Umbras Monstrator
04/02/2008, 00:48
Una pizca de más.
Todo parecía en orden, como si nada hubiera podido salir mal en un lugar así, "¡Un paraíso!" diría cualquiera que pasara por allí; claro, eso siempre y cuando no viera el cuerpo.
Desde hacía tiempo el jardín de la señora Elena era lo más bello del barrio: fragantes rosas y jazmines, bellísimos tulipanes, exuberantes campanillas, inmensos árboles cuya forma redonda mantenía un grupo de jardineros que venían una vez por semana. En verdad se semejaba a un paraíso terrenal.
Pero esa flor pálida en medio del camino no tenía la misma belleza de las demás, brillaba con una fragancia propia y un fulgor antinatural. Esa flor tenía un nombre en vida; ahora, sólo un número.
La señora Elena había sido muy querida por sus vecinos, nadie se explicaba tal atrocidad. Los expertos dijeron: envenenamiento.
"¡¿Quién pudo ser capaz?!" se horrorizaba una que estiraba el cuello desde la vereda para intentar ver el interior del jardín delantero.
Un par de policías se acercaron a hablar y las vecinas agudizaron sus oídos todo lo que pudieron, pero no lograban escuchar. Margarita, la más chismosa del barrio dejó escapar una inhalación de sorpresa y un suspiro incomprensible. Las demás se acercaron a ella y le preguntaron ávidamente "¿qué?... ¡¿qué dijeron?!"
Margarita disfrutó su posición de informante, se tomó su tiempo, giró los ojos en derredor y con su mejor cara de "¡qué dolor!" dijo:
-Nadie la mató, quiso eliminar a las hormigas que comían sus rosas, pero usó mucho veneno... una pizca de más.
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Todo parecía en orden, como si nada hubiera podido salir mal en un lugar así, "¡Un paraíso!" diría cualquiera que pasara por allí; claro, eso siempre y cuando no viera el cuerpo.
Desde hacía tiempo el jardín de la señora Elena era lo más bello del barrio: fragantes rosas y jazmines, bellísimos tulipanes, exuberantes campanillas, inmensos árboles cuya forma redonda mantenía un grupo de jardineros que venían una vez por semana. En verdad se semejaba a un paraíso terrenal.
Pero esa flor pálida en medio del camino no tenía la misma belleza de las demás, brillaba con una fragancia propia y un fulgor antinatural. Esa flor tenía un nombre en vida; ahora, sólo un número.
La señora Elena había sido muy querida por sus vecinos, nadie se explicaba tal atrocidad. Los expertos dijeron: envenenamiento.
"¡¿Quién pudo ser capaz?!" se horrorizaba una que estiraba el cuello desde la vereda para intentar ver el interior del jardín delantero.
Un par de policías se acercaron a hablar y las vecinas agudizaron sus oídos todo lo que pudieron, pero no lograban escuchar. Margarita, la más chismosa del barrio dejó escapar una inhalación de sorpresa y un suspiro incomprensible. Las demás se acercaron a ella y le preguntaron ávidamente "¿qué?... ¡¿qué dijeron?!"
Margarita disfrutó su posición de informante, se tomó su tiempo, giró los ojos en derredor y con su mejor cara de "¡qué dolor!" dijo:
-Nadie la mató, quiso eliminar a las hormigas que comían sus rosas, pero usó mucho veneno... una pizca de más.
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