ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
06/08/2008, 07:03
La urgencia del admirador de la ciencia toma ésta como una teoría sobre la realidad que se defiende tras el mismo muro que trata de construir. Perceptiva y conceptualmente no dice nada realmente, echa a andar las teorías en un modo de recreación. No hay ningún problema con este docto camino, pero se corrompe en cuanto se propone y se dicta, se impone.
Lo propuse como primacía del sentido, que pretendía ser una crítica no sólo de una proposición, sino de la exigencia de ordenación. Así hablan de ciencia en un sentido mítico y religioso. La ciencia como tal no existe, no hay ciencia, es un símbolo al que se rinde culto como algo sagrado. Lo que sí tenemos, por el contrario, es un conjunto de teorías distintas con algunos elementos en común: su unificación como objeto de la teoría. Así algunos repiten con alegría y orgullo el mérito de la ciencia, y no hablan realmente de su intrínseca esterilidad: debe ser ciencia para algo. Ese algo es a lo que debemos dirigir respeto y admiración, no a quien exige un respeto que de ninguna manera merece; su exigencia es lo que toma por difamación, se critica el objeto pero se toma por el sujeto. El mérito no es algo propio. No podemos creernos solos en el mundo como locos que exigen de por sí su logro, su importancia, su verdad y su sabiduría. Esa forma de locura es la que lleva no sólo a estar en sí, sino exigir al resto formar parte por imposición de la ley natural, su manera de locura, su tergiversación.
La gravedad de los problemas sociales, como dije, desborda cualquier agenda*. Algunas son de ámbito familiar, local, nacional, y otras también mundial. Fenómenos como la pobreza, la violencia de género, el desempleo o la inmigración, no se van a solucionar por hablar de ciencia y la sagrada ley natural. Nadie con conocimiento sociológico habla de causalidad en sociología sin hacer una profunda revisión de su condición categorial. Hablar en esos términos es una irresponsabilidad y falta de respeto muy grave a los problemas: los sujetos de su urgencia. Aun así, su cinismo se vuelve soberbio en su hipocresía. Se habla de valores éticos que uno define imponiendo las condiciones de su valor en la ley natural y no en la urgencia cuya solución daría verdadero sentido ético. Es, pues, una estrecha ética que se niega a su actualización, el niño que se niega a crecer como Peter Pan. Como digo, ética infantil, que al eterno cambio de pañales llama ley natural.
Decía Wilde con malicia que los instruídos en la pobreza se debían buscar en los barrios donde ésta residía, esos eran los auténticos expertos. Buena ocasión ésta para ver cómo los cínicos tienen un especial talento para destapar las vergüenzas. Aquí el mérito es la ética, la vergüenza de la ciencia, sus promotores sin conciencia.
Como dije hace unos meses sobre Popper y Fayerabend, las personas de verdad no son las verdaderas, sino las que son de verdad. No son de verdad las de la correlación estadística, sino las que viven la urgencia. No es un criterio formal, es un criterio de responsabilidad para la conciencia ética: un criterio positivamente moral.
Se ha presentado como modélicos los debates entre científicos como un gran avance para la humanidad. Los grandes sociólogos no trabajan con complejos desarrollos matemáticos, sino generalmente en el conocimiento de la historia, la filosofía y disciplinas afines. Así, el conocimiento de las condiciones de la determinación de lo social no está al alcance de zombis y otras variantes inhumanas y desalmadas de laboratorio, sino de los que estudian esas condiciones. Estos sociólogos han de leer cientos de complejos, densos y voluminosos libros para poder llegar no a sus ideas propias, sino a las de los demás, las del objeto social, y comprender la complejidad su fenómeno. Así uno se explica que se pueda llamar tranquilamente filósofos a algunos sociólogos. Por el contrario, hay quienes sin ninguna preparación, se lanzan al vacío con una ridícula exigencia de respeto.
Muchos buenos sociólogos se enfrentaron a una nueva comprensión de filósofos de su tiempo y con la seriedad y dedicación de su labor lograron elevar el rango intelectual del pensamiento sociológico. El caso de la influencia de Nietzsche en la sociología de principios del S.XX y su grado de comprensión está a la vista en sus obras. Actualmente es fácil encontrar obras de importantes sociólogos con referencias a la actualidad de la filosofía.
