Eburnea
28/02/2013, 21:05
L A C A R G A
Hoy hace una semana que despedí a mi madre para siempre. La mitad de sus cenizas se habían fundido con las aguas del Mediterráneo, mar junto al que está nuestra casa y que ella amó. La otra mitad fue aventada en los Alpes. Era su última voluntad, deseaba que una parte de ella quedara en el Tirol. No había lugar en el mundo que le gustara más que aquel; había heredado esa pasión de su padre, que siempre lo eligió para las vacaciones de verano y las de invierno. Decía mi madre que allí se sentía plena: El aire limpio, la nieve en invierno, los lagos, los pequeños pueblos que salpican el paisaje y que forman parte de él. Las flores, impecables en todas las casas; casas típicas con el tejado a dos aguas y las paredes pintadas con escenas de cuentos infantiles.
Allí, según ella, comprendía a Mahler, que necesitaba los senderos alpinos más que para inspirarse, para VIVIR. Y ciertamente parece que ente los abetos a mi madre le llegaba la inspiración. Mi madre fue una gran pianista, magnífica intérprete y también compositora. Conoció la fama como solista de la Orquesta Nacional sinfónica de mi país. Nuestro salón siempre estuvo (está) presidido por su piano. Allí pasaba horas y horas. Con frecuencia mi abuelo que siempre vivió con ella se sentaba a su lado y le pasaba las hojas de la partitura. Eran uña y carne. Sobre el piano una foto de mi abuela Gertrud y, enmarcado, un pequeño edelweiss, la flor de la nieve, el símbolo de lo más puro y difícil de encontrar; Edelweiss, flor de los Alpes.
Delicadeza; esa es la palabra que la definió. Mi madre era una persona diferente, peculiar, de una gran sensibilidad. Mi abuelo decía que así había sido mi abuela, a quien no conocí pues murió antes de nacer yo, siendo mi madre muy joven. Se hablaba poco de ella, pero supe que sufría crisis depresivas: Nunca me explicaron claramente las causas últimas de su muerte. Mi madre tenía algo de esa sensibilidad, tendente al ensimismamiento. Físicamente se parecía mucho a mi abuelo, sobre todo el azul transparente de los ojos, azul que yo también he heredado.
Mi abuelo, Thomas, vive; tiene 92 años y aún conserva su prestancia, ese porte elegante que siempre lo acompañó. Digo “aún conserva”, pero no es cierto. Así era hasta que mamá se fue hace un mes. No creo que sobreviva a este golpe, por ello no hablaré con él de “MI CARGA”. Mamá y la abuela tampoco lo hicieron directamente.
Mi madre, Berta, ha muerto con tan sólo 67 años, demasiado joven todavía. Si estas páginas las hubiera escrito la semana pasada, yo hubiera contado que nació en Suiza, en un pueblecito cerca del lago de los Cuatro Cantones, patria chica de Guillermo Tell. Allí habían contraído matrimonio mis abuelos. Mi abuelo era hijo de austriacos emigrantes a Suiza, de ahí su amor por Baviera, el Tirol y los Alpes austriacos; eran el paisaje de su infancia. Como tal, volvían con frecuencia aunque los negocios en Suiza fueron cada vez más prósperos. ¡Cuántas veces el abuelo me ha sentado en sus rodillas, me ha contado cuentos y me ha dicho pequeños secretos, como que en Garmisch Partenkinger conoció a su primer amor. Claro decía, guiñándome un ojo, el amor importante no es el primero, sino el definitivo. Quise mucho a tu abuela, pero… se fue tan pronto. El perro, Ron, parecía entenderlo (hemos tenido tres perros y todos se han llamado RON y han sido de la misma raza).
Mi abuela murió joven, poco después de que dejaran Suiza y la empresa donde mi abuelo trabajaba lo trasladara. Eran los últimos días de la II Guerra Mundial y mi abuela estaba embarazada de mi madre.
