laminator
20/02/2010, 14:00
Esto puede ser considerado como material ofensivo para la mayoria de los creyentes en las religiones occidentales, narra el nacimiento, segun el autor, de una ingeniosa e inovadora doctrina religiosa, la intencion no es destruir la Fe de nadie, si estas dudoso de tus creencias lee hasta AQUI, si no, lo que no te destruye te hace mas fuerte.
P.D. si estan interesados en leer mas de este material puedo proporcionarles el link.
Siempre es doloroso romper una ilusión. Y siempre es agradable generar ilusiones. Tal vez este libro rompa ilusiones y cree otras nuevas. Veamos por qué. Hay dos pilares sobre los que en gran medida se ha basado nuestra sociedad. Uno es nuestro sistema democrático, herencia de nuestros antepasados griegos. El otro es nuestro Cristianismo, herencia de ... ¿de quién? ¿Dónde hunden sus raíces nuestras creencias? Es lo que vamos a ver a lo largo de las páginas del libro. Si dijéramos al lector que todas las creencias que alberga sobre la vida, la muerte y el objetivo de la vida se basan en noticias falsas. Y que las creencias que permite que inculquen a sus hijos o nietos se basan asimismo en falsedades. Si demostráramos de manera documental que todos los textos fundamentales del Cristianismo son una inmensa falsificación, realizada 300 años después de morir Jesús, eso no sería lo peor.
Sé que suena extraño, pero lo peor no es que se nos enseñen falsedades desde la cuna. Lo peor es que se nos ha ocultado el camino para realizar el objetivo de nuestra existencia. Y se nos sigue ocultando. El objetivo de nuestra existencia es la Evolución, la Plenitud y la Felicidad. Y se nos sigue ocultando la manera de alcanzar esas metas.
Se puede afirmar ahora que hemos estado sujetos a una manipulación ideológica que resulta casi imposible de imaginar. Expongámosla al lector de manera resumida:
¿Sabía el lector que los cuatro Evangelios fueron escritos por la misma persona y que esa persona nació más de 200 años después de la muerte de Jesús en la cruz?
¿Sabía el lector que el Cristianismo fue la religión que Constantino impuso a todo su Imperio, que dicho Emperador ordenó escribir todo el Nuevo Testamento y que antes de Constantino nadie sabía que era eso del Cristianismo?
¿Sabía el lector que el autor de los Evangelios firmó la falsificación que estaba realizando, para dejar una prueba de que los cuatro Evangelios eran obra suya? Veremos en este libro varias docenas de firmas suyas, una a continuación de otra. Existen miles, en todos los textos sagrados cristianos.
¿Sabía el lector que jamás existieron ni Pedro, ni Pablo, ni Mateo, ni Lucas, ni Marcos, ni Judas Iscariote, ni María Magdalena, ni casi ninguno de los personajes que aparecen en los Evangelios o en el Nuevo Testamento? Todos las referencias a estos personajes fueron compuestas y firmadas por una misma persona, el falsificador.
¿Sabía el lector que jamás hubo persecuciones contra los cristianos, sencillamente porque el Cristianismo se inventó en el siglo cuarto, por orden de Constantino, y que tampoco hubo mártires que las sufrieran?
¿Se da cuenta el lector de lo qué es una manipulación hecha como Dios manda?
I.2. La falsificación.
Adentrémonos en la mayor falsificación que ha conocido la Historia. La misma comienza en un momento dado del mandato de Constantino, Emperador que rigió el Imperio romano desde el año 306 hasta el 336, en que murió. Constantino era hijo de Constancio, que fue coemperador designado por Diocleciano muy a finales del siglo III. Hacia el año 312 surgió en la mente de Constantino la idea de que el Imperio estaría más unido si todos sus súbditos tuvieran las mismas creencias. Y se propuso unificar la religión de su vasto Imperio.
A la sazón, las religiones existentes en el Imperio eran las propias de cada territorio conquistado. Egipto había aportado su panteón, con Amón-Ra, Isis, Osiris y Horus. Grecia, el suyo, con Zeus, Hera, Poseidón y demás dioses y diosas. Además de ello, Grecia aportó la Sabiduría de sus Maestros, que hemos de conocer en este libro. Roma tenía sus dioses, encabezados por la Tríada Capitolina de Jupiter, Juno y Minerva. Y así, cada región incorporada al Imperio. En tiempos de Constantino gozaban de gran predilección los cultos mistéricos y entre ellos los de Orfeo, dios tracio, los del griego Diónisos, los de Atis y Cibeles, frigios, los de Isis y Osiris, griegos, los del iranio Mitra y algunos otros, como los misterios de Eleusis o el saber oculto de Hermes.
