Gaetano
04/02/2010, 00:51
Un gobierno donde el malandraje no se limita sólo a los motorizados de Mérida que irrumpen con pistolones en las marchas estudiantiles, sino que incluye a ministros cuyaadrenalina se les sube a la cabeza y desafía a la opinión pública con el clásico militarismo de "lo hice porque me da la gana"
“¿Quieren enfrentarnos en la calle? Pues, nos vemos en la calle”, dispara, con su proverbial bravuconada de funcionario, el hombre de los trabajos sucios de Miraflores.
La escena transcurrió el martes sobre la tribuna de oradores de la Asamblea Nacional y frente a una barra de camisas rojas, al servicio de Lina Ron, dispuestos a aplaudir pero también a golpear, si la ocasión lo ameritaba.
Para quienes crecimos en un barrio, nada más indignante que padecer las amenazas del malandro de la esquina.
Ese tipo pendenciero e indenunciable, cuyos modales carcelarios dictan la ley en la zona, prevalido de un historial de vejámenes a los vecinos; otros suman a esa trayectoria los atracos y en ocasiones no resulta difícil creer su participación en homicidios jamás castigados, que abultan su hoja de vida.
No pocas veces la imagen se me antoja atractiva y al mismo tiempo indignante, porque la han estado repitiendo con exacta sincronía teatral tanto el Presidente como algunos de sus ministros, cuando invaden una finca, cierran un comercio o se solazan en la acción revolucionaria de clausurar medios de comunicación y, si se puede, eructar al afectado con un insulto.
Es entonces cuando la acepción de “régimen malandro” que ha acuñado Alberto Franceschi para referirse a la banda siniestra que gobierna “en nombre del pueblo” se nos hace vomitiva e infranqueable, y no se termina de comprender cómo intelectuales, artistas o poetas se toman la foto con un gobierno donde el malandraje no se limita sólo a los motorizados de Mérida que irrumpen con pistolones y protegidos por la GN en las marchas estudiantiles, sino que incluye a ciudadanos que ocupan altos cargos, y cuando la adrenalina de la violencia se les sube a la cabeza, osan desafiar a la opinión pública con el clásico militarismo de “lo hice porque me da la gana”.
Uno se pregunta si por ese camino oblicuo donde se mueven es posible construir la sociedad justa y llegar al “hombre nuevo”. Si tras esa debilidad que exhiben sus odios, se oculta una personalidad confusa, atrapada en la gratuita maldad que provee el fanatismo ideológico, lo que los convierte en seres infelices y mezquinos con la vida.(desde 1998 me sigo haciendo la misma pregunta)
Ver a Diosdado Cabello explicar las razones del cierre de RCTV o recordar el tufo desafiante de Juan Barreto cuando informaba de sus decisiones como alcalde, o incluso ver por televisión al presidente Chávez resbalar en su procacidad verbal cuando se aparece en los mitines, obliga a comprender en cierto modo el comportamiento de los motorizados camisas rojas y el desdén de los policías cuando algún ciudadano denuncia que lo acaban de asaltar.
“Hay una repugnante sensación de su miseria que podría llegar al cuerpo social”, dijo alguna vez el poeta Ernesto Cardenal al referirse a otro malandro, ese que gobierna en Nicaragua.
“¿Quieren enfrentarnos en la calle? Pues, nos vemos en la calle”, dispara, con su proverbial bravuconada de funcionario, el hombre de los trabajos sucios de Miraflores.
La escena transcurrió el martes sobre la tribuna de oradores de la Asamblea Nacional y frente a una barra de camisas rojas, al servicio de Lina Ron, dispuestos a aplaudir pero también a golpear, si la ocasión lo ameritaba.
Para quienes crecimos en un barrio, nada más indignante que padecer las amenazas del malandro de la esquina.
Ese tipo pendenciero e indenunciable, cuyos modales carcelarios dictan la ley en la zona, prevalido de un historial de vejámenes a los vecinos; otros suman a esa trayectoria los atracos y en ocasiones no resulta difícil creer su participación en homicidios jamás castigados, que abultan su hoja de vida.
No pocas veces la imagen se me antoja atractiva y al mismo tiempo indignante, porque la han estado repitiendo con exacta sincronía teatral tanto el Presidente como algunos de sus ministros, cuando invaden una finca, cierran un comercio o se solazan en la acción revolucionaria de clausurar medios de comunicación y, si se puede, eructar al afectado con un insulto.
Es entonces cuando la acepción de “régimen malandro” que ha acuñado Alberto Franceschi para referirse a la banda siniestra que gobierna “en nombre del pueblo” se nos hace vomitiva e infranqueable, y no se termina de comprender cómo intelectuales, artistas o poetas se toman la foto con un gobierno donde el malandraje no se limita sólo a los motorizados de Mérida que irrumpen con pistolones y protegidos por la GN en las marchas estudiantiles, sino que incluye a ciudadanos que ocupan altos cargos, y cuando la adrenalina de la violencia se les sube a la cabeza, osan desafiar a la opinión pública con el clásico militarismo de “lo hice porque me da la gana”.
Uno se pregunta si por ese camino oblicuo donde se mueven es posible construir la sociedad justa y llegar al “hombre nuevo”. Si tras esa debilidad que exhiben sus odios, se oculta una personalidad confusa, atrapada en la gratuita maldad que provee el fanatismo ideológico, lo que los convierte en seres infelices y mezquinos con la vida.(desde 1998 me sigo haciendo la misma pregunta)
Ver a Diosdado Cabello explicar las razones del cierre de RCTV o recordar el tufo desafiante de Juan Barreto cuando informaba de sus decisiones como alcalde, o incluso ver por televisión al presidente Chávez resbalar en su procacidad verbal cuando se aparece en los mitines, obliga a comprender en cierto modo el comportamiento de los motorizados camisas rojas y el desdén de los policías cuando algún ciudadano denuncia que lo acaban de asaltar.
“Hay una repugnante sensación de su miseria que podría llegar al cuerpo social”, dijo alguna vez el poeta Ernesto Cardenal al referirse a otro malandro, ese que gobierna en Nicaragua.