Davidmor
29/07/2011, 03:29
IMAGÍNESE que se encuentra en la sala de un tribunal, asistiendo a un importante juicio. Un hombre está acusado de fraude y el fiscal insiste en su culpabilidad. Sin embargo, al procesado se le conoce desde hace mucho tiempo por su integridad. ¿No le interesaría escuchar el testimonio de la defensa?
Nos encontramos en una situación similar con el libro de Daniel. Su escritor fue un hombre de renombrada integridad. El libro que lleva su nombre ha gozado de amplio respeto durante más de dos mil años. Se presenta como una obra de historia auténtica escrita por Daniel, profeta hebreo que vivió en los siglos VII y VI a.E.C. Según la precisa cronología bíblica, el libro comprende un período que se extiende desde alrededor del año 618 a.E.C. hasta el 536 a.E.C., fecha en la que se terminó su escritura. No obstante, sobre él pesa una acusación. Algunas enciclopedias y otras obras de consulta dan a entender —o afirman categóricamente— que es un fraude.
The New Encyclopædia Britannica, por ejemplo, reconoce que hubo un tiempo en el que “generalmente se le consideraba [un libro] de historia auténtica y profecías verdaderas”. Pero esta obra afirma que, en realidad, Daniel “se escribió en un período de crisis nacional más tardío, cuando los judíos sufrían una intensa persecución a manos de[l rey de Siria] Antíoco IV Epífanes”. La enciclopedia sitúa la fecha del libro entre el 167 y el 164 a.E.C. y afirma que su escritor no predice el futuro, sino que sencillamente presenta “acontecimientos que para él son historia pasada como si fueran profecías de sucesos venideros”.
¿Dónde se originan esas ideas? Las críticas al libro de Daniel no son una novedad. Se remontan al siglo III E.C., cuando un filósofo llamado Porfirio pensó —al igual que otros muchos ciudadanos del Imperio romano— que la influencia del cristianismo representaba una amenaza. Con el objetivo de desacreditar aquella religión “novedosa”, escribió quince libros. En el duodécimo dirigió un ataque directo contra el libro de Daniel, denunciándolo como una falsificación realizada por un judío del siglo II a.E.C. En los siglos XVIII y XIX se lanzaron acusaciones similares. La alta crítica y el racionalismo juzgan imposible la profecía, es decir, la predicción de acontecimientos futuros. Daniel se convirtió en uno de sus blancos predilectos. En cierto modo, tanto a él como a su libro se les sometió a juicio. Los críticos afirmaron que había muchas pruebas de que no fue Daniel quien escribió esa obra durante el exilio judío en Babilonia, sino alguien que vivió varios siglos después.* Tantos fueron los ataques que un escritor hasta compuso una apología titulada Daniel en el foso de los críticos.
¿Tienen las rotundas declaraciones de los críticos el aval de las pruebas? ¿O respaldan estas a la defensa? La cuestión es de primordial importancia, pues no solo está en la balanza el prestigio de esa obra antigua, sino también nuestro porvenir. Si el libro de Daniel es un fraude, sus promesas para el futuro de la humanidad no son más que palabras vacías. Si, por el contrario, contiene profecías auténticas, sin duda querrá saber cuál es su significado para nosotros hoy. Con esas ideas presentes, examinemos algunas acusaciones de las que ha sido objeto Daniel.
Tomemos, por ejemplo, la imputación que hace The Encyclopedia Americana: “Muchos detalles históricos de los períodos más tempranos [como el del exilio en Babilonia] aparecen gravemente distorsionados” en el libro de Daniel. ¿Es cierto eso? Veamos, uno por uno, tres supuestos errores.
*Algunos críticos intentan suavizar el cargo de falsificación alegando que el escritor utilizó el nombre de Daniel como seudónimo, tal como los autores de algunos libros antiguos no canónicos se valieron de nombres falsos. Sin embargo, el biblista Ferdinand Hitzig señaló: “Si el libro de Daniel se atribuye a cualquier otro [escritor], el caso es diferente. En ese supuesto se convierte en un escrito falso, cuyo autor pretende engañar a sus lectores inmediatos, aun cuando sea por el bien de ellos”.
