Espartacus
26/04/2008, 03:36
Renovemos un poco ésto...
Se notaba radiante la flor de su ojal,
con notas orquestadas y serenas,
se mostraba airosa y sugerente,
con pinceladas de rocío nocturno.
Se notaba sedienta
Por unos tragos de algún amor...
El transitaba las riveras en declive,
las bifurcadas le gesticulaban al pasar,
y la Diana guiñaba mil ojos aciagos,
mientras bamboleaba su aliento.
a cada vuelco de esquina.
Caminaba deleznable,
punteándole su senda el azar ;
sentía rezongos tacaños de lodazales,
se podía oler el sereno de cielos,
y apuraba de a poco su viaje,
pues quejidos de llantos
empezaban a manar a su lado...
Marchaba sosegado a los tumbos,
absorto, pensando en su estrella ;
se le carcomía el aura que siempre vestía,
y la luna improductiva disparaba siseos,
dejos suprimidos de otrora alegría,
que ya no le pertenecían...
¡Ah!, qué perversa desazón me guarda,
¿qué depravado destino me llama;
quién balbucea mi nombre en cobijos;
en éste sudor que ya no soporto?
¿Quién suelta mis pasos al guiarme,
hacia dónde...y para que...?
Y la flor seguía pendiendo de su ojal,
ella lo cortejaba
sin importar destinos.
Ella lo sometía
para no sentir su propia aflicción,
se encubría en cada lágrima
que colgaba de su talante,
y olvidaba rancios temores,
y descargaba en éste lamento su quimera,
desintegraba en mil segundos
sus corolas de mártir...
... para siempre . –
Se notaba radiante la flor de su ojal,
con notas orquestadas y serenas,
se mostraba airosa y sugerente,
con pinceladas de rocío nocturno.
Se notaba sedienta
Por unos tragos de algún amor...
El transitaba las riveras en declive,
las bifurcadas le gesticulaban al pasar,
y la Diana guiñaba mil ojos aciagos,
mientras bamboleaba su aliento.
a cada vuelco de esquina.
Caminaba deleznable,
punteándole su senda el azar ;
sentía rezongos tacaños de lodazales,
se podía oler el sereno de cielos,
y apuraba de a poco su viaje,
pues quejidos de llantos
empezaban a manar a su lado...
Marchaba sosegado a los tumbos,
absorto, pensando en su estrella ;
se le carcomía el aura que siempre vestía,
y la luna improductiva disparaba siseos,
dejos suprimidos de otrora alegría,
que ya no le pertenecían...
¡Ah!, qué perversa desazón me guarda,
¿qué depravado destino me llama;
quién balbucea mi nombre en cobijos;
en éste sudor que ya no soporto?
¿Quién suelta mis pasos al guiarme,
hacia dónde...y para que...?
Y la flor seguía pendiendo de su ojal,
ella lo cortejaba
sin importar destinos.
Ella lo sometía
para no sentir su propia aflicción,
se encubría en cada lágrima
que colgaba de su talante,
y olvidaba rancios temores,
y descargaba en éste lamento su quimera,
desintegraba en mil segundos
sus corolas de mártir...
... para siempre . –