ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
15/11/2008, 06:53
Uno de los problemas cruciales del esquema causal es su noción descomprometida e incomprensiva de lo que toma por su efectividad o, si lo prefieren así, la indeterminación de su proceso en la ausencia de su conciencia. Nos debe sorprender que aun teniendo el don de la conciencia, el fenómeno más complejo que jamás se haya conocido, lo tomemos en su inversión, en el reverso que pretendiendo doblegar se olvida.
Estamos lejos de negar las posibilidades que nos trae la conciencia. Se trata de un ejercicio conveniente en filosofía como cuidado de sí misma, pero se cae con facilidad en la indeterminación conceptual de su objeto. Este ejercicio de suspensión categórica y continuo tránsito de movimiento esencial, atribuido generalmente a la labor especulativa, es indeterminado en su privación, no de la conciencia o la indeterminación, que no son nada por sí mismas, sino del objeto de ese ejercicio. El atontamiento de la crítica a la especulación parece que se fija en el objeto que retrasa y no en el que posibilita, su cuidado.
Es el camino del atontamiento el que conduce no ya a la incomprensión, la que toma, por principio, por definición, sino a un camino menos sutil como es la mera confusión. Al indeterminar la comprensión y deshacernos de sus objetos negamos no sólo su conciencia –no olvidemos, el proceso- sino el retraso de su efectuación. Al haber confundido la síntesis la recreamos como obstáculo fenomenológico.
El afinamiento de la estética a la ética en su mayor complejidad, donde es necesario la comprensión de los estados efectivos que padece la conciencia, se despliega en un proceso que es en su posibilidad el objeto. Lamentablemente, se toma estas ideas como especulación sin objeto, indeterminación esencial. En el pragmatismo de la conciencia hacemos barridos de búsqueda de posibilidades de lo que tratamos de definir. Su síntesis es problemática por ello mismo, porque emerge en su acción, se hace continuamente nueva por el ejercicio de su conciencia.
Las cabezas huecas que sepan formular esto matemáticamente, como hizo en su día Leibniz, se verán sorprendidas por la infinidad de su proceso. Está claro que esa conciencia es un modo de asalto que no sólo hace las cosas posibles sino se hace posible a sí. La revolución de la posibilidad es más efectual, un pragmatismo sutil pero no ético. Miremos la conciencia dada a sí, su cuidado, y su revolución es una labor no presa de las síntesis del mundo, sino de las condiciones que tomó en su limitación como no límites.
El filósofo que con más claridad concibió esta idea, Hegel, olvidó el cuidado de su profanación; es decir, su atrevimiento fue la violación de la cosa en sí, de la que insensatamente se apropió.
No es la conciencia en el mundo, ni el mundo en la conciencia; la identidad en la que deriva su síntesis es su ejercicio, no su recreo. No ser capaces de lograr esa suspensión nos hace éticamente ciegos, tontos, irresponsables y retrasados. Al padecernos a nosotros mismos nos recreamos, nos creemos, y no nos creamos.
Estamos lejos de negar las posibilidades que nos trae la conciencia. Se trata de un ejercicio conveniente en filosofía como cuidado de sí misma, pero se cae con facilidad en la indeterminación conceptual de su objeto. Este ejercicio de suspensión categórica y continuo tránsito de movimiento esencial, atribuido generalmente a la labor especulativa, es indeterminado en su privación, no de la conciencia o la indeterminación, que no son nada por sí mismas, sino del objeto de ese ejercicio. El atontamiento de la crítica a la especulación parece que se fija en el objeto que retrasa y no en el que posibilita, su cuidado.
Es el camino del atontamiento el que conduce no ya a la incomprensión, la que toma, por principio, por definición, sino a un camino menos sutil como es la mera confusión. Al indeterminar la comprensión y deshacernos de sus objetos negamos no sólo su conciencia –no olvidemos, el proceso- sino el retraso de su efectuación. Al haber confundido la síntesis la recreamos como obstáculo fenomenológico.
El afinamiento de la estética a la ética en su mayor complejidad, donde es necesario la comprensión de los estados efectivos que padece la conciencia, se despliega en un proceso que es en su posibilidad el objeto. Lamentablemente, se toma estas ideas como especulación sin objeto, indeterminación esencial. En el pragmatismo de la conciencia hacemos barridos de búsqueda de posibilidades de lo que tratamos de definir. Su síntesis es problemática por ello mismo, porque emerge en su acción, se hace continuamente nueva por el ejercicio de su conciencia.
Las cabezas huecas que sepan formular esto matemáticamente, como hizo en su día Leibniz, se verán sorprendidas por la infinidad de su proceso. Está claro que esa conciencia es un modo de asalto que no sólo hace las cosas posibles sino se hace posible a sí. La revolución de la posibilidad es más efectual, un pragmatismo sutil pero no ético. Miremos la conciencia dada a sí, su cuidado, y su revolución es una labor no presa de las síntesis del mundo, sino de las condiciones que tomó en su limitación como no límites.
El filósofo que con más claridad concibió esta idea, Hegel, olvidó el cuidado de su profanación; es decir, su atrevimiento fue la violación de la cosa en sí, de la que insensatamente se apropió.
No es la conciencia en el mundo, ni el mundo en la conciencia; la identidad en la que deriva su síntesis es su ejercicio, no su recreo. No ser capaces de lograr esa suspensión nos hace éticamente ciegos, tontos, irresponsables y retrasados. Al padecernos a nosotros mismos nos recreamos, nos creemos, y no nos creamos.