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Ver la versión completa : ¿Hacia dónde vamos?



ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
16/06/2010, 08:25
El actual mundo es cambiante y nada permanece. Lo que ayer era dado por supuesto hoy es falso. Nada es lo que era porque el cambio es un acontecimiento constante; y siempre ha sido así, todo siempre ha cambiado. Lo que hoy en día sucede es que el cambio contrasta y nos apercibimos de él. El fenómeno de la precipitación se hace evidente al no tener la misma forma que el concepto que lo padece (el sujeto); la forma del cambio es más rápida que la de la mente y caben más grados de cambio de los que se pueden percibir.

Todos estamos sujetos al fenómeno de la precipitación en una distancia mínima con la forma de su concepto. El mínimo de la representación es el sujeto. Ya sea usted, su amante, su jefe, yo mismo, o su padre, todos somos sujetos, sujetos de una representación precipitada.

Todos hemos experimentado cómo un leve ruido constante se hace consciente al desaparecer. Buenos ejemplos de ello son el sonido de la lavadora o el aspirador. Vivimos entre ruido y no nos damos cuenta. Cuando el ruido cesa nos damos cuenta de que era molesto porque anteriormente era una molestia sorda. Sin lugar a dudas que si alguien hubiese dicho “¡qué pesadez de ruido!” todos compartiríamos la misma molestia. Somos así, ineptos para la filosofía; sólo hay filosofía cuando algo se hace primero a la mente. Es por ello que el sociólogo primero va al ritmo de lo que es primero al ser del tiempo social, lo que condiciona primeramente su concepto.

Los conceptos sociológicos son vacíos si no tienen como primera referencia lo que se da primeramente a la mente que los piensa. Cuando acuden a sus trabajos, ponen la televisión, van al cine, pagan sus facturas o van a comer con sus familias o amigos forman parte de un colectivo psicológico que está formalizado alrededor de un concepto solidario.

La sociología del trabajo comprende un horario, un sistema de retribución, unas metodologías, etc., etc.; las cadenas de televisión se ajustan al público objetivo de sus anunciantes preferentes y lo casan con el posicionamiento estratégico de la cadena, emiten ciertos programas a ciertas horas, etc.; se va al cine a ver las películas de mayor éxito o las que más gustan a determinado colectivo, las que cuentan con ciertas estrellas y ciertos premios, etc.; las facturas se pagan por medio de un recibo bancario en determinada fecha del mes que condiciona el presupuesto familiar; y comen con amigos y familiares en un ritual que se celebra en determinados sitios con determinados protocolos. El objeto común de todo ello es que están condicionados por una forma que hace común su experiencia psíquica: trabajan, ven la televisión, van a cine, pagan, y se reúnen con familiares y amigos.

Si las empresas cierran no hay trabajo al que ir, si no tienen televisión no pueden verla, si no hay estrenos no van al cine, si no tienen teléfono no pagan la factura, y si no conocen a nadie no se reúnen con nadie. No hay concepto solidario sin una psicología que sea común a algo.

Todos nos reconocemos por la mañana en el espejo al peinarnos porque todos nos miramos por la mañana en espejos después de ducharnos para ir peinados. Los espejos y los peinados son mucho más importantes para el sociólogo que las individualidades que se miran en espejos para peinarse; la individualidad es un grado incierto sociológicamente. Sólo hay individuo en la comunidad que lo hace posible.

El individuo es sociológicamente un malentendido de sociólogos con vocación de periodistas. Sólo roba quien tiene algo que robar, pega quien tiene a quién pegar, es infiel quien tiene con quién ser infiel.