Berta, ya nació aquí y pasó una infancia junto a una madre silenciosa y melancólica. Decía que siempre andaba abstraída y muy pocas cosas la hacían reír. Su padre, era diferente: Abierto y jovial, con su perro acompañándolo siempre y melómano empedernido. Sin embargo vivían en tierra extraña, incluso en el idioma y más bien fue siempre una familia hacia dentro, viviendo en un mundo cuyas costumbres eran, son, bien distintas a las suyas. Nunca supe a ciencia cierta que enfermedad se llevó a mi abuela y lo cierto es que tampoco pregunté mucho; al fin y al cabo no la conocí.
Mi madre terminó sus estudios de música y consiguió entrar con nota máxima en la SINFÓNICA. Pronto fue solista. Con 25 años se enamoró de un compañero de orquesta y fruto de esa unión nací yo. Pero la unión duró poco. Llegó el divorcio y hoy sé que mi padre vive en París, pero la distancia nos ha alejado mucho emocionalmente.
Cuando mi madre andaba en sus giras por el Mundo, yo quedaba con el abuelo. No seguí la tradición y estudié Ciencias Químicas. También me interesaron mucho los idiomas, quizá porque he sabido de las dificultades de adaptación de mi familia. Hablo con soltura cuatro, aparte del de mi país..
………………………………………..
Cuando mamá se fue, antes de darle el adiós definitivo, la sala donde reposaba se llenó con el MAGNIFICAT de J. S. Bach. Era su música preferida. Decía que allí se encontraba el alma entera de la Música y se detenía con los ojos cerrados escuchando la flauta dulce y a la contralto en el ESURIENTES. Los escasos tres minutos que dura decía que le expresaban toda la belleza del mundo: - “Hasta se puede bailar” EL MAGNIFICAT fue nuestra ofrenda, y una sola flor: su edelweiss.
No os he contado que mi madre tenía diagnosticada una depresión (Quizá le viene de familia, pensaba yo). El psiquiatra nos encomió a no perderla de vista. Quizá esa dolencia es lo que se la ha llevado, porque mamá se ha ido voluntariamente, enferma del alma, y con un silencio cada vez mayor que parecía encerrar secretos que nunca quiso revelar.
Ahora estamos solos el abuelo y yo. Tengo 38 años, pero no me he casado, no tengo hijos. Ron nos acompaña en las tardes que yo no trabajo, cuando en casa descanso junto a él . Desde que volvimos de esparcir las cenizas en Austria el abuelo está muy cansado. Oímos música y él se duerme con frecuencia; yo leo.
Llevo unos días revisando los objetos y las cosas de mi madre. En el fondo de un cajón, junto a unas partituras he encontrado un sobre con unas páginas manuscritas suyas. Lo he abierto y al leer la primera línea he sentido que el corazón se me salía del pecho: Lleva un título: “LA CARGA”y una fecha: 27 de Enero de 2013; la fecha de su muerte. Inmediatamente he caído en la cuenta de que era la explicación que mamá daba a la decisión que había tomado. Probablemente quiso dejarla junto a ella, pero luego no lo hizo y la escondió. No la rompió tampoco. Todo es extraño;debo analizar despacio todas estas decisiones.
Comienza así: “Hoy, 27 de Enero de 2013 es el 67 aniversario de la liberación del “Campo”. Ese “campo de muerte” sobre el que sé toda la verdad desde hace años, 47 años para ser exactos. Demasiados para mi silencio. Lo supe por casualidad, cuando un día, teniendo yo 20 años encontré abierto el cajón central del escritorio de mi padre. Lo encontré muy raro, pues siempre estaba cerrado con llave, siempre, menos ese día. Miré y vi un sobre escrito con tinta, y reconocí la letra de mi madre. ¡Tantos años muerta, y aún distinguía sus rasgos!. El sobre decía “A THOMAS y A BERTA”. Sentí curiosidad; ¿Qué le diría mi madre a mi abuelo por escrito? ¿Y a mí? ….Cuando me di cuenta ya lo estaba leyendo.
Leí su queja. Afirmaba mi madre, refiriéndose a la suya, que había encontrado un escrito dirigido a su marido y lo comentaba. Cuando le parecía oportuno entrecomillaba las frases de mi abuela, otras veces simplemente contaba lo que había leído: “No puedo soportar llevar la mentira sobre mi alma”. Tampoco podía soportar haber engendrado una hija con alguien que había “segado tantas vidas”. No podía soportar ver la dulzura de sus ojos, acariciando al perro después de saber que había “gobernado el infierno”.
