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Avicarlos
25/03/2013, 07:45
RUANO


I

Año 1944.

Ojos ardidos, negra retinta la piel, pelo corto y rizado, Feliciano Orihuela llegó a la estancia “Los Nogués” y pidió trabajo.

Un par de horas después lo atendió el patrón, Salvador Nogueira.

- Así que andás buscado trabajo.
- Si señor, si hay algo pa’ conchabarme se lo voy a agradecer.
- Ajá! Y decime: ¿No me andarás huyendo de la justicia, vos?
- No señor, soy hombre tranquilo y no me gustan las pendencias.
- Bueno, bueno... ¿Y de donde sos vos?
- Soy de Durazno... uruguayo soy.
- ¿Y como te llamás?
- Feliciano..... Feliciano Orihuela, pa’ servirle ...

Se hizo un corto silencio;

- Escuchame bien, te voy a hablar clarito. Me está haciendo falta algo de gente, pero aquí hay que trabajar; quiero tipos cumplidores, que no le hagan asco a ninguna labor que sea necesaria; no quiero vagos en mi estancia...así que ya sabés...
- Si señor, quédese tranquilo, no soy arisco pa’ ningún trabajo...
- Está bien, vas a estar unos días a prueba. Si andás bien te quedás en firme.
- Sí señor, muchas gracias.
- Decime don Salvador, nomás
- Gracias don Salvador.
- Andá y hablá con el capataz, decile que yo te mando.
- A sus órdenes, y otra vez gracias, don Salvador.

Y para el lado de los corrales fue el Feliciano y habló con el capataz.

- ¿Y qué sabés hacer vos?
- Sé pialar, herrar y si me apuran también me le animo a la doma
- ¿Dijiste que sabés herrar?
- Sí, más o menos algo le hago.
- Bien, entonces te vas a ir pa’ la herrería. Ahí me hace falta un ayudante.
- Gracias capataz, ya mismo salgo pa’ allá.
- Sí, está bien, pero antes acomodás tus pilchas en el galpón. Vas a tener un catre y cobijas. La comida al mediodía y a la noche, cuando tocan la campana se sirve en la cocina y por turno. Ya te acomodarás con los otros peones.
- Gracias capataz.
- Bueno, andá y hablá con el gringo Massimo, el herrero de la estancia. Y ya sabés, nada de líos ni andar chupando, pa’ eso tienen el domingo y el boliche en el pueblo.
- Si, mi capataz, no habrá problemas, soy tranquilo como agua e’ tanque.
- Eso espero, moreno..... ¡La púcha que sos negro, lo único blanco que tenés son los dientes!
- Y, sí capataz, siendo que la noche es negra, tiene estrellas pa’ brillar, ¿No le parece?
- ¡Ahijuna gran siete!.....mirá vos.... que habías sido medio poeta...Bueno, andá nomás....

Y rascándose la cabeza se quedó el capataz mientras pensaba y trataba de recordar...brillar las estrellas, ¿cómo era que dijo?... de la noche y las estrellas...

Pasó el tiempo y el Feliciano se aquerenció en la estancia. En la herrería trabajaba con el Massimo, un italiano grande y bonachón que muchos años atrás había llegado a dar con sus huesos por esos pagos. El negro aprendió bien el oficio, porque herrar un caballo es una cosa y hacer herraduras y trabajar el hierro caliente es otra, así que pronto se hizo baqueano en la tarea; y era apreciado por la peonada, especialmente por el capataz, que veía en él un hombre laborioso, compañero y leal, y además estaba, esa su alegría innata que contagiaba con esa risa a flor de labios en las que sus dientes brillaban como marfiles pulidos por el sol.

El Feliciano no era un tipo de parrandas ni bebidas. Nunca rumbeó en los domingos para el boliche o la pulpería del pueblo con el resto de la peonada. Solitario, solía montar un pingo de la caballada de la estancia y recorría leguas y leguas por la inmensidad del campo sin más amigos que sus pensamientos. A veces se llegaba hasta el estero cercano, desmontaba y allí se quedaba con los ojos fijos en el agua verde y quieta. Fumaba algún cigarro y de tanto en tanto dirigía alguna palabra al caballo que pastaba a su lado. El Feliciano amaba los caballos. El Feliciano hablaba con los caballos. Siempre solía decir que cuando un hombre montaba a un animal, los dos eran una sola cosa; hombre y caballo una sola pieza, un solo ser, una misma esencia. El negro era ciertamente una especie de poeta.

