Pompilio Zigrino
18/01/2008, 10:03
Quienes destruyen la religión y la filosofía no son, generalmente, los que están fuera de esas actividades, ya que tales ramas de la cultura entran en crisis debido, principalmente, a las falencias existentes entre sus propios cultores. Así, con una gran adhesión al relativismo de la verdad y al relativismo moral, gran parte de los filósofos de la actualidad nos hace recordar a los antiguos sofistas griegos, tal como lo relata la historia de la filosofía.
Al respecto podemos leer: “El relativismo consiste en un ataque sistemático a la pretensión de universalidad de nuestras prácticas (ya sean epistémicas, éticas o estéticas). Afirmar –como por otra parte, no es infrecuente escuchar en ocasiones- que el relativismo sostiene la invalidez de nuestro conocimiento o de nuestros códigos morales resultaría falso, amén de simplificador. El relativista lo que niega es la posibilidad de universalizar en ningún sentido racionalmente admisible creencias o prácticas cuya validez, sin dejar de ser reconocida, es restringida a ámbitos extremadamente concretos” (De “El desafío del relativismo” de L. Arenas, J. Muñoz y A. J. Perona – Ed. Trotta).
Es evidente que los resultados de la ciencia experimental tienen validez universal. Tanto la matemática, como la física, la química, la biología, etc., establecen resultados y descripciones cuya validez puede ser verificada en cualquier parte del mundo y en cualquier época. Ello se debe a que la ciencia describe leyes naturales que son, a su vez, propiedades inherentes a la materia, y como ésta no cambia, de ahí su carácter invariable. En ciencia se buscan descripciones de validez universal, de lo contrario no serían científicas. La ciencia existe aún cuando algunos relativistas de la verdad la desconozcan.
En cuanto al relativismo moral, o ético, es oportuno recordar que la ética describe las causas que producen ciertos efectos (deseados y no deseados) por el ser humano. Como estos vínculos de tipo causal no cambian con el tiempo y con el lugar, también tienen un carácter universal. De ahí que pueden ser descriptos por la psicología, la psicología social, la sociología, etc. En este caso han de tener un fundamento biológico. También existen relaciones causales que no tienen ese tipo de validez, por lo que no entran en el marco de la ciencia experimental, tratándose de aspectos netamente culturales del comportamiento humano. Aún así, los resultados de distintas propuestas culturales han de ser distintos, por lo que una será mejor que otras.
Así, la tendencia a compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes es una actitud que permite establecer un vínculo afectivo que la propia evolución ha asignado a los mamíferos, y no sólo al hombre, como una necesidad evolutiva para lograr una mejor adaptación y un medio efectivo para la supervivencia de las especies, teniendo también un carácter universal.
El relativismo no sólo desvincula la ciencia de la filosofía, sino que tiende a anular la validez de los propios sistemas filosóficos, especialmente los que buscan los dos aspectos básicos, como son la teoría del conocimiento y la teoría de la acción ética. Si se supone que ambos aspectos carecen de validez universal, el filósofo tan sólo ha de proponer sugerencias de validez subjetiva y parcial, casi como si se tratara de una obra de arte o de una obra literaria. Como las “ciencias” sociales están metodológicamente más cerca de la filosofía que de la ciencia, también resultan ser “víctimas” del relativismo mencionado. Mario Bunge escribió:
“Feyerabend sostuvo que el «monótono mundo material» puede repoblarse con dioses «si sus habitantes tienen el coraje, la determinación y la inteligencia de dar los pasos necesarios». En suma, el constructivismo ontológico es una regresión al pensamiento mágico”.
“A su turno, el constructivismo implica el relativismo epistemológico, esto es, la concepción de que no hay verdades objetivas. En efecto, si todos los hechos son creación de uno u otro grupo social, no puede haber verdades objetivas referidas a ellos. Y si ése es el caso, no puede haber pruebas de la verdad o «controles de la realidad». Es decir que lo que cuenta como método válido o evidencia pertinente para un grupo social no necesariamente cuenta como tal para otro. En suma, la evidencia y la verdad son relativas al grupo social”.