Mi abuela, continuaba mamá en su carta, no soportaba el “HORROR” que la corroía. Cuando vivían en Garmisch Partenkirchen, recién casados eran tiempos de guerra y él le decía que era militar y por ello se ausentaba con frecuencia . Cierto era que nunca lo vio llegar del frente en estado lamentable, y que jamás fue herido, pero no sospechaba nada. Hasta que comenzó a pensar por qué vivían mejor que otros. Por qué nunca le daba detalles del frente, por qué oyó alguna insinuación. “Pregunté, pero sólo obtenía evasivas”. Y llegaron los últimos momentos, cuando Alemania estaba destruida y los rusos a las puertas. Entonces él le dijo que tenían que huir, que tenía un buen salvoconducto para el extranjero. Pero- decía la abuela-“ ESTOY EMBARAZADA”. “¿Qué puede pasar? ¿tú no eres responsable ni has hecho nada que no fueran cumplir órdenes en el frente? Aunque te juzgaran quedarías absuelto”. El adujo que los rusos no respetaban a las mujeres que encontraban a su paso y que esa misma noche se irían. Había una buena estrategia para llegar a Italia. Así lo hicieron. Allí tuvieron certero cobijo y después, una especie de perfecta organización los trasladó a…. MI PAÍS
.................................................. ..........................
Aquí tuve que detenerme: Las preguntas invadieron mi mente como un remolino:… ¿Y Suiza? ¿Y el lago de los Cuatro Cantones? ¿Y el negocio que hizo que mis padres se trasladaran aquí?.... Por lo que leía no había existido Suiza, ni negocios. La historia familiar había estado en Alemania ( Austria estaba anexionada). Después, una rápida huida con buenas ayudas hasta llegar aquí, bien acogidos y con una forma de vida acomodada…. ¡Santo cielo, me habían engañado toda la vida!.
Mi abuela, una vez ubicados en este país, después de nacer mi madre, comenzó a hacer averiguaciones. El “bueno” de Thomas había sido una de las partes del brazo derecho de HIMLER. No tuvo valor para hablarle, decirle que lo sabía todo, ni para divorciarse en aquel país extraño,en el que , además, no existía el divorcio.Ni tenía valor para dejar a una hija sin padre. Tampoco lo denunció a las autoridades internacionales y lo peor…. Seguía enamorada. No lo entendía, era una inmensa contradicción: sentía asco, rechazo y… amor. Un día se marchó y no volvió. Oficialmente había sufrido un ataque cardiaco en un motel, próximo a las pistas de saltos de esky en Garmisch. Allí quedó para siempre. Por eso mi madre nunca había visto su tumba –Fue incinerada-le dijeron y su figura se fue difuminando con el tiempo.
Y así crecí yo, viendo los distintos estados de ánimo de mi madre, nunca del todo equilibrada, visitando Garsmisch en la época de nieve, recorriendo el Tirol, hablando perfectamente alemán...
En aquellos minutos, rodeada de las partituras de mi madre y con su carta en las manos comprendí: Leí varias veces el final, con la letra más apretada y sin saber muy bien por qué escribía, ya que acto seguido la escondió…pero nolo suficiente para que no pudiera ser encontrada. Era un lamento: decía que todo aquello lo sentía como una losa, una inmensa carga, como una gran roca sobre su cabeza que acabaría por destruirla. Deseaba seguir los pasos de su madre, que hubiera preferido que no lo supiera (quizá por eso la guardó), y pedía al abuelo que siempre estuviera a mi lado, algo que ya sabía, pues de si algo no dudaba era del amor del abuelo por mí. Elegía para irse el 27 de Enero, fecha muy simbólica, como forma de pedir perdón, ( pero, ¿de qué tenía ella que pedir perdón?...) No era culpable en realidad, pero sentía peso de culpa, peso de contradicción en los sentimientos, sentía lo que sintió su madre y supo que jamás la tristeza la abandonaría. Ese mismo día realizó su último viaje.
.................................................. ...........
