ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
14/11/2008, 07:51
Diría que lo especulativo de Schopenhauer es lo que bordea la esencia de la actividad filosófica. Su razón es una clara oposición a la voluntad y su separación. De una manera demasiado idealista se afilió al recreo de las cosas en sí mismas, la ceguera platónica y su representación acorde a algo -¿qué, si no, otra cosa que la voluntad?- posibilitando la emergencia del conocimiento y la supresión de la voluntad por sólo lo inteligible que hay en ello. Por mucho que deba a Schopenhauer, lo inteligible son condiciones indeterminadas que hemos suavizado para que se puedan efectuar a su conciencia. La belleza del reposo trascendental es ejercicio y no objeto, o, si lo prefieren así, proceso y no momento. La posibilidad de ese momento ubicado en su verdad olvida falsamente el torrente de su reclamo. Su devenir en la conciencia es la manifestación objetiva de su fracaso. El sofista conceptuoso de Lichtenberg que ya no vacía botellas de vino sino llama a su delirio ausencia de voluntad. Eso sí es tautológico, nihilista e irracional, por contra a sintético, positivo y racional. ¿Quién especula con esto sino el sujeto?
La voluntad de Schopenhauer es su ejercicio esencial, lo que en ella era más propio, ella misma. Intuyó nuestro solitario maestro que nada había en el mundo salvo voluntad, que ella persistía en su objeto incansablemente y que todo estaba mediatizado por ella. Lo otro, la nada, era su quimera, su mera noción negativa. ¿Cómo, la razón, se iba a saber incondicional ante eso si era con quien se frotaba?
La voluntad de Schopenhauer es su ejercicio esencial, lo que en ella era más propio, ella misma. Intuyó nuestro solitario maestro que nada había en el mundo salvo voluntad, que ella persistía en su objeto incansablemente y que todo estaba mediatizado por ella. Lo otro, la nada, era su quimera, su mera noción negativa. ¿Cómo, la razón, se iba a saber incondicional ante eso si era con quien se frotaba?