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Ver la versión completa : Socialismo y fascismo, y sus similitudes



Pompilio Zigrino
19/08/2009, 09:59
Algo escrito por Friedrich Hayek, Premio Nobel de Economía

En los últimos años, sin embargo, los viejos temores acerca de las imprevistas consecuencias del socialismo se han declarado enérgicamente, una vez más, desde los lugares más insospechados. Observador tras observador, a pesar de las opuestas intenciones con que se acercaban a su tema, se han visto impresionados por la extraordinaria semejanza, en muchos aspectos, entre las condiciones del «fascismo» y el «comunismo». Mientras los «progresistas», en Inglaterra y en los demás países, se forjaban todavía la ilusión de que comunismo y fascismo representaban los polos opuestos, eran más y más las personas que comenzaban a preguntarse si estas nuevas tiranías no proceden de las mismas tendencias. Incluso comunistas han tenido que vacilar un poco ante testimonios tales como el de Mr. Max Eastman, viejo amigo de Lenin, quien se vio obligado a admitir que, «en vez de ser mejor, el estalinismo es peor que el fascismo, más cruel, bárbaro, injusto, inmoral y antidemocrático, incapaz de redención por una esperanza o un escrúpulo», y que es «mejor describirlo como superfascista»; y cuando vemos que el mismo autor reconoce que «el estalinismo es socialismo, en el sentido de ser el acompañamiento político inevitable, aunque imprevisto, de la nacionalización y la colectivización que ha adoptado como parte de su plan para erigir una sociedad sin clases», su conclusión alcanza claramente un mayor significado.

Mr. W.H. Chamberlain expresó: “El socialismo ha demostrado ser ciertamente, por lo menos en sus comienzos, el camino NO de la libertad, sino de la dictadura y las contradicciones, de la guerra civil de la más feroz especia. El socialismo logrado y mantenido por medios democráticos parece definitivamente pertenecer al mundo de las utopías”. De modo análogo, un escritor inglés, Mr. F.A. Voigt, tras muchos años de íntima observación de los acontecimientos en Europa como corresponsal extranjero, concluye que “el marxismo ha llevado al fascismo y al nacionalsocialismo, porque, en todo lo esencial, es fascismo y nacionalsocialismo”. Y el Dr. Walter Lippmann ha llegado al convencimiento de que:

La generación a que pertenecemos está aprendiendo por experiencia lo que sucede cuando los hombres retroceden de la libertad a una organización coercitiva de sus asuntos. Aunque se prometan a sí mismos una vida más abundante, en la práctica tienen que renunciar a ello; a medida que aumenta la dirección organizada, la variedad de los fines tiene que dar paso a la uniformidad. Es la némesis de la sociedad planificada y del principio autoritario de los negocios humanos.

Muchas afirmaciones semejantes de personas en situación de juzgar podrían seleccionarse de las publicaciones de los últimos años, particularmente de aquellos hombres que, como ciudadanos de los países ahora totalitarios, han vivido la transformación y se han visto forzados por su experiencia a revisar muchas de sus creencias más queridas. Citaremos como un ejemplo más a un escritor alemán, que llega a la misma conclusión, quizá con más exactitud que los anteriormente citados:

El completo colapso de la creencia en que son asequibles la libertad y la igualdad a través del marxismo [escribe Mr. Peter Drucker], ha forzado a Rusia a recorrer el mismo camino hacia una sociedad no económica, puramente negativa, totalitaria, de esclavitud y desigualdad, que Alemania ha seguido. No es que comunismo y fascismo sean lo mismo en esencia. El fascismo es el estadio que se alcanza después que el comunismo ha demostrado ser una ilusión, y ha demostrado no ser más que una ilusión, tanto en la Rusia estalinista como en la Alemania anterior a Hitler.