El aforismo que dice “en filosofía vale todo” sólo lo puede decir quien no sabe nada de filosofía. No tiene interés que se ataque más a la filosofía y la sociología por no ser científicas. Eso es una tremenda tontería. El problema de esas disciplinas no es su cientificidad. Eso es exigir a los demás que vean lo que nosotros vemos: imponer nuestro subjetivismo como verdad. En epistemología, los filósofos sí tratan sobre la validez y los métodos del discurso científico, pero en filosofía hay muchas más áreas de estudio que la epistemología. Es decir, las disciplinas tratan de sus asuntos, no de los asuntos que los que no conocen esa disciplina exijan como su primacía. El asunto se desplaza de lo ridículo a lo chistoso.
Comenté hace tiempo el ejemplo de Karl Popper y su enfoque de la problemática sociológica. Popper tenía formación en matemáticas y física y no en sociología. Aún así, dedicó unos años a conocer el problema de esa disciplina en sus raíces. Hizo una obra con cuestiones muy discutibles para un sociólogo, pero cualquier sociólogo veía que definía problemas serios en los que su finura era motivo de reflexión, ahora y hace setenta años. Popper no pretendía dictar la ley natural de la sociología, sino señalaba áreas problemáticas. Como dije, el antimarxismo de Popper no se debe tomar sino situacionalmente en su obra: el sentido de Popper de situación racional. Ahí tenemos un caso de no ir a lo loco, hablando de ideas propias. En la crítica de las teorías hacer una forma de filosofía con profundas relaciones con la ciencia y la responsabilidad. Esa seriedad sí merece respeto, no busca imponerse ni habla con tanta facilidad, frescura y ligereza de la verdad.
Los que tratamos con cuestiones de sociología y filosofía tenemos que soportar las continuas provocaciones del que se exige en la verdad, y propone nuestra actividad como historia, oscuridad y otras tonterías por el estilo. Un repaso a sus temas, sus conclusiones, sus fuentes y su nivel de su reflexión, habla por sí solo para quien mira con desconfianza su sentido de verdad.
Hay algunos nihilistas que quieren ponerse a dictar lo que debe ser lo social amparándose negativamente en el deber; otros piensan sobre ello sin tantas ansias de dictar. Unos, los cientificistas, los considero los chapuzas de lo social, los chapuceros defensores del nihilismo social que niegan su verdadero objeto moral; los otros toman lo social como una responsabilidad, que sea filosofía, sociología o ciencia no es sino una casilla; es decir, una excusa para no pensar, una pereza y una clara irracionalidad.
Lo propuse como primacía del sentido, que pretendía ser una crítica no sólo de una proposición, sino de la exigencia de ordenación. Así hablan de ciencia en un sentido mítico y religioso. La ciencia como tal no existe, no hay ciencia, es un símbolo al que se rinde culto como algo sagrado. Lo que sí tenemos, por el contrario, es un conjunto de teorías distintas con algunos elementos en común: su unificación como objeto de la teoría. Así algunos repiten con alegría y orgullo el mérito de la ciencia, y no hablan realmente de su intrínseca esterilidad: debe ser ciencia para algo. Ese algo es a lo que debemos dirigir respeto y admiración, no a quien exige un respeto que de ninguna manera merece; su exigencia es lo que toma por difamación, se critica el objeto pero se toma por el sujeto. El mérito no es algo propio. No podemos creernos solos en el mundo como locos que exigen de por sí su logro, su importancia, su verdad y su sabiduría. Esa forma de locura es la que lleva no sólo a estar en sí, sino exigir al resto formar parte por imposición de la ley natural, su manera de locura, su tergiversación.
La gravedad de los problemas sociales, como dije, desborda cualquier agenda*. Algunas son de ámbito familiar, local, nacional, y otras también mundial. Fenómenos como la pobreza, la violencia de género, el desempleo o la inmigración, no se van a solucionar por hablar de ciencia y la sagrada ley natural. Nadie con conocimiento sociológico habla de causalidad en sociología sin hacer una profunda revisión de su condición categorial. Hablar en esos términos es una irresponsabilidad y falta de respeto muy grave a los problemas: los sujetos de su urgencia. Aun así, su cinismo se vuelve soberbio en su hipocresía. Se habla de valores éticos que uno define imponiendo las condiciones de su valor en la ley natural y no en la urgencia cuya solución daría verdadero sentido ético. Es, pues, una estrecha ética que se niega a su actualización, el niño que se niega a crecer como Peter Pan. Como digo, ética infantil, que al eterno cambio de pañales llama ley natural.
