Diana2005
05/08/2010, 15:30
Kiara, era una niña huérfana, que creció algo mustia y solitaria en un humilde jacal, tan sólo con la compañía y tutoría de su anciana abuela, muy pocas veces se la veía sonreír.
A pesar de su precaria economía, su abuela hizo todo lo posible para que Kiara asistiera a la escuela estatal de la ciudad.
Fue ahí que muy pronto, algunos de sus compañeros de escuela, incautos del origen de su congoja, al notarla siempre opacada y cabizbaja, y pensando que era de tan solo una niña de carácter introvertido, pues en el recreo, casi siempre se aislaba de sus compañeros y prefería quedarse sola, sentada en algún rincón del patio.
Fue así que cierto día, los intrépidos niños le prepararon silenciosamente una coartada piadosa, para llevarla a jugar con ellos a la floresta que estaba cerca donde estudiaban, ni el más pasivo de los niños se resistiría aquel lugar, pensaban ellos, tan lleno de verdor y de tupidos arboles, propicios para la diversión.
Pero, asombrosamente hasta eso fue inútil, Kiara parecía perdida en otro mundo, sumida y sentada en una de las bancas, con la mirada fija en un rincón.
Se hacía ya de tarde y los niños tenían que regresar a sus casas, fue así que ese día, despidiéndose algo desanimados por aquel fiasco, se fueron dispersando rumbo a sus moradas, todos, excepto Kiara.
Cuando de pronto, en medio de aquel silencio, frente a ella se le apareció un extraño niño, casi de la misma edad, de ojos luminosos, cabello rubio y facciones extranjeras, enseguida se sentó junta a Kiara y ninguno de los dos se desprendía la mirada, estaban como hipnotizados, tan sólo acompañados por el sonido del agua cantarina del arroyo y el canto de las inquietas avecillas.
Pasaron algunas horas y ninguno de los dos había pronunciado palabra alguna, sin embargo, ambos se sentían inmensamente felices, se hacia ya casi de noche y era momento de la despedida, él niño marchó en su aparente silencio, prometiéndole a Kiara que volvería muy pronto por ella.
http://img535.imageshack.us/img535/1527/000yr.jpg
A pesar de su precaria economía, su abuela hizo todo lo posible para que Kiara asistiera a la escuela estatal de la ciudad.
Fue ahí que muy pronto, algunos de sus compañeros de escuela, incautos del origen de su congoja, al notarla siempre opacada y cabizbaja, y pensando que era de tan solo una niña de carácter introvertido, pues en el recreo, casi siempre se aislaba de sus compañeros y prefería quedarse sola, sentada en algún rincón del patio.
Fue así que cierto día, los intrépidos niños le prepararon silenciosamente una coartada piadosa, para llevarla a jugar con ellos a la floresta que estaba cerca donde estudiaban, ni el más pasivo de los niños se resistiría aquel lugar, pensaban ellos, tan lleno de verdor y de tupidos arboles, propicios para la diversión.
Pero, asombrosamente hasta eso fue inútil, Kiara parecía perdida en otro mundo, sumida y sentada en una de las bancas, con la mirada fija en un rincón.
Se hacía ya de tarde y los niños tenían que regresar a sus casas, fue así que ese día, despidiéndose algo desanimados por aquel fiasco, se fueron dispersando rumbo a sus moradas, todos, excepto Kiara.
Cuando de pronto, en medio de aquel silencio, frente a ella se le apareció un extraño niño, casi de la misma edad, de ojos luminosos, cabello rubio y facciones extranjeras, enseguida se sentó junta a Kiara y ninguno de los dos se desprendía la mirada, estaban como hipnotizados, tan sólo acompañados por el sonido del agua cantarina del arroyo y el canto de las inquietas avecillas.
Pasaron algunas horas y ninguno de los dos había pronunciado palabra alguna, sin embargo, ambos se sentían inmensamente felices, se hacia ya casi de noche y era momento de la despedida, él niño marchó en su aparente silencio, prometiéndole a Kiara que volvería muy pronto por ella.
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