jorgesalaz
31/01/2009, 19:54
-¡NO HIJA! ¡Que ni se te ocurra! ¡Eso es una locura! ¡Ya déjame en paz, yo no necesito nada, así estoy bien…!
–Mamá, la prueba de que no estás bien es la manera en que te alteras cada vez que saco el tema. ¿Podríamos hablar sin gritarnos?
–Marcela, hija: No te preocupes por mí. Yo estoy tranquila. Mira, ya han pasado cinco años de la muerte de tu padre. Estoy acostumbrada a la soledad y aún tengo mis amistades, puedo salir con ellas, buscaré algo en que ocuparme…
-Madre, me estás mintiendo, el temblor de tu barbilla te denuncia. Vamos hablando claro, María Dolores. Cuando murió papá yo tenía trece años. Todo tu tiempo, tu afecto y protección se volcó sobre mí, por eso pudiste sobrevivir, pero… ¿Ya te diste cuenta de lo que me costó? ¡Me robaste mi adolescencia! ¡Ahora vas sobre mi juventud! ¿Y después qué? ¿Robarás la infancia de mis hijos? ¿Hasta cuando te dedicarás a ti misma? Yo tengo proyectos, madre. Y perdona, pero no estás incluida en ellos. Saldré de aquí a estudiar mi carrera, viviré en algún albergue estudiantil donde conviviré ¡por fin! Con alguien de mi edad y me asomaré al mundo por otras ventanas que no sean las que tu me abres. Perdona mamá, mi amor por ti es el mismo de siempre, pero tienes que entender esto. Lo que quieres hacer se llama chantaje: “Estoy bien”, “la soledad me gusta”, “no te preocupes, soy feliz así”. Sabes bien que yo no te podría dejar en éstas condiciones. Estás demasiado apegada a mí y sufrirías con nuestra separación y ¡Ah! ¡Que sorpresa! Yo también sufriría sabiéndote sola. ¿Ves? ¡Ya estás llorando! Y por lo tanto, ¡fin de la conversación!
Marcela subió las escaleras tomando los peldaños de dos en dos como siempre que se enfadaba. Entró a su habitación, cerró dando un portazo, se quitó con violencia sus zapatos deportivos y, esto tenía que ocurrir, golpeó accidentalmente con sus nudillos la orilla de su escritorio lo que le produjo un gran dolor y le hizo exclamar una sonora maldición. Respiró hondo y apelando a su paciencia, comenzó a calmarse. Abrió su computadora para ver si había algún mensaje y por supuesto, no tenía ninguno, ¿pues qué esperaba? Ella tenía compañeras de escuela, ¿pero amigas? Ninguna, ¿cómo las iba a tener? Si su vida giraba alrededor de su madre, vaya, hasta la poquísima parentela que tenían en la ciudad parecía huir de ellas. Mamá no tenía otro tema que su difunto marido y los sacrificios que ella había hecho para “criar a esta muchacha”. Ahora, ya abandonada la niñez, estaba aterrada. Se había dado cuenta que los papeles se cambiaban. Ahora la que dependía de ella era su madre. Sabía que moriría si se separaran.
Hacía unos meses, una idea comenzó a forjarse en su mente. Todo empezó cuando entró intempestivamente al baño de su madre y alcanzó a verla al salir de la ducha y quedó admirada de su figura. A sus 40 años tenía un cuerpo que muchas jovencitas envidiarían. Si bien le sobraban un par de kilos, las diarias caminatas le habían dado firmeza, la celulitis no aparecía en toda su anatomía y el color rosado de su piel le daba un aspecto bello y saludable. Con un poco de maquillaje, ropa adecuada y un buen peinado, resultaría muy atractiva a cualquier hombre que tuviese un par de ojos. Así, poco después surgió la pregunta:
-¿Mamá, nunca has pensado en volver a casarte?
La respuesta no tardó en llegar, violenta, restallante como un latigazo.
-¡Hija! ¡Te has vuelto loca! ¿Cómo puedes creer que alguien vaya a ocupar el lugar de tu padre?