Se desvelaba ante mí una VERDAD imposible de asimilar. Fui a la hemeroteca y rebusqué en la prensa de los años 42 a 45 y… lo encontré: Allí estaba en una foto, junto a Himler, guapo, altivo, con uniforme flamante y la cruz de hierro sobre el pecho. Con él, un perro al que daba una caricia, el RON de entonces. Formados en filas sobre un suelo nevado, una multitud de hombres y mujeres, uniformados con rayas y aspecto cadavérico.
Comprendí todo. Supe por qué mi abuelo prefería los Alpes austriacos a los suizos. Supe de la gran carga de mi madre, de su refugio en la música, de su inestabilidad, de su muerte…Comprendí a mi abuela y fui consciente de la herencia que recibía.
Decidí hablar con el abuelo, marcharme, ¡Qué sé yo!.
Llegué a casa y al entrar al salón lo vi dormido en su sillón, con Ron a sus pies. Su gesto cansado, el rostro afilado, casi parecía muerto. De fondo un disco de mi madre con el CLARO DE LUNA de Beethoven. Me detuve y me sentí envuelta en la ambigüedad, en la contradicción. Sentí esa losa, esa gran roca sobre mi cabeza, que ya había aplastado a mi madre y antes a mi abuela. El abuelo abrió los ojos y me sonrió. Nos miramos. Supe que nunca le diría nada y me eché a llorar. Me preguntó, pero mentí a medias: Es que me acuerdo mucho de mamá dije. Él contestó – Yo también… y de la abuela.
A partir de ahora mi vida será una mentira y yo también cargaré con el peso que las dos mujeres más importantes de mi vida me han dejado en herencia. No tengo hijos, así que esto terminará conmigo.
Guardo la carta de mi madre, a quien quiero más que nunca. La termina diciendo: HIJA, SI PUEDES PASA PÁGINA. Lo dice con fe, quizá cree que lo puedo conseguir. Yo no lo sé todavía, pero la vida es larga…
En tanto cuidaré los últimos momentos de mi abuelo. Me lo digo y me lo repito: ¿CÓMO PUEDE SER?; AÚN LO QUIERO. Ebúrnea
Hoy hace una semana que despedí a mi madre para siempre. La mitad de sus cenizas se habían fundido con las aguas del Mediterráneo, mar junto al que está nuestra casa y que ella amó. La otra mitad fue aventada en los Alpes. Era su última voluntad, deseaba que una parte de ella quedara en el Tirol. No había lugar en el mundo que le gustara más que aquel; había heredado esa pasión de su padre, que siempre lo eligió para las vacaciones de verano y las de invierno. Decía mi madre que allí se sentía plena: El aire limpio, la nieve en invierno, los lagos, los pequeños pueblos que salpican el paisaje y que forman parte de él. Las flores, impecables en todas las casas; casas típicas con el tejado a dos aguas y las paredes pintadas con escenas de cuentos infantiles.
Allí, según ella, comprendía a Mahler, que necesitaba los senderos alpinos más que para inspirarse, para VIVIR. Y ciertamente parece que ente los abetos a mi madre le llegaba la inspiración. Mi madre fue una gran pianista, magnífica intérprete y también compositora. Conoció la fama como solista de la Orquesta Nacional sinfónica de mi país. Nuestro salón siempre estuvo (está) presidido por su piano. Allí pasaba horas y horas. Con frecuencia mi abuelo que siempre vivió con ella se sentaba a su lado y le pasaba las hojas de la partitura. Eran uña y carne. Sobre el piano una foto de mi abuela Gertrud y, enmarcado, un pequeño edelweiss, la flor de la nieve, el símbolo de lo más puro y difícil de encontrar; Edelweiss, flor de los Alpes.
Delicadeza; esa es la palabra que la definió. Mi madre era una persona diferente, peculiar, de una gran sensibilidad. Mi abuelo decía que así había sido mi abuela, a quien no conocí pues murió antes de nacer yo, siendo mi madre muy joven. Se hablaba poco de ella, pero supe que sufría crisis depresivas: Nunca me explicaron claramente las causas últimas de su muerte. Mi madre tenía algo de esa sensibilidad, tendente al ensimismamiento. Físicamente se parecía mucho a mi abuelo, sobre todo el azul transparente de los ojos, azul que yo también he heredado.