Tres años después de su llegada, la calma rutinaria del Feliciano se quebró imprevistamente.
Una mañana, orillando los corrales vio a una de las yeguas que estaba pariendo.
Se quedó un rato hasta que nació el potrillo.
Y fue un relámpago de emoción lo que le iluminó la cara y lo paralizó como alcanzado por el mismo rayo. Ahí, frente a sus ojos, casi de rodillas , intentando pararse sobre sus frágiles y temblorosas patas, un potrillo, el más hermoso que viera alguna vez, estaba siendo lamido por la madre para quitarle los restos de placenta de aquel cuerpo en el que ya se advertía incipiente, el gris mechado con el blanco amarillento de los bayos ruanos. Era sin dudas un ruano, un potro tan bello que aprisionó sus sentidos al instante.
Esa noche, el Feliciano tuvo sueños, sueños con visiones de un caballo, de un ruano que se acercaba a él, lo olisqueaba, daba vueltas alrededor de su catre y él le hablaba , le rascaba el morrillo, las costillas, el lomo, y se reía el Feliciano... se reía dormido el Feliciano.

Pasaban los días y apenas el negro tenía un momento, se largaba para el corral. Y se quedaba absorto, contemplando embelesado el potrillito, el ruano, y le decía a los peones, ese será mi caballo, mío y de nadie más. Lo voy comprar aunque tenga que trabajar gratis, aunque tenga que pedírselo de rodillas a don Salvador, pero el ruano será mío. Y seguía mirando embobado al pequeño animal.

Al tiempo, una tarde, luego de haber terminado con su trabajo, fue a verlo al patrón y le pidió el caballo. Salvador Nogueira era un hombre bueno y le había tomado estima al Feliciano, además él ya sabía por boca del capataz cuanto se había encariñado el negro con el potrillo.
Casi se desmaya, cuando oyó de la boca del patrón: “Mirá Feliciano, te lo voy a regalar, te doy el ruano......sos cumplidor y muy bueno pa` todas las tareas... nada tenés que pagar... te lo has ganado por ser un buen peón y buena persona...andá nomás..... el caballo es tuyo”.

Y el Feliciano no durmió. La pasó llorando y riendo a la vez, hasta que al fin se levantó del catre y enfiló para el corral. Se quedó mirando por largo rato al pequeño caballo mientras le susurraba por lo bajo...ruano...ruano, ni nombre te habré de poner, ¡nada, qué carajo! siempre serás mi ruano... y los carbones de sus ojos fulguraban como dos brasas ardientes.


Unos dos años después el potro ya era todo un soberbio ejemplar. Ni siquiera necesitó domarlo. De a poco le fue quitando las cosquillas. Le hablaba a la oreja y el ruano parecía entender lo que el negro le decía. Ya tenía por entonces un pecho amplio, ancas fuertes y angostas y unas patas tan perfectas que parecían talladas por un orfebre. Pelaje gris oscuro mechado con gris tirando a blanco amarillento, crines y cola de un azafranado claro. Ciertamente era un hermoso animal y el Feliciano se desvivía por él. Bien alimentado y cuidado se tornó en una figura imponente que realzaba por sobre el resto de la caballada.

Así fue como el Feliciano parecía haber satisfecho la ambición de su vida. Los domingos montaba su caballo y se largaba sin rumbo bebiendo los vientos pamperos y hablando con su ruano casi en silencio, y al regresar era una hermosa estampa que se recortaba indivisible sobre el horizonte cuando asomaban desde el fondo mismo de la llanura. Tal como decía el negro, los dos formaban una sola pieza, una misma esencia, quizás tan cierto como creer que el hombre comprendía el alma de los caballos.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

Nota: Esta es parte de la obra de "Un apreciado amigo" de entre varias que me envió. Seguiré próximamente con este relato que al igual que el anterior, no cabe en un post por su extensión.

Saludos de Avicarlos.

Caracolamarina
25/03/2013, 19:52
Hermoso relato, en que las costumbres de campo, son retratadas, como si las estuviéramos viviendo como espectadores, junto a la peonada y al gringo Massimo.
¿Ruano, un animal noble que tendrá un destino con su dueño?

