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Avicarlos
22/03/2013, 07:24
Esta minihistoria, la transcribo en nombre de "Un apreciado amigo", que se halla indispuesto para subirla él.

LA CRUZ DE HIERRO

INTRODUCCIÓN
En un lugar del tiempo, hace ya una incierta cantidad de millones de años, separadas las tierras de las aguas, un átomo químico de los océanos contrariando su propia indivisibilidad liberó cantidades incontables de partículas que después trasmutaron en inmensa variedad de especies primarias dando origen a nutridas formas de vida; de entre ellas fue formándose el hombre. La creación de esta especie tuvo un largo proceso evolutivo y a esta última rama de la creación perteneció Hanz Sielder. Seguramente no es esta su historia completa; todo hombre sabe guardar un secreto; lo único que he sabido de él es lo que narró.

I - ¿QUIÉN ES ESTE HOMBRE?

Caminaba rumbo a la avenida Oro de mi viejo pueblo de Manzanares. Yo le llamaba “pueblo”, pese a que desde muchos años atrás sus habitantes le llamaban pomposamente ciudad. En Manzanares había me había criado y allí, casi seguramente iré a entregar el día final, hasta que mi nombre escrito en una piedra se vaya erosionando sin pausa por el paso del tiempo que desvanece inexorable cualquier vestigio de vida pasada.
El frío de aquel mayo inclemente y lluvioso hacía estragos en mi humanidad, no obstante marchaba con paso rápido en dirección del “apples old coffee” donde iba a encontrarme con un amigo. El temporal parecía cobrar más fuerzas; aceleré la marcha embistiendo con firmeza el aguacero que me hostigaba de frente; allá en el fondo de la calle del otro lado de las vías, las luces del aserradero brillaban fragmentadas en los charcos de agua formados por la lluvia, y más atrás, los faroles del alumbrado público se hamacaban furiosamente entre los cables y parecerían desmembrarse con cada embate del viento.

El sonido metálico de varios objetos, detuvo mis pasos casi en la esquina de la avenida. Dos o tres monedas rodaron en el agua arrastradas por las ráfagas de la ventisca que formaba en la acera un pequeño y veloz arroyuelo, pero firme como adherida al piso se encontraba una hermosa cruz de metal, en las que se destacaba entrelazada por dentro de un anillo pequeño en el borde superior de la pieza, una cinta multicolor que reconocí al instante como los de la bandera alemana. Al dorso de la cruz se advertían ilegibles filigranas. No sé qué instinto hizo que la recogiera y la guardase en el interior de mi chaqueta invernal. Las monedas ya habían desaparecido de mi vista tragadas por el alcantarillado de la esquina.

Pero si la extraña aparición de estos objetos provocaron mi asombro, mayor fue aún cuando al doblar la esquina, ya en la acera de la avenida Oro, a no más de un metro del vértice formado por el codo de la casa del juez de paz, yacía en el suelo un hombre bastante mayor a simple vista, extendido cuan largo era como si estuviese durmiendo tranquilamente. Vestía un impermeable que al abrirse con la caída, dejaba entrever un traje de lana gris ya empapado por la lluvia; un brazo solamente quebraba esa visión serena, un brazo extendido, rígido y amenazador como señalando algún punto cardinal desconocido.

La tormenta arreciaba y no se veía un alma por las calles inundadas: Llamé con el móvil a emergencias, que en unos minutos se hizo presente en el lugar. Mientras tanto traté de correr con sumo cuidado el cuerpo bajo el balcón de la casa del juez, tratando de evitar que se siguiera mojando como un animal muerto. En un principio daba la impresión que el hombre ya no vivía, pero al tomarle el pulso mientras le acomodaba de la mejor manera en el reparo que ofrecía el balconcillo, noté el débil palpitar de su corazón.

Yo era el único testigo del hecho, y ambos, los paramédicos y la policía que llegó detrás de estos, me preguntaron si podía acompañarlos. Como no sabía con quienes tenía que ir, luego de un intercambio de palabras entre los uniformados y los profesionales sanitarios, quedamos en que fuera en la ambulancia con estos últimos; “que si el paciente llegase a morir, ya me llamarían de la estación de policía”.

Haciendo sonar la sirena y brillando las luces intermitentes superiores partió la ambulancia a gran velocidad, mientras dentro de la misma yo veía las manipulaciones que hacían los paramédicos para detectar el estado del hombre; le conectaron a un monitor mientras le inyectaban algún tipo de medicamento, pero la persona aparentaba no dar signos de vida. Realmente parecía muerto, pero no lo estaba. La vida es auto combativa por naturaleza propia.

Llegamos al hospital, donde me hicieron firmar un papel en el que constaba fecha y hora del suceso informado y del arribo de la ambulancia –curiosamente decía “al lugar del siniestro”.También consignaba en la casilla para el nombre y apellido, la sigla “NN”, puesto que al parecer el hombre no portaba documento alguno.
Antes de irme y mientras esperaba el taxi que acababa de llamar, pregunté a uno de los paramédicos que ya habían entregado el cuerpo en la sala de emergencias, si podía venir a ver como “andaba ese hombre”. Me dijeron que si se reponía, podía visitarlo en los horarios estipulados para las visitas y que eso debía arreglarlo con el área administrativa.

Llegó mi automóvil y marché a casa; la lluvia se había transformado en una tenue garúa, mientras que por sobre el horizonte hacia el norte, se veían llamear por entre las ominosas nubes negras, pavorosos relámpagos acompañados de estampidos lejanos.

(Seguiré con II y III, por no caber aquí). Saludos de Avicarlos.

--- Mensaje agregado ---

Sigue este relato de "Un apreciado amigo"

II – DONDE YO JUGABA

A la tarde siguiente fui hasta el hospital, para ver si se me era permitido visitar y hablar con el “hombre de la lluvia”- tal como yo le había definido ante unos amigos que se enteraron del asunto-, pero me informaron que “hasta dentro de un par de días aproximadamente” ha de estar en terapia intensiva, puesto que su estado es aún algo delicado. Igualmente me indicaron que cuando pasara a internación común, debía respetar los horarios de visita, ya que yo no era pariente suyo.

