PDA

Ver la versión completa : La seriedad de la teoría social



ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
18/11/2008, 05:38
A pesar de que ayer se aclaró que con cientificismo se critica la actividad de la ciencia sin conciencia, recreación que apresura su definición, se sigue con que la sociología ha de ser ciencia y esa es su mayor urgencia. En esa línea, y para decir algo más, sería conveniente saber de todos esos sociólogos que tan preocupados están con la categoría de ciencia de su disciplina; es decir, esa sociología que trata de leyes naturales y no otra cosa que pueda ser el objeto de su mediación. En efecto, algunos hay; si alguien sólo los lee a ellos debiera saber que el debate está en que hay muchos más, y no hay uno que se exija en su verdad.

Hay un importante debate en teoría sociológica que trata de de establecer posiciones definidas en términos ontológicos en donde se tome un marco común de realidad. Se buscan unos conceptos que siempre cuenten con una invariabilidad, de manera que permanezcan más allá del tiempo y las fronteras. Otro debate estudia la problemática discursiva y su transitividad e intransitividad, de manera que la sociedad no es una agencia ciega sino reflexiva. También existe otra línea de problematización de todo ello como ejercicio de interpretación. El fondo filosófico de todo esto es innegable. Si uno lee teoría sociológica va a encontrar que hablan de filosofía en relación con la teoría social, no de ciencia –la epistemología es teoría del conocimiento científico, no cientificismo- . Se habla, le guste o no a alguno, de kantismo, Hegel, historicismo, dialéctica, limitaciones a priori y todas esas cosas que suenan tan extrañas. No se habla de Poincare ni de Bunge y menos de Einstein o Maxwell; pero sí se habla de Weber, Simmel y Marx o de Peirce, Popper o Habermas; si no se habla de ellos sí hablan de sus objetos, ¡problemas!. Las personas que se dedican a esto tratan de problemas epistemológicos y de teoría del conflicto y no hacen perder el tiempo al resto insistiendo en los que debe ser y no es su objeto; es decir, engañarles con lo que se cuece en la sociología seria. No deben pensar que es una frivolidad mía cuando hablo del retraso y su recreo; es, más bien, el pivote de su precipitación. Cuando se habla de racionalidad se habla del cambio de su paradigma y no se sortea con malinterpretaciones de la irracionalidad. El mismo Bunge, el icono de nuestro cientificista, hizo una impresentable declaración de ignorancia y dogmatismo al despreciar la problematización etnometodológica. No olvidemos para quien escribe Bunge, para todos los vagos y chapuceros que prefieren creerse lo que dicen los demás o su realidad antes que afinar sus esquemas y depurar su crítica, o sea, responsabilizarse de crear.

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
18/11/2008, 07:24
En Límites de la sociología del conocimiento ha hecho Mari Paz unos comentarios apreciables que sí tratan sobre problemas y sobre los que querría decir algo:

Si “la sociología del conocimiento es la ciencia de la ciencia” es en relación a lo que esa ciencia es en tanto ciencia en la sociedad, no en tanto ciencia -ciencia en sí-. Debemos poner condiciones a las cosas -teorías- para que cobren pulso y se hagan teorías positivas dirigidas con conciencia de la urgencia, que pivoteen sobre algo no ensimismado. Estamos ofreciendo un pivote con urgencia en lo significativo de lo colectivo, lo social.

Por supuesto que creo posible el conocimiento de los esquemas de conocimiento de la sociedad. Que ese conocimiento sea o no ciencia no me incumbe más allá de los problemas que nos habíamos fijado, en este caso, la sociología del conocimiento.

Su inicio vino por la presunción de que la sociedad giraba alrededor de lo que la ciencia le aportaba, tomándose este aporte como una especie de conocimiento crucial. Lejos está de mis intenciones llamar inútil al conocimiento científico, pero sí digo que no todo conocimiento científico tiene orientación social, y así sí puede ser llamado inútil para la sociedad. El problema está en sí guarda o no relación con su urgencia. Ayer mismo un neurofisiólogo hablaba sobre aplicaciones posibles a dar a una cierta estimulación de zonas cerebrales concretas por medio de aplicación de energía electromagnética. No afectaría al cerebro sino sólo al contacto de la bobina con el cráneo, siendo así aplicación no invasiva (no afectaría al cerebro al ser conductor). El potencial de ese chisme parece amplio, pero su mayor potencial es especular, no está claro porque no tiene determinados sus posibles objetos (la definición, recordemos, no dice más de lo que dice; es pura tautología, y así dice verdad cualquiera porque no dice nada más que lo que dice, o, si lo prefieren así, la distinción entre analiticidad y sinteticidad, algo crucial en el proceso social). De hecho, muchas de sus especulaciones abrirían un debate neuro-ético, se limita a lo que define. Llegamos así a la conciencia de la urgencia y no a la indeterminación de la conciencia por el efecto de la ciencia. Y como se ha hablado de reificación, debiéramos recordar que su génesis está en La fenomenología del espíritu y Filosofía del derecho, ambas obras de Hegel con la conciencia y su despliegue como trasfondo que, en su delirio, concibió como asunto de profunda complejidad. En lugar de hacerlo solo especulativo, en lo social tenemos sus formas objetivas y objetivadas.