Al amigo que escribe...¡¡¡Felicitaciones!!! y a ti Avicarlos...Las gracias por darnos la oportunidad de leerlo.
Saludos y saludines.

Avicarlos
26/03/2013, 06:26
RUANO(continuación)


1946.

Una tarde de junio, Salvador Nogueira llamó al Feliciano a su despacho y le entregó un sobre. Una carta.
El negro la abrió ahí mismo. Es de mi hermano, dijo.
Leyó. Ceñudo y sin aquella sonrisa permanente a flor de labios. Luego guardó el sobre en un bolsillo y le comentó al patrón que su madre estaba enferma de gravedad, su hermano le explicaba que si no viajaba de inmediato para la Banda Oriental, quizás no la volvería a ver con vida.

- Está bien, Feliciano. Tenés que ir. Decile al capataz que te adelante unos pesos.

- Si, don Salvador. Gracias.

- Mañana te vas pa’ el pueblo. Te llevas un caballo y que te acompañe un peón pa’ traerlo de vuelta a la estancia. Allá te tomás el colectivo pa` Buenos Aires y de ahí cruzás el charco en el vapor. Andá nomás y mucha suerte.

- Gracias don Salvador. Será hasta la vuelta.

- Está bien Feliciano, andá y deseo que vuelvas con buenas noticias.

Esa misma tarde habló con el capataz el Feliciano. Guardó el dinero y antes de irse para el galpón a preparar sus petates, otra vez medio destemplado, le dijo:

- Mire capataz, quiero pedirle un favor, un favor muy grande.

- Si, ya sé Feliciano, el potro, el ruano.

- Cuídemelo, por Dios se lo pido, usté sabe, me voy unos días por que mi madre parece que se me muere.

- Si Feliciano, no te preocupes, yo me encargo del pingo. Quedate tranquilo.

- A usté se lo confío. Mire que hace frío. Por favor capataz, tápemelo por las noches, ahí, a un costado del granero hay unas cobijas…

- Está bien, ya me lo dijiste….yo te lo voy a cuidar... ahora lo que importa es tu madre.

- Y mi ruano también, capataz, es lo único bueno que tengo en la vida, al menos cerca mío, digo.

Esa noche tampoco pudo dormir el Feliciano. Cerraba los ojos y creía ver al ruano, huyendo de él, corriendo a campo traviesa, y él lo llamaba, le imploraba que regrese, pero nada, el ruano se perdía de a poco en la distancia. Llorando como un niño saltó del catre y corrió para el corral. Allí estaba el ruano. Y era curioso, tampoco el caballo descansaba como siempre, estaba incorporado con las orejas alzadas, alertas, esperando.
El Feliciano abrió la tranquera y se lanzó totalmente insano y frenético sobre el cuello del animal y lo acariciaba y besaba su hocico y le hablaba en una oreja…ruano, mi ruano, cuídese que pronto estaré de vuelta, y podría jurarse que el caballo le entendía todo, solo que no podía contestarle con las mismas palabras del hombre, y abrazados eran una sola cosa, una misma esencia, algo que estaba más allá del lenguaje.


II

El hombre se propone el ideal de un hombre ni más alto ni más bajo. De la altura de verdad. Pero hay otros hombres que necesitan complementos, para sentirse un poco a la medida de esa condición, e ignoran que igualmente en algún momento, los demás verán lo accesorio por lo sustancial.

Así era el Fermín Maidana, alias “el carpincho”, mote que le venía por su pelo erizado como las hebras de un cepillo. Peón de trabajos varios, mamarracho vulgar y deslucido, chupador, pero flojo para la bebida. Los fines de semana en el boliche apenas se embuchaba un par de tragos, se le daba por alardear de imaginarias destrezas frente al resto de la peonada que ni siquiera le ponía atención. Suficiencias que comenzaban a crecer en la imaginación del Fermín tan pronto el alcohol le amodorraba el seso. Necesitaba el pobre diablo unas copas para sentirse más o menos hombre.

Aquel domingo, un par de días después que el Feliciano partiera al Uruguay, ya con el sol ocultándose en el oeste, medio ladeado por el aguardiente, el Fermín Maidana salió del boliche, montó su caballo y partió. Era curioso ver como apenas este atolondrado se acomodaba al lomo del animal, el viejo zaino, al trote, casi al paso nomás y sin necesidad de riendas, lo llevaba derecho por la huella hasta alcanzar el destino de siempre, la estancia.