Cuando salí del hospital, desde la administración me llamaron y me preguntaron si había obtenido algún dato de esta persona. Hice un movimiento negativo con la cabeza. Ellos al igual que la policía tampoco tenían ninguna información. El hombre no llevaba consigo ningún tipo de identificación y seguía siendo un enigma su presencia en Manzanares, y aún no se hallaba con fuerzas como para dialogar y sólo logró balbucear algunas palabras sueltas y entrecortadas, en una lengua extranjera que en un principio no logré identificar.

Días después, le pasaron a una sala común y en el horario de visitas a pacientes pude ingresar a una habitación con dos camas, una de las cuales se hallaba desocupada. En la otra, un hombre, el mismo que recordaba abatido en la tormenta - parecía algo más delgado- se enderezó sobre el lecho como si quisiera sentarse; le ayudé, hizo un gesto de agradecimiento y me miró fijamente; luego de un corto silencio sonrió y respondió a mi saludo en un idioma que de inmediato reconocí como alemán.

Observé en ese hombre unos ojos claros tan habituales en la raza germana, y con mi mejor y amistosa expresión le pregunté en un bárbaro inglés si hablaba otros idiomas. Me respondió con una seña que le alcanzara un papel y un bolígrafo. Conseguí y le entregué lo solicitado y escribió: russe, english, y para mi alegría la última que garabateó: italian; ese era mi idioma de nacimiento y yo aún lo hablaba y entendía sin problemas.

Obviamente que de inmediato, además de presentarme, le conté lo sucedido y la razón por la cual me hallaba con él en esos momentos. Escuchó con mucha atención y me agradeció lo que había hecho. El italiano que hablaba me impresionó por su acento y fluidez. Nada que envidiar a un natural de las tierras del Dante.

Iniciamos una conversación en dicho idioma y pude saber su nombre: Hanz Sielder; luego me indicó que no llevaba encima documentos, pues los había dejado en su equipaje en casa de la viuda de una persona que había venido a visitar desde su Alemania, y se encontró que un par de días antes, durante su vuelo a nuestro país, este hombre había fallecido por lo cual no tenía conocimiento de ello hasta que llegó a su casa. Me dijo que poseía los pasajes aéreos de regreso para una fecha determinada y que los mismos caducaban dentro de dos días. Me pidió que explicara de ese asunto a la policía así la misma tenía tiempo de investigar sus datos y no lo retrasaban cuando dejara el hospital.
Prometí hacerlo y más tarde cumplí con ello. Finalmente me agradeció la ayuda que le había prestado y esta visita; luego buscó algo en la mesilla de noche y me pidió, alcanzándome un dinero, si podía comprarle algunas frutas como, frambuesas, moras, o arándanos; “yo agradecería eso sí, fruta fresca, no en conserva”; no acepté el dinero; “poi mi paga”, dije.

Se terminaba el horario de visitas y le prometí que al día siguiente volvería a verle. Nuevamente me agradeció y luego me despedí tomándole la mano tibia que me extendía. Una sacudida interna me estremeció cuerpo y alma, transmitiéndome la sensación que había algo excepcional o trascendente en aquel alemán que se reponía en el hospital de Manzanares. Yo trataría de averiguar algo más de lo que sentí en aquel apretón de manos, y eso sería mañana, claro está si él se disponía a hablar de algunas cosas más confidenciales que las protocolares. La enfermera de turno me indicó en tono amable pero firme que debía retirarme.


Al día siguiente, le llevé los frutos pedidos; arándanos y frutillas frescas, por lo que recibí un efusivo agradecimiento de Hanz. Yo había advertido que era un hombre que escuchaba con suma atención y tenía la cualidad de solicitar las cosas con un tono muy suave y amable, aunque también había notado que sus pedidos no estaban exentos de un tono oculto, al que prestándole la debida atención, sonaba como imperativo. Quizás se trataba de una ilusión mía, pero así lo percibía en las conversaciones que manteníamos.
Cuando llegamos al momento de las preguntas de su estadía en nuestro pueblo, entrecerró sus ojos grises, me dijo te contaré algo de mi vida y me narró lo siguiente:

"Yo nací y pasé mi infancia en Herreg. Yo era un niño feliz que creció en ese pueblo, cerca de la frontera con Austria y algo más lejana con la de Checoslovaquia, y creo que era un lugar mágico; por entonces soñaba con ser músico o escritor, pero ya sabes, cuando estaba a punto de culminar mis estudios universitarios de filosofía y letra, llegó la guerra. Herreg, dijo, y entrecerró los ojos, allí casi nadie se daba cuenta de que en Herreg vivíamos prendidos en un área especial, tejida con las fibras de la suerte y sus circunstancias. Yo lo supe desde niño, cuando tenía doce años y el mundo era una lámpara mágica y yo veía iluminados por el resplandor verdoso del alcohol de las farolas, el pasado el presente y el futuro.

Mira, al principio todos conocemos algo que llamamos algo así como magia, pero no hablo de los ilusionistas de teatros; la magia de la que hablo es otra; no puedes verla con la vista; la sientes dentro de ti y entonces la entiendes. Todos nacemos envueltos en tempestades, fuegos y misterios en nuestro interior. Nacemos capaces de comprender el canto de los pájaros, interpretar las nubes y de leer nuestro destino en los granos de arena. Pero luego la escuela expulsa esa magia de nuestra alma; nos ponen duros como el hierro, y nos dicen que seamos responsables, serios; que nos hagamos mayores. ¿Para qué?

