ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
17/05/2010, 07:04
"Sólo por vanidad confesamos nuestros defectos" (François de La Rochefoucald, Máximas, 609)
El planteamiento central que critico es que no podemos conocer a priori lo que debemos conocer. La forma de la verdad no es idéntica con lo que se reclama de ella. No hay nada que conocer que no sea parte de un concepto.
Cualquier concepto que se quiera conocer tiene que ser antepuesto. La verdad, tal cual dicha, es imposible sin precipitación; y un concepto precipitado es, con respecto al tiempo de su discurso, un delirio que especula con su repetición.
La moral no es repetición de una forma segunda sino que es primera con una forma que se repite primeramente al concepto del sentimiento. Los sentimientos no se pueden reducir a concepto; son formas primeras con las que la mente hace un concepto distante con el que desplazarse hasta otro.
El otro es la forma de coherencia de la representación, el desplazamiento hacia sí desde otro. La compasión, que es el principio fenomenológico de la unidad afectiva, no puede ser intersubjetivo sin aquello sobre lo que establece una distancia. Uno no es abstracto; la abstracción es la forma necesaria de distancia con uno mismo.
El deber es una forma moral, la forma ética por excelencia; hace una deuda de la inquietud de su mandato. La moral se basa en la falta en la que se apoya toda representación del otro. El otro significa, y el significado del otro es lo que desplaza porque se pasa de un orden normal a un orden distinto en el que cabe el otro. Un paseo solo será como se quiera que sea; el paseo con el otro es algo radicalmente distinto por ser un paseo con el otro y no sólo conmigo mismo. El otro no es neutro; es el afecto más importante, la gran pasión del hombre.
No pienso discutir que la ciencia lleve a cosas verdaderas, porque se puede repetir un millón de veces un experimento y carecer de la forma que lo haría falso. La razón de la ciencia basa su expectativa de racionalidad en todo el orden que permanece racionalmente, pero llegados a cierta crítica de la razón misma, ésta sabe que no es por sí misma, y la razón queda como una forma histórica y no nouménica. No hay formas a priori para quebrar esta limitación. La ciencia se basa en que podemos racionalizar la expectativa en una teoría que se repite a sí misma por medio del vacío de su idea.
Lo que podemos hacer es amoldarnos más a la forma que dice verdad con la expectativa de que el orden dialéctico hará menos doloroso el trance, menos erróneo. Si hace frío y con una piel soporto más el frío, la piel se convierte en mi método de evitar el frío. No obstante, en los meses de calor me olvido del frío. Recuerdo la piel cuando tengo frío.
La forma de evitar el problema se dice a sí misma que el problema es constante. Pero puede que viva en zonas menos frías o que el mayor problema no sea el frío. Tal vez descubra que la piel desarrolla un bichito que haga imposible el descanso, o que alguien envidie mi piel, me odie por ello y terminemos matándonos por la piel. Nada de esto es extraño. La satisfacción de los objetos más deseados muestra no sólo la incoherencia de la lógica del deseo sino la confusión con la que embruja al sujeto. Todos estamos sujetos al deseo, a una representación cualquiera, y todos nos creemos dueños del simismo, que mandamos en nosotros; evidentemente, las representaciones no son propias ni el sujeto entra con justicia en su representación.
Una de las consecuencias de la ciencia es haber abstraído la naturaleza. Y la naturaleza es material y no infinita; no es una idea. Las proposiciones, por otro lado, sí son ideas, y no son materiales.
El bien de la cura de enfermedades, el abrigo y otras variedades que hacen la vida menos hostil no son bien en sí mismo sino una condición que dice psicológicamente bien de sí mismo. A nadie le gusta la enfermedad, pero la enfermedad es, por sí misma, un gran objeto moral. La superación de la enfermedad en un modo de cultura, como la sociología de medicina, no es buena; está más asegurado su mal que su bien. Las enfermedades hacen, con facilidad, malo al enfermo y bueno al grupo al que pertenece; la enfermedad potencia el valor moral. La riqueza moderna, algo que ya sabemos que es un sueño, ha llevado a que los mayores sean moralmente abandonados, a formas de enfermedad psicológica por miedo a estar enfermo, a mirarse a sí continuamente en el espejo olvidándose de que uno no es sino el otro, a negar la urgencia de los problemas por la comodidad que los abstrae, etc., etc.