Antes de Constantino, todos los Emperadores, e incluso quienes gobernaron durante la República, antes de convertirse Roma en Imperio, respetaron las creencias de los pueblos conquistados. Esta tolerancia había facilitado la convivencia. A todos los Emperadores anteriores les había bastado con gobernar sobre los territorios incorporados al Imperio. Constantino quiso además modelar las conciencias de sus súbditos. Las repercusiones de semejante desatino iban a sobrepasar las mejores previsiones de Constantino y de quienes le ayudaron.
Ante la gran tarea a realizar, unificar la religión del Imperio, Constantino se rodeó de un reducido equipo de personas. Lo primero fue concretar la manera de llevar a buen término los planes del Emperador. Para ello quedó decidido que la nueva religión no sería ninguna de las vigentes, sino una nueva, creada por los miembros de dicho equipo y que recibiría el visto bueno del propio Emperador. Pero una religión recién creada, sin base histórica alguna, no fue la solución adoptada. La religión no debía ser nueva, sino antigua, con una prestigiosa tradición. Por tanto, había que crear unos libros sagrados, supuestamente escritos siglos atrás. Y se decidió no sólo inventar una nueva religión, sino dotarla de una respetable historia, de una tradición heroica. Ello la haría más atractiva para el pueblo. Se le crearía, pues, una bella historia. Todo era posible, contando con el apoyo imperial. El Emperador favorecería la nueva religión y le construiría nuevos e impresionantes templos, mayores que los ya existentes.
Además de creencias y templos, la creación de una nueva religión implicaba crear una nueva casta de sacerdotes, los que pondrían en marcha los ritos que arroparan y dieran cuerpo a dicha religión, dentro de los templos a construir. Habría que dotar de historia a la nueva casta sacerdotal, de una historia gloriosa y respetable. Y generar además una serie de personajes ficticios, que hubieran dejado escritos sobre la religión inventada, a fin de dar tradición de siglos al montaje que se iba a poner en marcha en aquel momento.
Aquellas ideas que incitaran al ciudadano a reflexionar por sí mismo y sentirse tan autónomo como para criticar incluso al poder imperial serían extirpadas sin contemplaciones. Guerra absoluta al Conocimiento griego, fuente de todos los males. Los griegos, no contentos con los dioses del Olimpo, habían esparcido la idea de que los humanos encerraban una semilla divina, que, decían, inspiraba a los mejores de entre ellos. Toda capacidad crítica debía quedar absolutamente prohibida. Había que volver dóciles, pasivos, acomplejados, humildes e ignorantes a los ciudadanos. La meta de su vida sería un premio después de la muerte. Se crearía una religión, con los platos más apetecibles del momento. Y se incluirían en la nueva religión los ritos que estaban de moda en el Imperio, en especial los misterios, tan del gusto del pueblo.
Además, y como ingrediente fundamental, la particular fobia que Constantino sentía hacia los judíos. Éstos se habían rebelado por dos veces contra Roma. Si otros pueblos les imitaban, no habría legiones suficientes para defender las fronteras del Imperio. Ello llevó a elegir como personaje central de la nueva religión a un judío, ajusticiado por el procurador de Judea. Se culparía al pueblo judío del deicidio, porque, claro está, el supuesto fundador de la nueva religión habría sido el Hijo de Dios. Habría fundado una iglesia, la que Constantino iba a crear, habría instituido los ritos que Constantino y su equipo iban a inventar y habría afirmado que la suya era la única religión verdadera y que todo el que no creyera en ella sufriría eterna condenación. Para ello, se inventaría un castigo adecuado al horrendo crimen de desobedecer al Emperador.
A Constantino no le cabía la menor duda de que la nueva religión caería como un bálsamo sobre unos ciudadanos desconcertados y con creencias dispares. Y todo el Imperio, unido por la nueva religión, lucharía como un solo hombre contra los peligros exteriores que amenazaban la continuidad del Imperio y de su Emperador, Constantino.
A los futuros fieles, lo único que se les exigiría para ingresar en la nueva religión imperial sería tener fe, aceptar lo establecido por el equipo fundador. Se glorificaría la fe, virtud fundamental, clave del tinglado, la primera entre las virtudes del ciudadano fiel que Constantino quería. La fe sería un don de Dios. Se haría especial hincapié en que todo lo relatado en los libros sagrados era verdad verdadera. Y se tacharía de orgulloso y soberbio a todo aquél que no diera su conformidad al montaje. Además, se repetiría incesantemente, Dios rechaza a los soberbios.
