Pompilio Zigrino
11/12/2007, 18:50
Las ideas que llevamos depositadas en nuestra mente, ya sea que provengan de conocimientos y certezas, o bien de creencias e incertidumbres, en cierta forma determinan las acciones que habremos de realizar en el futuro. De ahí que, en principio, si lográsemos encontrar información verdadera, respecto de la realidad, podríamos optimizar nuestro comportamiento. John Dewey escribió: “Creemos cuando nos falta el conocimiento o la seguridad completa. Por esto la búsqueda de la certeza ha consistido siempre en un esfuerzo para trascender la creencia” (De “La busca de la certeza” – Fondo de Cultura Económica).
La idea es la causa, luego le sigue la acción humana, mientras que el efecto es la consecuencia final. La idea siempre precede a la acción, aunque los efectos de la acción también podrán conformar nuestras ideas. Este proceso puede describirse como un sistema realimentado por cuanto los efectos pueden controlar, o influir, sobre las causas (ideas). Octave Hamelin escribió: “Estos dos términos causa y efecto se unen en la acción, que es el despliegue de la causa y la realización del efecto”. Podemos establecer el siguiente esquema:
Causa (Ideas) →→○→→ Hombre (Acción) →→→→ Efecto
↑ ↓
↑ ↓
←←← Introspección ←←←
Mediante la introspección comparamos el efecto de una acción con la idea, o la creencia, que la favoreció, de donde surge la posibilidad de mejorar la idea en función del resultado que produjo.
Así como en religión se considera al “saber de salvación”, para distinguirlo del conocimiento irrelevante a esa finalidad, podemos también hablar de un “saber de adaptación” que centra su atención en todo aquello que resulta accesible a nuestras decisiones. Así como la “verdad”, en religión, hace referencia especialmente al saber de salvación, en las ciencias sociales tal “verdad” estará asociada al saber de adaptación. Y esa Verdad, justamente, será la que produce el Bien. Luego, en el esquema anterior (en la parte superior) tendremos la siguiente secuencia:
Verdad →→→→ Acción →→→→ Bien
Y así, la Teoría del Conocimiento, que busca la Verdad, queda vinculada a la Teoría de la Acción Ética, que busca el Bien. De esta forma queda establecido el vínculo fundamental entre el conocimiento y la ética, entre la Verdad y el Bien, entre la filosofía teórica y la filosofía práctica.
Mediante el razonamiento establecemos el procesamiento de información grabada en nuestra memoria, “ensayando” todas las posibilidades para, luego, llevar a cabo la mejor opción, o la que creemos que es la mejor. El hombre guiado por la razón es el que elabora este proceso con cierta asiduidad y efectividad. Maurice Blondel escribió: “Admito que la inteligencia es anterior a la acción, que trata poco a poco de igualarla, de explicitarla, y que debe acabar por orientarla y gobernarla. Actuar, en esta acepción fuerte y completa, es buscar el acuerdo del conocer, del querer y del ser” (Citado en el “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de P. Foulquié – Ed. Labor SA).
No siempre las ideas se van conformando en función de nuestras experiencias, sino también de las experiencias de otros. Nuestra cultura consiste esencialmente en el traspaso de información de unos a otros, de tal manera que las experiencias y el conocimiento son parte del patrimonio común de la humanidad.
Se ha distinguido entre dos casos extremos: uno es el del individuo que va conformando sus ideas en base a información lograda por su propia experiencia y también por información adquirida por influencia del medio social. Generalmente este individuo considera que “quiere” lo que previamente ha considerado como “bueno”. En el otro caso tenemos individuos que establecen sus ideas sólo en base a experiencias propias. Ello los lleva a considerar como “bueno” aquello que previamente han “deseado”. Baruch de Spinoza escribió: “Las acciones del alma nacen de las solas ideas adecuadas; pero las pasiones dependen de las inadecuadas solas”. “Nuestra alma obra ciertas cosas, pero padece ciertas otras; a saber: en cuanto tiene ideas adecuadas obra necesariamente ciertas cosas, y en cuanto tiene ideas inadecuadas padece necesariamente ciertas otras” “De aquí se sigue que el alma está sometida a tantas más pasiones cuantas más ideas inadecuadas tiene y, por el contrario, obra tantas más cosas cuantas más ideas adecuadas tiene” (De “Ética” – Fondo de Cultura Económica).
Se ha distinguido entre “acciones”, como realizaciones y actividades del individuo que sigue a la razón, o a la información verídica que lleva depositada en su mente, mientras que las “pasiones”, por el contrario, son nuestras realizaciones y actividades que siguen nuestros gustos y nuestros deseos. En realidad, estos casos serían los casos extremos, ya que pocas personas se guían totalmente por el razonamiento y la verdad, mientras que pocas se guían totalmente por sus deseos. De todas maneras, es conveniente tener presente ambas tendencias en vista a un posible mejoramiento personal.
