Sadness
17/06/2010, 17:26
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El hombre apuraba con desesperación el último trago de licor; con ello, buscaba apagar su sed y soterrar el último reducto de lucidez. Para él, el acto de embriagarse, significaba anestesiar por un momento el recuerdo de su mísera existencia. Su frente comenzó a perlarse de profusa transpiración y un evidente estremecimiento se hizo de su robusto cuerpo, apenas, podía sostenerse en pie, tras varios intentos de conservar el equilibrio, aquel miserable, cayó de bruces sobre el áspero y polvoriento del camino, ante lo estrepitoso de la caída, el hombre aun tuvo la fuerza suficiente para proteger, aun a costa de su propia integridad la botella de brandy, otrora repleta del veneno que ahora recorrìale por su torrente vital ¿Desde cuándo le atrapó este vicio? Él sabía la respuesta, casi de inmediato, que dejó de mamar de los desnutridos pechos de la madre, comenzó a observar como se apoderaba primero de la voluntad de su padre y luego se hacía de la de él. Alcoholizado todo el tiempo, al principio lo hacia por mitigar lo extenuante de una jornada por demás inhumana en las raquíticas parcelas, luego para olvidar la imposibilidad de cubrir las necesidades básicas de una familia que crecía en proporción a los cada vez más escasos ingresos. En aquellas, agotadas tierras, la única herencia segura que se podía transmitir de padres a hijos, era la desesperanza, miseria y el alcohol. Y aquel hombre, de semblante hosco y malas maneras, se rebelaba ante ese futuro para sus críos. Fue por eso, que aceptó participar en ese negocio turbio, que a cambio de aniquilar su conciencia, le iba a dejar grandes dividendos, que le permitirían abandonar esas estériles tierras e ir en busca de mejores oportunidades de vida para su familia. Fue así que aceptó trabajar para el “gringo” y participar en el secuestro de la “güerita”, el había escuchado más de una vez, de lo jugoso del negocio de la “trata de blancas” sobre todo en la línea fronteriza, había oído decir, es la manera fácil de salir de la miseria, pero el tenía pequeñas y le repugnaba la sola idea, de participar en ese sucio negocio. Y sin embargo, ahora la necesidad le arrojaba a esa actividad que censuraba tanto. Al principio, todo fue tan fácil, sustraer a la jovencita y mantenerla cautiva, en lo que aparecía el “gringo”, sólo que no contaba, que esa rubiecita con su sonrisa tierna y sus dulces maneras, terminaría por robarle el corazón. Ahora, se sentía como el ser más repugnante, no, no podía entregar a la pequeña a ese desalmado “gringo”. ¡Cómo permitir, que la inocencia fuera corrompida! ¡No, mientras en él quedé un poco de dignidad! -¡Help me, Mr. García, please!-Es lo último que puede escuchar, antes de caer inconsciente. Más tarde, se dará cuenta que la “güerita” fue sustraída de su cautiverio por uno de los secuaces del “gringo” y la vocecita de aquella indefensa criatura, resonará en su conciencia como una huella indeleble de lo que pudo hacer y no hizo.
El hombre apuraba con desesperación el último trago de licor; con ello, buscaba apagar su sed y soterrar el último reducto de lucidez. Para él, el acto de embriagarse, significaba anestesiar por un momento el recuerdo de su mísera existencia. Su frente comenzó a perlarse de profusa transpiración y un evidente estremecimiento se hizo de su robusto cuerpo, apenas, podía sostenerse en pie, tras varios intentos de conservar el equilibrio, aquel miserable, cayó de bruces sobre el áspero y polvoriento del camino, ante lo estrepitoso de la caída, el hombre aun tuvo la fuerza suficiente para proteger, aun a costa de su propia integridad la botella de brandy, otrora repleta del veneno que ahora recorrìale por su torrente vital ¿Desde cuándo le atrapó este vicio? Él sabía la respuesta, casi de inmediato, que dejó de mamar de los desnutridos pechos de la madre, comenzó a observar como se apoderaba primero de la voluntad de su padre y luego se hacía de la de él. Alcoholizado todo el tiempo, al principio lo hacia por mitigar lo extenuante de una jornada por demás inhumana en las raquíticas parcelas, luego para olvidar la imposibilidad de cubrir las necesidades básicas de una familia que crecía en proporción a los cada vez más escasos ingresos. En aquellas, agotadas tierras, la única herencia segura que se podía transmitir de padres a hijos, era la desesperanza, miseria y el alcohol. Y aquel hombre, de semblante hosco y malas maneras, se rebelaba ante ese futuro para sus críos. Fue por eso, que aceptó participar en ese negocio turbio, que a cambio de aniquilar su conciencia, le iba a dejar grandes dividendos, que le permitirían abandonar esas estériles tierras e ir en busca de mejores oportunidades de vida para su familia. Fue así que aceptó trabajar para el “gringo” y participar en el secuestro de la “güerita”, el había escuchado más de una vez, de lo jugoso del negocio de la “trata de blancas” sobre todo en la línea fronteriza, había oído decir, es la manera fácil de salir de la miseria, pero el tenía pequeñas y le repugnaba la sola idea, de participar en ese sucio negocio. Y sin embargo, ahora la necesidad le arrojaba a esa actividad que censuraba tanto. Al principio, todo fue tan fácil, sustraer a la jovencita y mantenerla cautiva, en lo que aparecía el “gringo”, sólo que no contaba, que esa rubiecita con su sonrisa tierna y sus dulces maneras, terminaría por robarle el corazón. Ahora, se sentía como el ser más repugnante, no, no podía entregar a la pequeña a ese desalmado “gringo”. ¡Cómo permitir, que la inocencia fuera corrompida! ¡No, mientras en él quedé un poco de dignidad! -¡Help me, Mr. García, please!-Es lo último que puede escuchar, antes de caer inconsciente. Más tarde, se dará cuenta que la “güerita” fue sustraída de su cautiverio por uno de los secuaces del “gringo” y la vocecita de aquella indefensa criatura, resonará en su conciencia como una huella indeleble de lo que pudo hacer y no hizo.