Umbras Monstrator
02/12/2010, 04:32
Muchas veces me he preguntado ¿por qué es tan basura la mayoría de la gente? Pero hoy esa pregunta retumbó en mi mente por horas más que de costumbre.
Siempre he dicho que si hay algo que no soporto, es ver a un pobre animalito indefenso que sufre, simplemente me destroza el alma.
Hoy iba a hacer unas compras al supermercado, iba por una de las calles principales de la ciudad y en la esquina de enfrente a un club de fútbol había un perrito marrón, tamaño mediano, de pie en la calle (ni siquiera en la vereda, en plena calle)... de lejos lo vi que temblaba; al acercarme un poco lo noté agitado; ya más cerca vi que su agitación era en realidad una dificultad para respirar... agachada ya a su lado, acariciando su cabeza, vi que tenía los claros síntomas del moquillo. Pero lo primero que había notado, ya desde unos pasos antes de llegar a él, es que era pura piel y huesos, que a duras penas se mantenía de pie, que su garganta estaba seca (pues en sus jadeos eso se notaba) y que tenía unos ojos profundamente tristes; de sólo recordarlos los míos se llenan de lágrimas, pocas veces he visto ojos más tristes.
Me quedé con él, acariciándolo, mientras llamaba a mi mamá para que se comunicara con la protectora de animales. Me quedé esperando su llamado para notificarme las novedades. Llamó furiosa diciendo que de la protectora no irían a buscarlo, que alegaban no tener cómo transportarlo, que lo lleváramos nosotras. Yo andaba caminando, siempre ando caminando, no tengo otro medio de transporte (tengo una bicicleta, en realidad, pero andar en ellas es una tentativa de suicidio en esta ciudad).
Crucé a la carnicería que estaba enfrente, el hombre que estaba atendiendo me dijo que él llevaría al animalito en su camioneta, pero en ese momento estaba solo, no podía cerrar el negocio. Salí de allí con el nuevo conocimiento de que 15 minutos con el negocio abierto significan dinero que vale más que una vida... creí que sería una excepción. Fui a otro negocio a pocos pasos, una ferretería... respuesta negativa: no tenían con qué transportar al perrito, pero el muchacho que atendía el negocio ofreció buscar agua para darle (eso sí, pasaron unos 10 minutos y no volvió a salir, quizás se le olvidara o quizás fue más importante atender diligentemente a los dos clientes que llegaron antes que saciar la sed feroz de un ser vivo en estado deplorable).
Durante todo este tiempo, pasaron decenas, cientos de personas que se limitaban a mirar a la mujer loca sentada en el cordón de la vereda acariciando a un perro hecho una piltrafa. Unos cuantos se detenían a comprar cigarrillos en el kiosko que estaba cerca (también parece ser más importante para algunos humanos matarse de a poco que ayudar a un perrito callejero)
No estaba dispuesta a darme por vencida. Llamé al veterinario que atiende a mis mascotas: Gustavo; estaba solo en la veterinaria atendiendo algunos animalitos, así que no podía salir, pero me dijo que se lo llevara en un taxi. Llamé a una empresa de taxis (en realidad aquí son remises), le expliqué la situación al hombre que me atendió y no habían pasado 5 minutos cuando tenía un auto delante mío. Por suerte era un modelo de esos en los que el baúl está conectado con el asiento trasero, así que cargué al chicho en el baúl (me dio unos pellizcones con sus dientes cuando lo alcé, evidentemente estaba nervioso) y me senté detrás para poder acariciarlo en el camino y que no se asustara demasiado.
La veterinaria no estaba lejos, fueron unas 10 cuadras quizás. Llegamos, llamé a Gustavo quien salió al instante, bajó al perrito del auto mientras yo pagaba el transporte, lo llevó a su consultorio y no había estado yo equivocada: tenía moquillo. Es un perro joven pero parecía tener todos los años encima. Inmediatamente le puso unas inyecciones (totalmente gratuitas, ese sí es un veterinario de corazón) y me pidió que me comunicara nuevamente con la protectora de animales, él podía aplicarle todos los medicamentos necesarios y tenerlo por unas horas, pero no podría mantenerlo hasta el otro día porque llegarían nuevos pacientes y podrían contagiarse. Llamé a mamá quien se comunicó con la protectora, los encargados de ésta prometieron comunicarse con Gustavo...
No estoy tranquila... creo que mañana, pasado a más tardar, llamaré a la protectora para conocer el destino de mi flaquito; lo que me quedó grabado en la mente fue su mirada cuando lo dejé en la veterinaria... llámenme loca, pero creo que sabía lo que había hecho por él y me lo agradecía con sus ojitos, él me agradeció que yo no siguiera de largo...
