PDA

Ver la versión completa : Los Híbridos (2ª parte)



Orfelunio
01/05/2012, 15:03
3109

Los Híbridos

La verdad es que no entendí nada…
Aunque recordaba la fuente a la que aludió el irlandés, nunca la vi; y además, la estatua del híbrido, según él, se quedó en su lugar de origen. Me encaminé hacia el jardín con el papel. Tenía decidido saber algo, que alguien, no sabía quién, me estaba queriendo revelar. Para ello disponía de varias pistas: el balancín, esperar que el reloj diera la una, y observar en ese momento la vertical de la Luna sobre el jardín donde me encontraba. Marcó el reloj la una y escuché nuevamente el chirriar del columpio; el balancín se movía, y la Luna estaba justo sobre el centro del camino en un escenario cubierto de niebla. Subí a uno de los asientos del columpio, y más confuso aún que antes, releí la nota pensando si me estaría volviendo loco, o si lo que estaba viviendo tan sólo era un sueño. Mis ojos se quedaron mirando la hierba bajó los pies, o más bien lo que a través de ella estaba medio oculto. Una trampilla de hierro me estaba diciendo que la abriera para desvelarme sus secretos. Enganché el columpio a la barra donde se sujetaba para poder mover mejor la trampilla y me dispuse a abrirla. La dichosa trampilla pesaba mucho más de lo que había imaginado. Necesitaba un hierro para poder tirar con fuerza. Pensé en el atizador de la chimenea, al cual había soldado un gancho para poder remover mejor las brasas. Pese a que los antiguos dueños, los irlandeses, usaban la calefacción a luz, yo utilizaba la de leña. Regresé al jardín, enganché una de las puertas y tiré con todas mis fuerzas. Poco a poco se fue levantando una de las puertas de la trampilla; pero mi mano herida se resintió, noté un fuerte dolor y solté el hierro cerrándose la puerta con gran estruendo… La trampilla no se había cerrado, sino todo lo contrario. La trampilla disponía de un seguro interior, y al levantarla, éste se descorrió, cayendo la puerta al soltar el atizador, con gran fuerza sobre la pared interior de lo que parecía la escalera de un sótano.

Tuve que restaurar el sistema…
Aquella noche, en el sótano encontré diversos objetos medio enterrados por el tiempo: puñales corroídos con restos resecos de sangre, vestimentas hechas girones, cálices llenos de polvo y espadas de sacrificio junto a una batea de mármol en cuyo fondo se veía el sedimento de una posible víctima. Más al centro, y a unos cuantos pasos de donde me encontraba, vi una fuente sobre la que se reflejaba la brillante luz producida por la Luna en el exterior. Miré hacia lo alto y pude observar un pequeño orificio. Subí encima de la fuente encaramándome sobre su centró para ver más de cerca el agujero; de pronto desapareció el brillo, de nuevo volvió a aparecer, y nuevamente se repitió el parpadeo… Alguien estaba deambulando por el jardín. Bajé de la fuente apoyando mi mano izquierda sobre la plataforma manchándola con un reguerillo de sangre… El miedo se apoderó de mí. Decidí no regresar por el mismo sitio y busqué una salida que me llevara al exterior, o al interior de la casa. No la pude encontrar. Al final del subterráneo sólo había una pared de tierra y piedra. Al regresar, sobre la fuente, una especie de urna cristalina se dejaba ver como una alucinación creada en la noche de los ausentes. Me acerqué a la urna, y vi mi rostro reflejado en ella… Había una mosca verde.

