jorgesalaz
07/02/2008, 01:46
Un hermoso día de invierno, Ricardo decide invitar a su amigo Roberto a salir de excursión. De modo que agarran sus tiendas de campaña, sleeping-bags, mecheros y demás equipo, se avituallan para una semana en el súper de la esquina, se montan en su camioneta y enfilan hacia las montañas. Tras conducir hasta que se pone el sol, de pronto los sorprende una fuerte nevada. Así que buscan refugio y por fortuna descubren unas luces no lejos de la carretera. En medio de la terrible nevada ven que era una casa grande, elegante, muy bonita. Tocan y les abre una dama distinguida y amable, no demasiado joven pero todavía guapetona, a la que le piden albergue. Ella titubea un poco. Es que era recién viuda, les explica, y aunque tiene espacio de sobra en la casa, teme lo que vayan a decir sus vecinos si se enteran de que dos extraños pasaron la noche en la casa. Los dos amigos le explican que no hay problema. Con que les permita acampar en algún rincón más o menos cubierto, el garaje por ejemplo, ellos montan ahí sus tiendas de campaña, y listo: se irán en cuanto salga el sol. La dama accede, le abre el garaje y les da las buenas noches. A la mañana siguiente, el tiempo es espléndido, con el clima despejado y el aire cristalino, y los dos amigos parten sin despedirse, como le habían prometido a la dama. Nueve meses después, Ricardo recibe una carta de un bufete de abogados. La lee, asombrado, y pronto entiende que es de los abogados de aquella amable dama. Ricardo de inmediato sale a ver a Roberto y sin más ni más le pregunta: "Oye, ¿recuerdas aquella amable señora que conocimos hace nueve meses en aquel viaje que hicimos a las montañas? Roberto asintió, intrigado. Ricardo prosiguió: ¿Y por casualidad aquella noche en el garaje tú no despertaste a media noche, fuiste sin hacer ruido a la casa grande, despertase a la señora y… este, bueno, jugueteaste con ella un par de horas? Roberto respondió, ligeramente avergonzado al verse descubierto: "Bueno, eh… digo, sí. Tengo que reconocer que así fue." Y en ese punto Ricardo adoptó un gesto grave: "¿Y no pasó que en vez de darle tu nombre le diste el mío?" La cara de Roberto se puso roja. "Bueno, sí... ni modo, tengo que reconocerlo también. Pero escucha, lo siento, amigo, tú sabes las cosas que se le ocurren a uno en situaciones apuradas..." Ricardo no lo dejó terminar. Alzó la mano y dijo: "Es que ella murió hace nueve meses y me nombró heredero universal. Lo siento, amigo. Nadie sabe para quién trabaja."