Ante nosotros, las ideas fundamentales del montaje constantiniano. Nos falta conocer las personas que pusieron en marcha la espectacular trama descubierta. Y deberemos conocer asimismo las pruebas documentales de que cuanto estamos exponiendo no es fruto de la imaginación, sino realidad innegable.
P.D. si estan interesados en leer mas de este material puedo proporcionarles el link.
Siempre es doloroso romper una ilusión. Y siempre es agradable generar ilusiones. Tal vez este libro rompa ilusiones y cree otras nuevas. Veamos por qué. Hay dos pilares sobre los que en gran medida se ha basado nuestra sociedad. Uno es nuestro sistema democrático, herencia de nuestros antepasados griegos. El otro es nuestro Cristianismo, herencia de ... ¿de quién? ¿Dónde hunden sus raíces nuestras creencias? Es lo que vamos a ver a lo largo de las páginas del libro. Si dijéramos al lector que todas las creencias que alberga sobre la vida, la muerte y el objetivo de la vida se basan en noticias falsas. Y que las creencias que permite que inculquen a sus hijos o nietos se basan asimismo en falsedades. Si demostráramos de manera documental que todos los textos fundamentales del Cristianismo son una inmensa falsificación, realizada 300 años después de morir Jesús, eso no sería lo peor.
Sé que suena extraño, pero lo peor no es que se nos enseñen falsedades desde la cuna. Lo peor es que se nos ha ocultado el camino para realizar el objetivo de nuestra existencia. Y se nos sigue ocultando. El objetivo de nuestra existencia es la Evolución, la Plenitud y la Felicidad. Y se nos sigue ocultando la manera de alcanzar esas metas.
Se puede afirmar ahora que hemos estado sujetos a una manipulación ideológica que resulta casi imposible de imaginar. Expongámosla al lector de manera resumida:
¿Sabía el lector que los cuatro Evangelios fueron escritos por la misma persona y que esa persona nació más de 200 años después de la muerte de Jesús en la cruz?
¿Sabía el lector que el Cristianismo fue la religión que Constantino impuso a todo su Imperio, que dicho Emperador ordenó escribir todo el Nuevo Testamento y que antes de Constantino nadie sabía que era eso del Cristianismo?
¿Sabía el lector que el autor de los Evangelios firmó la falsificación que estaba realizando, para dejar una prueba de que los cuatro Evangelios eran obra suya? Veremos en este libro varias docenas de firmas suyas, una a continuación de otra. Existen miles, en todos los textos sagrados cristianos.
¿Sabía el lector que jamás existieron ni Pedro, ni Pablo, ni Mateo, ni Lucas, ni Marcos, ni Judas Iscariote, ni María Magdalena, ni casi ninguno de los personajes que aparecen en los Evangelios o en el Nuevo Testamento? Todos las referencias a estos personajes fueron compuestas y firmadas por una misma persona, el falsificador.
¿Sabía el lector que jamás hubo persecuciones contra los cristianos, sencillamente porque el Cristianismo se inventó en el siglo cuarto, por orden de Constantino, y que tampoco hubo mártires que las sufrieran?
¿Se da cuenta el lector de lo qué es una manipulación hecha como Dios manda?
I.2. La falsificación.
Adentrémonos en la mayor falsificación que ha conocido la Historia. La misma comienza en un momento dado del mandato de Constantino, Emperador que rigió el Imperio romano desde el año 306 hasta el 336, en que murió. Constantino era hijo de Constancio, que fue coemperador designado por Diocleciano muy a finales del siglo III. Hacia el año 312 surgió en la mente de Constantino la idea de que el Imperio estaría más unido si todos sus súbditos tuvieran las mismas creencias. Y se propuso unificar la religión de su vasto Imperio.
A la sazón, las religiones existentes en el Imperio eran las propias de cada territorio conquistado. Egipto había aportado su panteón, con Amón-Ra, Isis, Osiris y Horus. Grecia, el suyo, con Zeus, Hera, Poseidón y demás dioses y diosas. Además de ello, Grecia aportó la Sabiduría de sus Maestros, que hemos de conocer en este libro. Roma tenía sus dioses, encabezados por la Tríada Capitolina de Jupiter, Juno y Minerva. Y así, cada región incorporada al Imperio. En tiempos de Constantino gozaban de gran predilección los cultos mistéricos y entre ellos los de Orfeo, dios tracio, los del griego Diónisos, los de Atis y Cibeles, frigios, los de Isis y Osiris, griegos, los del iranio Mitra y algunos otros, como los misterios de Eleusis o el saber oculto de Hermes.