Decía Wilde con malicia que los instruídos en la pobreza se debían buscar en los barrios donde ésta residía, esos eran los auténticos expertos. Buena ocasión ésta para ver cómo los cínicos tienen un especial talento para destapar las vergüenzas. Aquí el mérito es la ética, la vergüenza de la ciencia, sus promotores sin conciencia.
Como dije hace unos meses sobre Popper y Fayerabend, las personas de verdad no son las verdaderas, sino las que son de verdad. No son de verdad las de la correlación estadística, sino las que viven la urgencia. No es un criterio formal, es un criterio de responsabilidad para la conciencia ética: un criterio positivamente moral.
Se ha presentado como modélicos los debates entre científicos como un gran avance para la humanidad. Los grandes sociólogos no trabajan con complejos desarrollos matemáticos, sino generalmente en el conocimiento de la historia, la filosofía y disciplinas afines. Así, el conocimiento de las condiciones de la determinación de lo social no está al alcance de zombis y otras variantes inhumanas y desalmadas de laboratorio, sino de los que estudian esas condiciones. Estos sociólogos han de leer cientos de complejos, densos y voluminosos libros para poder llegar no a sus ideas propias, sino a las de los demás, las del objeto social, y comprender la complejidad su fenómeno. Así uno se explica que se pueda llamar tranquilamente filósofos a algunos sociólogos. Por el contrario, hay quienes sin ninguna preparación, se lanzan al vacío con una ridícula exigencia de respeto.
Muchos buenos sociólogos se enfrentaron a una nueva comprensión de filósofos de su tiempo y con la seriedad y dedicación de su labor lograron elevar el rango intelectual del pensamiento sociológico. El caso de la influencia de Nietzsche en la sociología de principios del S.XX y su grado de comprensión está a la vista en sus obras. Actualmente es fácil encontrar obras de importantes sociólogos con referencias a la actualidad de la filosofía.
El aforismo que dice “en filosofía vale todo” sólo lo puede decir quien no sabe nada de filosofía. No tiene interés que se ataque más a la filosofía y la sociología por no ser científicas. Eso es una tremenda tontería. El problema de esas disciplinas no es su cientificidad. Eso es exigir a los demás que vean lo que nosotros vemos: imponer nuestro subjetivismo como verdad. En epistemología, los filósofos sí tratan sobre la validez y los métodos del discurso científico, pero en filosofía hay muchas más áreas de estudio que la epistemología. Es decir, las disciplinas tratan de sus asuntos, no de los asuntos que los que no conocen esa disciplina exijan como su primacía. El asunto se desplaza de lo ridículo a lo chistoso.
Comenté hace tiempo el ejemplo de Karl Popper y su enfoque de la problemática sociológica. Popper tenía formación en matemáticas y física y no en sociología. Aún así, dedicó unos años a conocer el problema de esa disciplina en sus raíces. Hizo una obra con cuestiones muy discutibles para un sociólogo, pero cualquier sociólogo veía que definía problemas serios en los que su finura era motivo de reflexión, ahora y hace setenta años. Popper no pretendía dictar la ley natural de la sociología, sino señalaba áreas problemáticas. Como dije, el antimarxismo de Popper no se debe tomar sino situacionalmente en su obra: el sentido de Popper de situación racional. Ahí tenemos un caso de no ir a lo loco, hablando de ideas propias. En la crítica de las teorías hacer una forma de filosofía con profundas relaciones con la ciencia y la responsabilidad. Esa seriedad sí merece respeto, no busca imponerse ni habla con tanta facilidad, frescura y ligereza de la verdad.
Los que tratamos con cuestiones de sociología y filosofía tenemos que soportar las continuas provocaciones del que se exige en la verdad, y propone nuestra actividad como historia, oscuridad y otras tonterías por el estilo. Un repaso a sus temas, sus conclusiones, sus fuentes y su nivel de su reflexión, habla por sí solo para quien mira con desconfianza su sentido de verdad.
Hay algunos nihilistas que quieren ponerse a dictar lo que debe ser lo social amparándose negativamente en el deber; otros piensan sobre ello sin tantas ansias de dictar. Unos, los cientificistas, los considero los chapuzas de lo social, los chapuceros defensores del nihilismo social que niegan su verdadero objeto moral; los otros toman lo social como una responsabilidad, que sea filosofía, sociología o ciencia no es sino una casilla; es decir, una excusa para no pensar, una pereza y una clara irracionalidad.