EL CASO DEL MONARCA DESAPARECIDO
Daniel escribió que Belsasar, “hijo” de Nabucodonosor, era quien reinaba en Babilonia cuando la ciudad cayó (Daniel 5:1, 11, 18, 22, 30). Los críticos atacaron durante mucho tiempo esta afirmación, pues el nombre de Belsasar no aparecía en ningún lugar aparte de la Biblia. Los historiadores de la antigüedad pensaban, más bien, que Nabonido, un sucesor de Nabucodonosor, fue el último rey de Babilonia. Por consiguiente, en 1850 Ferdinand Hitzig dijo que Belsasar era obviamente un producto de la imaginación del escritor. ¿No le parece esa conclusión un tanto precipitada? Al fin y al cabo, ¿constituiría el hecho de que no se mencionara a ese rey una verdadera prueba de que nunca existió, máxime tratándose de un período del que se reconoce que hay muy poca documentación histórica? Pues bien, en 1854 se desenterraron unos cilindros pequeños de arcilla en las ruinas de la antigua ciudad babilónica de Ur, en lo que ahora es el sur de Irak. Entre esos documentos cuneiformes del rey Nabonido figuraba una oración por “Bel-sar-ussur, mi hijo mayor”. Hasta los críticos tuvieron que admitirlo: se trataba del Belsasar que aparece en el libro de Daniel.
Aun así, no se dieron por satisfechos. “Eso no prueba nada”, escribió uno de ellos, H. F. Talbot. Este alegó que era posible que el hijo al que la inscripción aludía no fuera más que un niño, en tanto que Daniel lo presenta como un rey en el poder. Sin embargo, solo un año después de publicarse los comentarios de Talbot, se desenterraron más tablillas cuneiformes que indicaban que Belsasar disponía de secretarios y servidumbre. Evidentemente, no era ningún niño. Otras tablillas zanjaron definitivamente la cuestión, pues revelaron que Nabonido se ausentaba de Babilonia por períodos de varios años, durante los cuales “confiaba el reino” de Babilonia a su hijo mayor (Belsasar). En esas ocasiones Belsasar era rey en funciones, corregente con su padre.*
Todavía disconformes, algunos críticos protestan porque la Biblia no llame a Belsasar el hijo de Nabonido, sino de Nabucodonosor, e insisten en que Daniel ni siquiera dejó entrever la existencia de Nabonido. Pero ambas objeciones se desmoronan al examinarlas. Al parecer, Nabonido se casó con la hija de Nabucodonosor, lo que haría de Belsasar el nieto de este. Ni en hebreo ni en arameo existen las palabras abuelo o nieto; hijo de puede significar “nieto de” o hasta “descendiente de” (compárese con Mateo 1:1). Además, el relato bíblico nos permite identificar a Belsasar como el hijo de Nabonido. Aterrorizado por la premonitoria escritura en la pared, Belsasar, en su desesperación, ofreció el tercer lugar del reino al que lograra descifrar aquellas palabras (Daniel 5:7). ¿Por qué el tercero y no el segundo? De la oferta se deduce que el primer y el segundo lugar ya se hallaban ocupados. En efecto, lo estaban: por Nabonido y por su hijo Belsasar.
Por lo tanto, la mención que hace Daniel de Belsasar no prueba que se ‘distorsionaron gravemente’ los hechos históricos. Al contrario: aunque no pretendía escribir la historia de Babilonia, Daniel nos presenta un cuadro más detallado de la monarquía babilónica que los historiadores antiguos, como Heródoto, Jenofonte o Beroso. ¿Por qué pudo Daniel consignar los hechos que ellos omitieron? Porque él estaba allí, en Babilonia.
Su libro es la obra de un testigo ocular, no la de un impostor de siglos posteriores.
