Cochero
27/10/2008, 13:05
Me afirmé tranquilo,
pues de todos modos
el tiempo estaba hasta los topes.
Me ingenié una pequeña sonrisa
hacia el estupefacto café que se exhibía
erigiéndose sibilino entre la maraña de confitería.
Me adecué entonces mi camisa de actos
que lucía nublada, casi insignificante.
¡Ah! ésas camisas que odio tanto ().
Hubo un instante en particular
que logró estrujar mi adormecido rostro;
cuando la lluvia se arrojó sin meditarlo
suicidándose gota a gota entre toldos y rutinas.
El murmullo se sintió orgulloso
de que todos lo invitaran a su mesa,
mientras dos palmadas en la espalda
hicieron que me cubriera de pena.
Entonces quise dibujar un gesto,
pero sinceramente no surgió simulacro alguno.
Incómodamente corrió la silla para tomar asiento;
sugerí un menú espontáneo
pero no quería compartir nada.
Al instante su silueta tiró el sobretodo
desde un costado y sin pensar en los destinos.
Nos miramos fijamente un segundo
que pareció una eternidad ambulante,
donde ninguno bajó la guardia
y la sospecha hizo un giro apenada y cautelosa.
Nadie se percató de la risotada
que disparaba al oír de mi vida,
tampoco de su prominente golpe
entre las medialunas envueltas con mi desgracia
que fueron a parar al rincón menos apropiado.
Después escribió indiferente y deslucida
algo que supuse romántico en una servilleta
que se iba manchando de penas y descuidos.
Dibujó un horizonte
que ocultó entre su abanico de misterio.
Entonces me quedé mirándola
de frente y sin palabra alguna.
Ilusionado y temeroso de preguntar
para qué había venido hoy con tanto sofismo.
Pregunté al regañón de la típica barra
mientras escupía su insolencia al techo,
aunque su silencio solo mereció mi antipatía.
Alguien dijo por lo bajo
que la llaman melancolía,
y que hoy se había invitado sola
a la mesa conmigo.
pues de todos modos
el tiempo estaba hasta los topes.
Me ingenié una pequeña sonrisa
hacia el estupefacto café que se exhibía
erigiéndose sibilino entre la maraña de confitería.
Me adecué entonces mi camisa de actos
que lucía nublada, casi insignificante.
¡Ah! ésas camisas que odio tanto ().
Hubo un instante en particular
que logró estrujar mi adormecido rostro;
cuando la lluvia se arrojó sin meditarlo
suicidándose gota a gota entre toldos y rutinas.
El murmullo se sintió orgulloso
de que todos lo invitaran a su mesa,
mientras dos palmadas en la espalda
hicieron que me cubriera de pena.
Entonces quise dibujar un gesto,
pero sinceramente no surgió simulacro alguno.
Incómodamente corrió la silla para tomar asiento;
sugerí un menú espontáneo
pero no quería compartir nada.
Al instante su silueta tiró el sobretodo
desde un costado y sin pensar en los destinos.
Nos miramos fijamente un segundo
que pareció una eternidad ambulante,
donde ninguno bajó la guardia
y la sospecha hizo un giro apenada y cautelosa.
Nadie se percató de la risotada
que disparaba al oír de mi vida,
tampoco de su prominente golpe
entre las medialunas envueltas con mi desgracia
que fueron a parar al rincón menos apropiado.
Después escribió indiferente y deslucida
algo que supuse romántico en una servilleta
que se iba manchando de penas y descuidos.
Dibujó un horizonte
que ocultó entre su abanico de misterio.
Entonces me quedé mirándola
de frente y sin palabra alguna.
Ilusionado y temeroso de preguntar
para qué había venido hoy con tanto sofismo.
Pregunté al regañón de la típica barra
mientras escupía su insolencia al techo,
aunque su silencio solo mereció mi antipatía.
Alguien dijo por lo bajo
que la llaman melancolía,
y que hoy se había invitado sola
a la mesa conmigo.