Y al lomo de su pingo marchaba el aturdido “carpincho”, casi pegado a la alambrada que se alzaba junto a la rastrillada hecha por el paso de los animales durante años, a cuya vera se alineaban los azulados cardos de la pampa movidos por el viento de la noche y que en la inmensa oscuridad se agitaban como largos y siniestros brazos queriendo aprisionar esas fugaces sombras que pasaban.

Cuando llegó, la finca se veía desierta. Algunos peones habían quedado en el galpón jugando a los naipes o mateando, cobijados del frío que a esa altura del año apretaba con fuerza, pero ya por estas horas de la noche, dormían. El capataz, que también había salido al pueblo, no había llegado aún.

El “carpincho” se bajó a los tumbos del zaino, estiró un poco los brazos, y llevó su caballo para el corral.
Todavía con la secuela del alcohol recorriéndole el seso, vio que el ruano del Feliciano estaba inquieto, agitado. El potro jadeaba, resoplaba y movía la cabeza de un lado para el otro.

El Fermín se le arrimó y comenzó a los gritos:

¡Ah, pingo e’ porra... qué te pasa, ******!....

El ruano corcoveó mientras seguía con el cabeceo nervioso. No habías dudas que el caballo rechazaba la presencia del Fermín, y éste otra vez con el balbuceo típico del ebrio enardecido y pendenciero….

¡Quieto te digo!...

Y como el caballo se encabritaba cada vez más, el “carpincho” seguía con el insólito escándalo.

¡Pero la **** madre que te parió, quieto, carajo!

Se acercó un poco más al potro embravecido y ese movimiento fue un grave error que el borrachín no supo prever, ya que se aproximó lo suficiente para ser alcanzado por una recia patada arrojada por el ruano.
El “carpincho” rodó por el suelo, un poco por el impacto de la coceadura y otro por los resabios de la tranca que aún persistía en su humanidad. Se levantó como fiera el botarate, obnubilado ahora más por la rabia que por los efectos del alcohol, el cuerpo tambaleante, pero no desistió en continuar la grotesca pendencia con el potro.
Arrimarse al animal no le era posible, él ya intuía cual podía ser la respuesta del caballo enardecido, pero tuvo suerte, ya que logró ubicar a un costado del establo, un esquinero donde colgaban lazos y arreadores. Tomó una de estas cuerdas y – suerte de borracho- ahí nomás, al primer intento aprisionó el cogote del ruano; luego y pese a las escasas fuerzas que le sostenían, el Fermín consiguió amarrar la rienda y retener sólidamente junto a uno de los palos bajos del corral, la cabeza del caballo ahora inmóvil y casi asfixiado por la fuerza que le oprimía.
Una vez que lo tuvo a su merced, maldiciendo e insultando, totalmente trastornado, comenzó a golpear con furia el cabo del rebenque una y otra vez sobre la cabeza del ruano hasta que el pobre animal manando sangre a borbotones, echando espumarajos de saliva enrojecida por el hocico y la boca, comenzó a desplomarse. Fue entonces que el “carpincho” se dio por satisfecho y soltó el cuello del potro.

El corral entero había cobrado vida. Los sordos resoplidos se mezclaban y confundían con los jadeos y nerviosos relinchos de la caballada, y casi pegados unos a otros, pechos, cabezas y pescuezos, enredados por el instinto y la estremecida memoria animal, todo el conjunto se apretujaba en el rincón más alejado del establo.
El ruano quedó echado de costado, sufriente, resollando y sacudiendo la cabeza para tratar de quitarse de los ojos la sangre que fluía del tajo enorme que se abría como una flor en medio de las orejas. El pelo fue manchándose de un color castaño oscuro, y pese a los intentos de incorporarse, las patas temblorosas no le respondían. El corral fue cubriéndose con un silencio lleno de presagios.

El Fermín sacó los arreos de su zaino – apenas un cojín de cuero de oveja con vellón, el ronzal y las riendas- se los echó por encima de uno de sus hombros, y enfiló para su pieza allá en el galpón de la peonada.


Al rato nomás llegó el capataz, desensilló y llevó su caballo para los establos.

Cuando vio al ruano ensangrentado, la cabeza partida, tratando con esfuerzos por levantarse entre resuellos y jadeos, no pudiendo creer tanto ensañamiento, corrió para los galpones.

