Neftis
27/03/2013, 07:07
En clase nos reuníamos dos veces por semana, para aprender cosas nuevas, en general eran cosas que ya nos correspondía saber por la edad que teníamos todos.
Personas jubiladas en su mayoría, que se sentían incómodas ante los nietos, por no haber podido estudiar en su día. Dábamos un repaso de varios temas, aunque predominaba todo lo referente a la informática
.Algunos acudíamos con la intención de atesorar todo aquello que ignorábamos, algunos se desplazaban desde sus casas, con la sola intención de hacer pasar las horas más rápidas. “Salir de casa” -decían-
Las clases eran para aquel individuo, una válvula de escape, salir del martilleante rumor de la voz de su esposa, que nunca acertaba a decirle nada que le interesara. Sólo sabía echarle en cara lo que no había hecho durante toda su vida. Y acudía allí para olvidarse del martirio que suponía para él, quedarse entre las cuatro paredes de su comedor, ante la tele donde irremediablemente acababa dormido, a lo que su mujer le increpaba augurándole que por la noche no pegaría ojo.Por eso estaba allí, lo pude constatar al oír cómo se lo explicaba de una manera moderada a otra persona que deduje también acudía a las clases, por ser la única huida posible, de los reproches caseros.
No venían para aprender, venían tan sólo para disfrutar unas horas lejos del ambiente familiar.
El hogar, ese dulce hogar para ellos era un verdadero agobio.
Al enterarme sin querer del motivo por el que acudía a las clases, me dediqué a observarle con atención.
El pobre no tenía ni idea de escribir ante un teclado, pues con el dedo índice de una mano iba buscando las letras, cuando todos ya habíamos puesto la frase entera, él aún estaba buscando dónde estaría la letra que necesitaba para formar la primera palabra.
Todos íbamos con nuestra libreta donde anotábamos las explicaciones con los pasos a seguir. Él llevaba un manojo de papeles, de distintos tamaños, puestos de cualquier manera, donde anotaba también los apuntes.
No pude por menos que preguntarme si sabría encontrar lo que necesitaba cuando estuviera en su casa.
La persona voluntaria que nos enseñaba, al ver lo atrasado que estaba, le insinuó que debería dejar la clase, que se había equivocado al inscribirse al lugar, donde se daba por cierto, que ya dominaban bastante, sobre todo las técnicas del ordenador.
Pero el hombre abrió mucho los ojos, había una súplica que yo capté muy bien al haber escuchado su charla con el compañero.
Yo entendí de inmediato el miedo que vi reflejado en ellos.¿Volver a su casa? ¡Ni hablar! Insistió en que haría todas las prácticas posibles, que pediría ayuda fuera de la clase, para no dejar aquel lugar
.Comprendí que al buen alumno su casa, era el peor castigo.
Tuve un momento de lástima para él, pensé que quizás yo, pudiera enseñarle algo de lo poco que yo sabía más que él.
Por suerte se me adelantó el compañero que tenía a su lado.
Y así quedó el asunto.Iba muy atrasado si lo comparábamos con los demás, pero imagino lo feliz que se sintió al poder continuar acudiendo a clase.
Seguro que ante sus nietos se vanagloriaría de sus avances.
Personas jubiladas en su mayoría, que se sentían incómodas ante los nietos, por no haber podido estudiar en su día. Dábamos un repaso de varios temas, aunque predominaba todo lo referente a la informática
.Algunos acudíamos con la intención de atesorar todo aquello que ignorábamos, algunos se desplazaban desde sus casas, con la sola intención de hacer pasar las horas más rápidas. “Salir de casa” -decían-
Las clases eran para aquel individuo, una válvula de escape, salir del martilleante rumor de la voz de su esposa, que nunca acertaba a decirle nada que le interesara. Sólo sabía echarle en cara lo que no había hecho durante toda su vida. Y acudía allí para olvidarse del martirio que suponía para él, quedarse entre las cuatro paredes de su comedor, ante la tele donde irremediablemente acababa dormido, a lo que su mujer le increpaba augurándole que por la noche no pegaría ojo.Por eso estaba allí, lo pude constatar al oír cómo se lo explicaba de una manera moderada a otra persona que deduje también acudía a las clases, por ser la única huida posible, de los reproches caseros.
No venían para aprender, venían tan sólo para disfrutar unas horas lejos del ambiente familiar.
El hogar, ese dulce hogar para ellos era un verdadero agobio.
Al enterarme sin querer del motivo por el que acudía a las clases, me dediqué a observarle con atención.
El pobre no tenía ni idea de escribir ante un teclado, pues con el dedo índice de una mano iba buscando las letras, cuando todos ya habíamos puesto la frase entera, él aún estaba buscando dónde estaría la letra que necesitaba para formar la primera palabra.
Todos íbamos con nuestra libreta donde anotábamos las explicaciones con los pasos a seguir. Él llevaba un manojo de papeles, de distintos tamaños, puestos de cualquier manera, donde anotaba también los apuntes.
No pude por menos que preguntarme si sabría encontrar lo que necesitaba cuando estuviera en su casa.
La persona voluntaria que nos enseñaba, al ver lo atrasado que estaba, le insinuó que debería dejar la clase, que se había equivocado al inscribirse al lugar, donde se daba por cierto, que ya dominaban bastante, sobre todo las técnicas del ordenador.
Pero el hombre abrió mucho los ojos, había una súplica que yo capté muy bien al haber escuchado su charla con el compañero.
Yo entendí de inmediato el miedo que vi reflejado en ellos.¿Volver a su casa? ¡Ni hablar! Insistió en que haría todas las prácticas posibles, que pediría ayuda fuera de la clase, para no dejar aquel lugar
.Comprendí que al buen alumno su casa, era el peor castigo.
Tuve un momento de lástima para él, pensé que quizás yo, pudiera enseñarle algo de lo poco que yo sabía más que él.
Por suerte se me adelantó el compañero que tenía a su lado.
Y así quedó el asunto.Iba muy atrasado si lo comparábamos con los demás, pero imagino lo feliz que se sintió al poder continuar acudiendo a clase.
Seguro que ante sus nietos se vanagloriaría de sus avances.