Y así siguió por varios minutos. Pero algo vio en el brillo de sus ojos que no la dejó totalmente convencida. Después, dándose vueltas en la cama, supo lo que pasaba. Yo soy la causante. Sí, eso es. Ella no se casará mientras me esté “criando”. No puede ser diferente que cualquier persona. Si llega a encontrarse con alguien al que pueda amar, lo aceptará, siempre y cuando no tenga la obligación de atender a su hija.
A partir de entonces las discusiones sobre el tema se fueron haciendo más frecuentes y más crudas, como la que acababa de pasar. Prácticamente le había dicho a su madre: “No te necesito” y “Estorbas en mi vida”. Marcela sintió el impulso de ir a abrazarla y decirle muchas cosas, pero al fin dejó todo como estaba. “Veremos qué pasa”, se dijo con un poco de aprensión.
Pulsó las teclas de su computadora en búsqueda de un sitio que le recomendaron donde había temas de reflexión. Había encontrado que frecuentemente, saltaba a sus ojos con exactitud la frase necesaria para motivarla y levantar su ánimo, que por ahora, estaba algo alicaído. La página de inicio del sitio seleccionado se desplegó en el monitor, cuando un cuadro conteniendo publicidad cubrió la zona central de la pantalla. Marcela enfadada pensó: “Otra vez estos malditos spamers”. Ya lo iba a borrar, cuando algo del anuncio llamó su atención: “Busca tu pareja ideal, con nuestro programa miles de personas han encontrado el amor de su vida. Introduce tus datos y el sistema buscará para ti un grupo de perfiles compatibles para que los selecciones a tu gusto”.
–Bueno, nada pierdo con probar, vamos a ver -se dijo.
Se introdujo al sitio y después de leer una breve explicación, abrió un extenso cuestionario. Le gustó su simpleza y al mismo tiempo cómo abarcaba todos los temas, desde la música, los deportes, lecturas, películas, religiosidad, opiniones sobre diversos temas. Dejaba algunas cosas abiertas para preguntarse directamente. Contestó todo pensando honestamente en las preferencias de su madre y oprimió “enviar”. Apareció un recuadro indicándole que a más tardar en 24 horas tendría una respuesta, explicando también que se irían agregando más candidatos conforme fueran entrando más al sistema. El resto de la tarde transcurrió sin novedad y cuando bajó a cenar encontró a María Dolores de buen humor, como si no hubiera habido ninguna discusión entre ellas y hablaron sobre cosas triviales antes de ir a dormir.
Mientras Marcela y su madre cenaban, a mil kilómetros de ahí en un valle de suaves lomeríos y cruzado por riachuelos, la Hacienda de San Nicolás, situada en un enclave donde se dominaban extensos viñedos y bosquecillos así como verdes praderas, se veía sombría bajo la mortecina luz del ocaso. Don Manuel acabó de cenar, limpió con la nívea servilleta su bigote entrecano y se despidió de sus hijas con un gesto de cansancio. Irma y Carolina se quedaron sentadas tomando el café.
-¡No es posible, Caro! Papá sólo tiene 56 años y se comporta como si fuera un anciano de 80.
–Ya sabes Irma, lo que ha resentido la muerte de mamá… -contestó la hermana.
-¡Pero ya son tres años! ¿Entiendes? Y si a eso sumas otros tres años que duró convaleciente, ya ha pasado mucho tiempo como para no reponerse. Se ha recluido aquí en la hacienda, la casa de la ciudad ya no quiere ni verla y trabaja todo el día como si fuera imprescindible aquí. Ya sabes que Tomás es un excelente administrador, pero papá no suelta el mando.
-¡Vaya! –Dijo Carolina- Ya salió el asunto. Cada vez que mencionas a Tomás te ruborizas y lo defiendes como si para él significaras algo.
