Cochero
18/06/2008, 21:35
Me senté a esperarte
en el corredor de mi mismo,
tras ésa túnica epitáfica de sonrisas
y de mímicas casuales y ambiguas.
Me senté a esperar
en cada palma de mi mano,
donde marcharon mis ojos a respirar
próximos a escuchar mil veces,
el idéntico repicar de pétalos secos
bajo el techo gris de mi frente.
Esperé seguramente ojeadas tibias
que cualquiera me entregase,
para agarrotar mi dolencia con ellas
y marchitarlas de nuevo al segundo,
apaciguando de improviso
el refugio más secreto de mi cuerpo.
Los indicios del mirar de ayer
se encubrían gráciles y apenados,
encumbrados y castigados sin más,
por silentes disímiles brujos
que le miraban de reojo,
y mascullaban mi apodo
a la vista de todos.
Pálpitos de cándidos satines
se aletargaban conmigo,
cuando los sueños de a poco nacían
y se extinguían a cada segundo,
por dolencia…por azar…por pena…
quizás por nada de eso.
Quizás repelidos por mi alma
que se acercaba alarmada
a beber el sosiego
de nuevos cómplices testigos del silencio.
Continué esperando alguna prueba,
algún fragmento de ágape y miel,
que me recordara tu nombre
y ése dislocar temprano de guiños,
que ataviaban mis mañanas
en cualquier estrofa de cuaderno,
que complacía mi vista
y disimulaba la nostalgia
entre paños tórridos de obediencia.
Me senté a esperarte
en el corredor de mi mismo,
bajo ése manto agónico de sonrisas
y de muecas azarosas e indecisas.
en el corredor de mi mismo,
tras ésa túnica epitáfica de sonrisas
y de mímicas casuales y ambiguas.
Me senté a esperar
en cada palma de mi mano,
donde marcharon mis ojos a respirar
próximos a escuchar mil veces,
el idéntico repicar de pétalos secos
bajo el techo gris de mi frente.
Esperé seguramente ojeadas tibias
que cualquiera me entregase,
para agarrotar mi dolencia con ellas
y marchitarlas de nuevo al segundo,
apaciguando de improviso
el refugio más secreto de mi cuerpo.
Los indicios del mirar de ayer
se encubrían gráciles y apenados,
encumbrados y castigados sin más,
por silentes disímiles brujos
que le miraban de reojo,
y mascullaban mi apodo
a la vista de todos.
Pálpitos de cándidos satines
se aletargaban conmigo,
cuando los sueños de a poco nacían
y se extinguían a cada segundo,
por dolencia…por azar…por pena…
quizás por nada de eso.
Quizás repelidos por mi alma
que se acercaba alarmada
a beber el sosiego
de nuevos cómplices testigos del silencio.
Continué esperando alguna prueba,
algún fragmento de ágape y miel,
que me recordara tu nombre
y ése dislocar temprano de guiños,
que ataviaban mis mañanas
en cualquier estrofa de cuaderno,
que complacía mi vista
y disimulaba la nostalgia
entre paños tórridos de obediencia.
Me senté a esperarte
en el corredor de mi mismo,
bajo ése manto agónico de sonrisas
y de muecas azarosas e indecisas.