*Nabonido estaba ausente cuando Babilonia cayó, así que es propio decir que Belsasar era el rey en ese momento. Los críticos objetan que los documentos seglares no atribuyen a Belsasar el rango de rey. No obstante, se sabe que en aquellos tiempos no era extraño que la gente llamara rey incluso a un gobernador.
Nos encontramos en una situación similar con el libro de Daniel. Su escritor fue un hombre de renombrada integridad. El libro que lleva su nombre ha gozado de amplio respeto durante más de dos mil años. Se presenta como una obra de historia auténtica escrita por Daniel, profeta hebreo que vivió en los siglos VII y VI a.E.C. Según la precisa cronología bíblica, el libro comprende un período que se extiende desde alrededor del año 618 a.E.C. hasta el 536 a.E.C., fecha en la que se terminó su escritura. No obstante, sobre él pesa una acusación. Algunas enciclopedias y otras obras de consulta dan a entender —o afirman categóricamente— que es un fraude.
The New Encyclopædia Britannica, por ejemplo, reconoce que hubo un tiempo en el que “generalmente se le consideraba [un libro] de historia auténtica y profecías verdaderas”. Pero esta obra afirma que, en realidad, Daniel “se escribió en un período de crisis nacional más tardío, cuando los judíos sufrían una intensa persecución a manos de[l rey de Siria] Antíoco IV Epífanes”. La enciclopedia sitúa la fecha del libro entre el 167 y el 164 a.E.C. y afirma que su escritor no predice el futuro, sino que sencillamente presenta “acontecimientos que para él son historia pasada como si fueran profecías de sucesos venideros”.
¿Dónde se originan esas ideas? Las críticas al libro de Daniel no son una novedad. Se remontan al siglo III E.C., cuando un filósofo llamado Porfirio pensó —al igual que otros muchos ciudadanos del Imperio romano— que la influencia del cristianismo representaba una amenaza. Con el objetivo de desacreditar aquella religión “novedosa”, escribió quince libros. En el duodécimo dirigió un ataque directo contra el libro de Daniel, denunciándolo como una falsificación realizada por un judío del siglo II a.E.C. En los siglos XVIII y XIX se lanzaron acusaciones similares. La alta crítica y el racionalismo juzgan imposible la profecía, es decir, la predicción de acontecimientos futuros. Daniel se convirtió en uno de sus blancos predilectos. En cierto modo, tanto a él como a su libro se les sometió a juicio. Los críticos afirmaron que había muchas pruebas de que no fue Daniel quien escribió esa obra durante el exilio judío en Babilonia, sino alguien que vivió varios siglos después.* Tantos fueron los ataques que un escritor hasta compuso una apología titulada Daniel en el foso de los críticos.
¿Tienen las rotundas declaraciones de los críticos el aval de las pruebas? ¿O respaldan estas a la defensa? La cuestión es de primordial importancia, pues no solo está en la balanza el prestigio de esa obra antigua, sino también nuestro porvenir. Si el libro de Daniel es un fraude, sus promesas para el futuro de la humanidad no son más que palabras vacías. Si, por el contrario, contiene profecías auténticas, sin duda querrá saber cuál es su significado para nosotros hoy. Con esas ideas presentes, examinemos algunas acusaciones de las que ha sido objeto Daniel.
Tomemos, por ejemplo, la imputación que hace The Encyclopedia Americana: “Muchos detalles históricos de los períodos más tempranos [como el del exilio en Babilonia] aparecen gravemente distorsionados” en el libro de Daniel. ¿Es cierto eso? Veamos, uno por uno, tres supuestos errores.
*Algunos críticos intentan suavizar el cargo de falsificación alegando que el escritor utilizó el nombre de Daniel como seudónimo, tal como los autores de algunos libros antiguos no canónicos se valieron de nombres falsos. Sin embargo, el biblista Ferdinand Hitzig señaló: “Si el libro de Daniel se atribuye a cualquier otro [escritor], el caso es diferente. En ese supuesto se convierte en un escrito falso, cuyo autor pretende engañar a sus lectores inmediatos, aun cuando sea por el bien de ellos”.