Cuando una canción despierta algún recuerdo de nuestra infancia, cuando unas motas de polvo revoloteando en un rayo de luz aparta nuestra atención de este mundo de mayores, cuando una noche oímos pasar un tren en la lejanía y nos preguntamos donde irá, estamos dando pasos fuera de nosotros mismos y del lugar donde nos hallamos. En ese instante hemos penetrado en el reino de la magia de la que te hablo. Si, sin dudas, Herreg era un lugar mágico encerrado entre montañas, arroyos encrespados, bosques de pinos, hayas y abetos; el pasto crecía verde e intenso fulgurando como una inmensa esmeralda que no tenía fin frente ante tus ojos; allí los espíritus deambulaban a la luz de la luna; salían del verde cementerio y ascendían a las colinas para hablar de los viejos tiempos. Lo sé; yo los oía. La brisa se colaba por las rendijas de las ventanas, trayendo el olor de las madreselvas y el atronar de los dentados relámpagos azules que se estrellaban contra la tierra. Sufríamos sequías y tormentas y el río que atravesaba la aldea, la comarca toda, tenía la enojosa costumbre de desbordarse.

Yo guardo todos esos recuerdos de la vida del niño que fui sumido en un mundo de encantamientos, lo recuerdo, pero cuando nos hicimos mayores, ese mundo desapareció, y allá en mi patria lejana estalló para imponer sobre niños y grandes , una crueldad indecible, ya no había magia, esa era entonces la realidad………Bueno, no sé si me entiendes, parece que estoy divagando un poco, estoy bastante viejo pero aún me gusta hablar de aquella infancia y de la brutal contrapartida que me trajo a tu pueblo……”


Dijo esto último, cerró sus ojos y se quedó dormido rápidamente. Yo estaba intensamente emocionado por lo que había escuchado de boca de aquel alemán que parecía hablar como un poeta; realmente este hombre era un alma grande, tenía a su alcance el poder de incendiar la imaginación con sus palabras; seguramente hubiera sido un gran escritor, que eso era lo que él quería. Me fui a casa, esperando el día de mañana, el último de su estadía en el hospital; estaba ansioso por conocer las causas que le trajeran a Manzanares.

(Seguirán III y el epílogo, con dos cortes más)

Saludos de Avicarlos

Caracolamarina
22/03/2013, 08:23
Avicarlos...que bien...leemos atentamente...Saludos...
La magia de la vida se va perdiendo porque nos aunamos a las enseñanzas, que todo ser recibe...y las hacemos nuestras...
Sin embargo, ella existe, como cuando miramos el alba y los colores rojos y naranjas nos llevan a nuestra infancia, en playas lejanas, en que el sol salía. Eramos todos pequeños acampando en una soledad mañanera...y las fantasías y la magia se desbordan...







"""""Mira, al principio todos conocemos algo que llamamos algo así como magia, pero no hablo de los ilusionistas de teatros; la magia de la que hablo es otra; no puedes verla con la vista; la sientes dentro de ti y entonces la entiendes. Todos nacemos envueltos en tempestades, fuegos y misterios en nuestro interior. Nacemos capaces de comprender el canto de los pájaros, interpretar las nubes y de leer nuestro destino en los granos de arena. Pero luego la escuela expulsa esa magia de nuestra alma; nos ponen duros como el hierro, y nos dicen que seamos responsables, serios; que nos hagamos mayores. ¿Para qué?""""

Avicarlos
22/03/2013, 09:08
Sigo con el relato de " Un apreciado amigo".




III- LA CRUZ DE HIERRO

Al día siguiente, como estaba previsto, le dieron el alta. Una vez completa la documentación de salida, fuimos a la estación de policía a realizar una declaración de lo acaecido con este hombre que en horas se marchaba de nuestro país, y una vez terminado ese trámite le pedí que venga a almorzar a mi casa.
Eran las 9,30 horas. Aceptó, previo señalar que debía ir a retirar su equipaje a la casa de la viuda del hombre que había venido a ver desde su Alemania. Otto, le llamaba. Tenía que recuperar, documentos, pasajes aéreos y todo lo que había traído en su viaje a la Argentina. Me aclaró que el trámite le llevaría un par de horas pues además de re***** sus cosas, quería hablar con la viuda de su amigo fallecido, luego vendría a mi casa. Le di la dirección, y por la tarde yo le llevaría en mi automóvil al aeropuerto donde embarcaría hacia Buenos Aires y luego a su patria natal. Obviamente mi esposa estaba enterada de todo y de acuerdo con la visita de Hanz Sielder. Luego se dedicó a preparar el almuerzo.

A las 11,45 llegó en un taxi a casa. Luego de saludar a mi mujer, hubo un intercambio de opiniones sobre el clima y otras trivialidades típicas de estas situaciones. Sielder preguntó a que hora servirían el almuerzo. Le informé que alrededor de las 13.30,horas comeríamos.
Fue entonces que sentado en un sillón del living, erguido y altivo como un guerrero romano, con su corta cabellera plateada por los años y aquellos ojos grises, fríos y amables a la vez, retomó al parecer el soliloquio del día de ayer. El señor Sielder se puso serio y triste, y apenas comenzó a hablar, noté que ya no había en sus palabras, ni la magia ni la poesía del relato anterior.
Y todo esto narró:

“Te dije que no pude terminar mi carrera universitaria por causas de la guerra europea. Fui reclutado en el ejército. Hitler invadió Polonia, Checoslovaquia, y marchó rápidamente contra otros países como Holanda, Dinamarca, Noruega y Luxemburgo; fue entonces que Inglaterra y Francia entraron en guerra contra las fuerzas del eje, que aquel momento estaba compuesto por Alemania e Italia; Japón se unió activamente más tarde, actuando específicamente contra los EE.UU. en el pacífico.
Como las fuerzas armadas italianas no contaban con armamento adecuado para la guerra, ni tampoco sus hombres destacaban por su valor y voluntad de pelear, el alto mando alemán decidió enviar tropas para resguardar y apoyar a los italianos. En realidad fue una ocupación, y pronto se vieron los primeros partisanos entrenados en la guerra de guerrillas, bien armados por los ingleses y estadounidenses, en la tarea de sabotear, especialmente, las fuerzas alemanas que ocupaban la península.