El consejo de Sócrates, que diferenciaba al hombre del animal, sobre que nadie se indigna moralmente con un animal sólo dice lo poco que Sócrates pensó sobre la condición moral del hombre y la lógica de su padecer. El hombre se indigna con el mundo con una moral en principio indiscriminada, sin cara, desde sí mismo y con la forma del otro; se reconoce y coge forma en la cara del otro. El hombre, sin el otro, es un encarcelado sin salida. Todos somos irritables, y no hay forma más expresiva de la irritación que la cara del otro. Uno mismo, en este sentido, es una variedad de uno mismo desde la lógica de ser otro. Estrictamente, no hay uno mismo; uno mismo es el encarcelado.

La responsabilidad del individuo, ser uno con su representación, es filosóficamente una injusticia. No hay individuo que no sea psicológico, y la psicología no tiene forma por sí, por la propia pscología. El individuo es parte de un concepto, y la psicología es un grado de diferentes individuos. Pongan en un continuo a muchos individuos y verán hacia dónde van todos: van de unos a otros, y nadie va solo.

Hay en este sentido una teoría esencialmente individualista popularizada por el gran filósofo Friedrich Nietzsche que hace un mundo del individuo, de sí a sí como objeto de creación, un simismo de devenir eterno (ahistórico). Es, quizás, su idea más conocida: la doctrina del superhombre, una teoría excitante habitualmente enseñada como si se tratase de un héroe de la Marvel, como spider-man o Hulk (la sociología del comic es más una sociología de la cultura y el arte que una sociología del conocimiento). El superhombre no es un héroe sino un mártir de la superación de uno mismo, un ocaso forzado por un nuevo día. Superhombre debiera ser traducido al castellano por hombre superior y no por superhombre. A pesar de que el pensador italiano Gianni Vattimo propuso traducir superhombre (Übermensch) por ultrahombre, desde una interpretación fenomenológica como la mía preferimos hombre superior, hombre que supera.

Emeric
20/07/2010, 17:55
El consejo de Sócrates, que diferenciaba al hombre del animal, sobre que nadie se indigna moralmente con un animal sólo dice lo poco que Sócrates pensó sobre la condición moral del hombre y la lógica de su padecer.He leído acerca de tribunales medievales en los cuales animales fueron enjuiciados, condenados y, finalmente, ejecutados por asesinatos cometidos contra humanos.

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
21/07/2010, 01:47
No recuerdo exactamente en qué diálogo lo decía, pero se refería al entendimiento propiamente humano del que, según decía, carecen las bestias. No obstante, comulgo con que la ética es una cuestión del entendimiento. Mi distinción vendría acerca del sentimiento moral, el que sí tienen los animales, pero de forma distinta al hombre.

Hace años ya surgió esta cuestión de la moralidad de los animales. La sigo defendiendo aún más que entonces, y, por lo que yo sé, debo ir bastante bien enfocado. Con las mascotas hay, por ejemplo, un fenómeno muy curioso en quienes hacen de los animales casi hombres; ponen a los animales cara de hombres. Los conceptos de algunas campañas publicitarias de productos para mascotas van en esa línea: cuida de él como si fuese un niño. No me parece mal cuidar de los animales, muy al contario, pero no pongo al animal a la misma altura que el hombre. Los niños son mucho peores de cómo los pintan, y qué decir de los mayores, pero las principales cuestiones son entre hombres y no entre hombres y animales.

Con los animales hay casos muy curiosos como la crueldad de Descartes o Spinoza, por el contrario a Schopenhauer, que iba mucho mejor orientado en cuestiones de eticidad; el primero negaba su sufrimiento y el segundo disfrutaba mortificándolos, y por el contrario el último respetaba toda forma de vida como una variación de una misma voluntad. En cualquier caso, los animales ayudan mucho a ver más claramente grandes cuestiones sobre el hombre.

Mi opinión es que en la moral cabe el idealismo, pero no toda moral es ideal.