Se paró en la puerta y gritó:

¿ Quien fue el hijo e’ **** que le hizo eso al ruano ‘el negro?

Nadie respondió.

Está bien, ya lo voy a averiguar, y mandó la orden a un peón:

Zenón, vos te me vás para el granero enseguida y me traés del baúl de los remedios el desinfectante, alcohol y una vendas, y agregó, mañana temprano te pegás una corrida hasta el pueblo y me lo hacés venir al veterinario.
Dicho esto se marchó hacia los corrales para hacerle las curas al caballo.

Promediando la mañana llegó el veterinario. Revisó prolijamente al ruano, y luego de comprobar la inexistencia de infección, suturó la herida de la cabeza, efectuó un nuevo vendaje, le aplicó un par de inyecciones y se marchó. No había encontrado ninguna otra lesión, más que los golpes y el tajo entre las orejas del animal, así que estimó que en un par de semanas ya estaría totalmente recuperado.

Ocho días después de este suceso, regresó el Feliciano. Su madre había muerto allá en Durazno. El negro habló a la estancia por teléfono desde el pueblo y el propio capataz lo fue a buscar. Durante el viaje lo puso al tanto de lo acaecido y prometió que apenas averiguara quien fue el autor, lo ponía fuera del campo.

Apenas llegó, aún con los bultos en sus manos, el Feliciano se acercó al corral. El potro lo reconoció de inmediato y a paso lento se arrimó al cerco. Pasó la cabeza por encima de los palos y comenzó a olfatearlo. Este no dijo nada. Fueron apenas unos segundos que parecieron una eternidad en los que hombre y animal se miraron a los ojos y eso era todo lo que necesitaba cada uno de ellos.
El capataz, unos pasos atrás miraba la escena, luego sacó un pañuelo del bolsillo de la bombacha y se sonó con fuerzas las narices.

Y en tanto el sol invernal doraba aún más los pastos amarillentos, el paisaje se deshizo repentino con la ruptura de un silencio de siglos al que siguió una oración monocorde que venía no desde una garganta humana sino de las mismas vísceras del hombre negro que también relucía con los rayos de aquel sol… ruano, mi ruano..

(Continuará en otro post)."Un apreciado amigo"

Saludos de Avicarlos.

Caracolamarina
26/03/2013, 20:19
UuYUYYYYUYYYY...LA MALDAD HUMANA...

Los animales maltratados. Un tema que me pone mal...Porque he visto situaciones de maltrato y hasta he ido presa en Chile, por defender a un burro, al que su dueño lo maltrataba con un látigo...

A ese dueño y sádico hombre, le quebré un palo de escoba en la espalda...Para ver, si le gustaba que le hicieran a él..lo que él le hacía al animal...

Fuimos presos todos, porque en el barrio se armó la grande con mi acción..

Pertenecí por años a la Sociedad protectora de Animales y cada vez que voy a Chile ...Veo la crueldad con los animales ( los perros abandonados en Chile son un tema horrible ) Porque allá ..a los pobres animales se los trata así...mal...No digo que todos.....Todo un tema, que hasta me ha costado tener que ir a reclamar a los diarios y a las radios, por los pobres animales...

Les dicen """perros vagos" como si los perros hubieran elegido andar vagando, sin casa ni alimentos y enfermos muchas veces, por el abandono de sus dueños...
Son animales abandonados.

Un tema este...para mi.

Avicarlos
27/03/2013, 06:10
(Continuación de RUANO)

III

El tiempo transcurrió. Se sucedieron las estaciones y volvió el duro invierno. El lino ya no azulaba los campos, el oro de los trigales empalidecía rápido en las interminables extensiones hoy extenuadas de tanto entregar, y el ganado sin mayores esperanzas de algunos bocados más jugosos, apacentaba entre la hierba amarillenta y seca.

El Feliciano no podía olvidar lo que le habían hecho a su pingo. Sospechaba, y bien rumbeado aunque sin pruebas, sobre quien era el miserable. Pero una noche llegó desde el boliche el chisme. En un momento en el que el alcohol hacía sus estragos, el Fermín se jactó de haber apaleado al ruano. Al día siguiente, el Feliciano lo fue a buscar y lo encontró en el granero, entre las parvas del heno.

