ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
11/09/2008, 05:28
Los primeros pasos de la sociología se dieron en cuanto hubo conciencia de que había problemas sociales. Momentos de cambio social estructuraron de manera novedosa las vidas de los hombres, posibilitaron objetos que determinaban sus vidas.
Los cambios de hace doscientos años fueron distintos a los de hace cien y los de hace cien a los de hace cincuenta, los de hace cincuenta a los de hace veinte y así se sucedieron tan rápido que en la igualación del cambio se perdió su conciencia. Es de extraordinaria importancia comprender que el cambio social no es un asunto en el que el cambio sea el objeto como cosa en sí para dentro, sino como cosa en sí para fuera, el sentido del en sí, su desensimismamiento, lo que no se oculta. Al mirar el cambio nos olvidamos de qué es lo que cambia y a qué lleva el cambio al tomar unos objetos por otros. En la pereza de nuestras inteligencias recreamos el retraso llamándolo realidad en su conformación de condiciones límite, una modificación de la mónada y la cosa en sí.
Fueron muchos los pensadores que reflexionaron sobre la ignorancia formal del hombre y su traducción a simple modificación de la identidad del retraso. Un problema crucial es la dificultad de incorporar el cambio al ritmo de lo cambiado y no falsificarlo, sino que su entendimiento esté en su comprensión, la síntesis que integra el objeto en su actualización y posibilidad.
Si al estudiar un cambio incorporamos los conceptos sobre la realidad en el olvido de su contingencia no hacemos sino recrear lo que no entendemos en ello y que se fuga por la rejilla de la ignorancia.
Las condiciones de continuidad, invariabilidad, a priori y otras peligrosas y embrujadoras palabras nos debieran reclamar, urgir a no tomar la verdad, la evidencia y otros síntomas de olvido, por el en sí, sino por el pivote que permita su mediación y acción.
Está claro que un problema solucionado no lo elimina del catálogo sino que esa concepción atiende a la verdad de ese sentido en su reproducción, su condición de verdad. Hace falta sólo un poco de filosofía para saber el límite y torpeza de los emperadores de lo ideal y noumenal, de la verdad y lo trascendental.
Como dije, la ciencia de los cientificistas germina en el olvido y en la indeterminación de sus objetos por su no comprensión. Desde que propuse el pragmatismo de la conciencia en una clara vocación evolucionista he sido capaz de reconocer los mismos en Kant, Nietzsche, Peirce y Popper. Cualquiera que lea un poco de historia de la filosofía descubrirá que eso no es que lo sepan pocos, sino que no lo dice casi nadie; el objeto de mi soledad. Si dijese ahora que la vocación de Weber era pragmática por la fenomenología de la acción social se podría estudiar en qué antecedió Peirce a Weber. Como la fenomenología es esencialmente problemática es de extraordinario interés para el filósofo la construcción del marco que hace del momento el proceso, su forma de actualización.
El cientificismo es necesariamente ideológico por su anclaje en la exigencia de primacía como finalidad. Aunque eso es una posibilidad social, no es, salvo en ese caso, su objeto. No es verdad una exigencia sino lo que cursa su sentido de reproducción.
Igual que la filosofía no es el objeto de la sociología, la ciencia no es tampoco su objeto. Salvo en lo que conviene a la sociología de la ciencia, ésta no le interesa, no es su caso, y el que podría ser, su desenlace como posibilidad, será sociología de la ciencia y no la sociología como totalidad.
Las exigencias que leemos por aquí son sólo sugerencias que se han precipitado en su cientificismo, el carácter ideológico de la indeterminación de la conciencia.
La sociología actual está llena de referencias a la filosofía por lo que su reflexión revela como conciencia y urgencia. La ciencia que no es su episteme es futilidad para ella. La ciencia cae con los cientificistas en lo que en ella hay de menos científico, su ceguera e ignorancia sobre la finalidad de su verdad, lo que las hace ridículas y desprovistas de sentido.
El finalismo supuesto en la pereza del ejercicio tropieza necesariamente en su incomprensión, en lo que le faltaba de luz a su supuesto, lo que lo hacía incompleto. Una postura científicamente respetable y digna trabaja la cosa en sí en la dialéctica de su falsacionismo y falibilsmo para lograr la adecuación de la posibilidad de sentido de la verdad. Aquí no hay casillas sino descubrimiento de posibilidades. Repito que el interés filosófico es que se trata de un proceso que se sabe no final.