Las estructuras que soportan el conocimiento son las que garantizan cierta continuidad en el mismo. El conocimiento no es una loca arbitrariedad que cambie radicalmente sino, más bien, es característico en él hacia lo que está dirigido, que sería entonces su objeto y posibilidad de cambio. El fenómeno del conocimiento suele perder conciencia de donde surgió por la inclinación de la conciencia a tomarse por una totalidad y sólo discriminarse en función de la negatividad a la que está expuesta. Esta cuestión en un esquema perceptual adquiere proporciones inmediatas que no afectan a su conciencia, ya que la inmediación la esquiva y es por lo que es inmediata, donde reside su limitación. Lo que nos interesa es la posibilidad de su mediación, en lo que la conciencia se involucra. Este paso se da en la intencionalidad, es decir, en los objetos a los que la conciencia se dirige. La conciencia fenomenológica no se da en su falta, sino que, en términos de conocimiento, su conciencia es su posibilidad, de manera que la negatividad del conocimiento, su forma de ampliación, es así radicalmente distinta a su modelo de recreación, basado más en la búsqueda de su continuidad que su diferencia. Esta continuidad en el universo social es el seguro momentáneo de su significado; podrá cambiar, pero será en relación a los objetos que le daban ese carácter de significado.

Tratamos de ser cuidadosos y no hacer de nuestra crítica la misma falta que cometemos; es decir, si criticamos dar un margen absoluto a la definición por el sesgo que la misma hace sobre sus objetos, cuidamos de que el pivote sobre el que definimos no sea apresurado en la definición, sino siempre atienda a lo que define con mayor importancia que su mirada estricta en la definición, o, si lo prefieren así, el carácter ridículo de la verdad.

Esta vacío del movimiento de la definición en lo social, pues, debe atender siempre a los objetos que define y no a la definición. Urge vigilar el cauce donde se da el cambio para lograr no sólo adaptación al mismo, sino posibilitar su comprensión, integrar el cambio como un modo de conciencia y no indeterminación velada. El esquema de simplificación causal donde se establece de buenas a primeras relaciones que se definen más que lo que las define deriva en la reproducción de su falta de agudeza, llamando verdad y ley a lo que indeterminamos y velamos, o sea, el recreo sobre el límite. En lo social siempre tomamos un margen de generalidad que nos obliga a cuidar que nuestros conceptos no vayan con definiciones retrasadas. Debemos afinar de manera especialmente sensible nuestro esquema conceptual, de forma que, como decimos, el cambio curse por donde hemos puesto su conciencia.

Al ser el concepto el chisme límite sobre el que velamos un cambio que definimos en su modificación no nos queda otra opción que cursar ese cambio como recreo definitorio de su discurso. De nada valen generalidades que pretenden abstraer un cambio sin contemplar su modificación. Ese ejercicio no es abstraerlo, sino negarlo. Los conceptos son unidades que dirigen el sentido al objeto, pero sobre los que hemos experimentado su olvido, dando por supuesta la verdad del concepto y el recto mantenimiento de su sentido.

En lo social es la conciencia común, el objeto de solidaridad, quien hace de sintetizador, quien integra las diferencias en un modo de objeto de unificación; pero no hay tal cosa cabal como una conciencia común, sino que está mantenida por la continuidad referencial de sus objetos. Esas orientaciones son la comunidad que hace posible que no sean objetos sin más, sino objetos con significado social. Lo propio es una variable significativa en tanto tenga una posibilidad de relación con lo comunitario, que lo haría significativo, insistimos, no por ello, sino por el cauce en el que se orienta.

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
20/11/2008, 06:53
En el problema del discurso, su afirmación o su negación, se mantiene su problemática, es decir, es inútil obviarla y sí es una diferencia su conocimiento.

El enfoque más sistematizado que quiere poder reducir el problema social a unas condiciones mínimas de máxima validez de su generalidad es, en términos de la urgencia, una irresponsabilidad e insensatez, porque ni la urgencia ayuda a la generalidad ni la generalidad a la urgencia. Por ello tomamos una postura menos ontológica, la cual, en el fondo, reproduce una generalidad de recreación de un mismo historicismo, el de la identidad, que oculta a su conciencia –su falta-.

No, pues. El afinamiento de la conciencia posibilita tratar en los términos del trato, no en los de su especulación, sino el de los objetos que condicionan la situación.

El dogmatismo del cientificismo, que en el debate debiera ser expulsado por sólo atender a su forma de diálogo, sólo funciona en su imposición. La libertad de la elección, a la que invierte los términos al imponerles un sentido, dicta en orden a la conformidad que define y no estudia lo que condiciona su definición. Se entrega incondicionalmente a su verdad.

En el discurso asumimos que es un proceso en el que nos vemos implicados. Su responsabilidad está en que se compromete una elección que trata de posibilitar más que dictar. Asumimos la definición de la intencionalidad, la conciencia de nuestro sitio de recreo.

El sofisma de que si no hay una teoría sobre la que explicar no hay nada que explicar sólo afirma su parte de incondicionalidad, la de su teoría; se trata de una afirmación que indetermina la conciencia y se acobarda ante el arte de la síntesis. El innatismo de la ley natural se sabe a sí legitimado por adaptación y no lo que adapta. Como se impone puede establecer en su relación con nosotros su igualdad; hace efectiva su identidad repitiéndola y así haciendo que permanezca, haciéndola permanente.

Su suposición es que su mantenimiento garantiza la reproducción de su bondad, cosa extraña ante cualquier discrepancia. Su libertad, insistimos, es una bonita idea de perfección que habla de sí y no del mundo; es una verdad enlatada, una noción ridícula de verdad que se engaña en cuando piensa que es un objeto que se posee.