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Pompilio Zigrino
14/01/2008, 20:20
AUTOPSIA PREMATURA DE LA FILOSOFÍA

Por Mario Bunge

Nunca ha habido tantos profesores de filosofía y, a la vez, tan poca filosofía nueva, interesante y útil. En efecto, desde fines de la Segunda Guerra Mundial el número de filósofos profesionales se ha multiplicado al menos por diez, y los congresos, libros y revistas de filosofía han acompañado al aumento de esa población. Sin embargo, la enorme mayoría de los filósofos no propone ideas originales. Enseñan, comentan o critican ideas de otros, vivos o muertos, o se dedican a juegos de ingenio, cuando no a juegos de palabras.

La gravedad de la crisis de la filosofía actual es tal, que rinde fervoroso culto a dos notorios antifilósofos: Ludwig Wittgenstein y Martín Heidegger. El primero declaró que la filosofía es la enfermedad consistente en el uso incorrecto del lenguaje. Y el segundo tiene el dudoso mérito de ser el escribidor más oscuro de la historia. Ambos estaban obsesionados por la palabra e ignoraban las revoluciones científicas que estaban sucediendo bajo sus narices, y ninguno de ellos resolvió un solo problema filosófico.

Pero tanto el fundador de la filosofía del lenguaje ordinario como el padre del existencialismo moderno originaron sendas industrias académicamente lucrativas. Éstas ocupan a numerosos profesores empeñados en anotar, comentar, interpretar y reinterpretar los textos de los fundadores. Uno de los motivos de la popularidad de Wittgenstein y Heidegger es que su lectura no exige conocimientos previos. Los aforismos del primero son triviales. Las oraciones del segundo se dividen en inteligibles (pero triviales y falsas), e incomprensibles y por lo tanto intraducibles. El primero aburre y el segundo indigna a cualquier intelecto racional.

La desproporción entre calidad y cantidad en la filosofía contemporánea es tan evidente, que el profesor norteamericano Richard Rorty ha proclamado la muerte de la filosofía. (Sin embargo, él mismo sostiene que Wittgenstein y Heidegger son dos de las tres cumbres filosóficas del siglo. La tercera sería el pragmatista John Dewey, pensador muy influyente en los EEUU, pero de escasa originalidad). Naturalmente, Rorty y otros han publicado copiosamente sobre el tema. La necrofilia desplaza a la filosofía.

Confieso que no he leído ninguna de las necrologías contemporáneas de la filosofía. Mi amigo, el finado José María Ferrater Mora, me tenía al tanto de esta y de otras patologías filosóficas, que a él le divertían tanto como a mí me irritan.

Si uno cree realmente que la filosofía se acabó y, en particular, que uno mismo está acabado como filósofo, entonces tiene el deber moral de callarse, por estar convencido de que no puede aportar nada nuevo que no haya sido dicho antes.

En cambio, si uno no cree en la muerte de la filosofía, o cree que ésta está herida pero aún puede salvarse, debe hacer algo para salvarla. Y lo único que puede hacer de buena fe para contribuir al restablecimiento de la filosofía es filosofar un poco. Como dice la sabiduría popular, no hay peor lucha que la que no se hace.

¿A quién de los dos debemos creer: al pesimista o al optimista, al enterrador o al médico? Yo creo en el segundo, por la sencilla razón de que hay muchísimos, incontados problemas filosóficos sin resolver o, aun peor, mal resueltos. Y mientras quede un problema filosófico abierto y un cerebro interesado en trabajarlo, la filosofía no habrá muerto.

En resolución, creo que la filosofía no está muerta sino enferma. Si esto es verdad, y si queremos que la filosofía se recupere, debemos empezar por formular un diagnóstico correcto: debemos identificar los males que aquejan a la filosofía. Mi diagnóstico es que la filosofía de nuestro tiempo sufre de los siguientes males:

1) Reemplazo de la vocación por la profesión

2) Confusión entre filosofar e historiar

3) Confusión entre profundidad y oscuridad

4) Obsesión por el lenguaje

5) Subjetivismo

6) Refugio en miniproblemas y jeux d’esprit

7) Formalismo sin sustancia y sustancia informe

8) Desdén por los sistemas: preferencia por el fragmento y el aforismo

9) Divorcio de los dos motores intelectuales de la cultura moderna: la ciencia y la técnica

10) Desinterés por los problemas sociales

Veamos en detalle en qué consisten estos males.

