos soy el Demonio, Satanás, Belcebú, Luzbel, Mefistófeles ó cualquiera de los nombres con el que suelen llamarme neciamente al asociarme con criaturas mitológicas creadas por sus ********s creencias, y es mi historia tan lejana, tan distinta de como la han contado los hombres en sus libros religiosos, en sus textos bíblicos, en sus pergaminos sagrados, y en cada una de las leyendas diseminadas por la tierra desde la misma creación de la humanidad, en las que me idealizan como a un ser abominable, el origen de toda perversión y me denominan como el Malo, el que trae tormentos y aflicciones, crueldad y miseria, el culpable por el pecado, la lujuria, el daño, las enfermedades, la crueldad, la envidia, el dolor, las guerras e interminables calamidades de las que los hombres necesitan un responsable de sus propias culpas, y se estremecen de pavor no sólo al oír mi nombre, sino ante las figuras extrañas, grotescas y absurdas con las que me representan en efigies, estampas, grabados y en cualquier medio en los que me asocian con la fealdad más repulsiva, y así como he dicho que me idealizan, yo, uno de los reyes del universo, debo soportar los delirios y calumnias que hacen de mí, un ser maligno y aterrador, cuando la raza humana en realidad no conoce ni siquiera un ápice de la verdad, esa que dan por acreditada en exclusividad y a favor de Jehová, Dios, Padre Celestial y cuanto otro nombre con el que los piadosos le invocan, y es realmente curioso que para ambos tienen siempre una cantidad de patronímicos y formas nominativas, cuanto también no es menos cierto que para mí son todas execraciones y anatemas, y para el que llaman el Bueno, por el contrario está colmado de alabanzas y agradecimientos y su nombre es bendito hasta el último suspiro de sus vidas terrenales, cuanta injusticia, cuanta desigualdad para con uno de los seres más extraordinarios del infinito cosmos, cuanta calumnia para con aquel que en un tiempo fue el más grande espíritu celestial de la Creación, un ángel de belleza sin igual y poderoso cuando nada existía, llamado a encender los primeros fulgores del universo, y me fue dado por nombre Lucifer o “ el que trae la luz” y que lanzado de su sitial de origen, expulsado como apóstata aborrecible, hoy reina en paralelo con el que llaman Dios y adoran y entronizan como el único, cuanta torpeza e ignorancia, y bien claro está que han sido sus iglesias y religiones quien los ha llevado a creencias confusas, destinadas a estigmatizar a un príncipe de la Creación, cuyos dominios circunscriben a las tinieblas a las cuales creen que ha sido arrojado de los cielos eternos por desobediencia y no a raíz de una contienda por la supremacía del mundo, pero ¡hay de ustedes!, hombres, que aunque pudieran vivir una eternidad completa, serían incapaces de conocer el origen del bien y del mal, parte indivisible de vuestra condición humana cuyos fundamentos usan tanto para su beneficio como para su perdición, que cuando aquellas bienaventuranzas acontecen es voluntad divina que los reconforta, pero cuando los desploma el infortunio es maldición que viene por el demonio de los infiernos de fuego, y por ello asocian mi lugar de residencia con el fuego sin comprender al menos su esencia, vital como el aire o el agua, que despertó reverencia desde los tiempos remotos y que la sabiduría natural de los vuestros primeros congéneres de la tierra nunca relacionó conmigo, y que por causas de las supercherías, mitos y religiones que se extendieron a lo largo de los tiempos en necio discurrir de bárbaro oscurantismo, pasó a representar un elemento de tortura y de castigo para las almas pecadoras, guardando para aquellas que tomaron el camino del temor y la obediencia a un Dios todopoderoso y celestial, y otros a un conjunto de dioses fantásticos, el paraíso que solo existe en vuestra especulación, un edén en resarcimiento de las privaciones, flagelos y dolores terrenales que ustedes mismos se provocan, y no saben, en la creencia que ése es el camino hacia una eternidad colmada de venturas, que la eternidad no es lugar de dichas ni aflicciones, ella es sólo eso, eternidad.....