Emeric
21/07/2010, 05:04
En cualquier caso, los animales ayudan mucho a ver más claramente grandes cuestiones sobre el hombre.Así es. Y eso me recuerda las "Fábulas" de Jean DE LAFONTAINE. :yo:

ElMundo22
21/07/2010, 18:27
El actual mundo es cambiante y nada permanece. Lo que ayer era dado por supuesto hoy es falso. Nada es lo que era porque el cambio es un acontecimiento constante; y siempre ha sido así, todo siempre ha cambiado. Lo que hoy en día sucede es que el cambio contrasta y nos apercibimos de él. El fenómeno de la precipitación se hace evidente al no tener la misma forma que el concepto que lo padece (el sujeto); la forma del cambio es más rápida que la de la mente y caben más grados de cambio de los que se pueden percibir.

Todos estamos sujetos al fenómeno de la precipitación en una distancia mínima con la forma de su concepto. El mínimo de la representación es el sujeto. Ya sea usted, su amante, su jefe, yo mismo, o su padre, todos somos sujetos, sujetos de una representación precipitada.

Todos hemos experimentado cómo un leve ruido constante se hace consciente al desaparecer. Buenos ejemplos de ello son el sonido de la lavadora o el aspirador. Vivimos entre ruido y no nos damos cuenta. Cuando el ruido cesa nos damos cuenta de que era molesto porque anteriormente era una molestia sorda. Sin lugar a dudas que si alguien hubiese dicho “¡qué pesadez de ruido!” todos compartiríamos la misma molestia. Somos así, ineptos para la filosofía; sólo hay filosofía cuando algo se hace primero a la mente. Es por ello que el sociólogo primero va al ritmo de lo que es primero al ser del tiempo social, lo que condiciona primeramente su concepto.

Los conceptos sociológicos son vacíos si no tienen como primera referencia lo que se da primeramente a la mente que los piensa. Cuando acuden a sus trabajos, ponen la televisión, van al cine, pagan sus facturas o van a comer con sus familias o amigos forman parte de un colectivo psicológico que está formalizado alrededor de un concepto solidario.

La sociología del trabajo comprende un horario, un sistema de retribución, unas metodologías, etc., etc.; las cadenas de televisión se ajustan al público objetivo de sus anunciantes preferentes y lo casan con el posicionamiento estratégico de la cadena, emiten ciertos programas a ciertas horas, etc.; se va al cine a ver las películas de mayor éxito o las que más gustan a determinado colectivo, las que cuentan con ciertas estrellas y ciertos premios, etc.; las facturas se pagan por medio de un recibo bancario en determinada fecha del mes que condiciona el presupuesto familiar; y comen con amigos y familiares en un ritual que se celebra en determinados sitios con determinados protocolos. El objeto común de todo ello es que están condicionados por una forma que hace común su experiencia psíquica: trabajan, ven la televisión, van a cine, pagan, y se reúnen con familiares y amigos.

Si las empresas cierran no hay trabajo al que ir, si no tienen televisión no pueden verla, si no hay estrenos no van al cine, si no tienen teléfono no pagan la factura, y si no conocen a nadie no se reúnen con nadie. No hay concepto solidario sin una psicología que sea común a algo.

Todos nos reconocemos por la mañana en el espejo al peinarnos porque todos nos miramos por la mañana en espejos después de ducharnos para ir peinados. Los espejos y los peinados son mucho más importantes para el sociólogo que las individualidades que se miran en espejos para peinarse; la individualidad es un grado incierto sociológicamente. Sólo hay individuo en la comunidad que lo hace posible.

El individuo es sociológicamente un malentendido de sociólogos con vocación de periodistas. Sólo roba quien tiene algo que robar, pega quien tiene a quién pegar, es infiel quien tiene con quién ser infiel.

El consejo de Sócrates, que diferenciaba al hombre del animal, sobre que nadie se indigna moralmente con un animal sólo dice lo poco que Sócrates pensó sobre la condición moral del hombre y la lógica de su padecer. El hombre se indigna con el mundo con una moral en principio indiscriminada, sin cara, desde sí mismo y con la forma del otro; se reconoce y coge forma en la cara del otro. El hombre, sin el otro, es un encarcelado sin salida. Todos somos irritables, y no hay forma más expresiva de la irritación que la cara del otro. Uno mismo, en este sentido, es una variedad de uno mismo desde la lógica de ser otro. Estrictamente, no hay uno mismo; uno mismo es el encarcelado.