No menos significativa es la historia intelectual de muchos de los dirigentes nazis y fascistas. Todo el que ha observado el desarrollo de estos movimientos en Italia o Alemania se ha extrañado ante el número de dirigentes, de Mussolini para abajo (y sin excluir a Laval y a Quisling), que empezaron como socialistas y acabaron como fascistas o nazis. Y lo que es cierto de los dirigentes es todavía más verdad de las filas del movimiento. La relativa facilidad con que un joven comunista puede convertirse en un nazi, o viceversa, se conocía muy bien en Alemania, y mejor que nadie lo sabían los propagandistas de ambos partidos. Muchos profesores universitarios de Inglaterra han visto en la década de 1930 retornar del continente a estudiantes ingleses y americanos que no sabían si eran comunistas o nazis, pero estaban seguros de odiar la civilización liberal occidental.

Es verdad, naturalmente, que en Alemania antes de 1933, y en Italia antes de 1922, los comunistas y los nazis o fascistas chocaban más frecuentemente entre sí que con otros partidos. Competían los dos por el favor del mismo tipo de mentalidad y reservaban el uno para el otro el odio del herético. Pero su actuación demostró cuán estrechamente se emparentaban. Para ambos, el enemigo real, el hombre con quien nada tenían en común y a quien no había esperanza de convencer, era el liberal del viejo tipo. Mientras para el nazi el comunista, y para el comunista el nazi, y para ambos el socialista, eran reclutas en potencia, hechos de la buena madera aunque obedecían a falsos profetas, ambos sabían que no cabría compromiso entre ellos y quienes realmente creen en la libertad individual.

Para que no puedan dudarlo las gentes engañadas por la propaganda oficial de ambos lados, permítaseme citar una opinión más, de una autoridad que no debe ser sospechosa. En un artículo bajo el significativo título de “El redescubrimiento del liberalismo”, el profesor Eduard Heimann, uno de los dirigentes del socialismo religioso alemán, escribe:

El hitlerismo se proclama a sí mismo como, a la vez, la verdadera democracia y el verdadero socialismo, y la terrible verdad es que hay un grano de certeza en estas pretensiones; un grano infinitesimal, ciertamente, pero suficiente de todos modos para dar base a tan fantásticas tergiversaciones. El hitlerismo hasta llega a reclamar el papel de protector de la Cristiandad, y la verdad terrible es que incluso este gran contrasentido puede hacer alguna impresión. Pero un hecho surge con perfecta claridad de toda esta niebla: Hitler jamás ha pretendido representar el verdadero liberalismo. El liberalismo tiene, pues, el mérito de ser la doctrina más odiada por Hitler.

Debe añadirse que si este odio tuvo pocas ocasiones de manifestarse en la práctica, la causa fue que cuando Hitler llegó al poder, el liberalismo había muerto virtualmente en Alemania. Y fue el socialismo el que lo mató.

Si para muchos que han observado de cerca el tránsito del socialismo al fascismo la conexión entre ambos sistemas se ha hecho cada vez más evidente, la mayoría del pueblo británico cree todavía que el socialismo y la libertad pueden combinarse. No puede dudarse que la mayoría de los socialistas creen aquí todavía profundamente en el ideal liberal de libertad, y retrocederían si llegaran a convencerse de que la realización de su programa significaría la destrucción de la libertad. Tan escasamente se ha visto el problema, tan fácilmente conviven todavía los ideales más irreconciliables, que aún podemos oír discutidas en serio tales contradicciones en los términos como «socialismo individualista».

Si ésta es la mentalidad que nos arrastra hacia un nuevo mundo, nada puede ser más urgente que un serio examen del significado real de la evolución acontecido en otro lugar. Aunque nuestras conclusiones no harán más que confirmar los temores que otros han expresado ya, las razones por las que esta evolución no puede considerarse accidental no aparecerán sin un examen algo profundo de los principales aspectos de esta transformación de la vida social. En tanto la conexión no se haya revelado en todos sus aspectos, pocos serán los que crean que el socialismo democrático, la gran utopía de las últimas generaciones, no sólo es inasequible, sino que el empeño de alcanzarlo produce algo tan sumamente distinto que pocos de sus partidarios estarían dispuestos a aceptar las consecuencias.

