Pompilio Zigrino
02/01/2009, 19:08
Cada vez más nos asombramos de ciertos intelectuales debido a las posturas que promueven ya que éstas enfatizan errores evidentes, al menos en cuanto a los efectos que producen. Mientras que el individuo en crisis trata de buscar el sentido de la vida, la verdad y el bien, un gran sector, del ámbito de la filosofía, le indica que no existen esas metas y, por supuesto, que tampoco existen los caminos que puedan llevarnos hacia ellas. Clement Rosset escribió al respecto: “Terrorismo filosófico que asimila el ejercicio del pensamiento a una lógica de lo peor: partimos del orden aparente y de la felicidad virtual para concluir, al pasar por el necesario corolario de la imposibilidad de cualquier felicidad, en el desorden, el azar, el silencio y, en última instancia, en la negación de todo pensamiento. La filosofía se convierte así en un acto destructivo y catastrófico: ese pensamiento tiene como propósito el deshacer, el destruir, el disolver y, de un modo general, el privar al hombre de todo aquello que se ha proporcionado intelectualmente en calidad de provisión y de remedio en caso de desdicha” (De “Lógica de lo peor” – Barral Editores)
Las filosofías del absurdo predican la posible ausencia de sentido, tanto para el individuo como para la humanidad. De ahí que causa cierta sorpresa por cuanto uno espera de los intelectuales una propuesta acerca de un camino a seguir o una solución posible a nuestros problemas. Juan José Sebreli escribió: “El hombre parece no poder vivir sin dar un significado a su vida, y sin un sentido de la historia de la humanidad tampoco puede tener sentido la vida del hombre individual” (De “El asedio a la modernidad” – Editorial Sudamericana SA)
Incluso algunos pensadores han advertido acerca del auge de las filosofías del absurdo, ya que las ven como el obstáculo más serio que impide la adaptación cultural del hombre respecto del orden natural. Claude Tresmontant escribió: “Si hay fracaso, la culpa no deberá ser imputada al Universo, ni a la Creación, sino al hombre. Y Teilhard veía en las filosofías del absurdo y del abandono los signos inquietantes de un ‘aburrimiento’ que, para él, es el más grave, el único peligro que puede amenazar a la Evolución” (“Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin” – Ediciones Taurus SA)
Los movimientos intelectuales que favorecen el absurdo y los distintos tipos de relativismos (cognitivo, moral y cultural) se caracterizan por desconocer y, aún más, por oponerse a la ciencia. Desconocen totalmente la existencia de leyes naturales. Éstas tienden a imponer restricciones al pensamiento evitando la amplitud del “todo vale”. El desconocimiento de la existencia de leyes naturales nos hace recordar al “hombre masa”, que “desconoce instancias superiores y trata de imponer su vulgaridad”. Juan José Sebreli escribió: “El espíritu del tiempo intelectual de las últimas décadas se define por el abandono de la sociedad occidental de todo lo que significaron sus rasgos distintivos; el racionalismo, la creencia en la ciencia y la técnica, la idea de progreso y modernidad. A la concepción objetiva de los valores se opuso el relativismo; al universalismo, los particularismos culturales”.
Quien no es capaz de proponer alguna postura ética, o alguna teoría del conocimiento, opta por la solución más cómoda adhiriendo al relativismo moral y al cognitivo; para él no existe ni el bien ni la verdad, por lo cual tampoco se propondrá buscarlas. Entre las causas que justifican su accionar, puede mencionarse la simple necesidad de trabajar en cuestiones intelectuales por lo cual la necesidad lo impulsa a adoptar tal actitud. De ahí que tampoco sea extraño que tal personaje trate de hacer pasar sus oscuros y huecos escritos por eruditos y profundos. Respecto del relativismo, Mario Bunge escribió: “Si no existe una realidad independiente, si el mundo entero es una construcción social, y si los hechos son enunciados de un determinado tipo, no puede haber ninguna verdad objetiva. Dicho de otro modo, si no hay nada «fuera» que no haya estado anteriormente «dentro», la propia expresión «correspondencia de las ideas con los hechos» no tiene sentido. Y si no hay verdad objetiva, entonces la investigación científica no es una búsqueda de la verdad. O, expresado de un modo algo más moderado, «lo que se considera verdad puede variar de un lugar a otro y de una época a otra» (Collins). Este es el núcleo del relativismo epistemológico. Este es una parte esencial del relativismo cultural que, a su vez, es un componente filosófico del nacionalismo cultural” (De “La relación entre la sociología y la filosofía” – Editorial Edaf y Albatros SA).