La responsabilidad del individuo, ser uno con su representación, es filosóficamente una injusticia. No hay individuo que no sea psicológico, y la psicología no tiene forma por sí, por la propia pscología. El individuo es parte de un concepto, y la psicología es un grado de diferentes individuos. Pongan en un continuo a muchos individuos y verán hacia dónde van todos: van de unos a otros, y nadie va solo.

Hay en este sentido una teoría esencialmente individualista popularizada por el gran filósofo Friedrich Nietzsche que hace un mundo del individuo, de sí a sí como objeto de creación, un simismo de devenir eterno (ahistórico). Es, quizás, su idea más conocida: la doctrina del superhombre, una teoría excitante habitualmente enseñada como si se tratase de un héroe de la Marvel, como spider-man o Hulk (la sociología del comic es más una sociología de la cultura y el arte que una sociología del conocimiento). El superhombre no es un héroe sino un mártir de la superación de uno mismo, un ocaso forzado por un nuevo día. Superhombre debiera ser traducido al castellano por hombre superior y no por superhombre. A pesar de que el pensador italiano Gianni Vattimo propuso traducir superhombre (Übermensch) por ultrahombre, desde una interpretación fenomenológica como la mía preferimos hombre superior, hombre que supera.

¿Es Alberto el que escribe? Buen cambio de método. Ahora se entiende, con peras y con manzanas. Muy didáctico.

Si hasta se podría hacer ese comic, con esas nubes de pensamiento. O un libro más de esta serie:

http://img686.imageshack.us/img686/9088/marx.gif (http://img686.imageshack.us/i/marx.gif/)


Sería "Alberto Rodríguez-Sedano para Principiantes".

Aquí hay un link que da cuenta de un tío que alegó haberse sacado el sistema humano de encima ¿será posible? ¿sería deseable? y... ¿qué fue lo que quedó? http://en.wikipedia.org/wiki/U._G._Krishnamurti

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
22/07/2010, 06:40
¿Es Alberto el que escribe?

:-D:-D:-D Cuánta razón lleva. Fíjese, cuando doy a leer textos míos a conocidos me dicen que prefieren que se los cuente, que soy agotador. Tendrían que ver la cara de mi mujer a primera hora de la mañana escuchando un ruido incomprensible; veo en sus ojos cómo mantiene el sitio y oye el ruido de fondo de mi radio sin saber de qué diablos hablo. "Ya me he perdido", o "todavía no puedo con tanto peso", ella expresa con ojos afectivos aunque desorientados. Según dicen, mi voz es muy relajante, ¡si no prestan atención a lo que digo!.

Lamento que lo que escribo esté escrito principalmente para mí, para que pueda seguirme la pista; no soy capaz de seguirme a la primera y me cuesta ponerme al día. ¿Cree que yo me entiendo?. Sólo con mucho tiempo, cuando hay suficiente distancia para ver qué tenía en mente. Con distancia se ve más un conjunto, menos ruido extraño, unas nubes que adquieren una forma que no tienen por ellas mismas.