Mi abuelo, Thomas, vive; tiene 92 años y aún conserva su prestancia, ese porte elegante que siempre lo acompañó. Digo “aún conserva”, pero no es cierto. Así era hasta que mamá se fue hace un mes. No creo que sobreviva a este golpe, por ello no hablaré con él de “MI CARGA”. Mamá y la abuela tampoco lo hicieron directamente.
Mi madre, Berta, ha muerto con tan sólo 67 años, demasiado joven todavía. Si estas páginas las hubiera escrito la semana pasada, yo hubiera contado que nació en Suiza, en un pueblecito cerca del lago de los Cuatro Cantones, patria chica de Guillermo Tell. Allí habían contraído matrimonio mis abuelos. Mi abuelo era hijo de austriacos emigrantes a Suiza, de ahí su amor por Baviera, el Tirol y los Alpes austriacos; eran el paisaje de su infancia. Como tal, volvían con frecuencia aunque los negocios en Suiza fueron cada vez más prósperos. ¡Cuántas veces el abuelo me ha sentado en sus rodillas, me ha contado cuentos y me ha dicho pequeños secretos, como que en Garmisch Partenkinger conoció a su primer amor. Claro decía, guiñándome un ojo, el amor importante no es el primero, sino el definitivo. Quise mucho a tu abuela, pero… se fue tan pronto. El perro, Ron, parecía entenderlo (hemos tenido tres perros y todos se han llamado RON y han sido de la misma raza).
Mi abuela murió joven, poco después de que dejaran Suiza y la empresa donde mi abuelo trabajaba lo trasladara. Eran los últimos días de la II Guerra Mundial y mi abuela estaba embarazada de mi madre.
Berta, ya nació aquí y pasó una infancia junto a una madre silenciosa y melancólica. Decía que siempre andaba abstraída y muy pocas cosas la hacían reír. Su padre, era diferente: Abierto y jovial, con su perro acompañándolo siempre y melómano empedernido. Sin embargo vivían en tierra extraña, incluso en el idioma y más bien fue siempre una familia hacia dentro, viviendo en un mundo cuyas costumbres eran, son, bien distintas a las suyas. Nunca supe a ciencia cierta que enfermedad se llevó a mi abuela y lo cierto es que tampoco pregunté mucho; al fin y al cabo no la conocí.
Mi madre terminó sus estudios de música y consiguió entrar con nota máxima en la SINFÓNICA. Pronto fue solista. Con 25 años se enamoró de un compañero de orquesta y fruto de esa unión nací yo. Pero la unión duró poco. Llegó el divorcio y hoy sé que mi padre vive en París, pero la distancia nos ha alejado mucho emocionalmente.
Cuando mi madre andaba en sus giras por el Mundo, yo quedaba con el abuelo. No seguí la tradición y estudié Ciencias Químicas. También me interesaron mucho los idiomas, quizá porque he sabido de las dificultades de adaptación de mi familia. Hablo con soltura cuatro, aparte del de mi país..
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Cuando mamá se fue, antes de darle el adiós definitivo, la sala donde reposaba se llenó con el MAGNIFICAT de J. S. Bach. Era su música preferida. Decía que allí se encontraba el alma entera de la Música y se detenía con los ojos cerrados escuchando la flauta dulce y a la contralto en el ESURIENTES. Los escasos tres minutos que dura decía que le expresaban toda la belleza del mundo: - “Hasta se puede bailar” EL MAGNIFICAT fue nuestra ofrenda, y una sola flor: su edelweiss.
No os he contado que mi madre tenía diagnosticada una depresión (Quizá le viene de familia, pensaba yo). El psiquiatra nos encomió a no perderla de vista. Quizá esa dolencia es lo que se la ha llevado, porque mamá se ha ido voluntariamente, enferma del alma, y con un silencio cada vez mayor que parecía encerrar secretos que nunca quiso revelar.
Ahora estamos solos el abuelo y yo. Tengo 38 años, pero no me he casado, no tengo hijos. Ron nos acompaña en las tardes que yo no trabajo, cuando en casa descanso junto a él . Desde que volvimos de esparcir las cenizas en Austria el abuelo está muy cansado. Oímos música y él se duerme con frecuencia; yo leo.
Llevo unos días revisando los objetos y las cosas de mi madre. En el fondo de un cajón, junto a unas partituras he encontrado un sobre con unas páginas manuscritas suyas. Lo he abierto y al leer la primera línea he sentido que el corazón se me salía del pecho: Lleva un título: “LA CARGA”y una fecha: 27 de Enero de 2013; la fecha de su muerte. Inmediatamente he caído en la cuenta de que era la explicación que mamá daba a la decisión que había tomado. Probablemente quiso dejarla junto a ella, pero luego no lo hizo y la escondió. No la rompió tampoco. Todo es extraño;debo analizar despacio todas estas decisiones.
Comienza así: “Hoy, 27 de Enero de 2013 es el 67 aniversario de la liberación del “Campo”. Ese “campo de muerte” sobre el que sé toda la verdad desde hace años, 47 años para ser exactos. Demasiados para mi silencio. Lo supe por casualidad, cuando un día, teniendo yo 20 años encontré abierto el cajón central del escritorio de mi padre. Lo encontré muy raro, pues siempre estaba cerrado con llave, siempre, menos ese día. Miré y vi un sobre escrito con tinta, y reconocí la letra de mi madre. ¡Tantos años muerta, y aún distinguía sus rasgos!. El sobre decía “A THOMAS y A BERTA”. Sentí curiosidad; ¿Qué le diría mi madre a mi abuelo por escrito? ¿Y a mí? ….Cuando me di cuenta ya lo estaba leyendo.
Leí su queja. Afirmaba mi madre, refiriéndose a la suya, que había encontrado un escrito dirigido a su marido y lo comentaba. Cuando le parecía oportuno entrecomillaba las frases de mi abuela, otras veces simplemente contaba lo que había leído: “No puedo soportar llevar la mentira sobre mi alma”. Tampoco podía soportar haber engendrado una hija con alguien que había “segado tantas vidas”. No podía soportar ver la dulzura de sus ojos, acariciando al perro después de saber que había “gobernado el infierno”.
Mi abuela, continuaba mamá en su carta, no soportaba el “HORROR” que la corroía. Cuando vivían en Garmisch Partenkirchen, recién casados eran tiempos de guerra y él le decía que era militar y por ello se ausentaba con frecuencia . Cierto era que nunca lo vio llegar del frente en estado lamentable, y que jamás fue herido, pero no sospechaba nada. Hasta que comenzó a pensar por qué vivían mejor que otros. Por qué nunca le daba detalles del frente, por qué oyó alguna insinuación. “Pregunté, pero sólo obtenía evasivas”. Y llegaron los últimos momentos, cuando Alemania estaba destruida y los rusos a las puertas. Entonces él le dijo que tenían que huir, que tenía un buen salvoconducto para el extranjero. Pero- decía la abuela-“ ESTOY EMBARAZADA”. “¿Qué puede pasar? ¿tú no eres responsable ni has hecho nada que no fueran cumplir órdenes en el frente? Aunque te juzgaran quedarías absuelto”. El adujo que los rusos no respetaban a las mujeres que encontraban a su paso y que esa misma noche se irían. Había una buena estrategia para llegar a Italia. Así lo hicieron. Allí tuvieron certero cobijo y después, una especie de perfecta organización los trasladó a…. MI PAÍS
.................................................. ..........................
Aquí tuve que detenerme: Las preguntas invadieron mi mente como un remolino:… ¿Y Suiza? ¿Y el lago de los Cuatro Cantones? ¿Y el negocio que hizo que mis padres se trasladaran aquí?.... Por lo que leía no había existido Suiza, ni negocios. La historia familiar había estado en Alemania ( Austria estaba anexionada). Después, una rápida huida con buenas ayudas hasta llegar aquí, bien acogidos y con una forma de vida acomodada…. ¡Santo cielo, me habían engañado toda la vida!.