–Bueno, Caro, no niego que me gusta, pero lo que tiene de atractivo lo tiene de tímido ¡Cómo crees que va a fijarse en la hija del patrón! Es algo que se pasan de padres a hijos. De hecho, ése es el único defecto que le encuentro, el poco valor que se da. Ya quisieran la mayoría de los solteros de la alta sociedad ser la mitad de hombres que Tomás, pero yo no haré compromisos con nadie mientras no termine mi carrera.
–La cual ni siquiera has comenzado –le dijo Carolina-.
-¡Basta! Volvamos a papá. No sabes lo que me gustaría que encontrara a una señora madura que lo acompañara, que lo quisiera, que le devolviera la alegría de vivir…
-¿Y porqué no una jovencita? –dijo burlona Carolina.
-¡Eso si que no! –Respondió enojada Irma- ¡Eso sería un descaro! ¡Una burla! ¡No! Caro, ni de broma lo digas.
-Pues te diré -contestó regocijada Carolina– ¡Yo estoy muy contenta con mi viejito!
–Caro, tú nada te tomas en serio. Alejandro no es ningún “viejito” sólo tiene 32 años. La que está muy “niñita” eres tú y ya te dicho que me parece una completa locura que con sólo 16 años estés de novia con él, de quien por cierto, lo único que tengo que decir es que se ande fijando en chicuelas como tú, por lo demás lo considero un caballero. ¿Cuándo le vas a decir a papá?
–Cuando Alejandro me dé el anillo de compromiso. Antes no.
–Carolina, estás completamente loca si te casas a tu edad. ¿No vas a disfrutar tu juventud?
-¡Claro que sí, hermanita! ¡Claro que la disfrutaré, pero ya casada! Saldré de aquí y tú te quedarás solterona a cuidar a nuestro querido “viejito” ¡A nuestro padre!
Carolina salió rápidamente sin esperar la airada respuesta que estaba a punto de brotar de los labios de Irma. Divertida, corrió a su habitación y se encerró para que sus carcajadas se apagaran. Irma no tuvo humor para re***** el servicio como era su costumbre y le dejó esa tarea a la mucama. Fue a su habitación, se dio una vigorosa ducha, se vistió con su ropa de dormir y se apostó frente a su computadora a navegar por la red, como acostumbraba en esos momentos de desánimo.
–Mamá, la prueba de que no estás bien es la manera en que te alteras cada vez que saco el tema. ¿Podríamos hablar sin gritarnos?
–Marcela, hija: No te preocupes por mí. Yo estoy tranquila. Mira, ya han pasado cinco años de la muerte de tu padre. Estoy acostumbrada a la soledad y aún tengo mis amistades, puedo salir con ellas, buscaré algo en que ocuparme…
-Madre, me estás mintiendo, el temblor de tu barbilla te denuncia. Vamos hablando claro, María Dolores. Cuando murió papá yo tenía trece años. Todo tu tiempo, tu afecto y protección se volcó sobre mí, por eso pudiste sobrevivir, pero… ¿Ya te diste cuenta de lo que me costó? ¡Me robaste mi adolescencia! ¡Ahora vas sobre mi juventud! ¿Y después qué? ¿Robarás la infancia de mis hijos? ¿Hasta cuando te dedicarás a ti misma? Yo tengo proyectos, madre. Y perdona, pero no estás incluida en ellos. Saldré de aquí a estudiar mi carrera, viviré en algún albergue estudiantil donde conviviré ¡por fin! Con alguien de mi edad y me asomaré al mundo por otras ventanas que no sean las que tu me abres. Perdona mamá, mi amor por ti es el mismo de siempre, pero tienes que entender esto. Lo que quieres hacer se llama chantaje: “Estoy bien”, “la soledad me gusta”, “no te preocupes, soy feliz así”. Sabes bien que yo no te podría dejar en éstas condiciones. Estás demasiado apegada a mí y sufrirías con nuestra separación y ¡Ah! ¡Que sorpresa! Yo también sufriría sabiéndote sola. ¿Ves? ¡Ya estás llorando! Y por lo tanto, ¡fin de la conversación!
