Cochero
11/06/2008, 21:12
El espíritu vagando anhelante
y derrumbándose entre litorales de antaño,
entre desérticas aleteadas sagaces
de fanales y gentiles sueños.
El espíritu vagando ansioso
tras el remanso más canijo
de perdurables y fisgones peces.
Se observan entre las líneas
de un horizonte candente y coetáneo,
pájaros obedientes de los cielos
canturreando fragmentos de deseos,
y hacia el tramo final
la postrera huella de la tarde
desbaratándose en anchuras de barro.
Sinuosidades y siseos peligrosos
destellados por platinados como de vidrio.
Ojos que no ven
pero que tampoco dejan sortear,
los duendes noctívagos
de corpóreas y envejecidas almas
que susurran angustias nuevas,
y otras demasiado vetustas
para despertarlas en cosechas suficientes.
Me descarrío en los olfatos del aura
dejándome enamorar por rutina,
mientras colapsa mi frente
hasta rozar el borde trovador del río,
que recuerda su propio desamparo
mirando el zarandear de su túnica deslucida,
sobre la incensura misma de sus costas,
que claman desde siglos
por ése despertar de gustos.
El espíritu vagando ansioso
demoliéndose entre riberas primitivas,
cambiando su vaguedad por fulgores
de ayer y de hoy,
desde verdes albas limpias
que le profieren su ventura
durante su errar conforme.
El río que me invita a saborear
la entereza de sus pertinaces suspiros,
encuadrados entre abalorios de suertes.
El río escoltado por las brisas
secundado por ilustres uniformes de estrellas,
en orillas cada vez más ínfimas
que le muestran el sendero de soledades,
y le cantan arrullos de cuna
mientras entre bodas plagadas de celos,
el sol se cautiva de sus frágiles esteros
y derrumbándose entre litorales de antaño,
entre desérticas aleteadas sagaces
de fanales y gentiles sueños.
El espíritu vagando ansioso
tras el remanso más canijo
de perdurables y fisgones peces.
Se observan entre las líneas
de un horizonte candente y coetáneo,
pájaros obedientes de los cielos
canturreando fragmentos de deseos,
y hacia el tramo final
la postrera huella de la tarde
desbaratándose en anchuras de barro.
Sinuosidades y siseos peligrosos
destellados por platinados como de vidrio.
Ojos que no ven
pero que tampoco dejan sortear,
los duendes noctívagos
de corpóreas y envejecidas almas
que susurran angustias nuevas,
y otras demasiado vetustas
para despertarlas en cosechas suficientes.
Me descarrío en los olfatos del aura
dejándome enamorar por rutina,
mientras colapsa mi frente
hasta rozar el borde trovador del río,
que recuerda su propio desamparo
mirando el zarandear de su túnica deslucida,
sobre la incensura misma de sus costas,
que claman desde siglos
por ése despertar de gustos.
El espíritu vagando ansioso
demoliéndose entre riberas primitivas,
cambiando su vaguedad por fulgores
de ayer y de hoy,
desde verdes albas limpias
que le profieren su ventura
durante su errar conforme.
El río que me invita a saborear
la entereza de sus pertinaces suspiros,
encuadrados entre abalorios de suertes.
El río escoltado por las brisas
secundado por ilustres uniformes de estrellas,
en orillas cada vez más ínfimas
que le muestran el sendero de soledades,
y le cantan arrullos de cuna
mientras entre bodas plagadas de celos,
el sol se cautiva de sus frágiles esteros