Me gustaría saber qué tiene que ver la historia de la antropología consustancial a ser humano con la identidad de tener cerebros. Es una prueba del delirio al que conduce la ideología teórica que piensa que conocer puede abstraer su experiencia. Se piensa a sí, subjetivamente y en vacío. La experiencia es infinitamente rica porque se da a priori con una falta que hace que se haga idea. Como la soberbia del hombre es igualmente infinita el hombre no aprende a priori; aprende algo y lo esquematiza como forma que repite.
Uno de los desastres de la moderna ciencia del cerebro ha sido usar su ciencia en sentido epistemológico y no moral. Su moral es sospechosa de ser subjetiva porque no conoce más que una forma muy incierta de necesidad moral. Hay una forma a priori de moral en el cerebro porque venimos con una predisposición a sentir al otro, pero nos centramos en la supuesta bondad de esa relación que rigurosamente no sólo relaciona el bien. Al otro lo miro y crea la distinción de que no es una piedra; es un salto moral en la naturaleza que pone a uno frente al otro, los enfrenta. Compartimos el sentimiento, es cierto, y la fenomenología compartida del sentimiento crea un desplazamiento del mismo. El concepto no se remite sí mismo sino a la forma con que es pensado. La remisión a sí mismo es válida, en principio, subjetivamente, pero la subjetividad no tiene en sí misma la forma de su ampliación. Uno se remite al vacío formalizado en su historia. Uno no ve en abstracto, uno ve sensiblemente. Y las representaciones con mayor contenido son las morales y no las proposiciones.
El juicio subjetivo de una proposición es en principio inmoral porque la proposición no tiene en principio forma moral. Una proposición se contradice históricamente con la siguiente porque no son ni pueden ser las mismas. Si veo esto en t1 y lo veo en t2 no veo lo mismo; la proposición “ver” abstrae el tránsito haciendo idéntica la diferencia como si la urgencia fuese de la finalidad de ver. Las teleologías son, epistemológicamente, ideologías. No se puede aprender de la historia porque no sabemos a priori qué dirá la historia.
Los amantes de la ciencia caen en que la historia racional es una forma de repetición de la historia. Es una confusión lingüística por tomar a la ligera la filosofía de la ciencia. La filosofía de la ciencia dice que la ciencia siempre está equivocada, y el mayor de los errores es hacer de la forma de la verdad un error moral que abstrae la moral. La ciencia no es simétrica con su contenido sino en abstracto, y la moral no es ni puede ser abstracta. La ciencia no descubre por sí misma sino por la forma de su concepto. La ciencia siempre tiene una deuda moral y no sólo una deuda epistemológica. La epistemología de la ciencia, comparada con la fenomenología moral es, simplemente, ligereza
La moral es, de principio a fin, asimétrica. Dos representaciones conjuntas son posibles por una cierta simetría, están referidas a lo mismo; y su unidad es asimétrica en la posibilidad de su diferencia. Cuando hablan con otro de algo hablan de lo mismo desde el espacio que los hace distintos. La teoría de la mente no es tanto la mente de cada cúal como la unidad referencial continua en su representación. O sea, no es qué veo yo o qué ves tú, sino que los dos vemos lo mismo por muy distinto que nos parezca; no es sólo una cuestión estética sino moral. La subjetividad tiene, como el cerebro, una falta a priori que repite en su delirio de continuo; y es el desplazamiento de una psique a otra lo que cuenta con un contenido no solamente natural sino moral, cabalmente, un contenido no abstracto.
