ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
21/12/2007, 09:14
Mi conocimiento de la problemática de la continuidad está sacado en un principio de las ideas de Leibniz. La continuidad puede ser estudiada desde la metafísica y desde la física. Desgraciadamente, carezco de la formación matemática que me permita entender justamente la cuestión, pero mi aplicación no tiene nada que ver con la física, así que esa *****a se puede soportar. Al no mentar el problema físico, la reflexión no gira alrededor de él. Su solución es insuficiente. No obstante, pretender fortaleza de una debilidad es necio, y mi ignorancia en física sólo puede ser vista como una debilidad a desenmascarar.
La continuidad en Leibniz era una absoluta forma de aprioridad, que significaba una teleología que llenaba el mundo. En su día rompí con él a consecuencia de mi adoctrinamiento popperiano. La ley de la continuidad era la afirmación de lo mismo frente a las enseñanzas emergentes de Popper, que encendían la llama del conocimiento y su nuevo orden, una discontinuidad, la ruptura que se volvía a poner en relación.
Hegel se apropió de esas ideas de Leibniz, mezclando genialidad con absurdidad. Todo su pensamiento es como una mirada que quiere llegar hasta donde ya no ve. Cuando ya no se ve es inútil mirar.
Por otro lado, las matemáticas permiten el salto revolucionario que da cuenta del sustento metafísico del mundo. Es el orden de Spinoza, que anda entre las ideas y el mundo. Allá se las arregle la voluntad, en lo racional no tiene cabida, es como si no fuese verdad. Sólo somos razón, nada más. La verdad es la puridad matemática, las perfectas formas platónicas, la innegable verdad que triunfa sobre el inquieto accidente.
Pero el hombre además de su extraña puridad, está abierto a la comprensión de las relaciones a las que aquella se dirige. El posible evolucionismo de la mente y su estructura se contenta con un finalismo ingenuo, piensa que el fin es comprender el mundo, no a sí. Sostengo que la conciencia abarca el finalismo ingenuo, que sin duda es una evolución, y también la conciencia de sí, la representación del sujeto al propio sujeto, fuente del conocimiento y la ética. La filosofía y la ciencia son su verdadera consecuencia.
La continuidad en Leibniz era una absoluta forma de aprioridad, que significaba una teleología que llenaba el mundo. En su día rompí con él a consecuencia de mi adoctrinamiento popperiano. La ley de la continuidad era la afirmación de lo mismo frente a las enseñanzas emergentes de Popper, que encendían la llama del conocimiento y su nuevo orden, una discontinuidad, la ruptura que se volvía a poner en relación.
Hegel se apropió de esas ideas de Leibniz, mezclando genialidad con absurdidad. Todo su pensamiento es como una mirada que quiere llegar hasta donde ya no ve. Cuando ya no se ve es inútil mirar.
Por otro lado, las matemáticas permiten el salto revolucionario que da cuenta del sustento metafísico del mundo. Es el orden de Spinoza, que anda entre las ideas y el mundo. Allá se las arregle la voluntad, en lo racional no tiene cabida, es como si no fuese verdad. Sólo somos razón, nada más. La verdad es la puridad matemática, las perfectas formas platónicas, la innegable verdad que triunfa sobre el inquieto accidente.
Pero el hombre además de su extraña puridad, está abierto a la comprensión de las relaciones a las que aquella se dirige. El posible evolucionismo de la mente y su estructura se contenta con un finalismo ingenuo, piensa que el fin es comprender el mundo, no a sí. Sostengo que la conciencia abarca el finalismo ingenuo, que sin duda es una evolución, y también la conciencia de sí, la representación del sujeto al propio sujeto, fuente del conocimiento y la ética. La filosofía y la ciencia son su verdadera consecuencia.