Yo, pese a no haber hecho la carrera militar, por mi preparación académica había sido incorporado con el grado de teniente y fui enviado precisamente a combatir a los partisanos en la zona del este medio itálico frente a Albania, puerta de entrada a los Balcanes, donde los guerrilleros se habían establecido con sus bases de operaciones, zonas por las que entraban y salían a cumplir con los sabotajes contra Mussolini y sus aliados germanos. Allí consolidé el idioma italiano rápidamente. Ya en la Universidad había elegido al mismo como uno de los dos idiomas alternativos y exigibles de estudio. El otro fue el inglés. El ruso, bueno ya te contaré de ello.
A medida que la guerra se desarrollaba con intenso furor, Alemania debió socorrer en Grecia y África las aventuras expedicionarias del Duce, las que resultaron en un verdadero desastre. Un año más tarde, Mussolini y su amante Claretta Petacci, fueron atrapados y colgados por los partisanos. Italia se volcó a favor de los aliados y nuestro ejército quedó en territorio enemigo, hasta retirarse definitivamente a sus fronteras. Hitler que había firmado un pacto de no agresión con Stalin, finalmente rompió relaciones con la URSS y le declaró la guerra, pero esta vez no fue un paseo triunfal como en el inicio de las batallas en los países del Este europeo.
Los rusos libraron esa guerra conocida como la gran guerra patria, peleando hasta la última gota de sangre, hasta el último aliento como fieras acosadas que defienden su territorio. Fui enviado a Rusia, donde sitiamos la ciudad de Sebastopol en el Mar Negro durante ocho meses. Terminado el asedio con la victoria soviética, me trasladaron al frente de Stalingrado.

Este sitio, pese a los seis meses que duraron los combates hasta nuestra retirada, fue unas de las batallas más sangrientas de la historia de la humanidad, donde murieron unos cuatro millones de personas entre soldados de ambos bandos más los civiles que se vieron inmersos en una calamidad de proporciones inenarrables. No sabes tú lo que fue aquello. El demonio había bajado a esa tierra congelada y sentado sus posaderas sobre la misma. Su risa debió oírse en todo el universo y el planeta todo se estremeció frente a las atrocidades de una guerra generada por mentes insensatas. La retirada fue dolorosa, lenta y a merced de los rusos que dejaron de defender su tierra, para iniciar primero contraataques y luego avances sobre nuestras fuerzas en huída. Durante esa operación en la que murieron decenas de miles de mis compatriotas, gran parte de ellos congelados por la nieve y el temible invierno ruso, fui herido gravemente en un brazo y una pierna por la explosión de un obús.

Con la ayuda de un camillero pude detener la hemorragia en ambos miembros, pero el comienzo de la gangrena por falta de medicinas y médicos que pudiesen operar las terribles fracturas, se hizo presente muy rápido. En esos días de espanto fue que conocí a Otto Scheider. Durante la retirada, Otto, médico cirujano, fue curando mis heridas y pese a no disponer de instrumental adecuado, me cosió y rehizo brazo y pierna de la mejor manera posible en tan precarias condiciones. Este hombre que ciertamente salvó mi vida, me acompañó hasta alcanzar las primeras líneas de defensa alemanas, frente al arrollador ataque soviético. Por la gravedad de mis lesiones fui derivado a Berlín, a efectos de terminar la cura de las mismas.
Fui ascendido al grado de capitán, otorgándoseme licencia y enviado a la retaguardia por seis meses, y me fue otorgada la Cruz de Hierro al mérito, la cual perdí durante el reciente problema cardiaco de hace una semana atrás, aquí en Manzanares”.

Pero he de completar el relato de Otto. Él también llegó a Berlín desde el frente ruso y logramos encontrarnos. Me contó que una vez terminada la guerra- la caída era ya un hecho irreversible - trataría de salir del país y viajar a Sudamérica, no me nombró Argentina en ningún momento, tenía miedo y no se cansaba de repetir que él solamente fue un oficial médico dedicado a salvar vidas, pero se hablaba tanto de campos de exterminios masivos llevados adelante por los nazis, que temía ser arrestado y estar en la cárcel hasta que se aclarase su situación.

Él se sentía inocente pero decía que si lo atrapaban los rusos, lo masacrarían sin piedad. Si lo hacían los norteamericanos o ingleses lo tendrían prisionero, quizás sujeto a trabajos forzados de reconstrucción quien sabe por cuanto tiempo. Unos y otros aliados llevaban consigo un sentimiento de venganza por incontables camaradas muertos en esa guerra monstruosa. Ciertamente era un asunto que le preocupaba mucho y quería salir de Alemania, afincarse en otro país, quizás formar un hogar, ya vería. Me dijo que cuando llegara a algún sitio, me escribiría a Herrech, adonde me sugería que partiera de inmediato, pues los aliados ya estaban por derrotar al régimen nazi, el fin de la guerra era inminente, y era conveniente recluirse, de paisano y pasar inadvertido al menos hasta que las aguas enfurecidas se calmasen y la normalidad volviese ceñida a la paz. El destino de Otto fue Argentina; buscó un pueblo pequeño perdido en la Patagonia.

Se estableció en Manzanares, con su identidad cambiada por la de un camarada muerto. Los papeles y documentos apócrifos, los proveyó una organización que al parecer se dedicaba a ello, quizás a cambio de dinero, no sé, y así Otto Scheider se transformó en el conocido doctor Víctor Molinov, destacado residente de Manzanares, jefe del único sanatorio privado del pueblo, denominado comúnmente “Clínica Gramma”.

