prometeo6002
27/12/2007, 15:53
A Martha Alfonso
Qué cuece la paciente dama de sutil rosado,
cuál, desde la alcurnia de su altura,
ha de ser la sazón parsimoniosa del lenguaje,
qué en sí resulta la mística existencia del entorno,
en la utopía de la morada donde no habitan niños
o calor y frío dejan de ser apodos de estación,
y el andar es otro tiempo lento como letargo de letras.
¡Ah! señorial instinto del fonema,
protéjanos de traspapelar lo profundo del pozo
con la banalidad del gozo,
salve, en alfonsinos sinónimos, el deseo
de ver aún,
en lontananza, progenitores y bebé,
verduras y legumbres, de la cena
el etílico líquido en brusco giro derramado.
Solo la sapiencia de sus manos indica
en este vendaval de reggaetones
donde existe la dicción de Dulcinea,
como oasis para la más común sequía,
los remilgos del peculiar decir
protegidos de todo pecado del idioma,
la persistencia, que en usted es remedio
o pócima para académicos,
desde la tertulia de sus celestes ojos.
Qué cuece la paciente dama de sutil rosado,
cuál, desde la alcurnia de su altura,
ha de ser la sazón parsimoniosa del lenguaje,
qué en sí resulta la mística existencia del entorno,
en la utopía de la morada donde no habitan niños
o calor y frío dejan de ser apodos de estación,
y el andar es otro tiempo lento como letargo de letras.
¡Ah! señorial instinto del fonema,
protéjanos de traspapelar lo profundo del pozo
con la banalidad del gozo,
salve, en alfonsinos sinónimos, el deseo
de ver aún,
en lontananza, progenitores y bebé,
verduras y legumbres, de la cena
el etílico líquido en brusco giro derramado.
Solo la sapiencia de sus manos indica
en este vendaval de reggaetones
donde existe la dicción de Dulcinea,
como oasis para la más común sequía,
los remilgos del peculiar decir
protegidos de todo pecado del idioma,
la persistencia, que en usted es remedio
o pócima para académicos,
desde la tertulia de sus celestes ojos.