Lo importante, de todas formas, no es tanto el uso preponderante de la razón, o de la intuición, o de la creencia, o de la evidencia, sino tan sólo el conocimiento de la verdad. Puede conocer la verdad tanto el que se guió por su propia experiencia como el que contempla la de otros, o puede conocerla tanto el que se guía por las pasiones como el que se guía por el razonamiento, si bien es muy posible que este último caso sea más eficaz que los otros.
La experiencia personal se va adquiriendo a medida que vamos verificando los efectos que producen cada una de nuestras acciones. Sabemos, en general, que ciertas acciones producirán respuestas deseadas y que otras producirán respuestas desagradables. De ahí que tenemos la sensación de que todos sabemos distinguir entre el Bien y el Mal, o entre las causas que producen uno u otro resultado, el cual es clasificado mediante ambos conceptos (no descartándose una gradual transición entre ambos extremos).
En esta descripción no hay lugar para el relativismo moral, el cual implicaría que a una misma acción le seguirán distintas respuestas, dependiendo de la época y del lugar. En realidad se dice que los efectos no dependen sólo de la acción concreta, sino de la opinión previa que tengamos respecto de tal acción, pero la descripción ética se centrará sólo en aquellos aspectos básicos del comportamiento humano que sean aceptados de igual forma en distintos lugares y épocas porque tienen su origen en la propia naturaleza humana, a un nivel biológico, antes que cultural.
Por ejemplo, respecto de la burla y la envidia, un relativista moral dirá que a veces producen el bien y que otras veces producen el mal, por lo que tales conceptos clasificatorios no tendrían razón de ser. Supongamos que la burla y la envidia produjeran el bien el 50% de los casos y el mal el otro 50%. Entonces sería adecuado clasificarlas como actitudes que producen el mal, debido al gran riesgo de producirlo que tenemos al aplicarlas.
En realidad, estas actitudes producen efectos indeseados en un porcentaje cercano al 100%. Esto ha sucedido así en todos los tiempos y en todos los pueblos, por lo que este ejemplo muestra claramente que existen causas que producen efectos indeseados (como también existen causas que producen efectos deseados). Con ello vemos claramente la inexistencia del relativismo moral en la propia naturaleza de los fenómenos humanos y sociales, lo que no quita el derecho a que la hipótesis contraria siga persistiendo en la mente de muchos intelectuales y en gran parte de la sociedad.
A partir de las descripciones realizadas mediante sistemas realimentados, se hace evidente que este tipo de proceso es muy frecuente en la naturaleza de los fenómenos humanos. Y ello se debe a que la mayor parte de los procesos adaptativos resultan ser compatibles con tal tipo de descripción. Se logra, mediante ellos, una exactitud en los conceptos bastante mayor que la lograda con las descripciones puramente verbales.
La idea es la causa, luego le sigue la acción humana, mientras que el efecto es la consecuencia final. La idea siempre precede a la acción, aunque los efectos de la acción también podrán conformar nuestras ideas. Este proceso puede describirse como un sistema realimentado por cuanto los efectos pueden controlar, o influir, sobre las causas (ideas). Octave Hamelin escribió: “Estos dos términos causa y efecto se unen en la acción, que es el despliegue de la causa y la realización del efecto”. Podemos establecer el siguiente esquema:
Causa (Ideas) →→○→→ Hombre (Acción) →→→→ Efecto
↑ ↓
↑ ↓
←←← Introspección ←←←
Mediante la introspección comparamos el efecto de una acción con la idea, o la creencia, que la favoreció, de donde surge la posibilidad de mejorar la idea en función del resultado que produjo.
Así como en religión se considera al “saber de salvación”, para distinguirlo del conocimiento irrelevante a esa finalidad, podemos también hablar de un “saber de adaptación” que centra su atención en todo aquello que resulta accesible a nuestras decisiones. Así como la “verdad”, en religión, hace referencia especialmente al saber de salvación, en las ciencias sociales tal “verdad” estará asociada al saber de adaptación. Y esa Verdad, justamente, será la que produce el Bien. Luego, en el esquema anterior (en la parte superior) tendremos la siguiente secuencia:
Verdad →→→→ Acción →→→→ Bien
Y así, la Teoría del Conocimiento, que busca la Verdad, queda vinculada a la Teoría de la Acción Ética, que busca el Bien. De esta forma queda establecido el vínculo fundamental entre el conocimiento y la ética, entre la Verdad y el Bien, entre la filosofía teórica y la filosofía práctica.
Mediante el razonamiento establecemos el procesamiento de información grabada en nuestra memoria, “ensayando” todas las posibilidades para, luego, llevar a cabo la mejor opción, o la que creemos que es la mejor. El hombre guiado por la razón es el que elabora este proceso con cierta asiduidad y efectividad. Maurice Blondel escribió: “Admito que la inteligencia es anterior a la acción, que trata poco a poco de igualarla, de explicitarla, y que debe acabar por orientarla y gobernarla. Actuar, en esta acepción fuerte y completa, es buscar el acuerdo del conocer, del querer y del ser” (Citado en el “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de P. Foulquié – Ed. Labor SA).