Antes de Constantino, todos los Emperadores, e incluso quienes gobernaron durante la República, antes de convertirse Roma en Imperio, respetaron las creencias de los pueblos conquistados. Esta tolerancia había facilitado la convivencia. A todos los Emperadores anteriores les había bastado con gobernar sobre los territorios incorporados al Imperio. Constantino quiso además modelar las conciencias de sus súbditos. Las repercusiones de semejante desatino iban a sobrepasar las mejores previsiones de Constantino y de quienes le ayudaron.
Ante la gran tarea a realizar, unificar la religión del Imperio, Constantino se rodeó de un reducido equipo de personas. Lo primero fue concretar la manera de llevar a buen término los planes del Emperador. Para ello quedó decidido que la nueva religión no sería ninguna de las vigentes, sino una nueva, creada por los miembros de dicho equipo y que recibiría el visto bueno del propio Emperador. Pero una religión recién creada, sin base histórica alguna, no fue la solución adoptada. La religión no debía ser nueva, sino antigua, con una prestigiosa tradición. Por tanto, había que crear unos libros sagrados, supuestamente escritos siglos atrás. Y se decidió no sólo inventar una nueva religión, sino dotarla de una respetable historia, de una tradición heroica. Ello la haría más atractiva para el pueblo. Se le crearía, pues, una bella historia. Todo era posible, contando con el apoyo imperial. El Emperador favorecería la nueva religión y le construiría nuevos e impresionantes templos, mayores que los ya existentes.
Además de creencias y templos, la creación de una nueva religión implicaba crear una nueva casta de sacerdotes, los que pondrían en marcha los ritos que arroparan y dieran cuerpo a dicha religión, dentro de los templos a construir. Habría que dotar de historia a la nueva casta sacerdotal, de una historia gloriosa y respetable. Y generar además una serie de personajes ficticios, que hubieran dejado escritos sobre la religión inventada, a fin de dar tradición de siglos al montaje que se iba a poner en marcha en aquel momento.
Aquellas ideas que incitaran al ciudadano a reflexionar por sí mismo y sentirse tan autónomo como para criticar incluso al poder imperial serían extirpadas sin contemplaciones. Guerra absoluta al Conocimiento griego, fuente de todos los males. Los griegos, no contentos con los dioses del Olimpo, habían esparcido la idea de que los humanos encerraban una semilla divina, que, decían, inspiraba a los mejores de entre ellos. Toda capacidad crítica debía quedar absolutamente prohibida. Había que volver dóciles, pasivos, acomplejados, humildes e ignorantes a los ciudadanos. La meta de su vida sería un premio después de la muerte. Se crearía una religión, con los platos más apetecibles del momento. Y se incluirían en la nueva religión los ritos que estaban de moda en el Imperio, en especial los misterios, tan del gusto del pueblo.
Además, y como ingrediente fundamental, la particular fobia que Constantino sentía hacia los judíos. Éstos se habían rebelado por dos veces contra Roma. Si otros pueblos les imitaban, no habría legiones suficientes para defender las fronteras del Imperio. Ello llevó a elegir como personaje central de la nueva religión a un judío, ajusticiado por el procurador de Judea. Se culparía al pueblo judío del deicidio, porque, claro está, el supuesto fundador de la nueva religión habría sido el Hijo de Dios. Habría fundado una iglesia, la que Constantino iba a crear, habría instituido los ritos que Constantino y su equipo iban a inventar y habría afirmado que la suya era la única religión verdadera y que todo el que no creyera en ella sufriría eterna condenación. Para ello, se inventaría un castigo adecuado al horrendo crimen de desobedecer al Emperador.
A Constantino no le cabía la menor duda de que la nueva religión caería como un bálsamo sobre unos ciudadanos desconcertados y con creencias dispares. Y todo el Imperio, unido por la nueva religión, lucharía como un solo hombre contra los peligros exteriores que amenazaban la continuidad del Imperio y de su Emperador, Constantino.
A los futuros fieles, lo único que se les exigiría para ingresar en la nueva religión imperial sería tener fe, aceptar lo establecido por el equipo fundador. Se glorificaría la fe, virtud fundamental, clave del tinglado, la primera entre las virtudes del ciudadano fiel que Constantino quería. La fe sería un don de Dios. Se haría especial hincapié en que todo lo relatado en los libros sagrados era verdad verdadera. Y se tacharía de orgulloso y soberbio a todo aquél que no diera su conformidad al montaje. Además, se repetiría incesantemente, Dios rechaza a los soberbios.
Ante nosotros, las ideas fundamentales del montaje constantiniano. Nos falta conocer las personas que pusieron en marcha la espectacular trama descubierta. Y deberemos conocer asimismo las pruebas documentales de que cuanto estamos exponiendo no es fruto de la imaginación, sino realidad innegable.