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ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
27/12/2008, 07:51
Me veo obligado a abrir un nuevo tema sobre el problema de la expectativa. En ningún momento quise sugerir una expectativa cristiana. Entiendo que se pueda sacar esa relación, pero parte de mi intención original era su inversión en la ética.

La crítica a la ética infantil era porque en lo básico no era ética; no era ejercicio electivo sino conformista.

Tal y como traje en una preciosa cita de Lévinas, las síntesis eran comprendidas y llevadas más allá de lo que originalmente traían. Su recreo no temporal abría un margen electivo que era tomado como responsabilidad. No recuerdo que se quisiese deshacer de la estética, pero el otro cogía un pulso ético desde un plano en el que el bien se elegía por saberse y no por mero moralizarse.

Debemos recordar que a ese Lévinas lo leía un sociólogo como Bauman en esa forma ética –del otro- como una superación del límite ético anterior, todo lo que no era ético porque era velado a su conciencia. Como sólo los sinvergüenzas traen citas que no entienden, el ejercicio favorito de los chapuceros, el otro no sólo lo propuse al margen de una ética horrorizada por el mal, sino el otro como fuente de lo moral.

Bauman era posmodernista en el sentido en el que el posmodernismo es nietzcheanismo, no como la paranoia católica que se enquista en su insuficiencia, sino la que se hace cargo de la revolución del avance. Repito que el Nietzsche en el que más interés veo es el moral, el que sabe las condiciones del hombre moral, el que al olvidarse de su verdadero ser se niega.

En oposición a la crítica nietzscheana a la compasión de Schopenhauer defendí no la compasión sino lo positivo del otro. Su expectativa como recreo de la moral -el orden moral - es distinta del de lo moral -su orden a priori-. La moral es solidaria pero a su vez es conflictiva cuando corrompe su positividad e indetermina su original intención; se hace una costumbre no basada en un mérito –en un sentido muy kantiano de acción racional/moral práctica- sino en lo irracional de un hábito o costumbre, la propensión a la precipitación de la expectativa que nunca se sabe salvo cuando llega tarde ante su creación.

Spinoza reformuló la pasión de la espera en el temor que escondía. Sólo los que no entienden las cosas se las apropian, es decir, la negación de aquello que se esconde a nuestra conciencia. Quien espera es el sujeto, un capricho irracional.

El sentido de la expectativa lo tomé de Libet y Pribram. Libet recomponía la acción retrospectivamente, coloreaba con la conciencia el boceto de lo ocurrido; creaba su molde causal. Pribram lo problematizaba añadiendo el contenido de lo que era anticipado, es decir, en lugar de ser retro-alimentación causal se avanzaba sobre la mera espera –el objeto de la precipitación-. En un principio los experimentos se centraron en la medición del margen inventivo del retraso de la conciencia para proseguirlo con toda una recreación de expectativa. El cerebro no sólo era medio tonto sino que era recreable en la tontería.

En mi oposición a las simetrías esperadas, digamos que lo que denomino el falso orden de Spinoza, tuve que andarme con la indeterminación de lo ajeno en su inversión en lo propio –del ejercicio de la conciencia-, es decir, partiendo de la falta de ética, vivencia de lo ajeno y de los efectos padecidos, el orden se crispaba al comprenderlo o, más bien, creándolo.

NOTA: Pido disculpas a Mari Paz y serg por no seguir en el anterior tema. Casi todos mis últimos temas tratan sobre objetos muy parecidos y tanto ella como él se prestan a enriquecer el diálogo con toques de finura. En el momento que Mari Paz intuye la ética implicada y serg la gravedad del problema filosófico de la ética no puedo sino convenir con ellos en no ver los mismos sino cuando son los mismos.