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Siempre he dicho que si hay algo que no soporto, es ver a un pobre animalito indefenso que sufre, simplemente me destroza el alma.
Hoy iba a hacer unas compras al supermercado, iba por una de las calles principales de la ciudad y en la esquina de enfrente a un club de fútbol había un perrito marrón, tamaño mediano, de pie en la calle (ni siquiera en la vereda, en plena calle)... de lejos lo vi que temblaba; al acercarme un poco lo noté agitado; ya más cerca vi que su agitación era en realidad una dificultad para respirar... agachada ya a su lado, acariciando su cabeza, vi que tenía los claros síntomas del moquillo. Pero lo primero que había notado, ya desde unos pasos antes de llegar a él, es que era pura piel y huesos, que a duras penas se mantenía de pie, que su garganta estaba seca (pues en sus jadeos eso se notaba) y que tenía unos ojos profundamente tristes; de sólo recordarlos los míos se llenan de lágrimas, pocas veces he visto ojos más tristes.
Me quedé con él, acariciándolo, mientras llamaba a mi mamá para que se comunicara con la protectora de animales. Me quedé esperando su llamado para notificarme las novedades. Llamó furiosa diciendo que de la protectora no irían a buscarlo, que alegaban no tener cómo transportarlo, que lo lleváramos nosotras. Yo andaba caminando, siempre ando caminando, no tengo otro medio de transporte (tengo una bicicleta, en realidad, pero andar en ellas es una tentativa de suicidio en esta ciudad).
Crucé a la carnicería que estaba enfrente, el hombre que estaba atendiendo me dijo que él llevaría al animalito en su camioneta, pero en ese momento estaba solo, no podía cerrar el negocio. Salí de allí con el nuevo conocimiento de que 15 minutos con el negocio abierto significan dinero que vale más que una vida... creí que sería una excepción. Fui a otro negocio a pocos pasos, una ferretería... respuesta negativa: no tenían con qué transportar al perrito, pero el muchacho que atendía el negocio ofreció buscar agua para darle (eso sí, pasaron unos 10 minutos y no volvió a salir, quizás se le olvidara o quizás fue más importante atender diligentemente a los dos clientes que llegaron antes que saciar la sed feroz de un ser vivo en estado deplorable).
Durante todo este tiempo, pasaron decenas, cientos de personas que se limitaban a mirar a la mujer loca sentada en el cordón de la vereda acariciando a un perro hecho una piltrafa. Unos cuantos se detenían a comprar cigarrillos en el kiosko que estaba cerca (también parece ser más importante para algunos humanos matarse de a poco que ayudar a un perrito callejero)
No estaba dispuesta a darme por vencida. Llamé al veterinario que atiende a mis mascotas: Gustavo; estaba solo en la veterinaria atendiendo algunos animalitos, así que no podía salir, pero me dijo que se lo llevara en un taxi. Llamé a una empresa de taxis (en realidad aquí son remises), le expliqué la situación al hombre que me atendió y no habían pasado 5 minutos cuando tenía un auto delante mío. Por suerte era un modelo de esos en los que el baúl está conectado con el asiento trasero, así que cargué al chicho en el baúl (me dio unos pellizcones con sus dientes cuando lo alcé, evidentemente estaba nervioso) y me senté detrás para poder acariciarlo en el camino y que no se asustara demasiado.
La veterinaria no estaba lejos, fueron unas 10 cuadras quizás. Llegamos, llamé a Gustavo quien salió al instante, bajó al perrito del auto mientras yo pagaba el transporte, lo llevó a su consultorio y no había estado yo equivocada: tenía moquillo. Es un perro joven pero parecía tener todos los años encima. Inmediatamente le puso unas inyecciones (totalmente gratuitas, ese sí es un veterinario de corazón) y me pidió que me comunicara nuevamente con la protectora de animales, él podía aplicarle todos los medicamentos necesarios y tenerlo por unas horas, pero no podría mantenerlo hasta el otro día porque llegarían nuevos pacientes y podrían contagiarse. Llamé a mamá quien se comunicó con la protectora, los encargados de ésta prometieron comunicarse con Gustavo...
No estoy tranquila... creo que mañana, pasado a más tardar, llamaré a la protectora para conocer el destino de mi flaquito; lo que me quedó grabado en la mente fue su mirada cuando lo dejé en la veterinaria... llámenme loca, pero creo que sabía lo que había hecho por él y me lo agradecía con sus ojitos, él me agradeció que yo no siguiera de largo...
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