(Fragmentos de “Camino de Servidumbre” de Friedrich A. Hayek – Alianza Editorial SA – Madrid 2000)

http://caminodeservidumbre2009.blogspot.com

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
20/08/2009, 05:43
Una acotación. El sentido del concepto de la libertad liberal es profundamente irracional, contrario, en principio, a su racionalización; es el efecto ciego de una incomprensión causal. La causalidad es un historicismo que con su ideología naturaliza, pero sólo hace un límite teórico bajo el que impone la regla de su conformidad para las condiciones que abarca, por contra a la indeterminación posible de la razón que crea una ampliación con su síntesis, la que por ello es creativa.

La economía sólo funciona bajo la ontología de su supuesta racionalidad. Pero la racionalidad económica o el individualismo metodológico son, si no falsos como muestra la economía conductual, tan sólo ideológicos, expectativa que condiciona su posible acción sólo conforme a la instucionalización de su racionalidad, esto es, su trámite, la adhesión a la conciencia común, y no sólo en el sentido de vulgar sino, y más acertadamente, ingenua.

Ideología no se refiere a las ideas subjetivas, sino, por contra, y en tanto una sociología del conocimiento, a las objetivas; es decir, criticables y solidarias en un mismo objeto dialéctico que condicione su posible representación. Que sea representable, una vez más, no lo hace subjetivo, sino aún más objetivo; es objeto que trasciende la acción del conocimiento desde su concepción solidaria, la forma como pasa de lo subjetivo a lo objetivo, que lo trasciende, pues.

Lo que escribiese Hayek, en cuanto a su autoría, es indiferente; somos otros los que lo ponemos en duda. Los méritos no se presumen, sino que uno con sus acciones se hace merecedor de ellos, los porta.

No hay duda de que el sentido de la crítica de Marx a Mill era en relación a su racionalidad social. Como he defendido, el concepto de Marx era erróneo. Marx creía en historias sobre las que ejercía poderes oraculares, y toda historia es impredecible porque se está gestando; es, para decirlo en mis términos, sintética. Marx era, en este importante sentido, no sólo un visionario sino un delirante. No obstante, su crítica es un cuestionamiento de los objetos que condicionan el objeto típico, fetiche, de la relación social que llamamos libertad.

La libertad es un concepto negativo, vacío y siempre falto de objeto. Marx, a este respecto, hizo un uso de libertad en un sentido de dignidad muy discutible. Está claro que la crítica de los objetos del lenguaje sobre los que trata la libertad, y sobre los que la economía tiene reglas concretas para que sea posible su lingüística, los muestra más estables y constantes que el efecto del paso del tiempo sobre ellos, su trascendencia histórica; ahí desapropian objetivamente la libertad. Esa crítica no es economía política sino sociología, pero, como se ve, una que requiere de matices al elaborar sus conceptos.

En efecto, Marx, como otros muchos, pensaba que los conceptos de la razón eran verdaderos conforme a la capacidad de abstracción, y hay muchas maneras de deformar las abstracciones; en mi filosofía se dice indeterminación, y en la de Marx enajenación, alienación, cosificación, reificación, etc.. Se trata de un problema epistemológico, pero hace que toda teoría pueda ser falsa, es decir, que contenga errores en su hipótesis, condiciones no advertidas sobre las que se delira.

El sentido de libertad, en su importancia respecto a este tema, es el efecto de la capacidad creativa de la crítica, el efecto de la intersubjetividad; es el fundamento del efecto solidario de la libertad; la libertad del derecho y la economía son una deformación de su posible sentido inteligible y distante de su experiencia. La libertad, tal y como suena, es un eslogan del derecho, la política y la filosofía moral, y están basados, todos ellos, en montones de supuestos abstractos. Marx era falible, es verdad, pero no lo es menos la razón de cualquier otra teoría, sea económica, legal, física o de cualquier otra especie.