Sadness
10/05/2009, 21:39
Vestido de manta,
Alba azucena,
Como su alma pura,
Con la franqueza de su raza.
Hoy como siempre,
Desde hace tiempo, toda una vida,
Aquel hombre de andar torpe,
De paso lento,
De Exacta rutina,
Como ave que todos los años migra.
Con su rostro ajado,
De bronce bruñido,
Con su gesto adusto,
Forjado por la desesperanza.
Con su paso lerdo,
Con su doloroso andar,
Va caminando el viejo campesino,
Allende, donde es preciso llegar,
Allí donde la ilusión aguarda.
El hombre, otrora gallardo,
Hoy corva la espalda,
Por años, de labrar la tierra.
Hoy viste de gala, la esperanza a cuestas,
Los ojos colmados de añoranza,
¡Es la fiesta de San Andrés!
Lo recuerda, como si fuera ayer,
Cuando aquella tortolita,
Se le entregó por primera vez,
Detrás de los magueyales,
Uniéronse, piel, labios y cuerpos,
Manta y percal,
Nada importó,
Ni prejuicios,
Ni clases sociales,
Sólo un hombre, sólo una mujer.
Y cada año, en la fiesta de San Andrés,
Llega aquel hombre, hoy ya anciano,
Espera incólume,
Siempre en el mismo lugar,
Con el anhelo de volverla encontrar.
Hoy el hombre, en su peregrinar,
Cruzóse con una anciana de la capital,
Los viejos se escrutan, se miran con desconocida tibieza,
El viejo no la reconoce, le es ajena,
La anciana, le supone, se queda callada,
No quiere arrebatarle la ilusión,
Como hace años, el corazón.]
Alba azucena,
Como su alma pura,
Con la franqueza de su raza.
Hoy como siempre,
Desde hace tiempo, toda una vida,
Aquel hombre de andar torpe,
De paso lento,
De Exacta rutina,
Como ave que todos los años migra.
Con su rostro ajado,
De bronce bruñido,
Con su gesto adusto,
Forjado por la desesperanza.
Con su paso lerdo,
Con su doloroso andar,
Va caminando el viejo campesino,
Allende, donde es preciso llegar,
Allí donde la ilusión aguarda.
El hombre, otrora gallardo,
Hoy corva la espalda,
Por años, de labrar la tierra.
Hoy viste de gala, la esperanza a cuestas,
Los ojos colmados de añoranza,
¡Es la fiesta de San Andrés!
Lo recuerda, como si fuera ayer,
Cuando aquella tortolita,
Se le entregó por primera vez,
Detrás de los magueyales,
Uniéronse, piel, labios y cuerpos,
Manta y percal,
Nada importó,
Ni prejuicios,
Ni clases sociales,
Sólo un hombre, sólo una mujer.
Y cada año, en la fiesta de San Andrés,
Llega aquel hombre, hoy ya anciano,
Espera incólume,
Siempre en el mismo lugar,
Con el anhelo de volverla encontrar.
Hoy el hombre, en su peregrinar,
Cruzóse con una anciana de la capital,
Los viejos se escrutan, se miran con desconocida tibieza,
El viejo no la reconoce, le es ajena,
La anciana, le supone, se queda callada,
No quiere arrebatarle la ilusión,
Como hace años, el corazón.]