Marcela subió las escaleras tomando los peldaños de dos en dos como siempre que se enfadaba. Entró a su habitación, cerró dando un portazo, se quitó con violencia sus zapatos deportivos y, esto tenía que ocurrir, golpeó accidentalmente con sus nudillos la orilla de su escritorio lo que le produjo un gran dolor y le hizo exclamar una sonora maldición. Respiró hondo y apelando a su paciencia, comenzó a calmarse. Abrió su computadora para ver si había algún mensaje y por supuesto, no tenía ninguno, ¿pues qué esperaba? Ella tenía compañeras de escuela, ¿pero amigas? Ninguna, ¿cómo las iba a tener? Si su vida giraba alrededor de su madre, vaya, hasta la poquísima parentela que tenían en la ciudad parecía huir de ellas. Mamá no tenía otro tema que su difunto marido y los sacrificios que ella había hecho para “criar a esta muchacha”. Ahora, ya abandonada la niñez, estaba aterrada. Se había dado cuenta que los papeles se cambiaban. Ahora la que dependía de ella era su madre. Sabía que moriría si se separaran.
Hacía unos meses, una idea comenzó a forjarse en su mente. Todo empezó cuando entró intempestivamente al baño de su madre y alcanzó a verla al salir de la ducha y quedó admirada de su figura. A sus 40 años tenía un cuerpo que muchas jovencitas envidiarían. Si bien le sobraban un par de kilos, las diarias caminatas le habían dado firmeza, la celulitis no aparecía en toda su anatomía y el color rosado de su piel le daba un aspecto bello y saludable. Con un poco de maquillaje, ropa adecuada y un buen peinado, resultaría muy atractiva a cualquier hombre que tuviese un par de ojos. Así, poco después surgió la pregunta:
-¿Mamá, nunca has pensado en volver a casarte?
La respuesta no tardó en llegar, violenta, restallante como un latigazo.
-¡Hija! ¡Te has vuelto loca! ¿Cómo puedes creer que alguien vaya a ocupar el lugar de tu padre?
Y así siguió por varios minutos. Pero algo vio en el brillo de sus ojos que no la dejó totalmente convencida. Después, dándose vueltas en la cama, supo lo que pasaba. Yo soy la causante. Sí, eso es. Ella no se casará mientras me esté “criando”. No puede ser diferente que cualquier persona. Si llega a encontrarse con alguien al que pueda amar, lo aceptará, siempre y cuando no tenga la obligación de atender a su hija.
A partir de entonces las discusiones sobre el tema se fueron haciendo más frecuentes y más crudas, como la que acababa de pasar. Prácticamente le había dicho a su madre: “No te necesito” y “Estorbas en mi vida”. Marcela sintió el impulso de ir a abrazarla y decirle muchas cosas, pero al fin dejó todo como estaba. “Veremos qué pasa”, se dijo con un poco de aprensión.
Pulsó las teclas de su computadora en búsqueda de un sitio que le recomendaron donde había temas de reflexión. Había encontrado que frecuentemente, saltaba a sus ojos con exactitud la frase necesaria para motivarla y levantar su ánimo, que por ahora, estaba algo alicaído. La página de inicio del sitio seleccionado se desplegó en el monitor, cuando un cuadro conteniendo publicidad cubrió la zona central de la pantalla. Marcela enfadada pensó: “Otra vez estos malditos spamers”. Ya lo iba a borrar, cuando algo del anuncio llamó su atención: “Busca tu pareja ideal, con nuestro programa miles de personas han encontrado el amor de su vida. Introduce tus datos y el sistema buscará para ti un grupo de perfiles compatibles para que los selecciones a tu gusto”.
–Bueno, nada pierdo con probar, vamos a ver -se dijo.
