rebelderenegado
03/08/2010, 23:33
¿Cambian algo las revelaciones de atrocidades?
Alexander Cockburn.
El valeroso soldado que envió 92.000 documentos secretos estadounidenses a Wikileaks esperaba que su revelación, provocara revulsión pública y aumentara la presión política sobre Obama para buscar a toda velocidad una conclusión diplomática a esta guerra. Los documentos que envió a Wikileaks incluían una abrumadora evidencia documental –aceptada por todos como genuina, de:
el uso metódico de un escuadrón de la muerte compuesto de Fuerzas Especiales de EE.UU., conocido como Fuerza de Tareas 373,
la matanza intencional, informal, de civiles por personal de la Coalición, con los consiguientes encubrimientos,
el extremo fracaso de la “contrainsurgencia” y de la “construcción de la nación”,
la venalidad y corrupción de los aliados afganos de la Coalición,
la complicidad de los Servicios de Inteligencia de Pakistán con los talibanes.
El fundador de Wikileaks, Julian Assange, organizó hábilmente la publicación simultánea del material secreto en el New York Times, el Guardian y Der Spiegel.
La historia apareció la víspera de una votación del financiamiento para la guerra en el Congreso de EE.UU. Treinta y seis horas después de la llegada de los artículos a los puestos de periódicos, la Cámara de Representantes de EE.UU. votó a favor el martes pasado por una ley que ya había sido aprobada por el Senado, que financia una escalada de 33.000 millones de dólares, 30.000 soldados, en Afganistán. La votación fue de 308 contra 114. Sin duda, más representantes estadounidenses votaron contra la escalada que hace un año cuando los votos en contra llegaron a sólo 35. Es una migaja de consuelo, pero la cruel verdad es que dentro de 24 horas la Casa Blanca y el Pentágono, con la ayuda de miembros licenciados del ‘Comentariado’ y periódicos como el Washington Post, habían manipulado las salvas de Wikileaks.
“Es poco probable que las revelaciones de WikiLeaks cambien el curso de la guerra de Afganistán” fue el titular del Washington Post el martes por la mañana. Bajo este titular la noticia decía que las filtraciones habían sido discutidas sólo durante 90 segundos en una reunión de altos comandantes en el Pentágono. El artículo citó a “altos funcionarios” en la Casa Blanca que incluso afirmaron descaradamente que fue precisamente su lectura hace un año de los mismos informes secretos de inteligencia lo que llevó a Obama “a lanzar más tropas y dinero a un esfuerzo bélico que no había recibido suficiente atención o recursos del gobierno de Bush”. (Como en: “Haced que ese escuadrón de la muerte opere con más eficiencia” –una orden consumada por el nombramiento por Obama del general McChrystal como su comandante afgano, transferido de su puesto anterior como máximo general de Escuadrones de la Muerte de EE.UU. a cargo de las operaciones del Pentágono en esa área en todo el mundo.)
Hay una cierta verdad en la afirmación de que mucho antes de que Wikileaks publicara los 92.000 archivos la prensa había informado gráficamente sobre la podredumbre general y futilidad de la guerra afgana. Antes este año, por ejemplo, la información de Jerome Starkey de The Times de Londres hizo pedazos la historia de encubrimiento de los militares de EE.UU. después que soldados de las Fuerzas Especiales mataron a dos mujeres afganas embarazadas y a una niña en una incursión en febrero de 2010, en la cual también fueron muertos dos funcionarios del gobierno afgano.
Es una exageración describir el paquete de Wikileaks como una versión actual de los Papeles del Pentágono. Pero es minimizado al descartarlo como “historias viejas”, como lo han estado haciendo detractores insinceros. Los archivos de Wikileaks, son una serie vívida e irrecusable de instantáneas de una empresa desastrosa y criminal. En esos mismos archivos hay una serie convincente de documentos secretos sobre el escuadrón de la muerte operado por los militares estadounidenses, conocido como Fuerza de Tareas 373, una unidad “oculta” no revelada de fuerzas especiales, que ha estado cazando a objetivos para asesinarlos o detenerlos sin proceso. Gracias a Wikileaks sabemos que más de 2.000 altos personajes de los talibanes y de al-Qaida figuran en una lista de “matar o capturar” conocida como Jpel, [siglas en inglés de] lista conjunta priorizada de efectos [sic].
Hay registros que muestran que la Fuerza de Tareas 373 simplemente mataba a sus objetivos sin intentar capturarlos. Los registros revelan que FT 373 también mataba a hombres, mujeres y niños civiles e incluso a policías afganos que se interpusieron sin querer en su camino.
Se pudo ver a Assange entrevistado en programas noticiosos de EE.UU. donde planteó el hecho de que los militares de EE.UU. han dirigido –y siguen dirigiendo– un escuadrón de la muerte siguiendo el modelo del Programa Phoenix. Sus entrevistadores simplemente cambiaron de tema. Cancerberos liberales se quejaron de que los documentos de Wikileaks eran archivos al natural, sin la mediación de periodistas imperiales responsables como ellos mismos. Se hicieron eco de los usuales lamentos del Pentágono sobre las revelaciones inoportunas de “fuentes y métodos”.
La verdad amarga es que las guerras no son generalmente terminadas por revelaciones sobre sus horrores y futilidad en la prensa, con la resultante indignación pública.