Todo esto lo supe hace unos 45 días, más o menos. Pasaron más de cincuenta años sin tener noticias suyas, pero hace un mes y medio atrás, Otto me habló por teléfono; me contó de su nueva vida, donde vivía y de su nueva identidad, de su esposa; me informó que lamentablemente no tenían hijos por un problema de infertilidad de su mujer. Fue entonces que le comenté que viajaría a visitarle en un par de meses aproximadamente. Quería verle ahora a tanta distancia de nuestro primer encuentro y además deseaba darle personalmente algo especial traído de Alemania; luego tendríamos mucho de que hablar”.


Sielder, hizo un paréntesis en el relato, como necesitando tomar aire. Luego prosiguió con el mismo.

Tú eres una persona muy buena conmigo y te he de contar ciertas cosas que te pido lo guardes para siempre, nadie debe saberlo.

Asentí con un movimiento de cabeza y Hanz Sielder siguió hablando en su perfecto italiano.

"Lo que me trajo hasta Otto fue para hablar de asuntos muy graves y además darle mi cruz de hierro a la que yo le había mandado hacer una pequeña inscripción en el dorso de la misma, y era casi imperceptible para el ojo humano, pero con la ayuda de una lupa de buen aumento se podía leer perfectamente. Y aunque por desdicha la he perdido, ya no tiene sentido nada de eso puesto que Otto ya no está entre nosotros.
Estaba a punto de seguir con su monólogo, cuando le detuve. Del bolsillo de mi chaqueta colgada en una silla, saqué una bolsita y se la entregué.

Me miró largamente, abrió el cierre y contempló emocionado la bellísima Cruz de Hierro, que había perdido aquel día de la tormenta y su accidente.

Quiso tratar de preguntarme algo pero no le di tiempo; le conté que yo la había recogido y esperaba que él estuviera repuesto de su salud para entregársela; le expliqué que por ello estaba constantemente cerca de su persona en el hospital, pues no quería que desapareciera del mismo modo como llegó al pueblo, y partiera sin algo tan importante para su condición de soldado y de hombre.
Me tomó las dos manos y las apretó fuertemente con las suyas; no dijo nada y quedó en silencio por unos momentos. Se guardó la cruz en el interior del abrigo que llevaba y que aún no se había quitado, aspiró profundamente y retomó el relato……


(Seguiré con otros dos cortes pues no acabó esta parte III)

Saludos de Avicarlos.

Caracolamarina
22/03/2013, 20:10
Las terribles consecuencias de la 2a Guerra Mundial, no fueron suficientes, para alertar al hombre de sus debilidades y sus omnubilaciones, con respecto al poder.

Seguimos el relato, que tiene su misterio. En un personaje, que vuelve del pasado, donde vivió, lo que cuenta el Dante.

Saludos Avicarlos...y bien por el amigo escritor.

rupoogoo
23/03/2013, 00:58
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Avicarlos
23/03/2013, 06:44
Continua III de La Cruz de Hierro de "Un apreciado Amigo"

“Esta cruz se otorgaba por el valor expuesto en el combate, y era un honor llevarla colgada en el pecho junto a las insignias del regimiento o batallón al que pertenecías. Ya te he dicho cuando me la entregaron, y te he contado la breve historia de mi relación con Otto Scheider, mi amigo por entonces y mi salvador de una muerte horrible por putrefacción de una mano y una pierna. Otto no recibió ninguna condecoración, fue ignorado como todos los médicos y otros militares no combatientes; los altos mandos alemanes apreciaban solamente el valor del soldado que lucha con las armas.

Luego él se marchó de Alemania y yo quedé en Herrech transformado en un simple granjero. Varias veces vinieron los americanos a nuestro pueblo, requisando todo aquello que pudiese servir para identificar a criminales de guerra. Fue entonces cuando muchos civiles alemanes, inclusive los soldados y oficiales que estaban en el frente o en distintas ciudades tomadas al inicio de los combates, conocimos la terrible atrocidad que llevaron adelante Hitler y sus secuaces del partido nazi, con los bíblicos judíos, gitanos y otras personas detestadas por los conquistadores arios, al ocupar ciudades y regiones donde estos vivían desde siglos. Pasó el tiempo y poco a poco, todo se fue normalizando.

Allá por el año 1960, Simón Wiesenthal, un famoso cazador de estos genocidas, hizo circular por toda Alemania y gran parte de Europa, una lista, en realidad era un libro de unas doscientas páginas que contenía en cada una de ellas, nombres de ex oficiales nazis, datos relacionados con los campos de exterminio en los que habían intervenido activamente, fotografías de época y posibles rostros actuales transformados. Tuve acceso a uno de estos libros y lo estuve leyendo con curiosidad y espanto, frente a los hechos que se les atribuían a los hombres y mujeres de esa lista. Pero el gran horror se me presentó en forma de incredulidad cuando el personaje de la página número 89 era nada más y nada menos que Otto Scheider”.

Apenas terminó de nombrar a este médico que había vivido cómodamente en nuestro pueblo por más de cincuenta años, se hizo un silencio sepulcral y ambos nos miramos casi sin respirar. Su rostro se puso lívido y sus ojos grises claros se enturbiaron.
Se repuso y continuó: “Leí, no podía creer, pero todos los datos y las fotos de Otto eran la prueba irrefutable que se trataba de un criminal de guerra, un ser perverso que debió morir en la horca infamante y no de un ataque cardíaco en una limpia y aséptica cama de su clínica privada. El informe indicaba con pruebas concluyentes que Otto Scheider fue destinado a Polonia, donde se destacó por su crueldad ejecutando con inyecciones letales, niños, hombres y mujeres enfermos, consumidos por el hambre y la debilidad durante el “ghetto” de Varsovia y posteriormente en la selección que practicaba como médico en su tarea de detectar hombres sanos y fuertes capaces de trabajar en distintas tareas asignadas a las tropas del Reich, del resto de los deportados a los campos de exterminio de Treblinka y Sobibor.”