“A causa de semejante pluralidad de verdades, debe haber tantos sistemas de creencias como grupos sociales, y de ninguno de ellos puede decirse que sea objetivamente superior a ningún otro, precisamente porque no hay pruebas de verdad objetivas y por lo tanto universales. Este punto de vista –quizás expuesto por primera vez por Nietzsche –fue adoptado por la escuela de Francfort, Foucault, Rorty, Ross, Aronowitz y la mayoría de los demás «posmodernistas». Todos ellos niegan la existencia de verdades objetivas y afirman que el conocimiento científico no cartografía el mundo sino que es únicamente una herramienta del poder. Pero ninguno explica por qué la matemática, la ciencia y la tecnología, independientemente del orden social, tienen éxito con frecuencia cuando todo lo demás fracasa”.
“Por ejemplo, de acuerdo con el relativismo epistemológico, una mentalidad crítica moderna no es superior a una primitiva; una cosmovisión mágica es tan válida como una científica; y la ciencia no es mejor que la pseudociencia: «Todo vale» (Feyerabend)” (De “Las ciencias sociales en discusión” – Ed. Sudamericana SA).
Debemos decir que, en realidad, cualquier tipo de propuesta (cognoscitiva o ética) ha de ser tan “respetable” como otra, ya que cualquier tipo de propuesta tiene derecho a participar en la “selección natural” posterior, pero no toda propuesta se ha de ajustar de igual manera a la realidad. De ahí el gran absurdo que proponen los que niegan la validez de la contrastación final entre descripción y realidad.
Se ha dicho que “así como un reloj detenido da dos veces al día la hora exacta, hay quienes, de tanto hablar inexactitudes, terminan diciendo la verdad”. No es lo mismo el planteamiento científico que, en general, parte de bases concretas y verdaderas, pero que tiene errores y limitaciones, que el planteamiento sofista que surge de la ignorancia de las leyes naturales y que, sin embargo, podrá llegar a algunas conclusiones verdaderas. Podemos hacer una síntesis de lo que podríamos denominar “pensamiento sofista”:
1) No hay verdad de validez universal
2) No hay ética de validez universal
3) La validez del conocimiento se establece mediante debate y consenso. (“El hombre es la medida de todas las cosas….”)
Desde un punto de vista científico, se acepta que iguales causas producirán iguales efectos, mientras que, desde el punto de vista relativista, se supone que iguales causas podrán producir distintos efectos. Así, mientras que, para el científico social, el amor (compartir penas y alegrías) produce efectos deseables y el odio (burla y envidia) produce efectos indeseables, en todo tiempo y en todo lugar, para el relativista el amor podrá, en algunas ocasiones, producir lo indeseado e incluso el odio podrá producir lo deseado (por lo que daría lo mismo predicar el amor que el odio).
El científico se basa en la existencia de vínculos causales observados en la propia realidad, mientras que el relativista desconoce tales conceptos, incluso la idea de “ley natural” parece no existir en sus pensamientos ni en sus referencias.
Si el relativismo es parte de la realidad, entonces no existe posibilidad de establecer acuerdos entre distintos grupos, o entre distintas opiniones, porque todas tendrían una validez similar. Pero en ello no radica el principal problema, ya que la ausencia de una verdad objetiva y de una ética de validez universal, impide que el individuo perfeccione su conciencia moral. En lugar de establecer cierta introspección que le ha de permitir valorar los efectos de sus acciones y actitudes, se sentirá liberado de tal tipo de autocontrol e incluso tenderá a considerar como “bueno” a todo lo que haga o a todo lo que desee.
Una de las pocas veces en que los relativistas hacen referencia a la ciencia, es cuando suponen que la “teoría de la relatividad” de Einstein confirma parcialmente sus ideas. Debemos decir que el “principio de relatividad” afirma que las leyes de la física tienen igual forma matemática si se los refiere a dos sistemas de coordenadas en movimiento mutuo rectilíneo y uniforme. Incluso existe un intervalo espacio-temporal absoluto, o invariante, para ambos sistemas de referencia. Como vemos, este principio nada tiene que ver con el relativismo de la verdad, y mucho menos con el relativismo moral.
Las esperanzas ciertas para que, desde la intelectualidad, se inicie un cambio ético favorable, radica en el futuro desarrollo de la neurociencia. Es posible que sus hallazgos sean luego incorporados como fundamentos de la psicología, luego a la psicología social y a la sociología, para llegar finalmente al público. Es tan grande el divorcio entre filosofía y ciencia que pocas esperanzas quedan para establecer entendimientos, sobre todo cuando no se acepta la existencia de una verdad común a todos, porque ni siquiera se acepta la evidente existencia de leyes naturales inherentes al mundo real.