Se introdujo al sitio y después de leer una breve explicación, abrió un extenso cuestionario. Le gustó su simpleza y al mismo tiempo cómo abarcaba todos los temas, desde la música, los deportes, lecturas, películas, religiosidad, opiniones sobre diversos temas. Dejaba algunas cosas abiertas para preguntarse directamente. Contestó todo pensando honestamente en las preferencias de su madre y oprimió “enviar”. Apareció un recuadro indicándole que a más tardar en 24 horas tendría una respuesta, explicando también que se irían agregando más candidatos conforme fueran entrando más al sistema. El resto de la tarde transcurrió sin novedad y cuando bajó a cenar encontró a María Dolores de buen humor, como si no hubiera habido ninguna discusión entre ellas y hablaron sobre cosas triviales antes de ir a dormir.
Mientras Marcela y su madre cenaban, a mil kilómetros de ahí en un valle de suaves lomeríos y cruzado por riachuelos, la Hacienda de San Nicolás, situada en un enclave donde se dominaban extensos viñedos y bosquecillos así como verdes praderas, se veía sombría bajo la mortecina luz del ocaso. Don Manuel acabó de cenar, limpió con la nívea servilleta su bigote entrecano y se despidió de sus hijas con un gesto de cansancio. Irma y Carolina se quedaron sentadas tomando el café.
-¡No es posible, Caro! Papá sólo tiene 56 años y se comporta como si fuera un anciano de 80.
–Ya sabes Irma, lo que ha resentido la muerte de mamá… -contestó la hermana.
-¡Pero ya son tres años! ¿Entiendes? Y si a eso sumas otros tres años que duró convaleciente, ya ha pasado mucho tiempo como para no reponerse. Se ha recluido aquí en la hacienda, la casa de la ciudad ya no quiere ni verla y trabaja todo el día como si fuera imprescindible aquí. Ya sabes que Tomás es un excelente administrador, pero papá no suelta el mando.
-¡Vaya! –Dijo Carolina- Ya salió el asunto. Cada vez que mencionas a Tomás te ruborizas y lo defiendes como si para él significaras algo.
–Bueno, Caro, no niego que me gusta, pero lo que tiene de atractivo lo tiene de tímido ¡Cómo crees que va a fijarse en la hija del patrón! Es algo que se pasan de padres a hijos. De hecho, ése es el único defecto que le encuentro, el poco valor que se da. Ya quisieran la mayoría de los solteros de la alta sociedad ser la mitad de hombres que Tomás, pero yo no haré compromisos con nadie mientras no termine mi carrera.
–La cual ni siquiera has comenzado –le dijo Carolina-.
-¡Basta! Volvamos a papá. No sabes lo que me gustaría que encontrara a una señora madura que lo acompañara, que lo quisiera, que le devolviera la alegría de vivir…
-¿Y porqué no una jovencita? –dijo burlona Carolina.
-¡Eso si que no! –Respondió enojada Irma- ¡Eso sería un descaro! ¡Una burla! ¡No! Caro, ni de broma lo digas.
-Pues te diré -contestó regocijada Carolina– ¡Yo estoy muy contenta con mi viejito!
–Caro, tú nada te tomas en serio. Alejandro no es ningún “viejito” sólo tiene 32 años. La que está muy “niñita” eres tú y ya te dicho que me parece una completa locura que con sólo 16 años estés de novia con él, de quien por cierto, lo único que tengo que decir es que se ande fijando en chicuelas como tú, por lo demás lo considero un caballero. ¿Cuándo le vas a decir a papá?
–Cuando Alejandro me dé el anillo de compromiso. Antes no.
–Carolina, estás completamente loca si te casas a tu edad. ¿No vas a disfrutar tu juventud?
-¡Claro que sí, hermanita! ¡Claro que la disfrutaré, pero ya casada! Saldré de aquí y tú te quedarás solterona a cuidar a nuestro querido “viejito” ¡A nuestro padre!
Carolina salió rápidamente sin esperar la airada respuesta que estaba a punto de brotar de los labios de Irma. Divertida, corrió a su habitación y se encerró para que sus carcajadas se apagaran. Irma no tuvo humor para re***** el servicio como era su costumbre y le dejó esa tarea a la mucama. Fue a su habitación, se dio una vigorosa ducha, se vistió con su ropa de dormir y se apostó frente a su computadora a navegar por la red, como acostumbraba en esos momentos de desánimo.