Se hizo otro nuevo silencio que rompí con una exclamación primero y una pregunta luego:

¡Dios mío! Señor Sielder, conociendo usted las atrocidades de este monstruo ¿Por qué ha venido de tan lejos para entregarle su cruz de hierro a este genocida? No entiendo…no entiendo…. ¿Usted también es nazi? Le exijo, porque me la debe, una explicación de todo esto.
Asintió con la cabeza pero sin alcanzar a articular una palabra, ya que la voz de mi esposa nos interrumpió informando que el almuerzo estaba servido.

Luego de la comida en absoluto silencio , que llamó la atención de mi mujer, vimos la televisión durante 45 minutos y luego nos preparamos para marchar hacia el aeropuerto de la vecina capital de provincia a unos 30 kilómetros de Manzanares, para que Hanz Sielder tomara su avión y se fuera de Argentina.

(Continuaré el final de III y con el Epílogo finalizará este relato de "Un apreciado Amigo" en próximo post.)

Saludos de Avicarlos

Caracolamarina
23/03/2013, 08:37
Uyuyuyyyy ¡¡¡ Sorpresas!!! de esas que nos depara la vida...Enterarse de semejante ""secreto"" no habrá sido fácil para este protagonista...
Un relato que nos conmueve. Darnos cuenta, que somos de dulce y de grasa...siempre es"" choqueante""" por decir algo.
Saludos Avicarlos y felicitaciones al amigo.

Avicarlos
23/03/2013, 09:09
Uyuyuyyyy ¡¡¡ Sorpresas!!! de esas que nos depara la vida...Enterarse de semejante ""secreto"" no habrá sido fácil para este protagonista...
Un relato que nos conmueve. Darnos cuenta, que somos de dulce y de grasa...siempre es"" choqueante""" por decir algo.
Saludos Avicarlos y felicitaciones al amigo.

Supongo que el autor amigo, en algún momento podrá leer su narración por algún ordenador. Y quien sabe si se animará a acompañarnos en estos foros.

Sigo esta parte III y finalizo con el EPILOGO.


Cundo subió al automóvil habló muy bajo:

"Me has pedido una explicación, y es mi deber dártela, sobre todo contigo que me has llenado de atenciones durante mi estancia en tu pueblo.; te he dicho que un hombre debe saber guardar un secreto y quiero que desde ahora lo hagas. Hoy asentiste sin hablar, con un leve movimiento de cabeza y yo creo en tu promesa. Escucha con atención:
Cuanto tomé conocimiento del siniestro asesino que había resultado ser quien yo había considerado mi amigo y salvador por más de 15 años, mi vida cambió radicalmente. Recuerda que era la década del 60; escribí a la organización de Simón Wiesenthal informándoles sobre mi conocimiento de este criminal e indicando la posibilidad que se hubiese ocultado en Sudamérica, quizás bajo otra identidad, tal como realmente ocurrió. Me respondieron agradeciendo los testimonios aportados y me solicitaron que si obtenía cualquier otra información o datos por pequeños que fuesen, se los hicieran saber. Inclusive se ofrecieron a hacerse cargo de gastos que pudieran ocasionar la búsqueda o compra de los mismos.

Dije compra, pues luego de la guerra, hubo gente que vendió información de criminales nazis a esta organización judía. Terminado el conflicto, además de las vidas humanas, se perdieron códigos morales, ética, conductas, etc. y afloró la delación que más que por un acto de justicia, era por dinero u otros beneficios escasos en tiempos de pos guerra; brotó todo lo peor del hombre en situaciones límites. Luego, ya sabes no tuve noticias hasta hace unos meses atrás cuando Otto me llamó y me indicó donde vivía, cual era su nombre ahora, a que se dedicaba, todo; Otto Scheider no esperaba que yo le delatara, tal como lo hice. Pero lo hice, y no por dinero o prebendas, lo hice en nombre de la humanidad, por el recuerdo de aquellos masacrados inocentes.

Wiesenthal había muerto, pero la organización fundada por él, continuaba en la búsqueda de estos genocidas. Hablé con ellos, les conté todo y me informaron como debíamos hacer para no levantar sospechas. Tres de ellos llegarían a la Argentina conmigo. El primer encuentro sería en Berlín, desde donde volaríamos a Buenos Aires y desde allí a tu pueblo. Una vez que arribáramos, ellos se harían cargo de la operación que fuese inevitable ejecutar, es decir la captura de Otto y de la salida subrepticia del país, tal como ha ocurrido anteriormente en otros casos en todo el mundo.

Llegamos y nos alojamos, tres de los captores en un hotel de la ciudad hacia donde nos dirigimos ahora, cercana a Manzanares, quienes debían esperar el tiempo necesario, hasta que yo les proveyese toda la información que ellos requirieran, o hasta que se recibieran órdenes, para ejecutar la operación de secuestro del buscado criminal; yo lo hice en el “Residencial Asturias” de tu pueblo.

Te mentí, nunca me alojé en la casa del fallecido Otto-Víctor; yo quería hablar con él y explicarle que pese haberme salvado la vida en el frente durante la retirada con el riguroso invierno ruso sobre nuestras espaldas, tenía la misión moral de denunciarle y hacer que pague por sus crímenes inhumanos. Que vendrían por él y que ya no tenía tiempo ni posibilidad alguna de desaparecer como lo hizo durante más de medio siglo. Previo a ello le daría mi Cruz de Hierro, porque yo entendía que ninguna condecoración de guerra, por más heroicas que fuesen las acciones que dan lugar a ella, está libre de hallarse envilecida por la insensatez de la muerte, el horror y la sangre de pueblos y personas indefensas derramada absurdamente.