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II TODOS SON MIS ENEMIGOS
La noche se cierne sobre la cárcel levantada en las afueras de Greenvalley, y en el pabellón de neuropsiquiatría para presidiarios con facultades mentales alteradas, la interna número diecinueve, Lucy Pikerson, deja caer sobre la mesa de noche el libro que ha comenzado a leer; “El lamento de Lucifer”, un vetusto anónimo de tapas revestidas en cuero rojo desgastado por el tiempo, que llegó a sus manos en uno de los paquetes de golosinas, cigarrillos, galletas, cosméticos y especialmente libros, los que desde hace algún tiempo recibe de un ignoto admirador, tal como él se proclama en las cartas que acompañan a estas remesas. Lucy, una obesa enfermera que de un día para el otro comenzó a enloquecer mientras trabajaba en el hospital público de una ciudad en el Estado de Nuevo Méjico pudo disimular la alteración y trastornos que estaba padeciendo su cerebro. Durante ese lapso, su mente desquiciada la llevó a provocar la muerte, al menos a una docena de pacientes de ambos sexos afectados por dolorosas enfermedades, en la seguridad de que así las libraría de sus prolongados sufrimientos. La inquietud de las autoridades por los decesos sin explicación médica, dio motivo a la intervención de la policía y agentes de investigación federal, más nunca se llegó a pruebas que pudiesen incriminar a personas relacionadas con el establecimiento hospitalario, estando por el momento estos casos, tipificados como “muertes enigmáticas”, envueltas en una total nebulosa y con el riesgo de terminar ingresando a la leyenda de los crímenes y misterios nunca esclarecidos. Unos meses después del último asesinato, producto del caos hospitalario que se creó al tomar conocimiento público la prensa, se inició una corrida de pacientes que se auto derivaban a otras clínicas, lo que hizo que el establecimiento colapsara económicamente y fuese necesario reducir personal. Lucy fue la primera despedida. Las extrañas muertes cesaron repentinamente y ello encendió en los agentes de la investigación una luz de esperanza que comenzara a disolver la nebulosa en la que estaban envueltos estos casos, y la búsqueda tomó otros rumbos. Mientras tanto, Lucy, poco amiga de gastos innecesarios y superfluos, con sus ahorros y la indemnización recibida, compró una cabaña en las montañas de Colorado, donde se retiró a vivir casi como una ermitaña. Su último crimen fue producto del azar. Ocurrió en oportunidad de un accidente en el cual atropelló con su automóvil al vehículo de un hombre que circulaba en sentido contrario por la nevada carretera. Lucy baja de su automóvil y comprueba que la persona se encuentra viva, pero en estado grave, necesitando atención médica con urgencia. Las lesiones ocurren a causas del impacto de su cabeza que destruyó el parabrisas, casi cercenándole el cuello.Una llamada a emergencias del área, podía quizás salvar la vida del desdichado conductor.
La terrible enfermera ni se inmuta por lo ocurrido. Logra poner en marcha el vehículo del hombre y con absoluta muestra de habilidad, lo arroja al precipicio que corre al costado de la carretera; el fondo del desfiladero se traga prontamente auto y el cuerpo, y gradualmente va siendo cubierto por la copiosa nevada que cae sin pausa en la zona. Finalmente, Lucy sin ningún tipo de inquietudes prosigue la marcha a su casa de la montaña. La búsqueda frenética de la esposa de este hombre, con más la ayuda de la policía estatal llega su fin con el escurrir de la nieve en los primeros días de primavera, momento en que es hallado el automóvil y el cadáver del conductor, y los pasos de la policía que ha ido atando cabos sueltos desde tiempo atrás, se dirigen hacia la casa de la enfermera. La mujer niega conocer algo del tema por el cual se le viene a interrogar. No obstante en un momento se quiebra y con la naturalidad de la demencia ahora totalmente expuesta, cuenta la verdad de los hechos y confiesa lo ocurrido y lo que hizo con el cuerpo del infortunado automovilista. Luego insiste en hacer notar que fue un accidente; que se asustó por la “muerte” del hombre y que por ello lo arrojó al vacío para no verse involucrada en el siniestro. Pero todo es en vano. Ya la policía había investigado sobre el pasado de Lucy; la arresta y conduce a la estación de policía del pueblo vecino, y luego de una hora de intenso interrogatorio en los que surgen contradicciones de todo tipo, Lucy se desmorona y confiesa los crímenes perpetrados en el hospital de Nuevo Méjico.
