Derbys
05/09/2009, 04:33
Cae el silencio tras una fuerte lluvia sin vientos que azoten la amargura, ni frío que asesine el deseo de quien quiere morir, para nunca jamás luchar contra la naturaleza de lo infinito, el stress del pensamiento y una vida sin vida, sin aliento.
Piensa sin conciencia y actúa sin movimientos, sabe que está presente en el abismo de la duda; quien ha merecido el tiempo, puede entender lo gris de su corazón, lo helado de sus lágrimas y la batalla incesable de los tormentos, producto de lo que quiere, lo que le afecta, lo que le quema en el cuerpo vacio de sus entrañas, de lo hueco que tiene el alma, sin compañía, solo, sin la soledad.
Un siglo después que ha desaparecido, vuelve a brotar la amargura y se reúne el más despreciable de los recuerdos; tiene miedo de mirar donde está, aun no sabe que está muerto.
George Braun le cede el paso a los momentos, a su vida, a su sufrimiento.
-Era solo un niño-, recuerda. El trabajo en casa era fuerte, pero me encantaba la naturaleza y el llevar a cabo muchos inventos, que de un zarpazo me quitaban la conciencia y me hacían olvidar por completo mi deber.
Como resultados grandes castigos, que si pagaran por ellos, todavía me tocaría cobrarles 100 monedas del dorado.
Así pues, por mirar con gran reproche a quien me propinaba semejante paliza, tenía como recompensa ordeñar las vacas, cargar el agua, cortar la maleza y dormir junto a la casa del perro frente al granero…
Piensa sin conciencia y actúa sin movimientos, sabe que está presente en el abismo de la duda; quien ha merecido el tiempo, puede entender lo gris de su corazón, lo helado de sus lágrimas y la batalla incesable de los tormentos, producto de lo que quiere, lo que le afecta, lo que le quema en el cuerpo vacio de sus entrañas, de lo hueco que tiene el alma, sin compañía, solo, sin la soledad.
Un siglo después que ha desaparecido, vuelve a brotar la amargura y se reúne el más despreciable de los recuerdos; tiene miedo de mirar donde está, aun no sabe que está muerto.
George Braun le cede el paso a los momentos, a su vida, a su sufrimiento.
-Era solo un niño-, recuerda. El trabajo en casa era fuerte, pero me encantaba la naturaleza y el llevar a cabo muchos inventos, que de un zarpazo me quitaban la conciencia y me hacían olvidar por completo mi deber.
Como resultados grandes castigos, que si pagaran por ellos, todavía me tocaría cobrarles 100 monedas del dorado.
Así pues, por mirar con gran reproche a quien me propinaba semejante paliza, tenía como recompensa ordeñar las vacas, cargar el agua, cortar la maleza y dormir junto a la casa del perro frente al granero…