En un continuo el abstracto es sólo forma. ¿Cómo, si no, sería posible conocerlo?.
El planteamiento central que critico es que no podemos conocer a priori lo que debemos conocer. La forma de la verdad no es idéntica con lo que se reclama de ella. No hay nada que conocer que no sea parte de un concepto.
Cualquier concepto que se quiera conocer tiene que ser antepuesto. La verdad, tal cual dicha, es imposible sin precipitación; y un concepto precipitado es, con respecto al tiempo de su discurso, un delirio que especula con su repetición.
La moral no es repetición de una forma segunda sino que es primera con una forma que se repite primeramente al concepto del sentimiento. Los sentimientos no se pueden reducir a concepto; son formas primeras con las que la mente hace un concepto distante con el que desplazarse hasta otro.
El otro es la forma de coherencia de la representación, el desplazamiento hacia sí desde otro. La compasión, que es el principio fenomenológico de la unidad afectiva, no puede ser intersubjetivo sin aquello sobre lo que establece una distancia. Uno no es abstracto; la abstracción es la forma necesaria de distancia con uno mismo.
El deber es una forma moral, la forma ética por excelencia; hace una deuda de la inquietud de su mandato. La moral se basa en la falta en la que se apoya toda representación del otro. El otro significa, y el significado del otro es lo que desplaza porque se pasa de un orden normal a un orden distinto en el que cabe el otro. Un paseo solo será como se quiera que sea; el paseo con el otro es algo radicalmente distinto por ser un paseo con el otro y no sólo conmigo mismo. El otro no es neutro; es el afecto más importante, la gran pasión del hombre.
No pienso discutir que la ciencia lleve a cosas verdaderas, porque se puede repetir un millón de veces un experimento y carecer de la forma que lo haría falso. La razón de la ciencia basa su expectativa de racionalidad en todo el orden que permanece racionalmente, pero llegados a cierta crítica de la razón misma, ésta sabe que no es por sí misma, y la razón queda como una forma histórica y no nouménica. No hay formas a priori para quebrar esta limitación. La ciencia se basa en que podemos racionalizar la expectativa en una teoría que se repite a sí misma por medio del vacío de su idea.
Lo que podemos hacer es amoldarnos más a la forma que dice verdad con la expectativa de que el orden dialéctico hará menos doloroso el trance, menos erróneo. Si hace frío y con una piel soporto más el frío, la piel se convierte en mi método de evitar el frío. No obstante, en los meses de calor me olvido del frío. Recuerdo la piel cuando tengo frío.
La forma de evitar el problema se dice a sí misma que el problema es constante. Pero puede que viva en zonas menos frías o que el mayor problema no sea el frío. Tal vez descubra que la piel desarrolla un bichito que haga imposible el descanso, o que alguien envidie mi piel, me odie por ello y terminemos matándonos por la piel. Nada de esto es extraño. La satisfacción de los objetos más deseados muestra no sólo la incoherencia de la lógica del deseo sino la confusión con la que embruja al sujeto. Todos estamos sujetos al deseo, a una representación cualquiera, y todos nos creemos dueños del simismo, que mandamos en nosotros; evidentemente, las representaciones no son propias ni el sujeto entra con justicia en su representación.
Una de las consecuencias de la ciencia es haber abstraído la naturaleza. Y la naturaleza es material y no infinita; no es una idea. Las proposiciones, por otro lado, sí son ideas, y no son materiales.
El bien de la cura de enfermedades, el abrigo y otras variedades que hacen la vida menos hostil no son bien en sí mismo sino una condición que dice psicológicamente bien de sí mismo. A nadie le gusta la enfermedad, pero la enfermedad es, por sí misma, un gran objeto moral. La superación de la enfermedad en un modo de cultura, como la sociología de medicina, no es buena; está más asegurado su mal que su bien. Las enfermedades hacen, con facilidad, malo al enfermo y bueno al grupo al que pertenece; la enfermedad potencia el valor moral. La riqueza moderna, algo que ya sabemos que es un sueño, ha llevado a que los mayores sean moralmente abandonados, a formas de enfermedad psicológica por miedo a estar enfermo, a mirarse a sí continuamente en el espejo olvidándose de que uno no es sino el otro, a negar la urgencia de los problemas por la comodidad que los abstrae, etc., etc.