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LEER PARTE 3
Juzgada y condenada a reclusión perpetua en la cárcel de seguridad especial de Greenvalley, en estos momentos pasa revista a las burdas calumnias que sobre ella y su enigmática personalidad, han escrito las revistas y periódicos.
Una espectral luminosidad sobre la lobreguez de la prisión, derraman las estrellas que rodean como collares de luciérnagas, la luna macilenta y azafranada, inerte sobre el marco del cielo. Fantasmales horas se abalanzan desgranadas segundos tras segundos sobre la horda de pensamientos azorados que produce la razón subvertida de Lucy la loca, tendida sobre su camastro de reclusión eterna. Miles de cielos e infiernos a lo largo de su vida restante tendrán que transitar por las distancias infinitas de su minúsculo cuarto de pesares, de agobios y de sabores de perpetuidad, y aún así no le preocupa el vacío de su presencia en un mundo atormentado, irritado e hinchado de aflicciones. Levanta la vista hacia el cielo protegido del techo de su celda, mira unos instantes y luego entrecierra los ojos. Un brusco estremecimiento que hace vibrar el lecho, le saca de su ominosa abstracción. Enciende un cigarrillo y el humo parece formar grises espectros que rápidamente se deshacen y escapan por los imperceptibles recovecos de su celda. Lucy fuma y fuma, y con cada bocanada brotan de sus trémulos labios, espasmódicas palabras que musita por lo bajo, casi como en silenciosa oración desasosegada que alguien pudiera oír en su reino de soledad. ¿Por qué yo, por qué Señor, Dios mío, debo pagar con este cruel encierro, todo lo que he hecho por mis semejantes? Yo, que conozco los favores de la piedad y he aliviado los dolores infinitos de quienes sufrían sin compasión y esperaban la muerte misericordiosa que los alejara de su mundo de padecimiento. ¡Ay de mí, Señor!, que sólo recibo castigos y dolores de Tu mano... ¿Es que acaso me reservas para Tu servicio, a Tu lado, en Tu Reino Celestial?.. Pero ahora, reconfórtame y ayúdame a soportar esta iniquidad... Apiádate de mí, no ves acaso que apenas soy una débil mujer... ¡Señor ¡ ¿ Estás ahí?.. ¿Me escuchas? ¡Golpea con tu puño poderoso y haz polvo a esos infelices profetas de la calumnia y la infamia! ¡Señor, me oyes!, ¿ Estás allí?. ¿Señor?-... Lucy aplasta con violencia el resto insignificante del cigarrillo, e intenta una vez más cerrar los ojos velados por un mar de lágrimas, pero el engranaje constante de su razón hace girar la rueda de los sueños, y todo vuelve a comenzar. ¡Señor ¡ayúdame, por favor!,...... Y, como en una letanía siguen los sollozos ahogados, hasta que por fin, luego de horas interminables, la paz victoriosa sobre una de las diarias y enigmática contiendas desencadenadas en aquella celda de pesadumbre, lenta y gradual se interna en los recónditos meandros del trastornado encéfalo de la desdichada, que ahora duerme. Con el anuncio de la aurora, la luna se espanta y retrocede a la visión del ojo humano. La mujer se recuesta y estira uno de sus brazos hacia la mesa de noche donde parece esperar impaciente el libro extraño, entre cuyas hojas sobresale un trozo de papel a modo de indicador en la hoja en la cual había interrumpido su lectura, y Lucy lee: