Neftis
23/09/2012, 14:13
La palabra exacta era esta. MIEDO y además en mayúsculas.
-
Su vida siempre había estado condicionada por una serie de acontecimientos, anormales por completo. Se fue de su casa porque el pueblo donde vivía no le ofrecía nada que la llenara. Y cuando lo dijo a su padre, le pareció que éste respiraba aliviado. No intentó retenerla. Otra decepción que añadir, pensó.
-Y ella se lanzó a la vorágine de la gran ciudad. Una ciudad que vista desde fuera era algo muy distinto a lo que había soñado. Era cierto que encontró trabajo, pero nada que ver con lo poco que había estudiado. Se tuvo que conformar con ayudar en la cocina de un pequeño restaurante, algunas veces incluso servía en las mesas.
-Ganaba lo justo para pagarse la habitación. Y no tenía ni tiempo ni ganas de salir, quizás porque su salario no alcanzaba para poder comprarse alguna vez algo de ropa, para variar un poco.
-Allí conoció a mucha gente, se dio cuenta que algunos hombres la miraban con lascivia, no decían nada, pero sus ojos eran demasiado elocuentes, se tenía que ser tonta para no observar este detalle.
-El dueño del restaurante también la miraba. Pero en sus ojos no existía ese deseo contenido de la mayoría de los hombres que frecuentaban el lugar. Ella se daba cuenta que aquellos ojos profundos y oscuros la seguían donde quisiera que ella se desplazara. Era lo único que le gustaba de aquel hombre que por la edad casi podría ser su padre.
-Un día le pidió que se quedara que necesitaba hablar con ella. Instintivamente pensó que la iba a despedir, y tragó saliva esperando las crueles frases que seguirían después.
-Nada más lejos. El hombre de mirada profunda, le explicó que hacía años había enviudado, que se sentía solo, y sin más preámbulos le pidió si quería casarse con él. Reconoció que era mucho mayor que ella, pero que la admiraba por su tesón en el trabajo. Si estaba casado, podría llamar a su hijo que vivía a muchos kilómetros y si demostraba que había formado una familia, tenía todo el derecho a reclamar al muchacho. También se apresuró a decirle que era comprensivo, y que no esperaba una respuesta inmediata. Que lo pensara bien antes de responderle.
-Al salir, aún temblándole las piernas se sentó en un banco, para poder pensar con tranquilidad. No le ofrecía amor. Sólo una casa, un apellido, y poca cosa más. No tardó demasiado en llegar a la conclusión que si aceptaba, tenía solucionada la vida. Parecía un buen hombre. Y ella estaba cansada de llevar aquel tipo de vida tan vacío, tan solitario.
-Y aceptó.
-El MIEDO apareció el día que llegó el hijo.
- Tenía los mismos ojos profundos que su padre. Y era de su misma edad. Se quedaría a vivir con ellos hasta que encontrara trabajo, y un lugar. Al chico tampoco parecía apetecerle demasiado quedarse a vivir bajo el mismo techo. Sus miradas en este instante se cruzaron.
-Y sólo entonces cuando oyó en los labios del muchacho, que no pensaba quedarse en la casa, supo que podía respirar tranquila. Verle de vez en cuando no sería lo mismo, que la convivencia los tres juntos.
-Pensó en la debilidad de la carne. Tener al hijo del marido cerca era demasiado tentador.-
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Su vida siempre había estado condicionada por una serie de acontecimientos, anormales por completo. Se fue de su casa porque el pueblo donde vivía no le ofrecía nada que la llenara. Y cuando lo dijo a su padre, le pareció que éste respiraba aliviado. No intentó retenerla. Otra decepción que añadir, pensó.
-Y ella se lanzó a la vorágine de la gran ciudad. Una ciudad que vista desde fuera era algo muy distinto a lo que había soñado. Era cierto que encontró trabajo, pero nada que ver con lo poco que había estudiado. Se tuvo que conformar con ayudar en la cocina de un pequeño restaurante, algunas veces incluso servía en las mesas.
-Ganaba lo justo para pagarse la habitación. Y no tenía ni tiempo ni ganas de salir, quizás porque su salario no alcanzaba para poder comprarse alguna vez algo de ropa, para variar un poco.
-Allí conoció a mucha gente, se dio cuenta que algunos hombres la miraban con lascivia, no decían nada, pero sus ojos eran demasiado elocuentes, se tenía que ser tonta para no observar este detalle.
-El dueño del restaurante también la miraba. Pero en sus ojos no existía ese deseo contenido de la mayoría de los hombres que frecuentaban el lugar. Ella se daba cuenta que aquellos ojos profundos y oscuros la seguían donde quisiera que ella se desplazara. Era lo único que le gustaba de aquel hombre que por la edad casi podría ser su padre.
-Un día le pidió que se quedara que necesitaba hablar con ella. Instintivamente pensó que la iba a despedir, y tragó saliva esperando las crueles frases que seguirían después.
-Nada más lejos. El hombre de mirada profunda, le explicó que hacía años había enviudado, que se sentía solo, y sin más preámbulos le pidió si quería casarse con él. Reconoció que era mucho mayor que ella, pero que la admiraba por su tesón en el trabajo. Si estaba casado, podría llamar a su hijo que vivía a muchos kilómetros y si demostraba que había formado una familia, tenía todo el derecho a reclamar al muchacho. También se apresuró a decirle que era comprensivo, y que no esperaba una respuesta inmediata. Que lo pensara bien antes de responderle.
-Al salir, aún temblándole las piernas se sentó en un banco, para poder pensar con tranquilidad. No le ofrecía amor. Sólo una casa, un apellido, y poca cosa más. No tardó demasiado en llegar a la conclusión que si aceptaba, tenía solucionada la vida. Parecía un buen hombre. Y ella estaba cansada de llevar aquel tipo de vida tan vacío, tan solitario.
-Y aceptó.
-El MIEDO apareció el día que llegó el hijo.
- Tenía los mismos ojos profundos que su padre. Y era de su misma edad. Se quedaría a vivir con ellos hasta que encontrara trabajo, y un lugar. Al chico tampoco parecía apetecerle demasiado quedarse a vivir bajo el mismo techo. Sus miradas en este instante se cruzaron.
-Y sólo entonces cuando oyó en los labios del muchacho, que no pensaba quedarse en la casa, supo que podía respirar tranquila. Verle de vez en cuando no sería lo mismo, que la convivencia los tres juntos.
-Pensó en la debilidad de la carne. Tener al hijo del marido cerca era demasiado tentador.-