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Pompilio Zigrino
13/01/2008, 10:35
Podemos denominar “satisfacción moral” a la gratificación asociada a nuestros afectos, o sentimientos. Esta gratificación surgirá de una actitud cooperativa y se distingue netamente de la búsqueda de placer vinculado al bienestar corporal y a la comodidad, actitud que muchas veces aparecerá junto a una tendencia competitiva.

Así tenemos el caso del deportista que llega a la cima del Aconcagua. Si bien esta proeza deportiva no involucra directamente a otros seres humanos, como beneficiarios de una acción, provocará en el propio escalador cierta satisfacción espiritual que podrá llevar en su mente durante el resto de su vida. Sin embargo, desde el punto de vista del que busca el placer y la comodidad, tal hazaña tiene poco sentido “práctico”, ya que debió realizar un gran esfuerzo físico y mental.

También la realización de metas intelectuales y laborales lleva asociado cierto bienestar espiritual. Sin embargo, vemos a diario el caso de estudiantes que ven en una carrera universitaria tan sólo un medio para ganar dinero, y no como una meta de realización personal, ya que, en general, no se busca la posible satisfacción moral asociada a la futura actividad.

Las satisfacciones morales se llevan en la memoria y así se va acrecentando, día a día, el nivel de felicidad, que resulta ser una suma de tal tipo de satisfacciones. El placer y la comodidad, por el contrario, se “consumen con el uso” y la búsqueda de la felicidad, por ese camino, equivale casi a intentar llenar una bolsa sin fondo.

Podemos hacer un esquema de ambas posturas extremas, considerando, por supuesto, que existirá una transición gradual entre ambos extremos, no existiendo el “espiritual puro” ni el “consumidor total”.

SUJETO.........MEDIO..........OBJETIVO
Ético.............Trabajo.........Satisfacción moral
Consumidor.....Dinero..........Comodidad y placer

Ciertas posturas filosóficas, que tienden a degradar al hombre, afirman que la mayor parte de las acciones humanas, incluso las científicas, son motivadas por la búsqueda de un interés material, y no por la búsqueda de satisfacción moral. De ser así, habría muy poca cantidad de gente feliz, algo que no es real. De todas formas, la búsqueda de satisfacciones morales no se opone al logro de objetivos económicos, mientras que renunciar a ellas lleva a la inacción y a la pobreza.

En una Declaración de Principios propuesta por el cardiocirujano René Favaloro, dirigida a los nuevos médicos incorporados a su Instituto, expresa lo siguiente: “Solamente llegará a gozar de lo realizado todo aquel que ingresara al Instituto cuando en su alma sienta, en esos silencios necesarios para la reflexión, que el único premio verdadero es el que proviene del placer espiritual, limpio y sereno del deber cumplido” (Citado en “Diario Interior de René Favaloro” de Carlos Penelas – Ed. Sudamericana).

Podemos apreciar el estado mental de una sociedad en crisis observando algunos mensajes asociados a propagandas televisivas. En una de ellas se promueve la homosexualidad, mostrando que se trata de algo “natural”, aceptando como legítimo el derecho al placer físico en cualquiera de sus posibles variantes. En otra publicidad aparece una actitud de burla que se destina a los autores de varios errores comunes y cotidianos. En otra se muestra la decisión negativa respecto de una posible ayuda a un desconocido, pudiendo realizarse con facilidad. Es indudable que estas actitudes no apuntan hacia el logro de satisfacciones morales de ningún tipo, sino que apuntan a legitimar la búsqueda del placer y de la competencia entre seres humanos. G. A. Obiols y S. Di Segni de Obiols escriben:

“El sujeto se autoconcibe como un individuo constituido por un cuerpo con necesidades que deben ser satisfechas constantemente y que, al mismo tiempo, se va consumiendo irremediablemente, aunque una batería de terapias logre demorar su decadencia. Este individuo, aunque establezca vínculos con otros semejantes, se halla fundamentalmente solo, entre otros individuos que persiguen su propia satisfacción; la imagen de la realización personal y la felicidad es el «relax», un estado de ausencia de tensiones, difícil de alcanzar por los esfuerzos que se requieren, precisamente, para llegar al mismo.

Aislado, vive su existencia como perpetuo presente, con un pasado que es el tenue recuerdo de frustraciones y satisfacciones, y un futuro que sólo es concebido como un juego de nuevas necesidades y satisfacciones. En consecuencia, busca el consumo, el confort, los objetos de lujo, el dinero y el poder, elementos necesarios para dar respuesta a las necesidades que se le plantean y que definen a la sociedad posmoderna como la apoteosis de la sociedad de consumo. Mientras la modernidad exaltaba el ahorro, ahora se estimula el crédito a través de tarjetas que con un simple «track-track» todo lo resuelven de un modo casi mágico y facilitan el consumo, porque en la antinomia tener o ser, para la cultura posmoderna soy lo que tengo.

Este sujeto posmoderno se halla muy lejos de aquel sujeto que hacía de la conciencia y del cultivo esforzado de una persona su mayor orgullo. Al contrario, la publicidad nos invita a adelgazar sin esfuerzo, a estudiar un idioma sin esfuerzo, a dejar de fumar sin esfuerzo y a lograr el colmo de la felicidad en una playa del Caribe, con la piel tostada, bebiendo un trago, recostado en una reposera, con los ojos cerrados y el walk-man colocado” (De “Adolescencia, Posmodernidad y Escuela Secundaria” – Ed. Kapeluz).

