PDA

Ver la versión completa : Propiedad social



ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
10/12/2008, 06:28
La condición psicológica de la persona no descansa en un absoluto personalismo, sino más bien recrea ese espejismo. Todo el despliegue que se concibe como recreo personal no es más que una matriz diversa de la individualidad de la apercepción del proceso. El despliegue de lo personal se hace posible en las formas de una sociedad que da y facilita los significados con los que trata. La sociología se apoya en lo común del significado personal, se participa de un significado que sólo es personal como tránsito social, una reorientación que es significativa del objeto que pretende significar y de a quién se pretende significar. El portador de la carga significativa es, entonces, sólo un momento del proceso social, y su subjetividad no hace sino indicar el proceso del que forma parte; es decir, lo propio, en tanto subjetividad, es la reproducción interna de la apercepción del proceso del que se forma parte.

Los momentos personales transitan sin duda un descubrimiento que desde la niñez va adquiriendo grados decrecientes. De ese modo en la persona es más característico el recreo que el descubrimiento. Una vez descubiertos los objetos pasan a ser aplicados, y su recreo, ante la falta de urgencia, se sirve de los patrones adquiridos que permanecen, que se hacen continuos frente a la novedad o vacío significativo.

La estructura cerebral y la social parecen facilitar el tránsito. El cerebro de un niño pequeño está preparado con suficiente plasticidad como para facilitar la adquisición de mecanismos tan complejos como son el lenguaje, el trato social y el reconocimiento personal. La realidad efectiva de este proceso se encuentra en el reconocimiento del fin. Se habla para permitir la comunicación con otros, de manera que sea posible un mundo en el que se recreará ese significado propio y personal.

Todo ese mundo social está dado con anterioridad y nos hemos ido acercando a él. Al igual que desarrollamos una noción del espacio en la que coordinamos el cuerpo en función de la exterioridad, igualmente se adquiere un significado como expectativa del otro. El otro se desarrolla con una complejidad mayor que la mera espacialidad pues intervienen grados de emocionalidad inmediata con implicaciones éticas. En el otro nos reconocemos, pero no como reconocemos una fruta o un determinado lugar, sino reconocemos en el otro una implicación afectiva. Es cierto que en los objetos de la costumbre se va a poder desplegar también emocionalidad, pero es una emocionalidad simbólica que adquiere frente a otro proporciones éticas. El simbolismo adquiere especiales características como recreación moral.

El mundo social necesita hacer posibles los significados en una estructura que permanezca frente a la incertidumbre del cambio. Los significados pasan así a ser normalizados, encauzados donde se da la respuesta social, adquiriendo un carácter objetivo que supera la contingencia y la mera subjetividad. La normalización es el cauce objetivo de la pauta social en el que la orientación al otro tiene la garantía de estar establecida y ser un significado presente como posible orientación de la acción social. La solidaridad permite de esta forma ser un significado ontológicamente esperable; crea para sí una ontología de la confianza. Esta ontología, no obstante, no es un en sí que al haber pretendido objetivar hayamos sustraído del uso que le permitía gozar de significación, sino se debe cuidar del propósito que esa orientación social cumplía. La adecuación de los significados y los objetos de los que dependen deben estar adaptados a los moldes de los que depende el cambio de éstos.