El primero de los males anotados es la profesionalización excesiva. Antes el filosofar era cosa de aficionados, de amantes de la sabiduría. Desde hace un par de siglos la filosofía es una profesión como cualquier otra. (Sin embargo, no conozco a ningún filósofo que, al declarar su profesión, ponga “filósofo”). Además, hay tantos puestos de profesor de filosofía que, inevitablemente, muchos de ellos son ocupados por personas sin vocación. Para peor, están obligados a publicar para poder conseguir empleo o ascenso. Con la comunidad científica ocurre otro tanto: está llena de funcionarios que, en otros tiempos, hubieran sido competentes artesanos, escribientes o abogados. El resultado inevitable de la profesionalización de la filosofía y de la ciencia es la pérdida de calidad.

El segundo mal es la confusión entre hacer filosofía y contar su historia. No hay duda de que el conocimiento del pasado de su disciplina es más importante para el filósofo que para el químico o el biólogo, porque muchos problemas filosóficos tienen raíces antiguas y siguen abiertos. Es decir, la historia de la filosofía es una herramienta para filosofar. Pero ocurre demasiado a menudo que el medio se toma por fin. La consecuencia es que marchamos mirando para atrás. Ésta es una aberración. Al fin y al cabo, los historiadores de la filosofía se ocupan de filósofos originales, no de historiadores de la filosofía.

El tercer mal es la confusión entre profundidad y oscuridad. Es verdad que es difícil entender un pensamiento profundo. Pero también es verdad que es fácil hacer pasar una perogrullada, o incluso un absurdo, por un pensamiento profundo. Para esto basta utilizar expresiones confusas o retorcidas. Por ejemplo, al escribir que “el mundo mundea”, que “el tiempo es originariamente la maduración de la temporalidad”, y disparates similares, Heidegger se hizo pasar por un pensador profundo. De no ser catedrático alemán, la gente lo habría tomado por loco, cuando no fue sino un charlatán.

El cuarto mal es la obsesión por el lenguaje, que aqueja tanto a los filósofos analíticos como a los existencialistas. Por supuesto que el filósofo debe cuidar el lenguaje, pero en esto no se distingue del matemático, del geólogo, el escritor o el periodista. Además, una cosa es escribir correctamente y con claridad, y otra tomar el lenguaje como tema central de la reflexión filosófica y, para peor, sin hacer caso de los trabajos de los expertos en la materia, o sea, los lingüistas. Al filósofo no le interesa saber cómo se usa esta o aquella palabra en tal o cual comunidad lingüística. Sin duda, puede interesarle la idea general del lenguaje, pero sólo como una de tantas ideas generales. Si se limita al lenguaje irrita al lingüista y aburre a todos. El resultado es que no enriquece la lingüística ni la filosofía.

Pompilio Zigrino
14/01/2008, 20:21
El quinto mal es el subjetivismo. Éste es el conjunto de doctrinas filosóficas que niegan la realidad objetiva del mundo y la posibilidad de alcanzar verdades objetivas. Ejemplos modernos de subjetivismo son la fenomenología o egología (teoría del yo) de Husserl, la tesis positivista según la cual no hay hechos físicos sino tan sólo observaciones, y la tesis relativista conforme a la cual cada grupo social construye sus propias verdades, sin que haya modo racional de zanjar entre ellas. El subjetivismo es comodísimo. En efecto, si el mundo es lo que yo imagino, no tengo porqué tomarme el trabajo de estudiarlo. Y si no hay verdades objetivas, no tenemos porqué esforzarnos por encontrarlas. El resultado neto es la devaluación de la investigación científica.