Por la mirada que vio en el negro, el “carpincho”, intuyó todo, y el miedo delator de sus hazañas de borracho le hizo cometer otro error, esta vez fatal. Antes que el Feliciano pudiera acercarse lo suficiente al Fermín, éste le ensartó la horquilla que llevaba en sus manos.
Un chorro de sangre brotó del corazón destrozado del Feliciano y comenzó a teñir de rojo el cuerpo del que sobresalía fatídico el mango del ominoso tridente.

En el suelo, el negro fue disolviéndose en nebulosas visiones que le llegaban en tropel y de inmediato desaparecían para dejar paso a otras, y creyó ver en la última luz, una laguna de aguas claras y quietas en las que se reflejaba una tropilla de blancos caballos que parecían crecer desde el fondo mismo del bañado, vio ponerse el sol bajo el romo horizonte y lo vio llamear tras la curva de la llanura allá en los confines del mundo, vio oscurecerse la superficie del estero y disolverse en las aguas la nívea caballada, luego fue haciéndose la noche en sus ojos y con la boca abierta en una mueca terrible, lentamente, tal como la noche sucede al día, inició el retorno a sus orígenes.

Mientras ya lejos, el “carpincho” Maidana montado en un tordillo huía tratando de meter leguas y leguas entre su caballo y la estancia, pero ni siquiera un centímetro lo alejaba de algo siniestro que a sus espaldas, en la grupa, con él también cabalgaba.

A la mañana siguiente, después de velarlo al Feliciano, lo sepultaron en un terreno en los confines de la hacienda donde ya reposaban cuatro o cinco peones, aquellos de los que nadie reclamaba el cuerpo cuando tenían que entregar el cuero. Esta brumosa parcela, con el tiempo y la muerte de esos hombres solos, se fue convirtiendo en el camposanto de la estancia. Don Salvador Nogueira tenía autoridad moral suficiente ante la ley para mantener un pequeño solar destinado a un cementerio dentro de su campo. Y allí se quedó el Feliciano Orihuela, el hombre negro que vino del Uruguay.


Esa misma tarde, Salvador Nogueira, llamó al capataz y le dijo:

- Lo encontraron.

- ¿A quien, don Salvador?

- A quien va ser, al Fermín.

- ¿Y adonde lo hallaron?

- En un quilombo, allá en Saladillo. Recién me habló el comisario del pueblo.

- Lo agarraron, ¿no?

- Sí. Pero fue pa’ fatalidad nomás.

- ¿Por qué? ¿Qué pasó?

- El muy ****** en vez de entregarse, se resistió a la autoridad y los milicos lo difuntearon a tiros.

- ¡Que lo parió! Que cagada grande se mandó ese tarambana, y mire como viene a terminar.....

- Y todo por un caballo..... dos finados...., ¿Qué me decís?

- Y, que quiere que le diga, yo creo que fue el destino de cada uno, don Salvador.

Salvador Nogueira quedó pensativo unos instantes, luego con rostro sombrío del que parecían sobresalir un par de ojos cenagosos volvió a dirigirse al capataz que aguardaba en silencio:

- Mirá, lo he estado pensando. Ese ruano trajo mala suerte; ese caballo es pa’ desgracia.

- No sé, don Salvador, si usté lo dice.

- Vas a hacer lo que te digo.

- Si, don Salvador.

- Esta misma noche, apenas caiga el sol, y pa’ no alborotar la peonada te lo llevás pa’ el bañado y me lo degollás. Le metés cuchillo y después lo dejas ahí nomás.. pa’ los caranchos.

Se hizo un nuevo silencio, breve, pero inquietante.

- Pero don Salvador, el potro...pa’ que sacrificarlo, lo puedo llevar a otro campo.... el “colorao” Serrezuela seguro que lo va a querer.

- No ché, vas a hacer como te digo.

Y prosiguió:

- Ya te he contado que de chiquito me he criado entre los pingos, los quiero a esos animales y no permitiría ni un azote si el caballo no lo merece, pero, sabés, cuando un bicho de estos se pone a mala, sigue a mala toda su vida y esa suerte mandinga es contagiosa pa’ la gente que lo tienen a su lado. Es así nomás, como te digo... es una lástima pero no podemos hacer nada por el pingo...andá ché y cumplí con lo que te he ordenado.