La reflexión casillar como sociología, que pierde su sentido al no reconocerlo, no puede reclamar una posición para la que no hay reclamo sino en su exigencia de primacía. Esto es ridículo. Si no hay adecuación a lo social, la ciencia como objeto social es algo absurdo.
Los cambios de hace doscientos años fueron distintos a los de hace cien y los de hace cien a los de hace cincuenta, los de hace cincuenta a los de hace veinte y así se sucedieron tan rápido que en la igualación del cambio se perdió su conciencia. Es de extraordinaria importancia comprender que el cambio social no es un asunto en el que el cambio sea el objeto como cosa en sí para dentro, sino como cosa en sí para fuera, el sentido del en sí, su desensimismamiento, lo que no se oculta. Al mirar el cambio nos olvidamos de qué es lo que cambia y a qué lleva el cambio al tomar unos objetos por otros. En la pereza de nuestras inteligencias recreamos el retraso llamándolo realidad en su conformación de condiciones límite, una modificación de la mónada y la cosa en sí.
Fueron muchos los pensadores que reflexionaron sobre la ignorancia formal del hombre y su traducción a simple modificación de la identidad del retraso. Un problema crucial es la dificultad de incorporar el cambio al ritmo de lo cambiado y no falsificarlo, sino que su entendimiento esté en su comprensión, la síntesis que integra el objeto en su actualización y posibilidad.
Si al estudiar un cambio incorporamos los conceptos sobre la realidad en el olvido de su contingencia no hacemos sino recrear lo que no entendemos en ello y que se fuga por la rejilla de la ignorancia.
Las condiciones de continuidad, invariabilidad, a priori y otras peligrosas y embrujadoras palabras nos debieran reclamar, urgir a no tomar la verdad, la evidencia y otros síntomas de olvido, por el en sí, sino por el pivote que permita su mediación y acción.
Está claro que un problema solucionado no lo elimina del catálogo sino que esa concepción atiende a la verdad de ese sentido en su reproducción, su condición de verdad. Hace falta sólo un poco de filosofía para saber el límite y torpeza de los emperadores de lo ideal y noumenal, de la verdad y lo trascendental.
Como dije, la ciencia de los cientificistas germina en el olvido y en la indeterminación de sus objetos por su no comprensión. Desde que propuse el pragmatismo de la conciencia en una clara vocación evolucionista he sido capaz de reconocer los mismos en Kant, Nietzsche, Peirce y Popper. Cualquiera que lea un poco de historia de la filosofía descubrirá que eso no es que lo sepan pocos, sino que no lo dice casi nadie; el objeto de mi soledad. Si dijese ahora que la vocación de Weber era pragmática por la fenomenología de la acción social se podría estudiar en qué antecedió Peirce a Weber. Como la fenomenología es esencialmente problemática es de extraordinario interés para el filósofo la construcción del marco que hace del momento el proceso, su forma de actualización.
El cientificismo es necesariamente ideológico por su anclaje en la exigencia de primacía como finalidad. Aunque eso es una posibilidad social, no es, salvo en ese caso, su objeto. No es verdad una exigencia sino lo que cursa su sentido de reproducción.
Igual que la filosofía no es el objeto de la sociología, la ciencia no es tampoco su objeto. Salvo en lo que conviene a la sociología de la ciencia, ésta no le interesa, no es su caso, y el que podría ser, su desenlace como posibilidad, será sociología de la ciencia y no la sociología como totalidad.
Las exigencias que leemos por aquí son sólo sugerencias que se han precipitado en su cientificismo, el carácter ideológico de la indeterminación de la conciencia.
La sociología actual está llena de referencias a la filosofía por lo que su reflexión revela como conciencia y urgencia. La ciencia que no es su episteme es futilidad para ella. La ciencia cae con los cientificistas en lo que en ella hay de menos científico, su ceguera e ignorancia sobre la finalidad de su verdad, lo que las hace ridículas y desprovistas de sentido.
El finalismo supuesto en la pereza del ejercicio tropieza necesariamente en su incomprensión, en lo que le faltaba de luz a su supuesto, lo que lo hacía incompleto. Una postura científicamente respetable y digna trabaja la cosa en sí en la dialéctica de su falsacionismo y falibilsmo para lograr la adecuación de la posibilidad de sentido de la verdad. Aquí no hay casillas sino descubrimiento de posibilidades. Repito que el interés filosófico es que se trata de un proceso que se sabe no final.
La reflexión casillar como sociología, que pierde su sentido al no reconocerlo, no puede reclamar una posición para la que no hay reclamo sino en su exigencia de primacía. Esto es ridículo. Si no hay adecuación a lo social, la ciencia como objeto social es algo absurdo.