El sexto de los males que aqueja a la filosofía de hoy es la atención exagerada que presta a problemas ínfimos y a juegos académicos, tales como las especulaciones sobre mundos posibles. Esta preferencia por lo menudo justifica el viejo dicho cínico: “La filosofía es aquello con lo cual, y sin lo cual, el mundo queda tal y cual”.

El séptimo de los males anotados es el abuso del formalismo sin sustancia, y su complemento, el abuso de lo sustancioso informe. Quienes cometen el primer pecado suelen ser lógicos que creen que la lógica formal no sólo es necesaria sino que basta para filosofar. En el segundo pecado caen quienes no advierten que el tratamiento preciso de problemas profundos exige el uso de algunas herramientas formales lógicas o incluso matemáticas. (Ejemplos: la dilucidación y sistematización de los conceptos de significado y de verdad, de sistema y de emergencia de la novedad, de mente y reducción).

El octavo mal es el desdén por la construcción de sistemas filosóficos, so pretexto de que todos los sistemas anteriores, tales como los de Leibniz y Hegel, han fracasado. Esto es como renegar de la física porque cada una de las teorías físicas ha resultado defectuosa. Lo malo no es el esfuerzo de sistematización en sí sino tal o cual resultado del mismo. Necesitamos sistematizar nuestras ideas porque las ideas aisladas son apenas inteligibles, y porque el propio mundo es un sistema antes que un agregado de objetos desconectados. Una idea cualquiera “arrastra” o “atrae” a otras ideas, así como todo cuerpo atrae a otros cuerpos. Por ejemplo, la idea de negación es incomprensible sin las ideas de proposición y de afirmación. Y, a partir de Einstein, la idea de tiempo es incomprensible sin relación con las ideas de acontecimiento, materia y espacio. Por estos motivos necesitamos sistemas conceptuales, o sea, teorías, y debemos construir puentes entre éstas. La filosofía no escapa a la necesidad de sistematizar.

El noveno mal es el desinterés por la ciencia y la técnica. Este desinterés lleva a formular especulaciones escandalosamente anacrónicas. Ejemplos: la filosofía de la mente que ignora los hallazgos de la psicología y la neurociencia; la filosofía de la historia que no se da por enterada de las contribuciones de la escuela historiográfica francesa de los Annales, y la filosofía de la acción que no toma nota de los hallazgos de la politología ni de la técnica de la administración de empresas. Este desinterés hace que la filosofía actual sea rara vez de utilidad para la ciencia o la técnica.

Por último, la mayoría de los filósofos vive en la torre de marfil, sin interesarse por los problemas sociales. Por ejemplo, la mayoría de los éticos se desinteresa de los problemas morales que a todos nos plantean la tiranía y la guerra, la pobreza y el deterioro ambiental. Por consiguiente sus análisis son de interés puramente académico.

En resolución, creo que la filosofía de nuestro tiempo está aquejada de diez males. Cualquiera de ellos hubiera bastado por sí solo para postrarla. Los diez morbos juntos la han puesto gravemente enferma. Pero enfermedad no es lo mismo que muerte. Más aún, el diagnóstico acertado de una enfermedad precede al tratamiento eficaz y por ello puede ser la primera fase de la recuperación.

La filosofía no morirá mientras queden personas curiosas por problemas generales cuya solución no tenga otra utilidad que la de ayudarnos a comprender la realidad, en particular al ser humano. El que no todos estos individuos sean catedráticos de filosofía, poco importará a la larga. Tampoco Descartes fue catedrático y, sin embargo, fue el padre de la filosofía moderna.

Lo que realmente importa para la salud de la filosofía es mantener viva la curiosidad por las ideas generales. Como reza el dicho popular, no está muerto quien pelea.

(De “Elogio de la curiosidad” – Editorial Sudamericana SA – Pág. 210 a 217)

Pompilio Zigrino
22/01/2008, 20:17
Yo trato de que la filosofía no caiga en manos de los sofistas, aunque luego recibo críticas de ellos.

Es importante la opinión de Mario Bunge, que conoce muy bien la ciencia y muy bien la filosofía.