Mi abuela, una vez ubicados en este país, después de nacer mi madre, comenzó a hacer averiguaciones. El “bueno” de Thomas había sido una de las partes del brazo derecho de HIMLER. No tuvo valor para hablarle, decirle que lo sabía todo, ni para divorciarse en aquel país extraño,en el que , además, no existía el divorcio.Ni tenía valor para dejar a una hija sin padre. Tampoco lo denunció a las autoridades internacionales y lo peor…. Seguía enamorada. No lo entendía, era una inmensa contradicción: sentía asco, rechazo y… amor. Un día se marchó y no volvió. Oficialmente había sufrido un ataque cardiaco en un motel, próximo a las pistas de saltos de esky en Garmisch. Allí quedó para siempre. Por eso mi madre nunca había visto su tumba –Fue incinerada-le dijeron y su figura se fue difuminando con el tiempo.
Y así crecí yo, viendo los distintos estados de ánimo de mi madre, nunca del todo equilibrada, visitando Garsmisch en la época de nieve, recorriendo el Tirol, hablando perfectamente alemán...
En aquellos minutos, rodeada de las partituras de mi madre y con su carta en las manos comprendí: Leí varias veces el final, con la letra más apretada y sin saber muy bien por qué escribía, ya que acto seguido la escondió…pero nolo suficiente para que no pudiera ser encontrada. Era un lamento: decía que todo aquello lo sentía como una losa, una inmensa carga, como una gran roca sobre su cabeza que acabaría por destruirla. Deseaba seguir los pasos de su madre, que hubiera preferido que no lo supiera (quizá por eso la guardó), y pedía al abuelo que siempre estuviera a mi lado, algo que ya sabía, pues de si algo no dudaba era del amor del abuelo por mí. Elegía para irse el 27 de Enero, fecha muy simbólica, como forma de pedir perdón, ( pero, ¿de qué tenía ella que pedir perdón?...) No era culpable en realidad, pero sentía peso de culpa, peso de contradicción en los sentimientos, sentía lo que sintió su madre y supo que jamás la tristeza la abandonaría. Ese mismo día realizó su último viaje.
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Se desvelaba ante mí una VERDAD imposible de asimilar. Fui a la hemeroteca y rebusqué en la prensa de los años 42 a 45 y… lo encontré: Allí estaba en una foto, junto a Himler, guapo, altivo, con uniforme flamante y la cruz de hierro sobre el pecho. Con él, un perro al que daba una caricia, el RON de entonces. Formados en filas sobre un suelo nevado, una multitud de hombres y mujeres, uniformados con rayas y aspecto cadavérico.
Comprendí todo. Supe por qué mi abuelo prefería los Alpes austriacos a los suizos. Supe de la gran carga de mi madre, de su refugio en la música, de su inestabilidad, de su muerte…Comprendí a mi abuela y fui consciente de la herencia que recibía.
Decidí hablar con el abuelo, marcharme, ¡Qué sé yo!.
Llegué a casa y al entrar al salón lo vi dormido en su sillón, con Ron a sus pies. Su gesto cansado, el rostro afilado, casi parecía muerto. De fondo un disco de mi madre con el CLARO DE LUNA de Beethoven. Me detuve y me sentí envuelta en la ambigüedad, en la contradicción. Sentí esa losa, esa gran roca sobre mi cabeza, que ya había aplastado a mi madre y antes a mi abuela. El abuelo abrió los ojos y me sonrió. Nos miramos. Supe que nunca le diría nada y me eché a llorar. Me preguntó, pero mentí a medias: Es que me acuerdo mucho de mamá dije. Él contestó – Yo también… y de la abuela.
A partir de ahora mi vida será una mentira y yo también cargaré con el peso que las dos mujeres más importantes de mi vida me han dejado en herencia. No tengo hijos, así que esto terminará conmigo.
Guardo la carta de mi madre, a quien quiero más que nunca. La termina diciendo: HIJA, SI PUEDES PASA PÁGINA. Lo dice con fe, quizá cree que lo puedo conseguir. Yo no lo sé todavía, pero la vida es larga…
En tanto cuidaré los últimos momentos de mi abuelo. Me lo digo y me lo repito: ¿CÓMO PUEDE SER?; AÚN LO QUIERO. Ebúrnea