mvct
15/08/2011, 16:54
Hola a todos, he estado un poco ausente pero sigo leyendo sus buenos cuentos.
Aquí les dejo algo que escribí hace un par de semana. Espero que lo disfruten.
Noticia fulminante
Se escucharon cuatro detonaciones; y después, un silencio denso y turbio envolvió cada rincón de aquel barrio. María Rafaela, acostada en su cama, apretó con fuerza el pequeño crucifijo que llevaba guindado en su cuello, y que le pertenecía a su esposo, asesinado tres años antes, para así calmar los nervios y la terrible presión que sentía en su pecho. Pero aquella madrugada era distinta, pues, esa superstición no lograba apaciguar su angustia; así que se sentó en su cama, yerta y callada, a esperar, pacientemente, la aciaga noticia que estaba resignada a recibir desde hace un año.
Con el trascurrir de los segundos, el silencio se fue rompiendo y desde afuera se escuchaban las voces de algunos de los vecinos de María Rafaela. De pronto, tres golpes estremecieron la puerta de su casa. Sintió que una mano apretaba su corazón, las piernas le temblaban y la presión en su pecho la sofocaban; exhaló profundamente y, con una fuerza extraída de sus vísceras, se levantó. Se dirigió a la puerta con pasos tenues, quitó ambos pasadores; y al abrirla, su mirada se encontró con la de su compadre Baldomero José. No hubo necesidad de palabra alguna de su compadre, pues, en su rostro se evidenciaba la tragedia. Ya todo estaba consumado. La funesta noticia que espera desde hace tiempo se hizo realidad: Su hijo yacía abaleado doscientas escaleras abajo, por los enemigos de la banda a la que pertenecía desde hace un año.
Aquí les dejo algo que escribí hace un par de semana. Espero que lo disfruten.
Noticia fulminante
Se escucharon cuatro detonaciones; y después, un silencio denso y turbio envolvió cada rincón de aquel barrio. María Rafaela, acostada en su cama, apretó con fuerza el pequeño crucifijo que llevaba guindado en su cuello, y que le pertenecía a su esposo, asesinado tres años antes, para así calmar los nervios y la terrible presión que sentía en su pecho. Pero aquella madrugada era distinta, pues, esa superstición no lograba apaciguar su angustia; así que se sentó en su cama, yerta y callada, a esperar, pacientemente, la aciaga noticia que estaba resignada a recibir desde hace un año.
Con el trascurrir de los segundos, el silencio se fue rompiendo y desde afuera se escuchaban las voces de algunos de los vecinos de María Rafaela. De pronto, tres golpes estremecieron la puerta de su casa. Sintió que una mano apretaba su corazón, las piernas le temblaban y la presión en su pecho la sofocaban; exhaló profundamente y, con una fuerza extraída de sus vísceras, se levantó. Se dirigió a la puerta con pasos tenues, quitó ambos pasadores; y al abrirla, su mirada se encontró con la de su compadre Baldomero José. No hubo necesidad de palabra alguna de su compadre, pues, en su rostro se evidenciaba la tragedia. Ya todo estaba consumado. La funesta noticia que espera desde hace tiempo se hizo realidad: Su hijo yacía abaleado doscientas escaleras abajo, por los enemigos de la banda a la que pertenecía desde hace un año.