Él, quizás hubiese querido poseer uno de estos anacronismos, que siguen otorgándose y siendo recibidas como piezas de honor, pese a que ninguna moral tangible gobierna el mundo en general; y al fin la tendría, pero le haría notar el grabado que yo había hecho insertar al reverso de la misma. Cuando te dije que necesitaba un par de horas para hablar con la viuda, tampoco era cierto. Tomé un taxi a la ciudad donde estaba la gente que me había acompañado, la que hasta el momento esperaba sin conocer mi problema de salud que me impidió todo contacto con ellos casi por una semana, e informarles de la muerte de Otto Scheider; que ya no era necesario hacer nada, que el criminal ya estaba en proceso de descomposición que lleva inexorablemente a todo vestigio de existencia y que los siglos cubren con el polvo del olvido. Corroboraron dicha información con gente de la colectividad judía de mi pueblo, y luego se marcharon. Eso es todo, amigo mío”.

Ninguno de los dos habló una palabra más.
Llegamos al aeropuerto acompañado por una fina llovizna. Parecía que el cielo se encargaba de humedecer nuestro encuentro y nuestra despedida.
Hanz, también lo notó y expresó que eran lágrimas por lo bueno y por lo malo, pero que el cielo lloraba por todas las acciones de los hombres de la tierra.
Quedé pensando en esto último y luego abracé al señor Sielder que comenzaba a caminar hacia la aeronave; él respondió con firmeza ese abrazo y antes de ingresar en la boca de acceso a la manga de embarque, metió en el bolsillo de mi campera invernal, un pequeño sobre de papel blanco.
Se detuvo un momento y me dijo:

"Adiós amigo mío, eres un joven sano lleno de esperanzas y seguramente te aguarda un gran futuro; Yo he tenido una vida complicada; he peleado una guerra infame, no deseada, pero no he matado por decisión propia. Si he quitado la vida a otros hombres no lo sé; un infierno ardía sobre la tierra y todos nos habíamos convertidos en algo así como bestias que debíamos matar o morir. Te ruego que guardes de mí el recuerdo de un hombre que vivió una vida llena de enigmas, y si alguna vez me equivoqué, eso pertenece solamente a Dios y a mi conciencia".

Apuró el paso y se perdió entre la gente que se dirigía al avión. Y ya no le vi más...

Cuando llegué a mi casa, un sentimiento extraño me acompañaba. Fui hasta la biblioteca donde hallé una lupa grande. Abrí el sobre, ya sabía que dentro del mismo estaba la Cruz de Hierro. También acompañaba a la misma una breve nota que decía:
“Repito lo que te dije antes de subir al avión. Eres un joven bueno, sano y lleno de esperanzas, confío en que sabrás darle el destino que tú entiendas debe merecer”.

Leí la frase grabada en la cruz en letras diminutas. Obviamente se hallaba en idioma alemán y decía lo siguiente; “das Geschöpf Gottes, beschuldigt “.

Corrí al ordenador, busqué un buen traductor de alemán y quedé fascinado por la misma; era una sentencia que tenía toda la visión de un ser íntegro, que debió de haber comprendido, que la maldad del hombre no es un objetivo contra sus congéneres por causas excepcionales que necesitan ser modificadas en su propio favor, es una acción natural expuesta abiertamente a través de los siglos, acción que cual un mecanismo de relojería resulta casi imposible de imitar en su precisión insana y cruel.

La hermosa cruz de Hierro tenía tallada esta frase: “La criatura de Dios acusa”.


EPÍLOGO

Descansé unas horas y luego tomé un baño caliente. Mi esposa había salido. Me preparé un té y con la taza en la mano me acerqué a la ventana del comedor. La lluvia era más intensa; el cielo lloraba por las acciones de los hombres, había dicho Hanz Sielder, quien quizás ya estaría volando rumbo a su patria. Cuando regresó mi mujer le mostré la Cruz de Hierro. La miró con asombro y sólo atinó a comentar sobre la belleza de la misma. Le dije que luego le hablaría de la historia de Hanz Sielder.

Fui a la cocina con la cruz de hierro entre mis manos, y quedé mirando fijamente su hermosa estructura a pesar de la pequeñez de la misma. Ciertamente estaba hecha en hierro y su núcleo estaba sostenido entre dos piezas de la mal llamada plata alemana, ya que la misma es en realidad una aleación de cobre, zinc y níquel soldadas entre sí.
El acabado de la pieza era pulido y laqueado. Al dorso se leía un año: 1939; y entre las hojas de roble de la corona imperial se percibía otro número: 1813. Estaba como hipnotizado por esa condecoración, cuando reparé que las cintas con los colores de la bandera alemana, estaban en perfecto estado de conservación a pesar de los años pasados partir de su confección. Era imposible saber si éstas habían sido cambiadas o se trataban de las originales que desafiaban victoriosas al tiempo.

“Ninguna condecoración estaba libre de hallarse envilecida por la insensatez de la muerte, el horror y la sangre de pueblos y personas indefensas derramada absurdamente en todas las guerras”, había dicho Hanz Sielder. Fue en ese momento en que salí de esa especie de ensoñación que me había producido la medalla, y volví a la realidad.

A unos pasos se encontraba el recipiente de la basura y allí sin dudar arrojé la cruz de hierro, seguramente al lugar que le correspondía, para que cuando salga de mi casa y con el correr de los siglos se pierda entre toneladas de residuos, excrementos, tierra o lo que sea , y al igual que el hombre, piel, hueso y metal, cada uno en su último sitio, tengan que aguardar el momento de su total desaparición del planeta transformados absolutamente en nada y barridos por el viento de los tiempos.

FIN

"Un apreciado amigo"

Este relato, no solo lo hallé emotivo, sino reflejo de una realidad histórica, lo que hizo que solicitara al autor su permiso para publicarlo.

Saludos de Avicarlos.

Caracolamarina
23/03/2013, 15:51
Avicarlos...La pluma del apreciado amigo nos ha dejado pensando, en tanta barbarie que se ha dado a través de los siglos, de un ser humano a otro igual...

