Pompilio Zigrino
31/05/2008, 17:24
A partir de la división del trabajo, en la cual cada trabajador incrementa notablemente la productividad realizando un trabajo especializado, surge la necesidad del intercambio posterior, lo que da lugar al mercado.
Este proceso de intercambio se regula solo, ya que, cuando la oferta al mercado (por parte de los productores) excede a la demanda (por parte de los consumidores), tiende a bajar el precio, mientras que, cuando es la demanda la que predomina sobre la oferta, presiona el ascenso del precio de un producto particular. Luego de varios siglos de pruebas y experimentos económicos variados, se llega a la conclusión de que los mejores resultados se producen cuando se respeta este proceso siendo la participación estatal necesaria y beneficiosa mientras no exceda de ciertos límites.
Cuando se busca el poder a través del Estado, se trata de lograr la adhesión de las masas. Una de las formas frecuentemente empleada es la elevación artificial de los sueldos, y del consumo, que no va acompañado de la oferta respectiva, por lo que es un proceso que tiende a subir los precios perjudicando, a la larga, a quien, aparentemente, se pretendió beneficiar.
Otras veces se establecen impuestos casi confiscatorios a la producción, pasando a ser el Estado un “socio” del productor en cuanto a las ganancias, pero no en cuanto a las posibles pérdidas. Se busca mejorar la “distribución de la riqueza”, según se dice. Cuando los impuestos son excesivos, las posibles ganancias del productor se ven tan reducidas que no le conviene producir ni realizar inversiones. Esto lleva nuevamente a que la demanda exceda a la oferta y la suba de precios es la consecuencia.
Históricamente encontramos dos tendencias políticas que se basan en el poder absoluto del Estado y ellas son el fascismo y el comunismo. Estas tendencias buscan establecer economías cerradas al intercambio con otros países y surgen como reacciones a los excesos de la libertad económica o bien a situaciones opresivas que provienen del exterior. Incluso estas causas son generalmente exageradas, a través de la propaganda y la mentira, para legitimar el mencionado poder. Octavio Carranza escribe: “El populismo se ha mostrado invariablemente hostil al capital, nacional e internacional, cultivando dos mitos deletéreos, la teoría de la explotación capitalista y la teoría del complot de extranjeros confabulados para impedir el crecimiento del país” (De “Radiografía de los populismos argentinos” – Liber Liberat)
Enrique Krauze escribió: “El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es el patrimonio privado que puede utilizar para enriquecerse y/o embarcarse en proyectos que considere importantes y gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o incomprensión de los gobiernos populistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse”. “El populista moviliza constantemente a los grupos sociales: apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece «Su majestad, el pueblo» para demostrar sus fuerzas y escuchar las invectivas contra los «malos» de dentro y fuera” (De “El decálogo del populismo”)
Uno de estos casos lo constituyó el dictador Juan Domingo Perón, la figura más influyente en la Argentina en los últimos 70 años. Mauricio Rojas escribe al respecto: “Las figuras clave responsables del golpe del 4 de junio de 1943 incluían al Coronel Perón y un grupo secreto de jóvenes oficiales que se conocerían con el acrónimo de GOU (según se presume, la sigla de Grupo de Oficiales Unidos). Se trataba de oficiales sumamente favorables al Eje, que simpatizaban no sólo con los esfuerzos bélicos de Alemania e Italia sino también con el modelo social que Hitler y Mussolini habían introducido en esos países”. “En el fascismo europeo Perón había encontrado la fórmula mágica que, según creía, podría transformar la Argentina en una nación poderosa, capaz de afirmar su independencia contra todo y todos” (De “Historia de la Crisis Argentina” – Editorial Distal)
Durante su gestión en la Secretaría de Trabajo, Perón fue conquistando el apoyo masivo de los obreros, quienes le permitirían ganar las elecciones presidenciales en 1946. La búsqueda de que la Argentina se aislara del exterior fue una de sus metas. Mauricio Rojas escribe:
“Éste sería el objetivo central de la política económica tan agresiva que Perón aplicó entre 1946 y 1948, con la intención tanto de preparar el país para un largo aislamiento como de consolidar su propio poder basado en el apoyo organizado de los trabajadores. Con esta mira, el desarrollo a largo plazo del sector exportador revestía poca importancia, ya que en un futuro no muy lejano simplemente no existirían muchos mercados a los cuales exportar” (Suponía que habría una guerra devastadora entre capitalismo y comunismo).
“En forma resumida, la política que introdujo Perón presentaba los siguientes lineamientos fundamentales: una radical redistribución de los ingresos, a favor de los trabajadores; un ataque igualmente radical a los recursos del sector agrícola; fuertes inversiones en el desarrollo industrial; una extensiva política de nacionalización; y, por último, un intento de construir una sociedad corporativista estatal de claras líneas fascistas”.