Al respecto podemos leer: “El relativismo consiste en un ataque sistemático a la pretensión de universalidad de nuestras prácticas (ya sean epistémicas, éticas o estéticas). Afirmar –como por otra parte, no es infrecuente escuchar en ocasiones- que el relativismo sostiene la invalidez de nuestro conocimiento o de nuestros códigos morales resultaría falso, amén de simplificador. El relativista lo que niega es la posibilidad de universalizar en ningún sentido racionalmente admisible creencias o prácticas cuya validez, sin dejar de ser reconocida, es restringida a ámbitos extremadamente concretos” (De “El desafío del relativismo” de L. Arenas, J. Muñoz y A. J. Perona – Ed. Trotta).
Es evidente que los resultados de la ciencia experimental tienen validez universal. Tanto la matemática, como la física, la química, la biología, etc., establecen resultados y descripciones cuya validez puede ser verificada en cualquier parte del mundo y en cualquier época. Ello se debe a que la ciencia describe leyes naturales que son, a su vez, propiedades inherentes a la materia, y como ésta no cambia, de ahí su carácter invariable. En ciencia se buscan descripciones de validez universal, de lo contrario no serían científicas. La ciencia existe aún cuando algunos relativistas de la verdad la desconozcan.
En cuanto al relativismo moral, o ético, es oportuno recordar que la ética describe las causas que producen ciertos efectos (deseados y no deseados) por el ser humano. Como estos vínculos de tipo causal no cambian con el tiempo y con el lugar, también tienen un carácter universal. De ahí que pueden ser descriptos por la psicología, la psicología social, la sociología, etc. En este caso han de tener un fundamento biológico. También existen relaciones causales que no tienen ese tipo de validez, por lo que no entran en el marco de la ciencia experimental, tratándose de aspectos netamente culturales del comportamiento humano. Aún así, los resultados de distintas propuestas culturales han de ser distintos, por lo que una será mejor que otras.
Así, la tendencia a compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes es una actitud que permite establecer un vínculo afectivo que la propia evolución ha asignado a los mamíferos, y no sólo al hombre, como una necesidad evolutiva para lograr una mejor adaptación y un medio efectivo para la supervivencia de las especies, teniendo también un carácter universal.
El relativismo no sólo desvincula la ciencia de la filosofía, sino que tiende a anular la validez de los propios sistemas filosóficos, especialmente los que buscan los dos aspectos básicos, como son la teoría del conocimiento y la teoría de la acción ética. Si se supone que ambos aspectos carecen de validez universal, el filósofo tan sólo ha de proponer sugerencias de validez subjetiva y parcial, casi como si se tratara de una obra de arte o de una obra literaria. Como las “ciencias” sociales están metodológicamente más cerca de la filosofía que de la ciencia, también resultan ser “víctimas” del relativismo mencionado. Mario Bunge escribió:
“Feyerabend sostuvo que el «monótono mundo material» puede repoblarse con dioses «si sus habitantes tienen el coraje, la determinación y la inteligencia de dar los pasos necesarios». En suma, el constructivismo ontológico es una regresión al pensamiento mágico”.
“A su turno, el constructivismo implica el relativismo epistemológico, esto es, la concepción de que no hay verdades objetivas. En efecto, si todos los hechos son creación de uno u otro grupo social, no puede haber verdades objetivas referidas a ellos. Y si ése es el caso, no puede haber pruebas de la verdad o «controles de la realidad». Es decir que lo que cuenta como método válido o evidencia pertinente para un grupo social no necesariamente cuenta como tal para otro. En suma, la evidencia y la verdad son relativas al grupo social”.
“A causa de semejante pluralidad de verdades, debe haber tantos sistemas de creencias como grupos sociales, y de ninguno de ellos puede decirse que sea objetivamente superior a ningún otro, precisamente porque no hay pruebas de verdad objetivas y por lo tanto universales. Este punto de vista –quizás expuesto por primera vez por Nietzsche –fue adoptado por la escuela de Francfort, Foucault, Rorty, Ross, Aronowitz y la mayoría de los demás «posmodernistas». Todos ellos niegan la existencia de verdades objetivas y afirman que el conocimiento científico no cartografía el mundo sino que es únicamente una herramienta del poder. Pero ninguno explica por qué la matemática, la ciencia y la tecnología, independientemente del orden social, tienen éxito con frecuencia cuando todo lo demás fracasa”.