Abrí el año pasado un tema que hablaba de la claridad en filosofía y la necesidad de oscuridad del filósofo. No es que el filósofo se oculte y oculte sus ideas bajo formas no establecidas en un lenguaje común; es, más bien, que dice otras cosas para las que no hay un pensamiento hecho y un sabor reconocible. La psicología y la filosofía del lenguaje son muy interesantes, pero la filosofía es una pieza difícil de hincar el diente. La filosofía que todos entienden se puede encontrar en cualquier sitio. Era lo que decía Lichtenberg de Kant, que hizo complejísimo el sentido común, una ironía sobre su tremendo valor. Si quieren leer lo que ya saben ¿para qué me van a querer a mí?. Me podrán querer para decir algo que no sepan o, las más de las veces, ir a lo que ya saben por un camino tortuoso. Toda mi filosofía debiera leerse así, del final al principio, línea por línea y párrafo por párrafo al revés, para poder leerla así de nuevo y verla con otros ojos. Entonces me dirían: espere, esto parece ser así, pero si lo es se está contradiciendo con todo lo dicho. Es la única manera que yo sé de ver cosas que no se ven. ¿Inventándonoslas?. Sí; pero la dialéctica es muy caprichosa porque no sabe bien de qué pie cojea ¡porque no cojea!.

Muchos de mis temas, la mayoría, se han ido ampliando unos con otros, y no puedo abusar de ustedes y pedir que me lean y me relan, que es como dejan de ser tan extraños para ser sólo raros. Este tema no es el más claro porque mi sociología me va a devolver con bastante seguridad a la filosofía. El principio del cambio social que tenía en mente se quedó en una razón del cambio a la que me opongo; tenía pensado otra línea para ampliar el tema, pero me temo que mis nuevas ideas se acumulan en mi cabeza más rápido del que se requiere para verlas en claro. No se puede pensar nada con claridad si no es no pensando nada, esto es, lo mismo.

Iré dejando poco a poco la sociología a los sociólogos y volveré a temas irreconocibles que no entienda ni yo. Aunque he estudiado muchísima sociología, no me interesa la sociología sino como teoría. Cuando me he llamado a mí mismo sociólogo era una provocación para los sociólogos. Y como lo que yo digo no es oficialmente sociología, ¡veamos si realmente es sociología!; apuesto que sí, y con más coherencia que la otra. Ya casi no leo sociología porque la mayoría de la sociología que conozco es tremendamente superficial; carece alarmantemente de espíritu filososófico. La única sociología que me interesa, hoy por hoy, es la mía y el molde que toma como objeto de su teoría. Los que crean que estoy diciendo disparates pueden ir a leer a los nuevos sociólogos y comprobar si son tan nuevos y si soy yo un sociólogo a la moda, un sociólogo de hoy, o, más bien, si soy un sociólogo independiente de su moda y con otro sentido del tiempo. Los conceptos para el fenómeno del la precipitación no están en sociología alguna que no sea la mía. Los radicalismos antirealistas eran, evidentemente, una cuestión de estilo. Cosas como que soy contra-empírico, contra-mentalista, contra-histórico o contra-científico eran intuiciones de cosas que se podrían mejorar. ¿Y no es, todo ello, por lo que me hice por un rato filósofo sociólogo?

¿No es extraño que yo me acabe entendiendo a mí mismo y no me entiendan ustedes?. Claro que es extraño porque hacia dónde vamos no está claro, y por eso hay que ponerlo por delante para verlo, para tener una guía. ¿Pero vemos las cosas bajo el imperio de la vista?. No, no; estamos confundidos. Si no, si lo tuviésemos todo más claro, no habría razón para preguntar. La razón psicológica de la pregunta no es razón por sí, sino la forma de otra cosa que mueve la psique de la pregunta. Evolutivamente, la razón no existe; es incierta e irracional. Estas antinomias se han solucionado con una finalidad hipotética como si con una hipótesis se llegase a conocer una identidad que de ella depende y para la que ella misma es su cosa; es ella misma. La tautología tiene cierto valor por su evidencia, porque todos entendemos esas cosas tan claras que se contradicen por sí mismas y no dejan lugar a duda. ¿Es, pues, eso lo que quieren saber si por principio no saben nada y niegan todo saber distinto de la nada en la que se basan?. Repito, ¿para qué querrían que les diga qué ver si es lo que ya están viendo?. Uno no ve; es lo visto.