Alberto Allende Iriarte escribe: “La reforma de 1949, redactada bajo la inspiración de José Figuerola, un ex lugarteniente de José Antonio Primo de Rivera, introdujo lacerantes ofensas a la Constitución de 1853, destinadas a fortalecer al poder ejecutivo, recortar las facultades del Congreso, y produjo así mismo, la supresión de la economía capitalista y el sometimiento de los factores económicos a un Estado totalitario. Esta reforma, redactada por un autor extranjero de extracción falangista, fue sancionada por una convención que no funcionó como tal, ya que recibió la orden de Perón de aprobar el proyecto de reforma a libro cerrado” (Del prólogo de “Radiografía de los populismos argentinos” de Octavio Carranza – Liber Liberat)(Sigue)
Este proceso de intercambio se regula solo, ya que, cuando la oferta al mercado (por parte de los productores) excede a la demanda (por parte de los consumidores), tiende a bajar el precio, mientras que, cuando es la demanda la que predomina sobre la oferta, presiona el ascenso del precio de un producto particular. Luego de varios siglos de pruebas y experimentos económicos variados, se llega a la conclusión de que los mejores resultados se producen cuando se respeta este proceso siendo la participación estatal necesaria y beneficiosa mientras no exceda de ciertos límites.
Cuando se busca el poder a través del Estado, se trata de lograr la adhesión de las masas. Una de las formas frecuentemente empleada es la elevación artificial de los sueldos, y del consumo, que no va acompañado de la oferta respectiva, por lo que es un proceso que tiende a subir los precios perjudicando, a la larga, a quien, aparentemente, se pretendió beneficiar.
Otras veces se establecen impuestos casi confiscatorios a la producción, pasando a ser el Estado un “socio” del productor en cuanto a las ganancias, pero no en cuanto a las posibles pérdidas. Se busca mejorar la “distribución de la riqueza”, según se dice. Cuando los impuestos son excesivos, las posibles ganancias del productor se ven tan reducidas que no le conviene producir ni realizar inversiones. Esto lleva nuevamente a que la demanda exceda a la oferta y la suba de precios es la consecuencia.
Históricamente encontramos dos tendencias políticas que se basan en el poder absoluto del Estado y ellas son el fascismo y el comunismo. Estas tendencias buscan establecer economías cerradas al intercambio con otros países y surgen como reacciones a los excesos de la libertad económica o bien a situaciones opresivas que provienen del exterior. Incluso estas causas son generalmente exageradas, a través de la propaganda y la mentira, para legitimar el mencionado poder. Octavio Carranza escribe: “El populismo se ha mostrado invariablemente hostil al capital, nacional e internacional, cultivando dos mitos deletéreos, la teoría de la explotación capitalista y la teoría del complot de extranjeros confabulados para impedir el crecimiento del país” (De “Radiografía de los populismos argentinos” – Liber Liberat)
Enrique Krauze escribió: “El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es el patrimonio privado que puede utilizar para enriquecerse y/o embarcarse en proyectos que considere importantes y gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o incomprensión de los gobiernos populistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse”. “El populista moviliza constantemente a los grupos sociales: apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece «Su majestad, el pueblo» para demostrar sus fuerzas y escuchar las invectivas contra los «malos» de dentro y fuera” (De “El decálogo del populismo”)
Uno de estos casos lo constituyó el dictador Juan Domingo Perón, la figura más influyente en la Argentina en los últimos 70 años. Mauricio Rojas escribe al respecto: “Las figuras clave responsables del golpe del 4 de junio de 1943 incluían al Coronel Perón y un grupo secreto de jóvenes oficiales que se conocerían con el acrónimo de GOU (según se presume, la sigla de Grupo de Oficiales Unidos). Se trataba de oficiales sumamente favorables al Eje, que simpatizaban no sólo con los esfuerzos bélicos de Alemania e Italia sino también con el modelo social que Hitler y Mussolini habían introducido en esos países”. “En el fascismo europeo Perón había encontrado la fórmula mágica que, según creía, podría transformar la Argentina en una nación poderosa, capaz de afirmar su independencia contra todo y todos” (De “Historia de la Crisis Argentina” – Editorial Distal)
Durante su gestión en la Secretaría de Trabajo, Perón fue conquistando el apoyo masivo de los obreros, quienes le permitirían ganar las elecciones presidenciales en 1946. La búsqueda de que la Argentina se aislara del exterior fue una de sus metas. Mauricio Rojas escribe:
“Éste sería el objetivo central de la política económica tan agresiva que Perón aplicó entre 1946 y 1948, con la intención tanto de preparar el país para un largo aislamiento como de consolidar su propio poder basado en el apoyo organizado de los trabajadores. Con esta mira, el desarrollo a largo plazo del sector exportador revestía poca importancia, ya que en un futuro no muy lejano simplemente no existirían muchos mercados a los cuales exportar” (Suponía que habría una guerra devastadora entre capitalismo y comunismo).
“En forma resumida, la política que introdujo Perón presentaba los siguientes lineamientos fundamentales: una radical redistribución de los ingresos, a favor de los trabajadores; un ataque igualmente radical a los recursos del sector agrícola; fuertes inversiones en el desarrollo industrial; una extensiva política de nacionalización; y, por último, un intento de construir una sociedad corporativista estatal de claras líneas fascistas”.
Alberto Allende Iriarte escribe: “La reforma de 1949, redactada bajo la inspiración de José Figuerola, un ex lugarteniente de José Antonio Primo de Rivera, introdujo lacerantes ofensas a la Constitución de 1853, destinadas a fortalecer al poder ejecutivo, recortar las facultades del Congreso, y produjo así mismo, la supresión de la economía capitalista y el sometimiento de los factores económicos a un Estado totalitario. Esta reforma, redactada por un autor extranjero de extracción falangista, fue sancionada por una convención que no funcionó como tal, ya que recibió la orden de Perón de aprobar el proyecto de reforma a libro cerrado” (Del prólogo de “Radiografía de los populismos argentinos” de Octavio Carranza – Liber Liberat)(Sigue)