No siempre las ideas se van conformando en función de nuestras experiencias, sino también de las experiencias de otros. Nuestra cultura consiste esencialmente en el traspaso de información de unos a otros, de tal manera que las experiencias y el conocimiento son parte del patrimonio común de la humanidad.
Se ha distinguido entre dos casos extremos: uno es el del individuo que va conformando sus ideas en base a información lograda por su propia experiencia y también por información adquirida por influencia del medio social. Generalmente este individuo considera que “quiere” lo que previamente ha considerado como “bueno”. En el otro caso tenemos individuos que establecen sus ideas sólo en base a experiencias propias. Ello los lleva a considerar como “bueno” aquello que previamente han “deseado”. Baruch de Spinoza escribió: “Las acciones del alma nacen de las solas ideas adecuadas; pero las pasiones dependen de las inadecuadas solas”. “Nuestra alma obra ciertas cosas, pero padece ciertas otras; a saber: en cuanto tiene ideas adecuadas obra necesariamente ciertas cosas, y en cuanto tiene ideas inadecuadas padece necesariamente ciertas otras” “De aquí se sigue que el alma está sometida a tantas más pasiones cuantas más ideas inadecuadas tiene y, por el contrario, obra tantas más cosas cuantas más ideas adecuadas tiene” (De “Ética” – Fondo de Cultura Económica).
Se ha distinguido entre “acciones”, como realizaciones y actividades del individuo que sigue a la razón, o a la información verídica que lleva depositada en su mente, mientras que las “pasiones”, por el contrario, son nuestras realizaciones y actividades que siguen nuestros gustos y nuestros deseos. En realidad, estos casos serían los casos extremos, ya que pocas personas se guían totalmente por el razonamiento y la verdad, mientras que pocas se guían totalmente por sus deseos. De todas maneras, es conveniente tener presente ambas tendencias en vista a un posible mejoramiento personal.
Lo importante, de todas formas, no es tanto el uso preponderante de la razón, o de la intuición, o de la creencia, o de la evidencia, sino tan sólo el conocimiento de la verdad. Puede conocer la verdad tanto el que se guió por su propia experiencia como el que contempla la de otros, o puede conocerla tanto el que se guía por las pasiones como el que se guía por el razonamiento, si bien es muy posible que este último caso sea más eficaz que los otros.
La experiencia personal se va adquiriendo a medida que vamos verificando los efectos que producen cada una de nuestras acciones. Sabemos, en general, que ciertas acciones producirán respuestas deseadas y que otras producirán respuestas desagradables. De ahí que tenemos la sensación de que todos sabemos distinguir entre el Bien y el Mal, o entre las causas que producen uno u otro resultado, el cual es clasificado mediante ambos conceptos (no descartándose una gradual transición entre ambos extremos).
En esta descripción no hay lugar para el relativismo moral, el cual implicaría que a una misma acción le seguirán distintas respuestas, dependiendo de la época y del lugar. En realidad se dice que los efectos no dependen sólo de la acción concreta, sino de la opinión previa que tengamos respecto de tal acción, pero la descripción ética se centrará sólo en aquellos aspectos básicos del comportamiento humano que sean aceptados de igual forma en distintos lugares y épocas porque tienen su origen en la propia naturaleza humana, a un nivel biológico, antes que cultural.
Por ejemplo, respecto de la burla y la envidia, un relativista moral dirá que a veces producen el bien y que otras veces producen el mal, por lo que tales conceptos clasificatorios no tendrían razón de ser. Supongamos que la burla y la envidia produjeran el bien el 50% de los casos y el mal el otro 50%. Entonces sería adecuado clasificarlas como actitudes que producen el mal, debido al gran riesgo de producirlo que tenemos al aplicarlas.
En realidad, estas actitudes producen efectos indeseados en un porcentaje cercano al 100%. Esto ha sucedido así en todos los tiempos y en todos los pueblos, por lo que este ejemplo muestra claramente que existen causas que producen efectos indeseados (como también existen causas que producen efectos deseados). Con ello vemos claramente la inexistencia del relativismo moral en la propia naturaleza de los fenómenos humanos y sociales, lo que no quita el derecho a que la hipótesis contraria siga persistiendo en la mente de muchos intelectuales y en gran parte de la sociedad.
A partir de las descripciones realizadas mediante sistemas realimentados, se hace evidente que este tipo de proceso es muy frecuente en la naturaleza de los fenómenos humanos. Y ello se debe a que la mayor parte de los procesos adaptativos resultan ser compatibles con tal tipo de descripción. Se logra, mediante ellos, una exactitud en los conceptos bastante mayor que la lograda con las descripciones puramente verbales.