Me gustaría saber qué tiene que ver la historia de la antropología consustancial a ser humano con la identidad de tener cerebros. Es una prueba del delirio al que conduce la ideología teórica que piensa que conocer puede abstraer su experiencia. Se piensa a sí, subjetivamente y en vacío. La experiencia es infinitamente rica porque se da a priori con una falta que hace que se haga idea. Como la soberbia del hombre es igualmente infinita el hombre no aprende a priori; aprende algo y lo esquematiza como forma que repite.
Uno de los desastres de la moderna ciencia del cerebro ha sido usar su ciencia en sentido epistemológico y no moral. Su moral es sospechosa de ser subjetiva porque no conoce más que una forma muy incierta de necesidad moral. Hay una forma a priori de moral en el cerebro porque venimos con una predisposición a sentir al otro, pero nos centramos en la supuesta bondad de esa relación que rigurosamente no sólo relaciona el bien. Al otro lo miro y crea la distinción de que no es una piedra; es un salto moral en la naturaleza que pone a uno frente al otro, los enfrenta. Compartimos el sentimiento, es cierto, y la fenomenología compartida del sentimiento crea un desplazamiento del mismo. El concepto no se remite sí mismo sino a la forma con que es pensado. La remisión a sí mismo es válida, en principio, subjetivamente, pero la subjetividad no tiene en sí misma la forma de su ampliación. Uno se remite al vacío formalizado en su historia. Uno no ve en abstracto, uno ve sensiblemente. Y las representaciones con mayor contenido son las morales y no las proposiciones.
El juicio subjetivo de una proposición es en principio inmoral porque la proposición no tiene en principio forma moral. Una proposición se contradice históricamente con la siguiente porque no son ni pueden ser las mismas. Si veo esto en t1 y lo veo en t2 no veo lo mismo; la proposición “ver” abstrae el tránsito haciendo idéntica la diferencia como si la urgencia fuese de la finalidad de ver. Las teleologías son, epistemológicamente, ideologías. No se puede aprender de la historia porque no sabemos a priori qué dirá la historia.
Los amantes de la ciencia caen en que la historia racional es una forma de repetición de la historia. Es una confusión lingüística por tomar a la ligera la filosofía de la ciencia. La filosofía de la ciencia dice que la ciencia siempre está equivocada, y el mayor de los errores es hacer de la forma de la verdad un error moral que abstrae la moral. La ciencia no es simétrica con su contenido sino en abstracto, y la moral no es ni puede ser abstracta. La ciencia no descubre por sí misma sino por la forma de su concepto. La ciencia siempre tiene una deuda moral y no sólo una deuda epistemológica. La epistemología de la ciencia, comparada con la fenomenología moral es, simplemente, ligereza
La moral es, de principio a fin, asimétrica. Dos representaciones conjuntas son posibles por una cierta simetría, están referidas a lo mismo; y su unidad es asimétrica en la posibilidad de su diferencia. Cuando hablan con otro de algo hablan de lo mismo desde el espacio que los hace distintos. La teoría de la mente no es tanto la mente de cada cúal como la unidad referencial continua en su representación. O sea, no es qué veo yo o qué ves tú, sino que los dos vemos lo mismo por muy distinto que nos parezca; no es sólo una cuestión estética sino moral. La subjetividad tiene, como el cerebro, una falta a priori que repite en su delirio de continuo; y es el desplazamiento de una psique a otra lo que cuenta con un contenido no solamente natural sino moral, cabalmente, un contenido no abstracto.
En un continuo el abstracto es sólo forma. ¿Cómo, si no, sería posible conocerlo?.