Diana2005
17/06/2010, 14:30
Recuerdo que, cuando mi pequeño hijo apenas bordeaba los 5 años de edad, nunca le gustaba comer huevo duro, y claro, yo como toda buena madre, insistiendo de mil maneras para que mi peque, ingiera los más sanos alimentos y más aun “el huevo”, este prodigioso alimento, el cual como todos sabemos, es uno de los más completos, no sólo en calcio sino también en vitaminas y proteínas.
En mi casi desesperación, buscando innumerables pero vanas veces, hacer que mi hijo le coja el gustito, se me ocurrió hablar de mi menuda preocupación con su profesora de kínder, y esta no tuvo mejor idea que sugerirme incluirlo en su lonchera diaria, ¡ah claro!, obviamente a ocultas de mi incauto hijo; pero este detalle era lo de menos, pues muy a pesar de ello, prevalecía la idea de su sano crecimiento y a él, no le quedaría otra alternativa que comerlo bajo aquella mirada persuasiva de la educadora, ¡pero que mejor alternativa! me dije a mi misma, agradeciéndole ponderadamente por la salvación a dicha cómplice.
Pero, a los pocos días que pasaron de conllevar aquella confabulación “piadosa”, por un lado me sentía aliviada al saber que estaba contribuyendo con la adecuada dieta de mi retoño y al mismo tiempo una sensación inexplicable de culpabilidad me embargaba.
No pasaría mucho tiempo, para que mi hijo se diera cuenta que había sido victima de de su propia madre, y fue así que una mañana de aquellas, yo despidiéndolo desde la ventana de mi morada y mi peque sonriente, con su manito haciéndome adiós y partiendo como de costumbre rumbo a su colegio, con lonchera en mano y su nana que lo acompañaba…. Cuando, de un momento a otro, tal vez acordándose de lo que había tenido que comer en la escuela días antes, por culpa de su desalmada mamá, fue de repente que cambió su dulce sonrisa por una ciña agestada, lanzándome una pregunta al aire, casi queja, sin considerar que estaba casi por voltear la esquina, diciendo: “mamá pusiste huevo?”… ups! yo no sabía dónde poner la cara, al ver la cara de asombro de algunos curiosos vecinos.
Nunca me sentí tan mamá gallina como ese día.. Ja!
En mi casi desesperación, buscando innumerables pero vanas veces, hacer que mi hijo le coja el gustito, se me ocurrió hablar de mi menuda preocupación con su profesora de kínder, y esta no tuvo mejor idea que sugerirme incluirlo en su lonchera diaria, ¡ah claro!, obviamente a ocultas de mi incauto hijo; pero este detalle era lo de menos, pues muy a pesar de ello, prevalecía la idea de su sano crecimiento y a él, no le quedaría otra alternativa que comerlo bajo aquella mirada persuasiva de la educadora, ¡pero que mejor alternativa! me dije a mi misma, agradeciéndole ponderadamente por la salvación a dicha cómplice.
Pero, a los pocos días que pasaron de conllevar aquella confabulación “piadosa”, por un lado me sentía aliviada al saber que estaba contribuyendo con la adecuada dieta de mi retoño y al mismo tiempo una sensación inexplicable de culpabilidad me embargaba.
No pasaría mucho tiempo, para que mi hijo se diera cuenta que había sido victima de de su propia madre, y fue así que una mañana de aquellas, yo despidiéndolo desde la ventana de mi morada y mi peque sonriente, con su manito haciéndome adiós y partiendo como de costumbre rumbo a su colegio, con lonchera en mano y su nana que lo acompañaba…. Cuando, de un momento a otro, tal vez acordándose de lo que había tenido que comer en la escuela días antes, por culpa de su desalmada mamá, fue de repente que cambió su dulce sonrisa por una ciña agestada, lanzándome una pregunta al aire, casi queja, sin considerar que estaba casi por voltear la esquina, diciendo: “mamá pusiste huevo?”… ups! yo no sabía dónde poner la cara, al ver la cara de asombro de algunos curiosos vecinos.
Nunca me sentí tan mamá gallina como ese día.. Ja!