Cinco lustros después…
Las palmatorias, llenas de telarañas que teje el tiempo, y repartidas por el perímetro de la habitación, estaban todas con sus respectivas velas encendidas. Sometido a la propuesta de mi amigo, nos acomodamos cerca de una pequeña mesa donde cada una de nuestras sombras esperaba la presencia de la sibila intermediaria. Nuestro deseo, y el temor de descubrir la monstruosidad del inframundo, creaba un ambiente tenebroso de expectativas demoníacas, y a la vez, nuestra voluntad, empeñada en saber la verdad, tenía un fondo de esperanza por terminar con el eco eterno en que se disuelve la existencia, al cambiar el rol que el destino nos tenía preparado. Desde la estancia observaba el fétido paisaje. Los cadáveres cubrían la tierra con el misterioso silencio que deja la muerte; unos vahos, como humillos y tinieblas que se elevaban desprendiendo hedores, eran señal de los efluvios de la peste. Aferrado al cristal de la ventana, descubrí mi rostro… Había una mosca verde.
Esa tarde, que esperaba saber el secreto del apodo con el cual llamaban al padre de Lucio, acudí, como de costumbre, a la cloaca donde siempre nos reuníamos. Se llamaba Cecilio Sánchez Murillo, apodado “el perro”.
Lucio, que escuchaba a la médium, en el submundo de la hipnosis obedeció el mandato de ésta. Se levantó en la penumbra, y dándose la vuelta desabrochó su pantalón que con sus dos pulgares bajó a la altura de los cachetes.
-¿Ves ahora, el porqué?-, preguntó.
Quedé sin habla. No podía creer lo que estaba viendo…
Desde el hueso donde termina la espalda continuaba en el de Lucio como un rabito menudo, el cual movió en varias direcciones como demostración de tener pleno dominio del músculo.
-No digas nada a nadie-, me dijo.
Ahora juzgaba a quien contar mi propio secreto, y aunque era sorprendente lo que acababa de ver, yo le tenía guardada una sorpresa mayor. Al día siguiente le mostraría la verdadera esencia de mis genes.
Invité a mi amigo Lucio a venir de visita a casa. Venía alegre y contento después de haberme confesado el secreto que lo tenía sin sosiego; aunque noté en él cierta actitud de desconfianza. Una vez dentro de la casa pasamos a una habitación, fui hasta el fondo de la misma y encendí una pequeña lámpara.

-Te presento a mi madre…
Sobre una poltrona, ajustada a su gran panza, estaba sentada mi madre: una criatura medio humana y medio insecto, con cabeza pequeña y grandes ojos… Tenía los flancos alados y los brazos de araña, un color purpúreo de oscuro ceniza, y el verde esperpento del veneno vidrioso. Mi padre murió en la cloaca los días de la peste. Se acercó a casa con la intención de que le dejáramos entrar, pero mi madre, sabiendo que no tenía remedio y que además podría contaminarnos, no me dejó abrirle la puerta. Lo vi alejarse a través de la ventana. Solo, y con el deseo babeante, iba hacia la inmundicia de la cloaca.
-Lo que no comprendo es cómo no has heredado ninguna señal física de tu madre-, dijo mi amigo Lucio impresionado.
-Sí la tengo-, contesté. Mi única comida se encuentra en la cloaca.
-Te voy a ser sincero-, dijo Lucio. He de decirte que mi padre fue el causante de la peste. A mi madre siempre le gustaron los animales, y en una de las noches en que bebía más de la cuenta sucedió algo que puedes imaginar... Después de lo sucedido, mi madre se sintió tan molesta que tomó la decisión de abandonarlo en la cloaca. Allí no tuvo otro alimento que las heces y los insectos que acudían al hedor burbujeante; no sería de extrañar que mi padre se comiera al tuyo cuando los dos intentaban saciar su apetito.

La sibila entró en trance…
Habló la sibila por medio de los espíritus presentes:
“Van por el aire buscando, infiernos que no son cielos del alma. Mefisto vuela en el baile, y Fausto… Acuerdan un pacto inefable que implica a la cruz. Madura la luz y brilla la oscura fealdad: el hijo adoptivo del padre Satán. El humo sube hasta el cielo, el cielo se esfuma, por eso se busca por bello de azufre y de sal. Abismos se abren pidiendo caer hacia el mal. Temer a la tierra es fracaso; nacer, morir, vivir y matar. No sequen la tez que es nuez sin el habla. Quien sepa caer del peñasco se verá sin grietas del golpe fatal. Solo al volar no pienses al aire. Si sueñas que estás volando, el sueño deshaces”.
Terminó la sibila sus palabras y una gran boca abrió sus fauces para tragarlos a todos. No era el padre de Lucio, como algunos pensarán, que regresara a la cloaca abandonado con su hambre. Lucio estaba equicocado. No fue su padre quien se comió al mío, sino al contrario. Se lo hice saber, y le dije que esa era mi herencia:
-¿Recuerdas, Lucio, cuando siendo niños me llamabas “come ******”?
Comenzó a babearme la boca, y Lucio retrocedió ante el hambre desmedida de comerme a los perros, apodo, por el que fue conocido mi padre.
Después del fausto homicidio me dirigí a la casa de Lucio, donde, como cada tarde, espera su madre la violación del tiempo para redimir su culpa. Antes de entrar miré por la ventana. Tras el cristal, como queriendo salir, había una mosca verde con su cabeza pequeña y su gran panza, un color purpúreo de oscuro ceniza, y el verde esperpento del veneno vidrioso… Salió el perro, y entró la araña.