EL CASO DEL MONARCA DESAPARECIDO
Daniel escribió que Belsasar, “hijo” de Nabucodonosor, era quien reinaba en Babilonia cuando la ciudad cayó (Daniel 5:1, 11, 18, 22, 30). Los críticos atacaron durante mucho tiempo esta afirmación, pues el nombre de Belsasar no aparecía en ningún lugar aparte de la Biblia. Los historiadores de la antigüedad pensaban, más bien, que Nabonido, un sucesor de Nabucodonosor, fue el último rey de Babilonia. Por consiguiente, en 1850 Ferdinand Hitzig dijo que Belsasar era obviamente un producto de la imaginación del escritor. ¿No le parece esa conclusión un tanto precipitada? Al fin y al cabo, ¿constituiría el hecho de que no se mencionara a ese rey una verdadera prueba de que nunca existió, máxime tratándose de un período del que se reconoce que hay muy poca documentación histórica? Pues bien, en 1854 se desenterraron unos cilindros pequeños de arcilla en las ruinas de la antigua ciudad babilónica de Ur, en lo que ahora es el sur de Irak. Entre esos documentos cuneiformes del rey Nabonido figuraba una oración por “Bel-sar-ussur, mi hijo mayor”. Hasta los críticos tuvieron que admitirlo: se trataba del Belsasar que aparece en el libro de Daniel.
Aun así, no se dieron por satisfechos. “Eso no prueba nada”, escribió uno de ellos, H. F. Talbot. Este alegó que era posible que el hijo al que la inscripción aludía no fuera más que un niño, en tanto que Daniel lo presenta como un rey en el poder. Sin embargo, solo un año después de publicarse los comentarios de Talbot, se desenterraron más tablillas cuneiformes que indicaban que Belsasar disponía de secretarios y servidumbre. Evidentemente, no era ningún niño. Otras tablillas zanjaron definitivamente la cuestión, pues revelaron que Nabonido se ausentaba de Babilonia por períodos de varios años, durante los cuales “confiaba el reino” de Babilonia a su hijo mayor (Belsasar). En esas ocasiones Belsasar era rey en funciones, corregente con su padre.*
Todavía disconformes, algunos críticos protestan porque la Biblia no llame a Belsasar el hijo de Nabonido, sino de Nabucodonosor, e insisten en que Daniel ni siquiera dejó entrever la existencia de Nabonido. Pero ambas objeciones se desmoronan al examinarlas. Al parecer, Nabonido se casó con la hija de Nabucodonosor, lo que haría de Belsasar el nieto de este. Ni en hebreo ni en arameo existen las palabras abuelo o nieto; hijo de puede significar “nieto de” o hasta “descendiente de” (compárese con Mateo 1:1). Además, el relato bíblico nos permite identificar a Belsasar como el hijo de Nabonido. Aterrorizado por la premonitoria escritura en la pared, Belsasar, en su desesperación, ofreció el tercer lugar del reino al que lograra descifrar aquellas palabras (Daniel 5:7). ¿Por qué el tercero y no el segundo? De la oferta se deduce que el primer y el segundo lugar ya se hallaban ocupados. En efecto, lo estaban: por Nabonido y por su hijo Belsasar.
Por lo tanto, la mención que hace Daniel de Belsasar no prueba que se ‘distorsionaron gravemente’ los hechos históricos. Al contrario: aunque no pretendía escribir la historia de Babilonia, Daniel nos presenta un cuadro más detallado de la monarquía babilónica que los historiadores antiguos, como Heródoto, Jenofonte o Beroso. ¿Por qué pudo Daniel consignar los hechos que ellos omitieron? Porque él estaba allí, en Babilonia.
Su libro es la obra de un testigo ocular, no la de un impostor de siglos posteriores.
*Nabonido estaba ausente cuando Babilonia cayó, así que es propio decir que Belsasar era el rey en ese momento. Los críticos objetan que los documentos seglares no atribuyen a Belsasar el rango de rey. No obstante, se sabe que en aquellos tiempos no era extraño que la gente llamara rey incluso a un gobernador.