Alexander Cockburn.
El valeroso soldado que envió 92.000 documentos secretos estadounidenses a Wikileaks esperaba que su revelación, provocara revulsión pública y aumentara la presión política sobre Obama para buscar a toda velocidad una conclusión diplomática a esta guerra. Los documentos que envió a Wikileaks incluían una abrumadora evidencia documental –aceptada por todos como genuina, de:
el uso metódico de un escuadrón de la muerte compuesto de Fuerzas Especiales de EE.UU., conocido como Fuerza de Tareas 373,
la matanza intencional, informal, de civiles por personal de la Coalición, con los consiguientes encubrimientos,
el extremo fracaso de la “contrainsurgencia” y de la “construcción de la nación”,
la venalidad y corrupción de los aliados afganos de la Coalición,
la complicidad de los Servicios de Inteligencia de Pakistán con los talibanes.
El fundador de Wikileaks, Julian Assange, organizó hábilmente la publicación simultánea del material secreto en el New York Times, el Guardian y Der Spiegel.
La historia apareció la víspera de una votación del financiamiento para la guerra en el Congreso de EE.UU. Treinta y seis horas después de la llegada de los artículos a los puestos de periódicos, la Cámara de Representantes de EE.UU. votó a favor el martes pasado por una ley que ya había sido aprobada por el Senado, que financia una escalada de 33.000 millones de dólares, 30.000 soldados, en Afganistán. La votación fue de 308 contra 114. Sin duda, más representantes estadounidenses votaron contra la escalada que hace un año cuando los votos en contra llegaron a sólo 35. Es una migaja de consuelo, pero la cruel verdad es que dentro de 24 horas la Casa Blanca y el Pentágono, con la ayuda de miembros licenciados del ‘Comentariado’ y periódicos como el Washington Post, habían manipulado las salvas de Wikileaks.
“Es poco probable que las revelaciones de WikiLeaks cambien el curso de la guerra de Afganistán” fue el titular del Washington Post el martes por la mañana. Bajo este titular la noticia decía que las filtraciones habían sido discutidas sólo durante 90 segundos en una reunión de altos comandantes en el Pentágono. El artículo citó a “altos funcionarios” en la Casa Blanca que incluso afirmaron descaradamente que fue precisamente su lectura hace un año de los mismos informes secretos de inteligencia lo que llevó a Obama “a lanzar más tropas y dinero a un esfuerzo bélico que no había recibido suficiente atención o recursos del gobierno de Bush”. (Como en: “Haced que ese escuadrón de la muerte opere con más eficiencia” –una orden consumada por el nombramiento por Obama del general McChrystal como su comandante afgano, transferido de su puesto anterior como máximo general de Escuadrones de la Muerte de EE.UU. a cargo de las operaciones del Pentágono en esa área en todo el mundo.)
Hay una cierta verdad en la afirmación de que mucho antes de que Wikileaks publicara los 92.000 archivos la prensa había informado gráficamente sobre la podredumbre general y futilidad de la guerra afgana. Antes este año, por ejemplo, la información de Jerome Starkey de The Times de Londres hizo pedazos la historia de encubrimiento de los militares de EE.UU. después que soldados de las Fuerzas Especiales mataron a dos mujeres afganas embarazadas y a una niña en una incursión en febrero de 2010, en la cual también fueron muertos dos funcionarios del gobierno afgano.
Es una exageración describir el paquete de Wikileaks como una versión actual de los Papeles del Pentágono. Pero es minimizado al descartarlo como “historias viejas”, como lo han estado haciendo detractores insinceros. Los archivos de Wikileaks, son una serie vívida e irrecusable de instantáneas de una empresa desastrosa y criminal. En esos mismos archivos hay una serie convincente de documentos secretos sobre el escuadrón de la muerte operado por los militares estadounidenses, conocido como Fuerza de Tareas 373, una unidad “oculta” no revelada de fuerzas especiales, que ha estado cazando a objetivos para asesinarlos o detenerlos sin proceso. Gracias a Wikileaks sabemos que más de 2.000 altos personajes de los talibanes y de al-Qaida figuran en una lista de “matar o capturar” conocida como Jpel, [siglas en inglés de] lista conjunta priorizada de efectos [sic].
Hay registros que muestran que la Fuerza de Tareas 373 simplemente mataba a sus objetivos sin intentar capturarlos. Los registros revelan que FT 373 también mataba a hombres, mujeres y niños civiles e incluso a policías afganos que se interpusieron sin querer en su camino.
Se pudo ver a Assange entrevistado en programas noticiosos de EE.UU. donde planteó el hecho de que los militares de EE.UU. han dirigido –y siguen dirigiendo– un escuadrón de la muerte siguiendo el modelo del Programa Phoenix. Sus entrevistadores simplemente cambiaron de tema. Cancerberos liberales se quejaron de que los documentos de Wikileaks eran archivos al natural, sin la mediación de periodistas imperiales responsables como ellos mismos. Se hicieron eco de los usuales lamentos del Pentágono sobre las revelaciones inoportunas de “fuentes y métodos”.
La verdad amarga es que las guerras no son generalmente terminadas por revelaciones sobre sus horrores y futilidad en la prensa, con la resultante indignación pública.