La insensatez de las guerras, la malicia y el sadismo juntos, para poder a veces estar en el bando en que se ""obedecen órdenes"" sin pensar demasiado en lo que se hace...o en la consecuencia de los actos propios y ajemos.

Cuantos de estos seres, se han amparado en la frase...

"""Yo cumplía órdenes""

Millones de seres muertos, en las más crueles circunstancias, han pasado a ser parte del haber...de sus decisiones por ""ordenes superiores""

Un relato, que nos ha dado una sensación de estar presente, entre esos dos hombres y sus destinos, que se cruzan en este país.

Excelentes letras. Conmovedora la perfecta forma de describir las situaciones. Quedamos allí, poco menos que vivenciandolas.

Gracias el escritor amigo y a Avicarlos.

Saludos cordiales y... Espero que se repita otro relato.

Neftis
24/03/2013, 13:31
No suelo leer relatos tan largos, desconozco el motivo por el que me he decidido a empezarlo, y no he podido dejarlo sin acabar.

Ha influido desde luego la pulcritud de la narrativa.

Me he quedado muy triste. Por lo real, porque la vida suele ser así de dura.

Pero el autor ha narrado con maestría toda la historia.Mi más sincera felicitación al autor y a Avicarlos por publicarlo.

once
25/03/2013, 14:23
Ya no sé las veces que lo he leído,y a decir verdad hay algo en este fabuloso relato que no me encaja ,puede que le busque siempre tres pies al gato o sea intuición femenina,no lo sé.Y eso que la realidad supera la ficción !!,pero hay algo que me impide ser Hanz,su papel es antagónico a sí mismo,no puedo entender que sea él, el que se presente en Argentina para cazar a la persona que le salvo la vida,me imagino yo en ese papel,yo que daría mi vida por detener un solo fascista de sus haceres y algo me estrangula ,algo que se llama deuda,puede que esa contradicción angustiosa se pueda dar en la realidad ,no lo niego,pero algo me impide imaginarla,hay algunas imágenes que tampoco llego a comprender ,supongo que son debido a mi subjetividad,la belleza de la cruz,que a mí seguro me daría pánico,y la extraña confidencia secreta.El tema se las trae,es muy díficil entender el grado de culpabilidad y la moral de un hombre en obligación de su deber en un régimen fascio,unos afirman que fueron concientes y lucharon por sus intereses privados ,otros aluden a la posible paranoia colectiva,otros al deber y la circunstancia,el texto que me agrada,me confunde aún más.No me satisface la pena capital para los genocidas,no me convence Hanz,creo que Hanz es Otto,que se escapa de sí mismo,creo que culpa a los cazadores de nazis con el gravado:"la criatura de Dios acusa",dicen que la criatura de Dios no son sus hijos sino el demonio,seguiré pensándolo,seguiré leyéndolo,nunca había leído un relato que me causara dos posibles interpretaciones,puede que meta la pata hasta el fondo,no me importa eso es lo que me causa. Felicitaciones ,11.

Avicarlos
25/03/2013, 15:11
Estimada 11: Los sentimientos de las personas, son los que cada una alberga. Es imposible acertar cómo reaccionarán ante una situación trascendente. El hecho de que a tí te parezca irreal, significa que tu actitud es completamente distinta de la del protagonista. Por muchos motivos. No viviste su vida. No tuviste a sus ancestros, no estuviste en su cerebro. Y en el supuesto de que Hanz deseara antes de que le capturasen, entregarle una cruz restregándosela ante sus narices, por desprecio de su significado, pudiera ser su venganza particular. Maldiciendo incluso el haber sido salvado por un monstruo.

Un abrazo de Avicarlos.

once
25/03/2013, 19:26
Sí ,es verdad,pero tb es cierto que no le niega al narrador ser nazi,que mintió varias veces y cambió su versión y en todos sus juicios adopta una misma posición frente a la guerra:la de un hombre que debe saber guardar un secreto."Adiós amigo mío, eres un joven sano lleno de esperanzas y seguramente te aguarda un gran futuro; Yo he tenido una vida complicada; he peleado una guerra infame, no deseada, pero no he matado por decisión propia. Si he quitado la vida a otros hombres no lo sé; un infierno ardía sobre la tierra y todos nos habíamos convertidos en algo así como bestias que debíamos matar o morir. Te ruego que guardes de mí el recuerdo de un hombre que vivió una vida llena de enigmas, y si alguna vez me equivoqué, eso pertenece solamente a Dios y a mi conciencia".

Bueno mi querido Avicarlos,creo que tienes razón,me volví loca con la cita"la criatura de Dios acusa",¿no te parece infernalmente perversa? un abrazo Avi,11.

Eburnea
26/03/2013, 10:25
Tampoco estaría mal en el relato, cómo fue posible que la gran mayoría de los jefes SS y Gestapo, hubieran escapado cuando la guerra estaba perdida y las circuntancias que los llevaron a vivir muchos años en ciertos "paraisos políticos". Aquí sabemos de la "escapada" ( y posterior búsqueda). Yo hubiera querido saber también cómo se llevó a cabo. Vemos ayuda humanitaria y de amistad en Rusia (Stalingrado), pero no la ayuda de la huída final. Me encantaría saber algo de este cabo suelto. Saludos Ebúrnea

Sadness
02/04/2013, 04:31
¡Perdón, me equivoqué!

personaltconviene
03/04/2013, 18:49
Huuu buenísima historia o como se llame ja... Me hizo recordar a un anciano q le alquilaba a mi primo una habitación en sta fe... este nos contó q era un soldado nazi mmm nos dijo el nombre del barco en q vinieron pero no lo recuerdo en este momento y nos mostró con mucho orgullo una cajita q contenía símbolos nazis pero sólo eso nomas y de más está decir q no los quería a los judíos . Bue me gustaría darle más detalles pero sólo eso recuerdo :D.
Saludos!