Pareciera que desde la propia filosofía se nos “invitara” a dejarla de lado y a refugiarnos en las ciencias sociales. En el mundo científico no se descarta la existencia del bien (y la ética que lo estudia), de la verdad objetiva (y de la teoría del conocimiento que la estudia), incluso no se descarta la posibilidad de un sentido objetivo del universo. Sin embargo, quienes alertan sobre los peligros que ofrecen ciertos intelectuales, con sus posturas relativistas y subjetivas, son criticados como los que se oponen a la filosofía, siendo, por el contrario, los que la han usurpado y han anulado gran parte de los temas que caracterizan su propio ámbito, los que atentan contra ella.
Las filosofías del absurdo predican la posible ausencia de sentido, tanto para el individuo como para la humanidad. De ahí que causa cierta sorpresa por cuanto uno espera de los intelectuales una propuesta acerca de un camino a seguir o una solución posible a nuestros problemas. Juan José Sebreli escribió: “El hombre parece no poder vivir sin dar un significado a su vida, y sin un sentido de la historia de la humanidad tampoco puede tener sentido la vida del hombre individual” (De “El asedio a la modernidad” – Editorial Sudamericana SA)
Incluso algunos pensadores han advertido acerca del auge de las filosofías del absurdo, ya que las ven como el obstáculo más serio que impide la adaptación cultural del hombre respecto del orden natural. Claude Tresmontant escribió: “Si hay fracaso, la culpa no deberá ser imputada al Universo, ni a la Creación, sino al hombre. Y Teilhard veía en las filosofías del absurdo y del abandono los signos inquietantes de un ‘aburrimiento’ que, para él, es el más grave, el único peligro que puede amenazar a la Evolución” (“Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin” – Ediciones Taurus SA)
Los movimientos intelectuales que favorecen el absurdo y los distintos tipos de relativismos (cognitivo, moral y cultural) se caracterizan por desconocer y, aún más, por oponerse a la ciencia. Desconocen totalmente la existencia de leyes naturales. Éstas tienden a imponer restricciones al pensamiento evitando la amplitud del “todo vale”. El desconocimiento de la existencia de leyes naturales nos hace recordar al “hombre masa”, que “desconoce instancias superiores y trata de imponer su vulgaridad”. Juan José Sebreli escribió: “El espíritu del tiempo intelectual de las últimas décadas se define por el abandono de la sociedad occidental de todo lo que significaron sus rasgos distintivos; el racionalismo, la creencia en la ciencia y la técnica, la idea de progreso y modernidad. A la concepción objetiva de los valores se opuso el relativismo; al universalismo, los particularismos culturales”.
Quien no es capaz de proponer alguna postura ética, o alguna teoría del conocimiento, opta por la solución más cómoda adhiriendo al relativismo moral y al cognitivo; para él no existe ni el bien ni la verdad, por lo cual tampoco se propondrá buscarlas. Entre las causas que justifican su accionar, puede mencionarse la simple necesidad de trabajar en cuestiones intelectuales por lo cual la necesidad lo impulsa a adoptar tal actitud. De ahí que tampoco sea extraño que tal personaje trate de hacer pasar sus oscuros y huecos escritos por eruditos y profundos. Respecto del relativismo, Mario Bunge escribió: “Si no existe una realidad independiente, si el mundo entero es una construcción social, y si los hechos son enunciados de un determinado tipo, no puede haber ninguna verdad objetiva. Dicho de otro modo, si no hay nada «fuera» que no haya estado anteriormente «dentro», la propia expresión «correspondencia de las ideas con los hechos» no tiene sentido. Y si no hay verdad objetiva, entonces la investigación científica no es una búsqueda de la verdad. O, expresado de un modo algo más moderado, «lo que se considera verdad puede variar de un lugar a otro y de una época a otra» (Collins). Este es el núcleo del relativismo epistemológico. Este es una parte esencial del relativismo cultural que, a su vez, es un componente filosófico del nacionalismo cultural” (De “La relación entre la sociología y la filosofía” – Editorial Edaf y Albatros SA).
Pareciera que desde la propia filosofía se nos “invitara” a dejarla de lado y a refugiarnos en las ciencias sociales. En el mundo científico no se descarta la existencia del bien (y la ética que lo estudia), de la verdad objetiva (y de la teoría del conocimiento que la estudia), incluso no se descarta la posibilidad de un sentido objetivo del universo. Sin embargo, quienes alertan sobre los peligros que ofrecen ciertos intelectuales, con sus posturas relativistas y subjetivas, son criticados como los que se oponen a la filosofía, siendo, por el contrario, los que la han usurpado y han anulado gran parte de los temas que caracterizan su propio ámbito, los que atentan contra ella.