El escritor Leonardo Sciascia relata una situación, que le tocó vivir en Sicilia, en la que muestra la mentalidad prevaleciente en ese lugar, en algún momento del pasado. Resulta que el conductor del vehículo que lo lleva advierte la existencia de un tronco sobre el camino, que impide el paso. Se baja y lo retira. Luego de pasar, se detiene de nuevo y vuelve a ubicar al tronco en el lugar inicial. El escritor le pregunta la razón de su accionar, y recibe como respuesta: “No quiero que crean que soy un tonto”. En este ejemplo puede notarse la preponderancia de una mentalidad competitiva que no busca satisfacción moral alguna, sino que busca no ser superado por otros, a los que, aún menos, se tratará de ayudar.

Generalmente, la envidia la siente el que busca el placer y la comodidad, que se obtienen con dinero, mientras que el que busca satisfacciones morales, más accesibles al que no posee valores materiales suficientes, pocas veces sentirá envidia, ya que es algo que puede lograr fácilmente si se lo propone.

En las sociedades en crisis, hay veces en que el propio beneficiario se opone a recibir algo positivo de los demás. No resulta raro el caso de alguien que ofrece por $ 60 algo que en el mercado vale $ 100, para beneficiar de alguna forma a otra persona, sin perjudicarse él mismo. Sin embargo, el posible beneficiario, supone que el oferente es un poco ingenuo, o estúpido, y entonces propone: “Te doy entonces $ 30……”. Como con ese precio se perjudica el oferente, la venta no se realiza y pocas ganas le quedarán, al que buscó una satisfacción moral, de seguir beneficiando a los demás.

Quien no tiene definidas las metas de su vida, ni tampoco los medios para lograrlas, generalmente supone que la ausencia de una conducta ética por parte de un político, o de la clase gobernante, le da “derechos” a actuar en forma ilegítima. Por el contrario, quien está convencido de que su felicidad radica en la búsqueda de satisfacciones morales, en ningún momento verá en el accionar corrupto de los demás un justificativo para accionar en forma semejante.

Generalmente, las propuestas éticas terminan con sugerencias prácticas similares a consejos o mandamientos. Existe la posibilidad, también, de sugerir la búsqueda del Bien y de la felicidad mediante la ya expresa búsqueda de la “satisfacción moral”, ya que en ella se reúnen todos los aspectos beneficiosos para el individuo y para la sociedad.

Pompilio Zigrino
13/01/2008, 10:37
El Dr. René Favaloro fue una víctima del país por el que trabajó y por el que dedicó su vida. Al no recibir apoyo de nadie, debido a que para él era más importante cumplir su función de médico cirujano que optimizar su ganancia monetaria, se vio en la nada agradable alternativa de terminar su vida mediante el suicidio.

Admirado fuera de su país por haber creado la técnica quirúrgica del by-pass, que permitió salvar muchas vidas a lo largo y a lo ancho del mundo, debió padecer la indiferencia y el menosprecio de sus propios compatriotas. En una carta a La Nación, Favaloro escribe: “..como se me trata en el mundo en contraste con lo que sucede en mi país. Me refiero a aquellos vinculados al quehacer médico. La mayoría de las veces un empleado de muy baja categoría de una obra social gubernamental o no o de PAMI ni contesta mis llamados”. “En este último tiempo me he transformado en un mendigo. Mi tarea es llamar, llamar y golpear puertas para recaudar algún dinero que nos permita seguir con nuestra tarea…”.

Cuando nos lamentamos por el éxodo de científicos y profesionales argentinos, debemos en realidad decir que se los echa para poder así privilegiar la existencia de una gran cantidad de “puestos de trabajo en el Estado” (de gente que no trabaja) promovida por los políticos a cambio de votos y en la búsqueda de mayor cantidad de poder.

René Favaloro escribió: “El «videoclip» es el gran devorador. La televisión y los videojuegos se han transformado en los monstruos sagrados de la posmodernidad. Sirven para vender –son el arma más poderosa de la sociedad de consumo- pero lo notable es que se hayan convertido en el eje central alrededor del cual gira hoy la educación, sobre todo para los niños y los adolescentes. Pasan las horas prendidos al televisor; desde jovencitos concurren a los salones de videojuegos atrapados por imágenes que enseñan a robar, a delinquir y principalmente a torturar y a matar. Novelitas baratas, cargadas de erotismo desmedido y apartado de la realidad, estimulan la promiscuidad. Vivir hoy gozando al máximo del sinnúmero de placeres que la sociedad de consumo puede brindar parece ser lo prioritario.

La TV enseña que el dinero es la medida universal. Los ídolos valen de acuerdo con el índice monetario que representan. Los valores del espíritu asoman raramente y por poco tiempo. La música y los cantos que se escuchan –no interesa el idioma (una vez más la palabra no existe)- contribuyen, entremezclados con luces, sombras y colores que van y vienen en imágenes frenéticas, al embotamiento y la embriaguez sólo comparables a los que produce la droga.

La TV es otra variante de la adicción. Todo es permitido en aras del «rating». Poco cuenta si su mensaje favorece o no la idiotización colectiva de la juventud del mundo. Las mismas imágenes transitan por todos los países, la tecnología facilita la diseminación irrestricta de la decadencia” (De “Don Pedro y la Educación” – Centro Editor Fundación Favaloro).

A veces, a los grandes hombres, se los idealiza de tal manera que tratar de ser como ellos parece ser una falta de humildad. De ahí que es preciso tener presente que René Favaloro adopta una actitud de trabajo, que apunta a la satisfacción moral, que existe desde siempre como posibilidad de vida. Que su ejemplo y sus consejos nos sirvan para que alguna vez podamos salir de la severa crisis moral en la que estamos sumergidos.