“Por ejemplo, de acuerdo con el relativismo epistemológico, una mentalidad crítica moderna no es superior a una primitiva; una cosmovisión mágica es tan válida como una científica; y la ciencia no es mejor que la pseudociencia: «Todo vale» (Feyerabend)” (De “Las ciencias sociales en discusión” – Ed. Sudamericana SA).
Debemos decir que, en realidad, cualquier tipo de propuesta (cognoscitiva o ética) ha de ser tan “respetable” como otra, ya que cualquier tipo de propuesta tiene derecho a participar en la “selección natural” posterior, pero no toda propuesta se ha de ajustar de igual manera a la realidad. De ahí el gran absurdo que proponen los que niegan la validez de la contrastación final entre descripción y realidad.
Se ha dicho que “así como un reloj detenido da dos veces al día la hora exacta, hay quienes, de tanto hablar inexactitudes, terminan diciendo la verdad”. No es lo mismo el planteamiento científico que, en general, parte de bases concretas y verdaderas, pero que tiene errores y limitaciones, que el planteamiento sofista que surge de la ignorancia de las leyes naturales y que, sin embargo, podrá llegar a algunas conclusiones verdaderas. Podemos hacer una síntesis de lo que podríamos denominar “pensamiento sofista”:
1) No hay verdad de validez universal
2) No hay ética de validez universal
3) La validez del conocimiento se establece mediante debate y consenso. (“El hombre es la medida de todas las cosas….”)
Desde un punto de vista científico, se acepta que iguales causas producirán iguales efectos, mientras que, desde el punto de vista relativista, se supone que iguales causas podrán producir distintos efectos. Así, mientras que, para el científico social, el amor (compartir penas y alegrías) produce efectos deseables y el odio (burla y envidia) produce efectos indeseables, en todo tiempo y en todo lugar, para el relativista el amor podrá, en algunas ocasiones, producir lo indeseado e incluso el odio podrá producir lo deseado (por lo que daría lo mismo predicar el amor que el odio).
El científico se basa en la existencia de vínculos causales observados en la propia realidad, mientras que el relativista desconoce tales conceptos, incluso la idea de “ley natural” parece no existir en sus pensamientos ni en sus referencias.
Si el relativismo es parte de la realidad, entonces no existe posibilidad de establecer acuerdos entre distintos grupos, o entre distintas opiniones, porque todas tendrían una validez similar. Pero en ello no radica el principal problema, ya que la ausencia de una verdad objetiva y de una ética de validez universal, impide que el individuo perfeccione su conciencia moral. En lugar de establecer cierta introspección que le ha de permitir valorar los efectos de sus acciones y actitudes, se sentirá liberado de tal tipo de autocontrol e incluso tenderá a considerar como “bueno” a todo lo que haga o a todo lo que desee.
Una de las pocas veces en que los relativistas hacen referencia a la ciencia, es cuando suponen que la “teoría de la relatividad” de Einstein confirma parcialmente sus ideas. Debemos decir que el “principio de relatividad” afirma que las leyes de la física tienen igual forma matemática si se los refiere a dos sistemas de coordenadas en movimiento mutuo rectilíneo y uniforme. Incluso existe un intervalo espacio-temporal absoluto, o invariante, para ambos sistemas de referencia. Como vemos, este principio nada tiene que ver con el relativismo de la verdad, y mucho menos con el relativismo moral.
Las esperanzas ciertas para que, desde la intelectualidad, se inicie un cambio ético favorable, radica en el futuro desarrollo de la neurociencia. Es posible que sus hallazgos sean luego incorporados como fundamentos de la psicología, luego a la psicología social y a la sociología, para llegar finalmente al público. Es tan grande el divorcio entre filosofía y ciencia que pocas esperanzas quedan para establecer entendimientos, sobre todo cuando no se acepta la existencia de una verdad común a todos, porque ni siquiera se acepta la evidente existencia de leyes naturales inherentes al mundo real.