La directora de la residencia…
El psiquiátrico era gobernado por una ex monja, cuyo carácter autoritario, propio de los colectivos religiosos, no desmerecía a su desmedida voluntad en la cama como devoradora de híbridos…
A Cecilio, el padre de Lucio, le gustaba deambular por los jardines y acechar a las jóvenes parejas en su clímax. Mi padre, a quien ya he dicho que apodaban el “come perros”, sufría manía persecutoria: -“Ya vienen a por mí… ¿No los ves?” –, decía el pobre.
Esa noche bajé a la cocina, y con la precaución de no hacer ruido recogí el veneno para la apropiada serpiente. Llevaba el remedio oculto bajo el abrigo: un gran cuchillo que esta vez no rompería el esfuerzo, y clavaría pecho y corazón, portador del mensaje en la estatua híbrida, la amante religiosa a quien todos los residentes llamaban la monja verde.
Yo estuve allí, en el número doce del cuarto piso. Horas después se hundió la zanja por la falta de recursos. Murieron cuatro personas, inmigrantes con o sin contrato, mientras la residencia y el ayuntamiento, se desinsectaban las manos porque eran híbridos.
En los pasillos me crucé con un señor que llevaba monóculo, antenas en su frente y una gran capa hasta los pies, cuya retorcida y roja cola trenzada culminaba con el aguijón del cólera de dios.

La simplicidad de los días con su vicio se hizo dueña del ánimo…
Ya no seducían las mañanas de aroma campestre, ni el cielo azul del horizonte, ni el alegre canto de los pájaros. El corazón se limitaba a dejar correr el tiempo… Sabía que el secreto estaba allí, muy cerca; pero nunca me atreví a regresar a la casa de los extraños irlandeses. No estoy loco -me decía a mí mismo-. No estoy loco, los locos sois vosotros, vosotros… Vosotros y ellos, sobre todo ellos, los irlandeses y los celtíberos.
La novia iba vestida de brillante blanco. Pasó un carro sobre el charco y dejó a la novia manchada de barro. Después llegó un fuerte viento que arrancó a la novia su vestido. Tan sólo le quedaba a la novia el virgo; pero el virgo hacía tiempo que lo había perdido en aquella cueva que llegaba hasta la fuente, jardín donde acechaba “el perro”, a las jóvenes parejitas en su clímax. La novia no sólo perdió su blancura, sino también el casto decoro con que sonreía al olvido. La novia iba desnuda, clamando al señor de los híbridos.
El esqueleto encontrado en el pozo de la cueva prehistórica pertenecía a una niña, mitad perro, mitad humana. En un habitáculo contiguo se halló un vestido de novia con su velo manchado de sangre. Desde entonces se busca al híbrido violador; pero nadie, salvo Lucio, logró saber que el “come perros” era mi padre. Y a Lucio… a Lucio lo enterré en la urna de cristal donde la noche de los ausentes tenía los flancos alados y los brazos de araña, un color purpúreo de oscuro ceniza, y el verde esperpento del veneno vidrioso.
Me acerqué a la ventana para ver por última vez el humano paisaje sin vida. Vi la casa del celta, mi rostro en el infierno, y aferrada tras el cristal, queriendo entrar, había una mosca verde.


Llega la noche, ya se acerca…
Con la muerte en la guadaña
se deja que la note.
Tuve miedo por la oreja
y no la vi por la pestaña,
la sentí por el escote;
que iban diez patas de araña
y una boca por estoque.

Muere el sol
y la luna se viste de seda.
Se inician aquelarres de alcohol,
desde el mar vistiendo el atolón
hasta la gran oscura ciénaga.

Escucha Aurora en la noche
último aliento del alba,
que aspira amar sin reproche
veneno en rosas de malva.

Eterna será en los hados
senda de seres ajada,
reyes de sol olvidados,
ayeres en sombra y espada.

Tu muerte cierra los cielos
y abre a los vientos la vía;
si mueres siendo revuelos,
nace en la noche tu guía.

La vida sigue el camino
y ayer quedó en el estado,
fuerte del ser peregrino
que anda su tiempo pasado.

Abran los mares sus aguas,
volcanes escupan fuegos,
escriba el hombre poemas
que en toda su hora porfía.

Tictac reloj de los ciegos,
prosa en las híbridas flemas.
Oscuro el gran polo norte
de negro luto gemía…
Por la cola del remonte,
cualquier bestia es teorema
con los híbridos del día.

FIN

Nanupeca
04/05/2012, 14:39
:arrow: Genial!

Orfelunio
04/05/2012, 17:30
:arrow: Genial!

Muchas gracias por tu comentario, Nanupeca. Un abrazo