- Está bien, como usté mande don Salvador.

Salió el capataz del despacho del patrón y se encaminó lento, cabizbajo, para el lado de los corrales. El sol se iba deshaciendo de a poco sobre el arco del occidente y allá iba el hombre como una sombra más penetrando en la tarde fatídica, y en ese crepúsculo sin fin podía ver como en un reflejo, sus propias lágrimas proyectadas sobre los charcos de la lluvia recién caída, y seguía igual adelante sin reflexionar sobre las leyes de los hombres y los designios de Dios.

Cuando llegó a la tranquera, ni falta hizo que fuera donde estaba el ruano. El caballo se acercó de la tenue oscuridad del establo con sus ojos turbios, parpadeando inquieto. El capataz se paró frente al animal y comenzó a rascarle el pescuezo y las orejas, a darle pequeños y suaves tirones a las crines, a besarle el hocico. Después no aguantó más y salió del corral. Extrañamente el ruano comenzó a caminar a su lado, tranquilo, tal vez consciente de su destino trágico, pero hecho al valor y la nobleza de su raza marchaba casi pegado al cuerpo del hombre como dándole fuerzas a su paso vacilante.

El moribundo atardecer levantó un viento que enrojeció todo el cielo extendido como un ancho y sangriento pañuelo sobre el campo arrecido, ahora solitario salvo por las dos sombras que seguían adelante, lentas, irremediables.

epilogo

Llegó la mañana con un sol desvaído alumbrando esa porción del mundo, pasó la tarde y se fue haciendo dueña de todo, la noche. Y allá, en los confines del campo, en aquel lugar que los peones llaman el cementerio de la estancia, allá, por el atajo del tiempo que media entre la vida y la muerte, cruzando los peñascos arrebujados de niebla, fulgurante y pálido a la vez en el frío brumoso de la última luz, reventando los cascos sobre la hierba seca envainada en hielo y tiesa, apareció fantasmal, de la nada, un corcel, un bayo ruano bello como una estampa.
Recorrió en breve caracolear la tumba reciente olisqueando las piedras que la cubrían. Se detuvo un instante y lanzó a los aires un relincho terrible, aterrador, y el eco de ese grito animal se internó por los cañadones, cruzó los bañados y se fue desvaneciendo por el horizonte indefinido. Luego, alzando sus patas delanteras, erizadas las crines azafranadas ahora cenicientas por los rayos de plata de la luna, se desentendió del paisaje que le rodeaba para al fin esfumarse en lo profundo de la noche.

FIN

"Un apreciado amigo".

El profundo lazo de amor entre el mozo y su cabalgadura, me enterneció.

Saludos de Avicarlos

Caracolamarina
27/03/2013, 15:26
¿Cuantos Ruanos, existirán en este momento?.
Un final de esos, en que uno lector, se queda ahí ...en silencio.

Relatos conmovedores... si los hay.

Avicarlos
29/03/2013, 13:57
¿Nadie da su parecer ante la actitud del protagonista y su antípoda el antagonista?. ¿En verdad quedan impunes los criminales confesos?.

Lo dejo a vuestra consideración.

Saludos de Avicarlos.

once
30/03/2013, 10:06
Yo ,daré mi parecer y además lo firmaré si alguien me explica el epílogo,¡¡¡no lo entiendo,muere o no muere Ruano?11

Avicarlos
30/03/2013, 11:57
Yo ,daré mi parecer y además lo firmaré si alguien me explica el epílogo,¡¡¡no lo entiendo,muere o no muere Ruano?11

Esto va a la intuición del lector. Se supone que la orden del capataz es inapelable, por lo cual, su ejecución, efectiva. Se supone pues que los encuentros ultratumba son espirituales.

O bien el peón se juega el empleo, al transgredir la inapelable orden, inimaginable por aquellos tiempos, según informe del "Apreciado amigo".

Saludos de Avicarlos.

Sadness
01/04/2013, 04:11
Una delicia de narrativa, me situó en la belleza natural de la región, por un momento, pude admirar el paisaje a través de los ojos del negro Feliciano...Es triste, que a diario se repitan estas historias donde la maldad, la mezquindad humana se erige triunfante sobre la bondad, laboriosidad y honestidad, la otra cara de la humanidad.
Gracias don Avicarlos por acercanos estas bellezas. Un saludo a su amigo, excelente escritor.